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    Un extraño monarca: sin descendencia, martiano y marxista-leninista, que dijo haber optado por los pobres y bregó por la solidaridad internacional

    Encontró —en medio de la sierra de Oriente— a un tipo en la treintena, educado, inteligente, recio y nómada, “con su inseparable fusil belga 30.06, sus lentes de gruesa montura y una radio de transistores permanentemente pegada a su oído para escuchar las noticias de La Habana”.

    En febrero de 1958, corriendo muchos riesgos, el enviado del diario uruguayo “La Mañana”, Carlos María Gutiérrez, con fino olfato y gran tenacidad había logrado hacer, primero de un medio en castellano, un reportaje de tres días que incluyó una entrevista con el jefe de los rebeldes en una zona tropical y cafetera de Cuba llamada Sierra Maestra.

    Un año antes, el veterano corresponsal de guerra y entonces jefe de editorialistas de “The New York Times” Herbert Matthews había viajado a Cuba a entrevistar a los guerrilleros y colocado la piedra fundamental de lo que llamaron con humor “el club de periodistas con menos socios del mundo”, una pequeña chabola con un cartel bilingüe con la inscripción “Club de Prensa/ Press Club”.

    Dejando en la playa a decenas de compañeros, los 12 sobrevivientes de la expedición llegada desde México en el barco Granma, lograron convertirse en la temible guerrilla de los barbudos que se habían hecho fuertes en la Sierra Maestra desafiando a miles de soldados, algunos de ellos una elite entrenada por Estados Unidos para combatir en las escarpadas colinas de Corea.

    Allí los halló el “Negro” Gutiérrez, apenas unos meses antes de que bajaran para liberar a “la perla de las Antillas” del régimen sangriento encabezado por Fulgencio Batista.

    Para algunos, los barbudos, apenas respaldados por un movimiento clandestino de las ciudades, eran semidioses que convirtieron la última colonia española en el primer territorio libre de América, o al menos en un proyecto de justicia social respetado por millones de personas en el mundo.

    Para otros, en cambio, se trata de una vulgar dictadura, incluso más férrea aún que la anterior y que lleva 57 largos años en el poder, 49 de los cuales al mando directo de Fidel Alejandro Castro Ruz, el abogado devenido en mítico comandante que murió el viernes 25 a los 90 años.

    Había nacido en una finca llamada Birán, en la antigua provincia de Oriente, en medio de un latifundio y cerca de la central azucarera de Marcané, alumbrado con velas y con transporte por tracción a sangre, pero sus padres inmigrantes ganaron dinero para una educación de los salesianos, en Santiago de Cuba y luego de los jesuitas allí y en La Habana.

    Un mes después de que Estados Unidos lanzara la bomba atómica en Japón, Fidel recibió el título de bachiller en la prestigiosa escuela preparatoria de Belén e ingresó en la Universidad de La Habana. Allí obtuvo la Licenciatura en Derecho, en 1950, luego de haber sido dirigente estudiantil y tomado parte de una rocambolesca expedición para combatir la dictadura de Rafael Trujillo en República Dominicana y en el “Bogotazo”, a raíz del asesinato del ex alcalde liberal de la capital colombiana Jorge Eliécer Gaitán.

    En 1953 tomó parte del asalto al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba. Dos años después salió amnistiado de la cárcel en Isla de Pinos junto a su hermano Raúl y otros revolucionarios y fundó en la clandestinidad el Movimiento del 26 de Julio. “La historia me absolverá” había dicho en su propia defensa.

    Para ese entonces ya tenía dos hijos varones: Jorge Ángel, con María Laborde, y Fidel, con Mirta Díaz-Balart, con la que estuvo casado unos años.

    Poco después, en el exilio en México, conoció a Ernesto Guevara, un médico rosarino quien fue el primero al que otorgó, además de a sí mismo, el grado de comandante.

    Finalmente, Fidel entró en La Habana el 8 de enero de 1959, siete días después de la huida de Batista y el mes siguiente fue proclamado primer ministro del Gobierno Revolucionario. Durante la segunda quincena de abril realizó una gira por Estados Unidos, durante la cual se alojó en un hotel de Harlem y se entrevistó unos minutos con el vicepresidente Richard Nixon.

    En mayo, casi al mismo tiempo que visitó Uruguay y estuvo brevemente con el entonces coronel Liber Seregni en Rincón del Bonete, se produjo un giro: Cuba aprobó una ley de reforma agraria y Washington comenzó las operaciones ilegales para derrocar a Castro.

    El síndrome Girón.

    En el casi medio siglo que permaneció en el poder, el hijo de inmigrantes gallegos tuvo del otro lado de la trinchera política a diez presidentes de la superpotencia a la que desafió: desde Dwight Eisenhower a George Bush hijo.

    Ignacio Ramonet, uno de sus biógrafos, describió en un libro lo que pudo ver hace más de una década en su austero despacho del Palacio de la Revolución desde el cual aún mandaba.

    Colgada en una de las paredes había una foto del escritor estadounidense Ernest Hemingway en la que este aparece junto a un gran pez espada y la dedicatoria: “Al doctor Fidel Castro, que clave uno como este en el pozo de Cojímar”.

    Además de la imagen del cultor del coraje, la caza y la pesca de altura, Fidel tenía una figura en bronce y una pequeña estatuilla del “apóstol” José Martí y otras de Simón Bolívar, Antonio José de Sucre y Abraham Lincoln. Había una foto de Camilo Cienfuegos, uno de los comandantes de Sierra Maestra, que desa­pareció muy pronto en un sospechoso accidente de aviación; una escultura en alambre de Don Quijote y Sancho, la imagen de su padre, Ángel Castro, aunque ninguna del icono revolucionario más conocido de todo el mundo.

    Cuando el 3 de mayo de 1959, el uniformado Fidel Castro aterrizó en Carrasco para una visita de menos de 48 horas, aún no se había definido públicamente “martiano, marxista y leninista”, pero los más lúcidos o desconfiados en Washington estaban al tanto de que su gobierno era más peligroso para los intereses de Estados Unidos de lo que parecía apenas unas semanas antes, cuando fue entrevistado, en pijama, hablando un inglés aceptable, junto a su hijo de diez años, por la cadena CBS.

    A fines de octubre, el presidente Eisenhower aprobó un plan del Departamento de Estado y la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés) que culminó en la invasión de Bahía de Cochinos, una operación encubierta que, en las arenas movedizas de Playa Girón, resultó a la postre la segunda gran victoria militar de Castro y un importante fiasco para la CIA y para el gobierno de John F. Kennedy.

    Según el periodista estadounidense Tim Weiner, la que se llevó contra Cuba con el nombre clave Mangosta fue la mayor operación de inteligencia en tiempos de paz que se conozca y tuvo un costo de 50 millones de dólares.

    En Miami y alrededores se concentraron unos 600 agentes de la CIA y fueron requeridos alrededor de cinco mil contratistas, además de una flota que incluyó submarinos, patrulleros, guardacostas e hidroaviones y que tenía su base en la bahía de Guantánamo.

    La invasión de 1.297 exiliados cubanos apoyados por la CIA se produjo, luego de una larga serie de atentados, el 16 de abril de 1961.

    Pero eran palos de ciego. “No sabemos lo que pasa. No sabemos quién está haciendo qué a quién. No tenemos ni idea de su orden de batalla en términos de organización política y estructura. ¿Quién odia a quién? ¿Quién ama a quién? No tenemos nada”, diría Sam Halpern, el nuevo hombre que se hizo cargo de la sección Cuba cuando ya era tarde, el secreto de la operación se había perdido y Fidel había podido organizar su defensa salvando al menos 18 de los 36 aviones de combate de los que disponía.

    Para ese entonces, el viceprimer ministro soviético Anastas Mokoyan había visitado Cuba, concedido un crédito de cien millones de dólares y firmado acuerdos para el intercambio benévolo de azúcar por petróleo.

    Fidel y el entonces máximo líder soviético Nikita Jruschov se encontraron poco después en la sede de la ONU en Nueva York, donde el cubano batió el récord del discurso más largo: cuatro horas y 29 minutos.

    Para Weiner, la CIA no solo sabía poco de Cuba sino también de la Unión Soviética y por eso no creyó que instalaría una batería de misiles balísticos en la isla. La “crisis de los misiles”, que tuvo al mundo al borde de una nueva gran guerra en octubre de 1962, dejó sus huellas también en las relaciones entre La Habana y Moscú, porque Jruschov acordó con Estados Unidos que los retiraría sin tomarse el trabajo de consultar a los cubanos.

    Washington, preocupado por el peligro nuclear, comenzó una guerra de tipo comercial ordenando un embargo aún vigente y expulsando a Cuba de la Organización de Estados Americanos (OEA), un asunto que logró el voto de Uruguay no sin tensos debates en el Consejo Nacional de Gobierno con mayoría del Partido Nacional.

    La respuesta de Fidel al acoso fue pegarse más al modelo de la URSS. En marzo de 1962 se creó la libreta de racionamiento y a la vez comenzó un mayor control social con la perfecta excusa del “bloqueo imperialista”.

    “En una fortaleza asediada toda disidencia es traición”, había dicho el fundador de la orden de los jesuitas san Ignacio de Loyola. El líder cubano lo llevó a su máxima expresión.

    La vida privada del “líder histórico”, por ejemplo, pasó a ser secreto de Estado. Juan Reinaldo Sánchez, uno de sus guardaespaldas, huyó a Miami supuestamente decepcionado y contó en un libro detalles acerca de las casas secretas en Cayo Piedra, cerca de Bahía de Cochinos, Punto Cero, en el barrio Siboney y otras.

    También relató facetas desconocidas por los cubanos: el gusto por el whisky escocés, el vino argelino y los dátiles iraquíes, la relación con su esposa, la maestra Dalia Soto del Valle, con la que tuvo cinco de los nueve hijos: Alexis, Alejandro, Alex, Antonio y Angelito.

    De armas tomar.

    Pero Fidel no solo se dedicó a Cuba sino que proyectó la revolución en todo el llamado Tercer Mundo, también con la intención de “quebrar el bloqueo”.

    A fines de abril de 1963 visitó por primera vez la Unión Soviética. Poco después envió el primer contingente militar a África: un batallón de 22 blindados soviéticos y cientos de soldados para respaldar al presidente argelino Ahmed Ben Bella en un conflicto con Marruecos. Antes había enviado armas a Argel para luchar contra los franceses.

    En 1965, el Che Guevara abandonó oficialmente Cuba y se fue clandestino, con combatientes cubanos, a organizar una guerrilla en el Congo y luego otra en Bolivia, donde cayó en octubre de 1967.

    A la vuelta de la fracasada experiencia del Congo, ambos se habían despedido en Punto Cero, al que había arribado también un contingente de comunistas uruguayos, para combatir con el Che. El grupo, que no llegó a Bolivia porque antes Guevara fue capturado y rematado, estaba al mando de Raúl Rezzano, que había conocido al Che en Montevideo.

    Para entonces, Fidel había fundado el Partido Comunista de Cuba (PCC) y cuando la URSS y sus aliados invadieron Checoslovaquia, para aplastar la Primavera de Praga en 1968, dio su apoyo.

    En ese punto coincidió con el primer secretario del Partido Comunista del Uruguay (PCU) Rodney Arismendi, con quien mantuvo buenas relaciones, a pesar de que este estaba más cerca de Moscú y no compartía in tótum la postura cubana que, a partir de su exitosa experiencia, proclamó la lucha armada a los cuatro vientos.

    Arismendi, a pesar de que consideraba la vía armada como la más probable para el subcontinente, se quedó de brazos cruzados cuando el resto de los asistentes de toda América Latina aplaudieron un encendido discurso de Fidel en ese sentido, durante una reunión de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) en La Habana.

    La línea era implementada por Manuel Piñeiro, que había sido comandante en Sierra Maestra y luego fundó la prestigiosa Inteligencia cubana. Apoyaron con dinero, capacitación y armas primero al Movimiento Revolucionario Oriental (MRO) liderado por el ex diputado blanco Ariel Collazo, a los comunistas y luego al MLN-Tupamaros fundado por Raúl Sendic, que fue muy respetado en la isla a pesar de que el espíritu nacionalista de la organización hizo que los vínculos pasaran por momentos fríos.

    A pesar de su predilección por la lucha armada, Fidel respaldó entusiasta el triunfo de Salvador Allende en Chile, que llegó al gobierno por medio de las urnas en 1970 y al que hizo una larguísima visita de casi un mes.

    Dos años antes había ayudado al general peruano Juan Velasco Alvarado, quien encabezó una dictadura militar de tipo antiimperialista que se mantuvo hasta su muerte en 1975.

    Para ese entonces, los cubanos se habían tenido que replegar de Chile, Argentina y Uruguay, donde comenzaban otro tipo de dictaduras, que se sumaban a las de Bolivia y Brasil.

    En noviembre de 1975, Fidel ordenó la operación Carlota, que mediante el establecimiento de un audaz y discreto puente aéreo entre La Habana y Luanda, la capital de Angola, logró frenar el avance sudafricano sobre el gobierno de Agostinho Neto, que se había independizado de Portugal.

    La batalla de Cuito Canavale fue el hito más sobresaliente. Las tropas regresaron en forma total recién en 1991 y sufrieron unos dos mil muertos y alrededor de diez mil heridos. Una brigada de comunistas uruguayos exiliados, entre ellos médicos y docentes, se sumó al trabajo de la misión civil cubana.

    Junto a uruguayos, chilenos y otros, ayudó a la victoria sandinista en Nicaragua y al desarrollo de la guerrilla salvadoreña. Por otra parte, las siempre tensas relaciones con Estados Unidos dieron un paso hacia la normalización durante el gobierno de Jimmy Carter y se abrieron por primera vez “oficinas de intereses” con Suiza y Checoslovaquia como intermediarios.

    En marzo de 1978, tropas cubanas aportaron a la victoria de Etiopía en la batalla de Ogadén contra Somalia y Fidel tomó parte de una parada militar en Addis Abeba junto a Mengistu Haile Mariam, luego depuesto.

    Dos meses antes de la invasión soviética a Afganistán, durante la cumbre de los países no alineados, que se desarrolló en La Habana en setiembre de 1979, Fidel y el entonces presidente de Yugoslavia­ Josep Broz Tito pugnaron a propósito del camino a tomar por el movimiento.

    Ese año, un Fidel muy ocurrente se dejó filmar en la intimidad por un equipo de la cadena NBC en La Habana y Nueva York.

    En 1980 estalló una nueva crisis migratoria. Por el puerto de Mariel salieron alrededor de 125.000 personas entre abril y setiembre. La mayor parte se sumó a las varias generaciones de cubanos radicadas en el estado de Florida, en Estados Unidos.

    El año 1985 encontró a Fidel embarcado en una batalla continental contra la deuda externa. Al año siguiente comenzó el llamado período de rectificación, que apuntó a denunciar errores morales en la conducción del partido único, economicismo, burocratismo y corrupción, en cierta coincidencia con la glasnost y perestroika (transparencia y reestructuración) lanzadas luego por el líder soviético Mijail Gorbachov, al que visitó en Moscú.

    Sin embargo, luego rechazó las medidas de Gorbachov porque las consideró “peligrosas” y “opuestas a los principios del socialismo”. Los siete mil militares soviéticos desplegados en Cuba volvieron a casa y el petróleo, entre muchas otras cosas, dejó de llegar.

    El quiebre llamado Ochoa.

    En junio de 1989 comenzó en La Habana un juicio al general Arnaldo Ochoa, al coronel Antonio de la Guardia y a otros altos oficiales acusados de corrupción y narcotráfico. Ochoa y De la Guardia fueron fusilados antes de que se cumpliera un mes.

    En su libro “Memorias de un soldado cubano”, Dariel Alarcón Ramírez (Benigno), que comenzó en Sierra Maestra siendo un guajiro y luego peleó con el Che en Congo y Bolivia, defendió a Ochoa y también contradijo a Fidel, que negó públicamente conocer a De la Guardia, cuando en realidad este tenía el extraño privilegio de acceso libre a su despacho.

    Fidel recibió fuertes críticas en todo el mundo por las características del juicio y también por la existencia de la pena de muerte, que en este caso despertó la sospecha de que estaba encubriendo su propia responsabilidad y la de su hermano Raúl, entonces máximo jefe militar del país.

    Insistente, Fidel anunció que a pesar de la caída del Muro de Berlín y de la disolución de la URSS el socialismo en Cuba seguiría y en 1994 recibió con honores militares en el aeropuerto José Martí al teniente coronel venezolano Hugo Chávez, recién liberado de la cárcel a la que había sido enviado por intentar un golpe de Estado contra el presidente Carlos Andrés Pérez.

    Cuatro años más tarde, Chávez fue electo presidente de su país y se convirtió en fuerte aliado de Cuba. Caracas pasó a sustituir a Moscú en el suministro de petróleo, mientras que La Habana proporcionó medicamentos, médicos, maestros y asesores de seguridad, entre otros.

    “Cuba duele”.

    El 5 de agosto de 1994, en pleno “período especial” y con gravísimos problemas de abastecimiento y logística, se produjeron disturbios en La Habana. Fidel concurrió personalmente a discutir y logró calmar a los amotinados con su carisma y dotes para la polémica.

    Cuba había tenido que adaptar su economía a las nuevas circunstancias y ceder campo al capitalismo para no perder todo. Para ello habilitó el ingreso de inversiones españolas, sobre todo en el sector del turismo.

    Pese a los avances en materia migratoria, continuaron los casos de cubanos que arriesgaban su vida para huir a Estados Unidos. El niño Elián González se convirtió en un símbolo de la puja entre ambos bandos. Fue rescatado frente a la costa de Florida luego que su madre y otros diez emigrantes murieran ahogados tratando de llegar al “mundo libre”. Luego de una batalla legal regresó a Cuba, donde lo esperaban Fidel, su padre y un millón de cubanos manifestaron frente al malecón.

    Poco antes de cumplir los 75 años, Fidel sufrió un desmayo mientras daba un discurso en el barrio habanero del Cotorro. Luego de los atentados del 11 de setiembre de 2001, ofreció condolencias y ayuda logística a Estados Unidos. Unos meses después, Washing­ton anunció a Cuba que abriría un penal en la base militar que mantiene en Guantánamo para ubicar a personas acusadas de terrorismo.

    En abril de 2003, el escritor Eduardo Galeano publicó una columna, que en Uruguay apareció en la contratapa de “Brecha” con el título “Cuba duele” en la que se pronunció en contra de los fusilamientos, la prisión de 75 cubanos disidentes y en general del sistema de partido único.

    Ese año, Alemania se negó a participar en la Feria del Libro de La Habana, en protesta por la condena de opositores y se produjo una ruptura diplomática con México porque el presidente Vicente Fox fue acusado de plegarse a Estados Unidos en contradicción con la tradición histórica de ese país.

    El 20 de octubre de 2004, el aún jefe de Estado tropezó en un homenaje al Che en Santa Clara, se fracturó la rodilla izquierda y se fisuró el brazo derecho.

    Algo se empezó a mover.

    Unos 150 representantes de grupos opositores se reunieron en mayo del año siguiente en el barrio habanero de Río Verde con autorización oficial y se escucharon gritos de “¡Abajo Fidel!”.

    Finalmente, luego de problemas de salud que afectaron su intestino, el mítico comandante dio formalmente un paso al costado en 2008 y dejó al frente a su menos carismático hermano Raúl, unos cinco años más joven.

    A partir de ese momento se dedicó a recibir visitantes extranjeros, entre ellos Tabaré Vázquez y José Mujica, y a publicar artículos con su firma. En lugar del clásico uniforme verde oliva pasó a vestir de traje o equipo deportivo Adidas.

    Su discurso, sin embargo, no pareció demasiado light: “Lenin fue un genial estratega revolucionario que no vaciló en asumir las ideas de Marx y llevarlas a cabo en un país inmenso y solo en parte industrializado, cuyo partido proletario se convirtió en el más radical y audaz del planeta tras la mayor matanza que el capitalismo había promovido en el mundo”, escribió en uno de sus últimos artículos publicado en el portal de Internet Cubadebate con motivo de los 70 años de la victoria soviética contra el nazismo.

    Luego, por si quedaban dudas, agregó: “Los 27 millones de soviéticos que murieron en la Gran Guerra Patria, lo hicieron también por la humanidad y por el derecho a pensar y a ser socialistas, ser marxistas-leninistas, ser comunistas, y a salir de la prehistoria”.

    Al parecer, Fidel hizo suya “El necio”, la canción de Silvio Rodríguez más escuchada en estos días: “Yo me muero como viví”.

    Información Nacional
    2016-12-01T00:00:00