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    Un tema recurrente

    Nº 2214 - 23 de Febrero al 1 de Marzo de 2023

    Pensábamos destinar esta columna a las recientes elecciones del Ejecutivo de la Asociación Uruguaya de Fútbol, tema que dejó de manifiesto una declarada puja entre los distintos sectores que participaban de ella (que ya no son solo los equipos de la Primera División, como ocurría en otros tiempos). Y cuya tensa dilucidación implicara desde una parcializada injerencia de la Conmebol, en favor de uno de los candidatos, hasta una inusual —aunque irrelevante— instancia judicial. Cabe recordar que en agosto del 2018 la FIFA dispuso la intervención de la AUF, con el expreso cometido de aprobar un nuevo Estatuto que “dé transparencia operativa y comercial a la AUF, otorgue participación a la mujer y permita la inclusión de todos los actores relevantes del fútbol”. El Comité interventor —presidido por el entonces senador Pedro Bordaberry— llevó a cabo los ajustes requeridos y, concluida su labor, la AUF retomó su funcionamiento normal. Sin embargo, tenemos la impresión de que, aún con su actual integración ampliada con representantes de todos sus diversos estamentos —aunque con un peso electoral diferente—, los intereses económicos siguen siendo decisivos en el ámbito de la AUF y, correlativamente, también en la pugna por su apetecible Presidencia, hoy muy generosamente remunerada por la propia Conmebol. Por tal razón, hemos optado por no ahondar en ese intrincado juego de intereses contrapuestos. Confiando sí en que el reelecto presidente, Ignacio Alonso, pueda restañar las heridas abiertas, y lograr el consenso necesario para concretar los objetivos que prometiera.

    En su defecto, insistiremos en un tema recurrente en nuestras columnas, y al que aludimos tangencialmente al final de la última (que lógicamente versó sobre la ponderable actuación de nuestra Selección en el reciente Sudamericano Sub-20). Escribimos entonces que “en varios partidos (del fútbol local) se han dado gruesos errores arbitrales no corregidos por el VAR. Sea por su propia inacción, o por la falta de consulta del juez del partido”, advirtiendo que con ello se veía defraudada “la expectativa que había generado su incorporación”. Y lo que luego ocurriera en algunos partidos de esta segunda fecha del torneo “Apertura” no ha hecho sino ratificar lo que entonces señalamos.

    Somos parte de quienes se ilusionaron con la aparición de esta tecnología en el mundo del fútbol y bregamos en primera fila para que ella pudiera instalarse en nuestro medio. Tanto fue así que la primera de nuestras columnas en Búsqueda (en el mes de mayo de 2018) llevaba el título de “Aquella mano de Dios”, en obvia referencia al por siempre recordado gol de Maradona ante Inglaterra en el Mundial de 1986, convertido con la mano, sin que esa infracción fuera advertida por quienes arbitraban ese cotejo. Y acotábamos que ello no hubiera acontecido, y la conquista se habría anulado, de haber existido por entonces el VAR (el que, como es sabido, oficialmente se aplicó recién en el Mundial de Clubes del 2016). Con posterioridad fueron varias las columnas dedicadas al tema, correlativas —obvio es decirlo— a polémicas motivadas por fallos arbitrales cuestionados por quienes se vieron afectados por ellos. Por citar una de ellas, en julio de 2019, apenas finalizada la Copa América en Brasil, cuando nuestra Selección quedó eliminada ante Perú, en un partido en el que, con la convalidación del VAR, se le anularon tres goles; dos de ellos (a juicio de la inmensa mayoría de nuestra afición) totalmente lícitos.

    En lo que concierne al plano interno, la efectiva incorporación de esa tecnología tuvo altibajos. Así en la temporada oficial del año 2021 el VAR funcionó solo si los equipos que debían enfrentarse se ponían de acuerdo en ello. En rigor, recién en marzo del año siguiente (en vísperas de un clásico a jugarse en el “Campeón del Siglo”, y en un clima enrarecido por duras protestas de la dirigencia tricolor, por un arbitraje reciente que consideró perjudicial para sus intereses) el VAR tuvo su presentación oficial y una participación importante, corrigiendo un par de errores en jugadas decisivas. Desde entonces, cada vez con mejores medios para cumplir con su cometido, el VAR ha estado presente en todos los partidos oficiales de nuestro medio, y obviamente también en los del resto del mundo. Ello empero, los avances tecnológicos —que fueron paulatinamente mejorando su potencial— no fueron bastantes ni suficientes para garantizar la absoluta certeza de sus pronunciamientos. Y ello por cuanto, en última instancia, existe un factor humano (falible por naturaleza) tanto en quienes lo operan desde las cabinas como en aquellos que, arbitrando dentro del campo de juego, apelan a su concurso según su libre arbitrio; reservándose, en todo caso, el inalienable derecho de aceptar o no las indicaciones que reciben.

    Son muchos los ejemplos en los partidos que se han dado en los últimos tiempos, como para pasar revista puntual a todos ellos. Pero marcaremos las principales objeciones. La primera, es la excesiva demora en la revisación de las jugadas dudosas, lo que sin duda se evitaría si, una vez advertido de un posible error de apreciación, el juez acude de inmediato a revisar la jugada en el monitor, para luego adoptar la decisión que estima correcta. Otra —que corre casi en paralelo— es la entidad de las infracciones que el VAR pone bajo su órbita de acción, las que deberían revestir cierta magnitud. A nuestro juicio, no tiene sentido propiciar la revisión de una jugada en la que la pretendida infracción no aparezca en forma clara e indiscutible, de modo que su no percepción por parte del juez dentro del campo, constituye un error manifiesto, que debe ser imperiosamente subsanado para asegurar la justicia del resultado (esto acontece frecuentemente en casos de adelantamientos mínimos, sancionados como “fuera de juego”, en especial, si la jugada termina con la anulación de un gol). Y también discrepamos con el hecho de que, dentro de las áreas, se mida con distinta vara algunas manos que rozan el balón en circunstancias harto dudosas, en tanto indefectiblemente queden sin sanción un alto número de agarrones o empujones, que se dan indefectiblemente ante toda ejecución de un tiro de esquina o una falta cercana. Se ha alegado que, si así se hiciere, los jueces estarían cobrando un penal tras otro en cada cotejo; aunque creemos que bastaría con sancionar uno solo, para que esa práctica tan habitual desaparezca como por arte de magia.

    En suma: sostenemos la utilidad del VAR, si es aplicado con mayor racionalidad y presteza. Aún con la irremediable comprobación de que el festejo de un gol, por parte de los actores del partido o de quienes concurren a este (y no tienen forma de ver lo que se revisa) se dilate unos cuantos minutos, o incluso termine quedando sin sentido, por una infracción que no vieron y ni siquiera imaginaron. ¡Lo que, obviamente, le quita a quien concurre al fútbol buena parte de su encanto!