Nº 2268 - 14 al 20 de Marzo de 2024
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáComo director del influyente monasterio de Clairvaux, Bernard se relacionó vivamente con todas las clases de la población y abrió el camino para influir en las autoridades en nombre de los intereses e ideales de la Iglesia. Bernard se vio impulsado en parte por su popularidad a interferir en los asuntos de la Iglesia y del Estado “considerando todos los asuntos de la iglesia como suyos”; interfirió en todo, lo que provocó el descontento de las autoridades y del clero, los reproches de los papas, quienes le señalaron que “un monje no tiene nada en común con las catedrales y la realeza de corte”, y reveló una gran capacidad de intriga. Viajando por el sur de Francia, Bernard luchó con los herejes, se esforzó por exponerlos en sus escritos, lanzando contra ellos acusaciones no verificadas, sospechando de su moralidad, señalando persistentemente el fuego que les esperaba y el deber de las autoridades seculares de perseguirlos, así como a los infieles: “Es mejor que ellos maten antes que dejar que la espada cuelgue sobre la cabeza del justo”.
Su cruzada intelectual, que así es adecuado llamarla, tuvo varias líneas que terminaron por confluir en la presentación de la libertad como un elemento de construcción en el diálogo del hombre con la voluntad y el amor de Dios. Decía Bernardo de Clairvaux que, en las cosas naturales, la vida no es lo mismo que el sentimiento, el sentimiento no es lo mismo que la atracción y la atracción no es lo mismo que el consentimiento. Lo explica de modo suficiente, encadenando definiciones al modo de los retóricos de tiempos de Quintiliano: “¿En cada cuerpo hay vida, un movimiento interno y natural que solo tiene fuerza dentro? El sentimiento, el movimiento vital del cuerpo, tiene poder en el exterior. Una vez más, la atracción natural es una fuerza en un ser animado, característica de los sentimientos que se esfuerzan con avidez por moverse. Y finalmente, el consentimiento es un acto arbitrario de la voluntad (voluntas) o incluso (que, como recuerdo, dije antes) una propiedad del alma, libre en sí misma (habitus animi, liber sui). Además, la voluntad es un movimiento racional que exige sentimiento y atracción. Cualquiera que sea el rumbo que tome, siempre tiene como compañera a la razón, que de alguna manera le sigue los talones”. Esto no significa que actúe siempre movido por la razón, sino solo que nunca se mueve sin razón, de modo que hace mucho por la razón, contra la razón, es decir, con su ayuda, pero contra su consentimiento o juicio.
Considera que es un hecho central de la vida libre el uso de la razón; es en ese plano donde la sinapsis trascendente tiene lugar. Lo reclama con energía: “Se da razón a la voluntad para instruirla y no para frustrarla. Y la molestaría si la confrontara con la necesidad (necessitas) para que no se creara libremente a su propia discreción (arbitrio), o aconsejándole que se dejara llevar por el mal y no siguiera al espíritu, para que pudiera estar sujeta a los impulsos animales e incluso comenzar a perseguir todo lo que es del espíritu de Dios, ya sea impulsándola al bien, siguiendo la gracia y haciéndola espiritual, y discutiendo todo esto y no siendo juzgada por nadie. Si, digo, la voluntad, bajo la prohibición de la razón, no puede hacer nada de lo anterior, ya no puede ser voluntad. Porque donde hay necesidad no hay voluntad”.
Afirma que si algo se hace bien o mal por necesidad y sin el consentimiento de la voluntad como tal, entonces un ser racional no debe ser considerado pecador o no puede ser completamente justo, porque en ambos casos lo único que lo hace pecador o justo es lo único que lo hace pecador o justo, es decir, voluntad. Sin embargo, la vida, el sentimiento o la atracción en sí mismas “no hacen que las personas sean pecaminosas ni justas. De lo contrario, tanto los árboles, por la vida, como los animales, por las otras dos facultades, podrían considerarse capaces o de pecado o de justicia; y esto es absolutamente imposible”.
Entonces, este acuerdo, debido a la irreductibilidad del libre albedrío, debido a la decisión inexorable de la razón, que siempre y en todas partes acompaña a la voluntad, se llama con mucho éxito, creo, libre elección. Libre por la voluntad y juez de sí mismo por la razón. Sostiene de modo incontestable el sentido ético del acto libre, que la libertad acompaña al juicio: pues todo lo que es libre en sí mismo, si peca, entonces juzga.