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    Versión muy correcta de una obra maestra

    Se presentó la ópera “Don Giovanni”, de Mozart, en la sala principal del Solís

    La escenografía del español Curro Carreres es utilitaria, polémica y funcional. Tres líneas de luz blanca enmarcan todo el escenario y pasan al rojo en los momentos tenebrosos del segundo acto, con la voz o el espíritu del Comendador muerto. La puesta es despojada y rústica. Algunas sillas y tres mesas de colocación variable, separadas o juntas, van formando una gran mesa de banquete. Un telón semitransparente en algunos momentos divide en dos la profundidad de la escena, permitiendo la simultaneidad de acciones que ocurren en sitios diferentes: mientras afuera Leporello cuenta sus cuitas, adentro Don Giovanni le hace el amor a una doncella; mientras Don Giovanni seduce a Zerlina, al fondo pasa el cortejo fúnebre del Comendador.

    Detrás de ese telón, el decorado es simplemente alfalfa apilada sobre una pared de fondo y sobre el piso, cuyo color resulta un excelente vehículo de contraste con el vestuario. Todo está siempre muy bien iluminado por el diseño de Carlos Torres. En cambio, la proyección de imágenes en diapositivas sobre el fondo no agrega nada, sino que desentona con la estética general y distrae la atención. Carreres es también el vestuarista. Y viste a sus personajes principales a la moda de 1940, lo cual arroja como resultado cierta inconsecuencia con el vestuario de Masetto, quien parece un campesino escapado del siglo XIX.

    En el elenco no hay grandes voces, pero esa aparente carencia deviene finalmente en un bienvenido equilibro de equipo donde, como es obvio, igual existe lugar para algunos destaques. La voz de mayor intensidad dramática es, al menos en esta función del 17 de agosto, la de la soprano italiana Joanna Paris (Donna Anna), con un punto altísimo en el recitativo en que relata a Don Ottavio quién mató a su padre. También excelente fue su canto en una cuerda de dulzura y no de tragedia en el aria “Non mi dir bell’idol mio”, sobre el final del segundo acto. La soprano uruguaya María Antúnez (Donna Elvira) comenzó con cierta aspereza en la emisión y fue gradualmente mejorando hasta salir muy bien parada en el aria “Mi tradi quell’alma ingrata”, del segundo acto.

    Por su parte, el barítono uruguayo Marcelo Guzzo (Don Giovanni) no tiene un caudal generoso, pero lo compensa con un hermoso color de voz y con una notable teatralización de su personaje. Es un galán creíble, sensual y descarado. El bajo argentino Lucas Debevec-Mayer (Leporello) también hizo gala de su apostura y compuso su personaje en una cuerda muy similar a la de su patrón, más como compinche que como sirviente sumiso, lo que puede anotarse como un descuento a la puesta.

    El vestuario de ambos contribuyó, a veces, a esa confusión. En lo vocal, Debevec fue siempre correcto, aunque se mostró tenso en su aria más famosa (“Madamina, il catalogo è questo”), donde pareció incómodo con el tiempo algo metronómico del director.

    Además, el tenor uruguayo Martín Nusspaumer (Don Ottavio) tuvo un desempeño muy destacado. En el primer acto exhibió un caudal adecuado y también un timbre dulce. Y, aparte, sorteó con soltura los difíciles intervalos del final en el aria “Dalla sua pace”. En el segundo acto, en tanto, culminó muy bien el aria “Il mio tesoro”. El bajo polaco Alexander Teliga fue una voz muy adecuada para el Comendador. Y los uruguayos Nicolás Zecchi y Marianne Cardoso (Masetto y Zerlina) cumplieron sus partes con sobriedad.

    La orquesta, bajo la batuta de Carlo Tenan, tuvo altibajos, desde una Obertura carente de dramatismo hasta un final de gran intensidad en el que pareció un hallazgo de sonoridad la colocación del coro en dos palcos altos sobre el escenario. A propósito, brillante fue el coro De Profundis, a cargo de Cristina García Banegas. Entre esos dos extremos de rendimiento, Tenan fue siempre prolijo, y su severa marcación impidió caídas de tensión durante los recitativos. Debe reprochársele, sin embargo, no haber trabajado más en el empaste sonoro de las cuerdas con los bronces.

    La impresión que deja este “Don Giovanni” es la de una enorme corrección. Y eso es mucho cuando se aborda una ópera de esta exigencia vocal y musical donde casi no hay un espectador que no lleve en sus oídos los ecos de alguna ilustre versión grabada.