Entre sus novelas también está El presidente y la rana (2021), inspirada en el expresidente de Uruguay José Mujica. Entrevistado por una periodista en su chacra, en esta ingeniosa novela el exguerrillero se pregunta si debería revelar el más extraño de sus secretos de los años en el calabozo: sus conversaciones con una rana.
Un miércoles al mediodía y en plena mudanza, Caro de Robertis —quien también es profesora de Escritura Creativa en la Universidad de San Francisco— se conecta a la videollamada desde su cuarto provisorio en Oakland (California), ciudad donde vive junto a su esposa y sus dos hijos. Está tomando mate y detrás de ella se ven retratos de escritores que la inspiran, como Toni Morrison, Audre Lorde, Virginia Woolf, James Baldwin, Leslie Feinberg y Gloria Anzaldúa. También, pegadas a la pared, palabras escritas con un marcador que funcionan como instrucciones: soñá, escribí, amá, curá, descansá. “Ahora que tengo 49, realmente tengo que incluir la palabra descansá”, comenta entre risas. Del otro lado del cuarto, ocupando buena parte de la pared, cuelga una bandera de Uruguay.
The Palace of Eros, publicado hace unas semanas, ya es un bestseller en Reino Unido. ¿Cómo la tomó esta recepción?
La noticia de que es un bestseller fue increíble y un shock para mí. La editorial creyó mucho en el libro y lo apoyaron muchísimo. Y eso ha sido muy inspirador para mí.
Hace solo dos semanas se publicó, entonces todavía estoy viendo cómo es la recepción.
Ahora estoy empezando a hacer eventos y charlar con la gente. Y veo entusiasmo por el libro. Pero también me está sorprendiendo ver cuánta gente todavía está leyendo Cantoras por primera vez. Mucha gente. Conocí dos parejas de personas queer jóvenes que se conocieron y se enamoraron en un book club donde estaban leyendo Cantoras y Los dioses del tango, otro libro mío muy queer. Y eso ha sido tan inspirador. Se conocieron y ahora su amor, su pareja, su matrimonio gay, está todo envuelto con su experiencia del libro. Me parece absolutamente increíble. Mucha gente me está diciendo que ve su experiencia como persona queer, trans, masculina, lesbiana, en ese libro, cosa que me impacta mucho porque el libro toma lugar en Uruguay y se ocupa mucho de la historia uruguaya.
Sus anteriores cinco novelas están basadas en hechos históricos, y hay detrás mucha investigación. ¿Cómo se informó para escribir un libro sobre el goce queer?
Mis otras novelas, con toda la investigación de historia uruguaya y argentina y global, me prepararon para en este caso investigar sobre la Grecia Antigua. Leí otra vez mucha literatura antigua, romana y griega. La primera versión documentada de este mito (Psyche y Eros) la leí en cuatro traducciones diferentes. Leí muchos libros sobre cómo era la vida diaria para las mujeres en Grecia, qué es lo que se sabe y lo que no se sabe. También leí muchos libros sobre la teoría sobre género, que me ayudaron a crear en particular el personaje de Eros. Y una cosa más fue decidir que la historia transcurriera en el sur de Italia, en vez de Grecia. El sur de Italia fue colonizado por griegos, y eso me ayudó a traer temas que siempre me fascinan como escritora latina: colonización, tener un idioma perdido y experiencias como las que tiene el personaje de Psyche. Tengo antepasados italianos como muchos uruguayos, y de un lado vienen del sur de Italia donde hay ruinas de templos griegos. El personaje de Psyche podría ser mi ancestro de 2.500 años.
En 2025 se publicará Cantoras en Uruguay. Hasta ahora, el único libro publicado en Uruguay de los seis que escribió fue La montaña invisible, hace 13 años. ¿Cómo surgió esta posibilidad?
Sí, Cantoras será la segunda novela que se publicará en Uruguay; una cosa tremenda.
Me conmueve muchísimo que sea con Harta. La montaña invisible se publicó con Planeta, y es un camino muy diferente. Harta es una editorial tan independiente, tan feminista. Las personas que la manejan son voluntarias o voluntaries. Es una cosa a pulmón y una obra de mucho amor. Y me parece un hogar increíble para un libro como Cantoras.
Esto surgió porque me escribieron por Instagram diciendo que una de ellas había leído un ejemplar del libro que una amiga trajo de Estados Unidos y le había gustado. Entonces, querían adquirir los derechos para la traducción. Dije que sí, cómo no. Dio la casualidad de que yo venía a Uruguay por primera vez en cinco años y trayendo a mis hijos por primera vez en 10 años. Entonces dije: “Vengan a donde me estoy quedando”. Puse unos bizcochos y charlamos un poco. Son personas increíbles. Me inspira mucho lo que están haciendo.
Es un proyecto muy nuevo. Y para mí, muy inspirador que haya una literatura así, feminista, o queer, o queer positive, en Uruguay. Y este libro podría formar parte de ese proyecto. Me parece muy especial y muy hermoso.
¿Qué imagina que sucederá cuando empiece a circular en Uruguay?
Vamos a ver lo que pasa. Cantoras se basa en las vidas reales de personas que conozco que son mayores que yo, que eran jóvenes o adolescentes durante la dictadura, que se encontraron y formaron lazos y comunidad; una familia elegida bajo la dictadura en Uruguay. Escuché sus historias por 15 años antes de empezar a escribir el libro.
Las mujeres de Harta me contaron que aprendieron mucho sobre la historia queer uruguaya a través de Cantoras. Porque la cultura queer es una herencia que no recibimos automáticamente en nuestras familias. La mayoría de quienes somos gay o queer o trans no nos criamos en familias de las que recibimos esa herencia cultural de esa parte de quienes somos. Entonces, precisamos los libros y los proyectos comunitarios para entender de dónde venimos. Porque siempre hemos existido, pero las historias no se hacen visibles.
Ser gay en Uruguay fue algo que me cambió la vida. Fue sanar algo en mi espíritu, afirmar que puedo ser todo lo que soy: gay, uruguaya, inmigrante, también californiana. Ser gay en Uruguay fue algo que me cambió la vida. Fue sanar algo en mi espíritu, afirmar que puedo ser todo lo que soy: gay, uruguaya, inmigrante, también californiana.
Es una parte de la historia que no está documentada.
Las historias existen. Me imagino que muchas historias así existen de los años 20, de otros siglos. Siempre hemos existido la gente queer y gay. Pero claro, si no se documenta la historia, se puede perder. Cuando estaba investigando La montaña invisible, que es una novela intergeneracional de 90 años de una familia uruguaya, hice mucha investigación en la Biblioteca Nacional del Uruguay, en todas las librerías de Montevideo y Buenos Aires, en la Biblioteca de Berkeley, que tiene una de las colecciones más grandes de estudios latinoamericanos en los Estados Unidos. Leí muchos estantes de libros sobre la dictadura uruguaya. Y no encontré ni uno que retratara cómo era ser gay bajo la dictadura. Ni en español ni en inglés. La documentación no existía en esa época. Y yo sé que es una novela, una obra de ficción, pero a la vez siento que las novelas pueden tener el rol de documentar y honrar la historia.
¿La ficción es otra manera de acercar verdades?
Para mí, sí. Creo en el poder de la ficción como forma de dar voz a los silencios que existen en la historia oficial. Siento que hay muchos escritores que lo han hecho, y siento una gran deuda con ellos. Si miramos a Gabriel García Márquez, puede haber mucha imaginación, pero a la vez está escribiendo sobre las realidades políticas que han existido, que existieron y que existirán.
Sus novelas transcurridas en Uruguay o Argentina tienen en común que se centran en la intimidad de los personajes, su mundo interior durante diferentes contextos históricos.
Sí, necesitamos todos los géneros de escritura. Precisamos los libros de historia y yo dependo de esos libros para la investigación. Necesitamos la poesía. Y también la danza, el teatro, todo es hermoso. Pero yo creo que la novela ocupa un espacio muy único dentro de la cultura, que es el de retratar la conciencia interior e íntima del ser humano. ¿Cómo era ser queer en los años 70 en Uruguay? ¿Cómo uno respiraba, sentía, amaba, pensaba? Ni las películas pueden retratar la vida interior de la misma forma. Me encantan las películas, pero es un género visual. Estamos mirando a los personajes desde afuera hacia adentro. Mientras que en las novelas podemos mirar a los personajes desde adentro. Amo las novelas por esa razón.
Sus comienzos como escritora y su acercamiento a Uruguay se dieron en paralelo. ¿Cómo ocurrieron ambos?
Mis papás se fueron de Sudamérica cuando mi mamá estaba embarazada de mí. Así que emigré in utero y nací en Estados Unidos con padres uruguayos. Soy también nieta de argentinos. Pero me siento muy muy uruguaya o uruguaye. Desde los cinco hasta los 10 años viví en Suiza, que es un país muy xenofóbico. Me sentía muy diferente y no aceptada como persona inmigrante. Sentía que no era de ahí, pero entonces, ¿de dónde era? Mis padres hablaban de su país, que estaba muy lejos, al que no íbamos a volver. De sus historias, del helado de sambayón y el dulce de leche que hacía mi madre, porque no aguantaba sin esos sabores. Dentro de mi casa existía un país que no existía fuera. Lo sentía dentro de mi piel de cierta forma. En Estados Unidos hay gente que no sabe dónde está Uruguay. Piensan que está en África, confunden Uruguay con Uganda. La ignorancia acerca de nuestro paisito es impresionante. Eso contribuyó al sentido de lejanía, pero también al deseo, la familiaridad y un afecto profundísimo con la cultura. La dictadura terminó cuando tenía 10 años, y mis padres no habían hablado de la dictadura en casa.
¿Era un tema tabú?
Un silencio total. No abordaban el tema. Pero cuando volvió la democracia, mi madre se enteró de que una amiga del liceo había pasado toda la dictadura en la cárcel, una tupamara llamada Yessie Macchi. Sus amigos le dijeron que había perdido la mitad de sus dientes, que tuvo una hija encarcelada, que fue violada y torturada. Me dijo todo eso desde un lugar de trauma dentro. Por una semana parecía que había visto un fantasma, estaba muy cambiada. Yo a los 10 años no entendía nada de esto. Pero era como un sentido profundísimo de que esto tenía algo que ver conmigo y con mi sentido de arraigo en el mundo, algo que tenía que entender. Esa fue una de las primeras semillas para La montaña invisible, mi primera novela. La herencia uruguaya ha sido completamente esencial para sentir mi lugar en el mundo.
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¿En qué sentido?
Me siento inmigrante en Estados Unidos. He hecho mi hogar en California, en Oakland, esta ciudad pequeña al lado de San Francisco. Estoy criando a mis hijos acá. Es una ciudad muy progresista donde puedo criar hijos como persona abiertamente queer, mis hijos son multirraciales y acá podemos hacer nuestra vida. Pero también siempre siento que soy de múltiples lugares. La gente maneja de forma muy diferente lo que es ser inmigrante y cómo integrar sus muchas culturas. Y son preguntas interesantes a escala global hoy en día, porque las diásporas están creciendo. Cada día hay más personas uruguayas que viven en el exterior, y diásporas que llegan a Uruguay. Cómo creamos un ser íntegro y propio dentro de la experiencia de la migración es una pregunta muy relevante a la experiencia humana.
Mis padres, cuando yo tenía veintipico y había salido del clóset, me dijeron que no podía ser uruguaya y gay; que yo ya no era uruguaya porque decidí ser gay, porque esto no existía en nuestro país. Obviamente eso no es cierto.
En aquel momento quizás no lo tenía tan claro.
Me lo podía imaginar, pero si bien mis padres se fueron en los años 70, las comunidades gays estaban muy escondidas, no eran visibles. Entonces, a los 25 años volví a Uruguay buscando vida lesbiana. Conocí a una uruguaya acá en California, hija de uruguayos como yo. Le conté lo que me habían dicho mis padres, que no podía ser gay y uruguaya. Empecé a llorar. Me dijo: “Eso no es cierto, mi tía era la dueña de uno de los primeros bares gay en Montevideo. Me dio el número de teléfono, se llama Gaby. Fui a Uruguay en 2001, me quedé en la casa de mi abuela con el número de teléfono de Gaby en un papelito y la llamé temblando, buscando alguna posible conexión. No le dije que me habían dicho que era gay. No sabía qué decir. Dije que era amiga de su sobrina y que estaba acá por un tiempo. Y ella me dijo que se iba al día siguiente a un lugar que se llama Cabo Polonio, donde tenía un ranchito con amigas. Pensé: ya está, se acabó. Pero ella dijo: ¿querés acompañarnos? Así nomás. Al día siguiente estaba en camino a Cabo Polonio, y esa noche estábamos alrededor del fuego y me contaron historias de sus vidas y de la época de la dictadura. Ser gay en Uruguay fue algo que me cambió la vida. Fue sanar algo en mi espíritu, afirmar que puedo ser todo lo que soy: gay, uruguaya, inmigrante, también californiana.
Creo en el poder de la ficción como forma de dar voz a los silencios que existen en la historia oficial Creo en el poder de la ficción como forma de dar voz a los silencios que existen en la historia oficial
Fue luego de ese primer viaje a Uruguay que empezó a investigar para su primera novela, La montaña invisible. ¿Cómo fue el proceso?
En 2001 volví de Uruguay con unas valijas llenísimas de libros y empezó el camino. Me tomó ocho años, mucho tiempo para escribir, mucha investigación, también estaba aprendiendo cómo se escribe una novela y trabajando. Sentía tanta inseguridad, tanta duda de mí misma. Me costó muchísimo confiar en mi capacidad de escribir una novela. Lo que me ayudaba a superar esa inseguridad no era confianza en mí misma, porque no la tenía, sino la pasión por las historias que quería retratar. El amor por Uruguay, por la gente que había vivido estas experiencias, por la literatura, por los libros. Sentía y siento que los libros me salvaron la vida. Esa pasión y ese deseo de contribuir me ayudó mucho a superar la inseguridad que tenía.
¿Tuvo que romper barreras para abrirse camino como escritora mujer, queer e inmigrante latina?
Mil por ciento. Acá en Estados Unidos tenemos la suerte de que hay muchos escritores brillantes que son inmigrantes, latinos, mujeres, personas queer, pero a la vez es un ambiente que no está diseñado para las personas marginalizadas. Hay mucho sexismo, homofobia, xenofobia y racismo que todavía existe dentro de la industria. Acá en Estados Unidos vivo dentro de la categoría de latina. Es complicado, porque tengo ascendencia europea, como muchos uruguayos; me veo como una persona blanca en Estados Unidos, pero como cuento historias latinoamericanas, el racismo impacta en mis libros. Cuando publiqué mi primer libro en 2009, escribir un libro que era a la vez latino y queer era algo casi imposible. Las cosas están cambiando, pero porque nosotros los escritores estamos impulsando el cambio. Hay muchos escritores de los años 80 y 70 que estaban rompiendo esas barreras para que personas como yo pudieran publicar. Como todos los caminos de justicia social, es un camino continuo.
Presentarse como escritora uruguayo-estadounidense es algo que usted elige a pesar de las posibles barreras, y de tener la opción de presentarse como una persona blanca de Estados Unidos.
Sí, totalmente. Los uruguayos que tenemos la descendencia europea, acá en Estados Unidos podrían elegir la opción de vivir una vida, entre comillas, más de la categoría racial dominante. Y viene mucho privilegio con esa elección, pero para mí se pierde mucho también, se pierde demasiado. No es mi camino.
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¿Qué se perdería?
El sentido de una identidad auténtica, integral, parte de mi propio ser, mi integridad y mi dignidad como persona. Yo amo ser uruguaya. Tengo un orgullo brutal de ser persona uruguaya, me encanta ser latinoamericana, me encanta ser queer, tengo orgullo de todas estas cosas. Aunque reconozco que existen barreras sociales para gente que tiene esas identidades, son identidades magníficas.
El presidente y la rana trata de un personaje inspirado en José Mujica que dialoga con una rana mientras está preso en la dictadura. ¿Cómo se le ocurrió esta idea?
Viví por un tiempo en Uruguay en 2013, cuando Mujica era presidente; viví un año y medio con mis hijos, que eran chiquitos en ese momento y fueron a una escuela preescolar en Montevideo. Fue la época en que se legalizó el matrimonio gay en Uruguay. Todos esos cambios estaban tomando lugar. Un día leí en un diario una entrevista en la que Mujica mencionó que domesticó ranas cuando estaba en el calabozo. Y no dijo mucho, dio muy pocos detalles. Pero esto es algo que me fascinó y que se quedó conmigo. Sentí un deseo profundo de oír esas conversaciones. Porque ¿cuáles son las conversaciones que tenemos con nosotros mismos o con el mundo que nos ayudan a mantener el ánimo o que nos ayudan a preservar nuestro espíritu durante momentos durísimos en los que sentimos que la esperanza está perdida? Tenía esa idea. ¡Qué idea más extraña!, me decía a mí misma. Escribir esas conversaciones, escribir ese camino interno de la desesperación, del optimismo hacia la posibilidad y hacia un nuevo compromiso con la visión de un mundo mejor. En Estados Unidos ganó Trump en 2016 y esta idea se volvió más urgente. Sentía, veía y escuchaba el terror que sentía mucha gente de muchas comunidades, la desesperación sobre el futuro. Pensé que la experiencia que el pueblo uruguayo vivió en los años 70 y 80 y más allá, podría ofrecer algo a la gente en Estados Unidos y otras partes que sienten tentación de perder esperanza.