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    Un patriota, un idiota

    Columnista de Búsqueda

    A las 9.01 de la mañana del 30 de diciembre de 2006, la banda terrorista ETA hacía estallar una camioneta llena de explosivos en el estacionamiento de la recientemente inaugurada Terminal 4 de Barajas. La explosión derrumbaría varias plantas del edificio y dejaría cerca de 20 heridos y dos muertos. Los asesinados fueron dos ciudadanos ecuatorianos que, esperando a sus familias que llegaban a pasar las fiestas, habían pasado la noche en sus vehículos en ese estacionamiento del aeropuerto.

    Comentando el atentado en su columna televisiva, el periodista español Iñaki Gabilondo señalaba que el de ETA era “el terrorismo de los ricos contra los pobres”. También que aquello por lo que peleaba ETA, ya con más de 800 muertos en la mesa y mirando mas allá de las declaraciones altisonantes de sus aliados, era poca cosa más que asumir las decisiones sobre cómo administrar un territorio. Eso, cerraba Gabilondo su comentario, no podía valer ni siquiera una sola vida.

    De una premisa similar parte Fernando Aramburu en su libro Patria, convertido en un best seller en España durante los últimos meses, donde ha pasado largamente los 500.000 ejemplares vendidos. En la novela —editada en Uruguay por Planeta a fines de 2017— Aramburu no se interesa por las indagaciones políticas en su sentido más clásico. Si bien en el libro queda claro que la violencia terrorista le parece tan absurda como brutal y delirante, no le preocupa indagar en los motivos estrictamente políticos, en las supuestas “razones” que esgrimen quienes creen que en una democracia es válido disparar a la nuca de quienes piensan distinto. En Patria, en cambio, Aramburu se preocupa en indagar de qué manera esa convicción y las acciones derivadas de esa convicción, destruyen por completo la convivencia, las amistades, las relaciones, las familias y hasta el aire que se respira en ese sitio en donde, monstruosa, se implanta.

    Nacido en San Sebastián en 1959, Fernando Aramburu no es en absoluto un recién llegado a las letras. Tras estudiar en la Universidad de Zaragoza, recibirse de filólogo y editar una revista, se trasladó en 1985 a Alemania, en donde reside desde entonces. A partir de ese momento ha publicado las novelas Fuegos con limón (1996), Los ojos vacíos (2000), El trompetista del Utopía (2003), Bami sin sombra (2005), Viaje con Clara por Alemania (2010), Años lentos (2012), El gran Marivián (2013), Ávidas pretensiones (2014) y, finalmente, Patria; además de los volúmenes de cuentos No ser no duele (1997), El artista y su cadáver (2002), Los peces de la amargura (2006) y El vigilante del fiordo (2011). También ha incursionado en el ensayo, la narrativa infantil y la poesía.

    Pese a su extensa obra, nada hacía prever el impacto que tendría su novela Patria en el espectro literario español. O quizá sí, pero no por razones artísticas sino por, no es raro, razones políticas. Es difícil separar su novela de la proliferación de películas, libros y documentales que aparecieron en el panorama mediático y cultural español luego de que ETA anunciara el cese definitivo de su actividad armada, el 20 de octubre de 2011. “Ha sido tremendo. Me he tenido que pellizcar para ser consciente de que no estaba metido en un guion exagerado —declaraba el escritor donostiarra en una entrevista reciente que le realizara la revista XL Semanal en su casa de Hannover—. Mi libro, que es el resultado de años de trabajo aquí en este sitio solitario, ha recibido premios y ha tenido una repercusión enorme. Es algo que no se podía prever.” Patria ha ganado el Premio Francisco Umbral, el Premio Euskadi de Literatura en Castellano y, muy especialmente, el Premio Nacional de Narrativa 2017.

    Al tiempo, Aramburu ha sido claro sobre los vínculos entre la política y su texto: “Mi temor cuando publiqué Patria era que una sola línea pudiera ofender a una víctima. Sería para mí insoportable. Ellos son los protagonistas. Por eso no me gusta cuando la política se apropia indebidamente de la novela. No puede convertirse en publicidad para el programa electoral de ningún partido. No debe ser usada con propósitos ideológicos”.

    Bajo su apariencia simple, Patria es un artefacto complejo. Su propio planteo, el de centrarse en el conflicto humano y hacerlo desde la mirada de cada uno de sus personajes, tiene algo de arriesgado en un tema que siempre se ha tratado antes que nada desde trincheras ideológicas. Esto no quiere decir que Aramburu no asuma un punto de vista en su novela. Lo ha dicho en varias entrevistas, su punto de vista es el de las víctimas. No se traduce en una novela política. O, en todo caso, se trata de una novela política solo en la medida en que una ideología, en este caso el nacionalismo radical, es capaz de desintegrar las esencias más básicas del vínculo social. ¿Cómo las desintegra? Pues cuando uno o varios de los miembros de una comunidad señalan a otros de sus miembros como blancos en una lucha que, para esos señalados, no existe o no es relevante. Se desintegra cuando unos miembros de la comunidad recurren al chantaje, al acoso y, finalmente, al asesinato de sus vecinos como forma de lograr unos objetivos políticos.

    No es casual que el instante inaugural de la novela de Aramburu sea el instante en que ETA anuncia oficialmente su final, su cese definitivo. No lo es porque es ese el momento en que la acción pasa a ser relato, en que comienza la batalla por ver quién escribe no ya la historia de esos crímenes, sino quién escribe cómo serán esas nuevas conexiones, esos nuevos vínculos personales, una vez desaparecida la amenaza de unos sobre otros.

    Por supuesto, en Patria también aparecen retratados los excesos policiales y la tortura a la que fueron sometidos algunos de los detenidos de ETA. Pero eso no implica que Aramburu se coloque a igual distancia de víctimas y victimarios o que entienda que víctimas son todos. Por eso, lo que abunda en la novela es la cobardía corriente, la del vecino silencioso que abandona a sus viejos amigos por simple comodidad o temor a significarse. También el “activista” que envía al muere a sus amigos y vecinos más jóvenes, sin mojarse jamás en persona. Ese “activista” que señala blancos entre los vecinos, que lo hace en muchos casos guiado por una inquina personal que no tiene nada de política.

    Esa lógica, que funciona como motor del terror, ya había sido descrita por el escritor argelino Yasmina Kadhra en su novela Los corderos del señor. Ambientada en la Argelia que a finales de los noventa del siglo pasado comenzara a ser devorada por el fundamentalismo islámico, Kadhra cuenta en su novela cómo, bajo la apariencia del conflicto político o religioso, con la coartada de estar en medio de un proceso revolucionario, lo que guía las acciones de muchos de los terroristas (y también de los advenedizos que aplauden y jalean sus gestos y acciones) suele ser la más pura y dura venganza personal.

    La tarea de Aramburu en Patria es, entonces, arrojar luz sobre cómo se produce ese proceso que parte en dos a las comunidades, cuáles son los resortes íntimos, vinculares, que se disparan bajo el manto de “la lucha contra el opresor”. Porque es justo en esa destrucción íntima en donde se terminan pudriendo los lazos que dan sentido colectivo a una comunidad, por mucho que los asesinos aseguren estar luchando por ella sin jamás consultarla.

    Patria, de Fernando Aramburu, Tusquets Editores, 2016, 648 páginas, $ 750.

    Vida Cultural
    2018-03-22T00:00:00