Nº 2186 - 11 al 17 de Agosto de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCuántos misterios reserva la memoria cuando despierta. Escapando de una distracción, hace un par de días ocurrió en la mía con una línea, apenas, de un poema que al principio no reconocí: Cuántos, cuántos años han pasado, / grises mis cabellos y mi vida…
¡La letra de un tango! Y, por ella, un aluvión de emociones agolpadas me retrotrajo a una impresionante historia de amor, de la que entonces recordé haber escrito más de una vez y que, sin embargo, por la necesidad de búsqueda de detalles, entendí que no la había contado en toda su dimensión.
El quedarse solo en matices esenciales es común cuando vuelven a la mente imágenes y palabras sobre grandes amores que nos han sido expuestos, desde el relato de hadas abrillantado de Mujer bonita, a la espléndida y compleja peripecia de triste final de Lo que resta del día, a novelas cálidas e inocentes como Sensatez y sentimiento de Jane Austen o a los dramáticos episodios poetizados por Alfonsina Storni o Cesare Pavese.
Y si es verdad que el tango ha reflejado la vida de cada una de sus épocas, anidan en él multitud de “novelas de amor”.
Pero aquella frase me llevó solo a una incomparable historia, acerca de la cual ahora dispongo de más matices para describirla como extraordinaria, digna de la pluma más imaginativa en la que pueda pensarse.
Susana Gricel Viganó, hija menor del matrimonio de Egidio Viganó y Maruca Andersen, propietarios de una posada en Capilla del Monte, Córdoba, tenía 15 años cuando fue invitada por Nelly y Gory Omar, amigas de la familia, a viajar a Buenos Aires para asistir a una de sus presentaciones radiales. El destino quiso que Gricel —bellísima adolescente de claros ojos— conociera entonces a un apuesto locutor llamado José María Contursi, hijo de Pascual, padre del tango canción. Corría 1935 y José María, nueve años mayor, estaba casado con Alina Zárate y tenía una hija, Alicia. No obstante, surgió una mutua atracción, promesas ardientes y luego cartas sublimes que surcaron la distancia.
Volvieron a verse en 1938. Contursi fue afectado por una enfermedad pulmonar, le recomendaron los aires sanadores cordobeses y nuevamente aparecieron en escena las hermanas Omar. Por su gestión, José María fue a hospedarse unos meses, solo, a la posada de los Viganó y pasó lo inevitable: Gricel y él fundieron en realidad su pasión. Cuando el poeta regresó a Buenos Aires, se las ingenió mientras pudo para volver a Capilla del Monte, hasta que, ante el nacimiento de otro hijo con su esposa, en 1942 lo venció el peso abrumador del daño que comprendió, más allá de sus sentimientos, estaba haciéndole a Gricel y se alejó abrupta y definitivamente.
Del sufrimiento de Gricel solo quedó, rescatada por historiadores argentinos, una breve carta de su ahora lejana pareja: “Querido José María: Hace mucho que no tengo noticias tuyas. Ni una carta diciéndome al menos que estás vivo. Me siento inquieta, asustada. ¿Qué debemos hacer con este amor? ¿Todavía me quieres?”.
Si hasta aquí la historia parece extraordinaria, lector, sepa esto: Contursi mantuvo la separación durante más de 20 años, durante los cuales, prácticamente todos sus tangos, de un modo u otro, reavivan aquel recuerdo doloroso. Y hay una curiosidad: el primero que compone, en 1939, es Quiero verte una vez más, al que siguen En esta tarde gris, Sin lágrimas y Toda mi vida. Recién en 1942, con música de Mores, crea Gricel, y de alguna forma, al revelar el nombre, hace público lo que, a decir verdad, ya muchos conocían y, tal vez, deformaban en versiones fantasiosas. Luego siguen, entre otros y en interminable sucesión, Sombras nada más, Cada vez que me recuerdes, La noche que te fuiste, Tabaco y Garras.
Pero se produce lo inesperado.
En 1957 Contursi enviuda, ya con cuatro hijos, y se refugia en el alcohol y la bohemia. Gricel, mientras tanto, que se había casado con un cordobés, se divorcia. Ninguno sabe nada del otro. Es un amigo mutuo, Ciriaco Ortiz, quien, enterado de los hechos, convence a Gricel de un encuentro con José María en Buenos Aires. Se reavivan las cenizas vivas del viejo amor, se casan el 16 de agosto de 1967 y se radican en la querida Capilla del Monte. Alcanzan a vivir felices pocos años; el inspirado letrista pierde la razón a causa de sus excesos con la bebida y muere en 1972. Ella lo sobrevive dos décadas.
Ansias de vivir para tu amor / y no poder…