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    Un insólito camino

    N° 2046 - 14 al 20 de Noviembre de 2019

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    Si uno pone empeño y responsabilidad al abrir el cofre de los recuerdos del tango, y revuelve con cierta insistencia, descubrirá incontables circunstancias insólitas que, tal vez por el paso del tiempo que tantas cosas devora, muchos hoy desconozcan.

    En 1964, época muy poco propicia para el tango, se estrenó el documental Historia de un ídolo, basado en la vida de Carlos Gardel. La película tiene un fragmento musical central —llamado técnicamente “música incidental”— compuesto un año antes por Héctor Chupita Stamponi. Ese fragmento acompaña las imágenes del sepelio del cantor, respaldando el recitado del poema Muerte y entierro de Gardel, de Raúl González Tuñón, a cargo del entonces notorio Julio Jorge Nelson.

    Debe decirse: nada de eso parece inusual o sorprendente.

    Sin embargo, Stamponi, que creó ese fragmento un año antes, lo aprovechó, extendiéndolo, incluso antes del estreno de la película, para dibujar en el pentagrama El último café, un tango al que su amigo Cátulo Castillo puso letra de inmediato y que fue estrenado a fines de 1963 por el cantante Raúl Lavié. Con su propia orquesta Chupita lo acompañó en la presentación del tema en el Gran Concurso Odol, que ese año fue televisado y que ganó con gran apoyo popular.

    Ah, lector, si cree que eso fue todo, se equivoca.

    Hay unas declaraciones grabadas de Stamponi que exponen otra peripecia poco común: —Éste es el único tipo capaz de cambiar un tema delante de sus autores y no darle vergüenza.

    Obvio, se refería a Lavié, quien justificó su audacia: —Era una época en que los tangos, para competir, debían “abolerarse” un poco, hacerse más románticos. Tiempos de los primeros festivales de la OTI, años en que un éxito arrasador era Amarraditos. Solo le di ese sutil toque, y en los ensayos lo fui metiendo, aunque, para ser fiel a la verdad, el propio Stamponi, ¡y ni que hablar de Cátulo, con su letra!, había creado una melodía diferente a la mayoría de las suyas, ya con un toque que permitía, sin mucho esfuerzo, aproximarlo a un bolero. Significó mi primer éxito en el tango; la gente lo unió a mí, en una reacción general, y por años no pude sacarlo del repertorio.

    —Llega tu recuerdo en torbellino, / vuelve en el otoño a atardecer. / Miro la garúa / y mientras miro, / gira la cuchara del café…

    La última vez que Lavié grabó este tango fue en 1997, acompañado por la orquesta de Osvaldo Piro, aunque lo ha seguido cantando a lo largo y ancho de escenarios de toda América Latina, e incluso de Europa y Japón. Tal vez sin alcanzar la perfección del estilo de este cantante, la popularidad de El último café hizo que, al paso de los años, lo grabaran también, entre otros, José Basso con Jorge Durán, Juan D’Arienzo con Jorge Valdez, Héctor Varela con Ernesto Herrera, el Sexteto Tango con Jorge Maciel, el Sexteto Mayor en una versión instrumental y, como solistas, Hugo del Carril, Néstor Fabián, Rosanna Falasca, Susana Rinaldi, Roberto Goyeneche, María José y Jorge Falcón.

    Quien esté leyendo esta columna imaginará, sin equivocarse, que El último café tuvo también múltiples versiones de intérpretes melódicos, la mayoría mexicanos, venezolanos y cubanos, y algunas que podríamos llamar exóticas de brasileños, norteamericanos y… ¡hasta japoneses, apoyándose en el recurso de la fonética!

    Héctor Stamponi y Cátulo Castillo ganaron mucho dinero por concepto de derechos de autor con este tema; no obstante, su colaboración fue extensa y, aunque —al decir de Camilo Cela— “los gustos sobre el arte son cosas que van por provincias”, entre sus obras figuran varias de mayor valor que este “abolerado tango”, entre las cuales destacan Aquí nomás, El trompo azul, El último cafiolo, En el dos mil, Ventanal, Perdóname, Canción de Ave María, el vals Delantal y la balada Tenés servido el té.

    Para cerrar tamaños recuerdos con una pizca de humor, es probable que se disfrute esta anécdota sobre El último café que relató, poco antes de morir, el propio Stamponi: —Cierta vez, en un café, tuve que acompañar a un ignoto cantor que justo quiso hacer ese tango. Fue horrible, me deshizo los oídos. Al terminar, vino entusiasmado, con grandes expectativas, a preguntarme qué me había parecido su versión. Y yo no pude con el genio y le dije, con una mirada muy seria: “Mire, si yo hubiera sabido que usted lo iba a cantar alguna vez… ¡no lo hubiera compuesto ni loco!”.

    —¡Lo mismo que el café, / que el amor, que el olvido! / Que el vértigo final / de un rencor sin por qué. / Y allí con su impiedad / me vi morir de pie, / medí tu vanidad y entonces comprendí / mi soledad sin para qué. / Llovía y te ofrecí… el último café.