Avenida de Mayo al 825, setiembre de 2001. Buenos Aires aún no lo sabe, pero en tres meses llegará el estallido. Varias decenas morirán en las calles y el presidente dejará la Casa Rosada en helicóptero, para no volver. Un joven montevideano se pasea solo por Buenos Aires. Después de cenar, camina desde el hotel y poco antes de la medianoche entra al Café Tortoni, una máquina del tiempo inaugurada en 1858. Se arrima al mostrador y pide un trago que no existe: “Un medio y medio, por favor”. Le sirven una medida de vermouth y otra de caña brasilera en un solo vaso. Con el hielo enfriando su trago, agacha la cabeza al pasar por el pequeño portal y baja las escaleras. En el sótano, Alejandro Dolina ordena los papeles para una edición más de La venganza será terrible, junto a Gabriel Rolón y Guillermo Stronati. Es uno de los dream team que ha tenido un programa que había comenzado en 1985 con otro nombre y que se ha mantenido hasta hoy con otros nombres, con el Negro como común denominador.
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Hay dos razones para revivir la historia de este ícono de la radio y de la cultura argentina: el libro homónimo que celebra sus 30 años y una nueva visita de Dolina y su troupe para emitir La venganza… desde el Auditorio Nacional del Sodre, el domingo 27 en doble función, a las 17 y las 20 horas (entradas en Tickantel de $ 280 a $ 650).
El libro, editado este año por Planeta, es una biografía oficial del programa. “Alejandro Dolina presenta”, reza el encabezado de la portada, pero los nombres de los autores están en los créditos: Martín Fedele y Diego Tomasi hicieron las entrevistas y Nicolás Miguelez se encargó de escribir. El volumen, de 540 páginas, tamaño y peso considerables e impecable calidad gráfica, pasea al lector por las profundidades de esa enorme revista radial construida con un poco de comedia improvisada, bastante de historia política, social y cotidiana, algo de reality, mucho de juego de roles, microescenas teatrales nutridas de una minuciosa observación de la vida privada y abundante música en vivo. Y con el talento y el olfato de Dolina para tener siempre a su lado a los mejores partenaires.
La venganza será terrible, 30 años combina la crónica histórica con la palabra de Dolina como insumo principal, en diálogo con el testimonio de compañeros de ruta como Coco Sily, Stronati y Rolón (autor del prólogo), además de varias celebridades que son fieles oyentes del programa. Como Diego Maradona, por ejemplo: “Siempre fui noctámbulo, me cuesta levantarme a la mañana, pero también me gusta alargar los días. Muchas veces lo escuché así, cuando no quería irme a dormir, alguna vez después de una transmisión de un partido. (…) Él ve algo que los otros no vemos, te cuenta, te cuenta y te vas metiendo. A veces no sé de quién está hablando pero me gusta lo que está diciendo y me engancho”.
Marcos Mundstock, el histórico vozarrón de Les Luthiers que participó en el reciente programa televisivo —paródico y autorreferencial— Recordando el show de Alejandro Molina, rememora cuando coincidieron en su juventud en un libro de textos humorísticos llamado Los humoristas y el psicoanálisis. Destaca las dotes literarias, poéticas y musicales de Dolina (“podría haber sido intérprete profesional”) y lo sitúa en una peculiar trilogía de humoristas preferidos, junto a Woody Allen y Luis Landriscina. Afirma que “lo que hace es verdaderamente único, demasiado original en un medio tradicional”, y así remata su catarata de flores: “Posee un talento que solamente puede decirse de una manera: me hace cagar de risa”. Y lo dice Mundstock.
Rubén Rada cuenta que supo de Dolina apenas llegó a Buenos Aires en los 80, a través de sus amigos de la revista Humor, donde Dolina tenía una columna. “Uno siempre está esperando una nueva idea para hacer algo y este tipo realmente las tenía todas. (…) Era tan así que todo el mundo decía: ‘Esto va a seguir un añito y se cae, como todo lo bueno’”. Y resulta por demás interesante lo que opina Joan Manuel Serrat: “Dolina es un creador. Él usa la radio como puede usar la música o el lenguaje escrito. El descubrimiento del Ángel Gris (personaje de su libro Crónicas del ángel gris) fue para mí el descubrimiento de un gran talento literario, que él aplica constantemente en su programa de radio. Es un malabarista de la palabra y juega con ella. Y como los hipnotizadores, va tomando a la gente y la va llevando por los caminos de su imaginación”.
Además del generoso anecdotario y compendio de reflexiones sobre el arte, la cultura, la política y la filosofía, el libro aporta abundante material de archivo y memorabilia, especial para fanáticos: decenas de fotografías inéditas (encuentros con amigos, la intimidad de la trastienda de los auditorios), copias de manuscritos de guiones y una selección de libretos de programas que son pura literatura. “Yo tuve una novia…”, lanza el conductor, y todos acuden a sus puestos. Cómo destapar cañerías es una de esas breves piezas dramatúrgicas cuyas líneas iniciales son verdaderos mensajes en clave que distribuyen las coordenadas y disparan la acción:
—Dolina: Cuando viene una amiga a visitarnos, a la tarde, ¿no es cierto, amigas? ¿De qué podemos conversar? De destapar cañerías.
—Barton: Claro, porque hay un cable de acero con una bola…
—Dolina: Buenas tardes. ¿Aquí es donde pidieron un cable de acero con una bola?
—Barton: Sí, es acá.
—Dolina: Somos nosotros. Los destapadores de cañerías.
Radioespectáculo.
Ha salido por media docena de radios argentinas, y siempre ha sido un buque insignia de las grillas debido a sus siempre altos registros de audiencia. Durante muchos años La venganza será terrible estuvo en Radio Continental, más recientemente se emitió por Radio Del Plata y en los últimos años del gobierno kirchnerista, Dolina —uno de los artistas que más han apoyado públicamente a los K— estuvo en Radio Nacional. Pero el cambio de signo político en la Casa Rosada provocó que la radio pública renovara toda la grilla, y Dolina, a quien Mauricio Macri no le cae precisamente bien, volvió a pedir pase. Desde hace un año va por Radio AM 750, emisora de perfil alineado con el kirchnerismo, en la que es cabeza de cartel junto a Víctor Hugo Morales, Any Ventura y Gonzalo Bonadeo. Lo que no ha variado es su horario histórico, de lunes a viernes desde la medianoche a las dos de la madrugada. En Uruguay desde hace más de 20 años se retransmite por El Espectador, lo que permite que cada dos o tres años el programa salga desde un boliche de la rambla de Pocitos, la Sala Zitarrosa o el Estadio Centenario. La transmisión en el Centenario fue en 2005, en el marco de la Fiesta de la X, ante más de cinco mil personas, signo de la gran audiencia uruguaya que lo ha acompañado siempre.
En la última década, las giras se han intensificado, a tal punto que hoy se ha convertido en un radioespectáculo ambulante. En Buenos Aires, la convocatoria en vivo fue un constante crescendo desde aquel bodegón de paredes empedradas hasta los teatros y grandes auditorios. En ciudades como Rosario, Córdoba y Mendoza las actuaciones tienen lugar en estadios cerrados y se estima que cada año unas cien mil personas son testigos presenciales de esta venganza.
Radio de autor.
En su primer capítulo, titulado La prehistoria, el libro narra la génesis del programa, que se remonta a los inicios de Dolina en radio, a mediados de la década de 1970, cuando comenzó a participar en un espacio junto a Mario Mactas y Carlos Ulanovsky llamado Mañanitas nocturnas, dentro de un periodístico de Radio Argentina. Allí ofrecían “una variante humorística del relato periodístico tradicional”, con Dolina encarnando un personaje llamado Gómez, un movilero intempestivo y para nada confiable, que protagonizaba una sección llamada El equipo inmóvil, desde China, Rusia, Tigre, la casa de Guillermo Vilas o a bordo de un avión en pleno vuelo entre Londres y Nueva York.
Luego se cuenta la historia de Demasiado tarde para lágrimas, que salió al aire en abril de 1985 en Radio El Mundo. Solo durante un mes se emitió al mediodía y en mayo pasó a la medianoche. Desde el vamos, Dolina plasmó una dimensión autoral al espacio, y lo presentó como una creación artística, con una estructura que casi sin variaciones sustanciales lo acompaña hasta hoy, con la cultura —en el sentido más amplio— y el humor como centros de gravedad. El primer bloque presenta un relato histórico o mitológico relativo a las ideas, el arte, la ciencia o las tradiciones, que es intervenido desde el presente, desde la mirada de un occidental promedio. El segmento central comienza invariablemente con una guía de consejos hogareños, un manual de autoayuda o un texto explicativo de la conducta de los hipocampos en el Golfo de Guinea que desata una escenificación de un cuadro costumbrista, de lo más cotidiano. Ahí entran en acción los otros miembros del elenco, para encarnar los diferentes roles que demanda la situación. Dolina es el cliente que entra a la tienda a comprar una trampa para ratones. En su momento, Rolón lo atendía y oficiaba de contrapeso moral o sensato para el planteo incorrecto que disparaba el conflicto y el humor. “Yo tuve una novia” es una de esas frases-gatillo que dispara la historia y define las coordenadas de los siguientes minutos. Sobre el final, la clásica sección musical con canciones a pedido de la audiencia interpretadas por los tres artistas y con Dolina al teclado en el rol ficcional de Arnaldo Carlos El Sordo Gancé.
En 1992 el programa cambió de radio y pasó a llamarse El ombligo del mundo. Y un año más tarde se instaló en FM Tango con la denominación y el mismo formato actuales, y por el que han pasado una veintena de artistas-periodistas-conductores. En los últimos años el plantel se completa con el periodista Patricio Barton y el músico y comediante Gillespi —retornó este año— como colaboradores, y con el ingreso para el minirrecital final de El Trío sin Nombre, integrado por Manuel Moreira, Martín Dolina y Ale Dolina, los hijos del dueño del circo que también integran el grupo vocal Cabernet. Puede sonar cualquier género: rock, pop, tango, folclore, jazz, pero el final, como todo lo que funciona bien en radio, es intocable: “¡Adiós, maestrooooooo!”.