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    Vos y yo en mundos paralelos

    Vuelvo de la feria muy cargada: en las bolsas se magullan las frutillas y los duraznos y mi columna se siente tan aplastada como una banana pisada por un camión.

    Entonces escucho a mis espaldas la voz de una joven mujer: “¡A vos sólo te importa tu escolaridad!”. “Escolaridad” implica estudios tomados a pecho. Apenas percibo el farfulleo del interlocutor.

    Ella protesta. Su ira resuena por la calle Maldonado; no le preocupa gritar al sol.

    Insiste: “¡Sí, te levanté de la cama y ahora me recriminás que querías seguir durmiendo! ¿Tengo que venir yo sola a la feria para que vos duermas?”.

    Es una joven pareja peleando por la repartición de las tareas domésticas. Un viejo clásico. Voy despacio en parte porque me pesan las bolsas y en parte porque el debate a mis espaldas me ha parecido de gran interés.

    Lástima que no logro descifrar los murmullos del hombre, que suenan a letanía, a queja lastimosa por los reclamos de su mujer, a queja vencida por la pérdida de la inconmensurable libertad de soltería.

    Entonces me giro disimuladamente; no puedo resistir la tentación de ver sus rostros. Son jóvenes y bellos. Y cargan bolsas con acelgas y lechugas.

    A ella la tiene sin cuidado que yo la escuche. Espeta al novio: “¡Vos y yo vivimos en mundos paralelos!”.

    Llegamos al cordón de la vereda, los tres, esperamos que pase un auto. Aprovecho para mirar a la mujer y le digo, azorada: “¡Qué hallazgo! ¡Qué claridad! ¡Es verdad: los hombres y las mujeres vivimos en mundos paralelos!”. La chica me sonríe reconfortadísima, se siente una triunfadora en la batalla. El chico continúa cabizbajo y en silencio.

    Me hubiera quedado charlando amablemente con la chica del asunto, de no haber resultado muy retro: dos vecinas haciéndose confesiones al volver de la feria.

    Es que estos días mi mente estaba muy ocupada en ese tema, barruntando las palabras de una vieja voz conocida que atribuyó el escandaloso resultado de las pruebas PISA a que ahora las madres salen a trabajar y los chiquilines quedan solos.

    Es más que probable que en lugar de chiquilines haya dicho “botijas” y en lugar de solos haya dicho “en banda”, porque es difícil recordarlo todo entre tal torrente de coloquialismos.

    Según este discurso, la crianza de los hijos depende de la hembra humana. Si esta trabaja, mala cosa para la sociedad. Es un conservadurismo extremo, sólo semejante al que mandó a las feministas a cortar chorizo para el guiso del asentamiento.

    Aquí el macho de la especie humana no cuenta como padre. Tal vez en este mundo paralelo el ideal masculino es el combatiente. Y el otro mundo, el de la hembra, cuida a la cría.

    Esta mentalidad está en un mundo paralelo obsoleto, que nada tiene que ver con el de Shangai, el de Corea o el de tantos mundos que han incorporado hace décadas a la mujer al mercado de trabajo. ¡A la mujer de clase media, pues la mujer pobre trabajó siempre!

    Muchos de mis alumnos no conocen a su padre. Pero para algunos, las madres son la causa del vergonzoso resultado de las pruebas PISA.