Es diciembre y el cerebro lo siente. Lo siente, no solo porque lo percibe en toda su magnitud, sino porque lo padece, se resiente, empieza a flaquear.
¿Es necesario ponerse metas? Tal vez sí, pero siendo flexibles y benévolos con nosotros mismos, sin presiones, sin autohostigamiento.
Es diciembre y el cerebro lo siente. Lo siente, no solo porque lo percibe en toda su magnitud, sino porque lo padece, se resiente, empieza a flaquear.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá“Cada diciembre lo sufro más. Tengo una contractura, me doblé el pie jugando al fútbol y estoy que no puedo más del estrés”, dice alguien en la oficina. A lo que otro responde: “Anoche, no me podía dormir del acelere que tengo”.
Lo sabemos todos, diciembre no es un mes más en el calendario. Y en este 2024, ya sea por la maratón electoral, los cambios bruscos de temperatura o los movimientos astrológicos, parece existir un agotamiento generalizado, que puede derivar en algún brote alérgico, insomnio, un estado gripal sin mucha explicación, un mal movimiento que termina en lesión, o cualquier otro cuadro de una larga lista de consecuencias que trae aparejado el estrés fuera de control.
La locura de diciembre tiene varias causas. Al ser el último mes del año lectivo, la fatiga acumulada alcanza sus mayores niveles. Se suceden, una detrás de otra, las fiestas de fin de año escolares, las graduaciones de los bachilleratos (esto en el hemisferio norte no sucede), las despedidas del trabajo, de diferentes grupos de amigos, de compañeros del club, de excompañeros del liceo, de excompañeros de la escuela. En las oficinas, comienzan los cierres de año, los balances, los números especiales; la zafra del comercio se dispara y todo el movimiento en torno a esta actividad está en su pico más alto. En la calle, la Navidad se apodera de la atmósfera y los centros comerciales y las tiendas ya no saben qué hacer para estimular la compra de regalos. Las finanzas personales se acercan al rojo. El tránsito es un descontrol.
¿Hay alguna manera de detener esto?
A esta altura el cerebro ya está bastante afectado y lo único que atina es a defenderse y sobrevivir. Difícilmente se le pueda pedir que diseñe una estrategia para evadir lo que viene dado, establecido y bien estructurado desde hace décadas.
Quizás, lo único que podemos hacer es empezar a elegir lo que queremos y descartar lo que no queremos, sin culpas ni descortesías. Por ejemplo, están quienes aman las reuniones y despedidas de fin de año, que esperan por esas instancias para ver gente que ven poco, para tomarse unos tragos, tirar unos pasos y divertirse. Del otro lado están los que las odian; y este grupo se divide entre los que van igual porque sienten la obligación y la pasan mal, aumentando sus niveles de cortisol, y los que optan por una solución más sana, que es no hacer lo que su cerebro afectado y casi frito los quiere obligar a hacer.
Hay otra tendencia propia de diciembre y es el tan mentado tema de las metas. Al llegar esta altura del año, muchos evalúan si han conseguido cumplir los propósitos para los siguientes 12 meses que se habían planteado el diciembre anterior. Es un momento difícil, porque si el resultado de esa evaluación es positivo, el escenario es uno, pero si es negativo, será entonces otro golpe para el castigado cerebro de diciembre.
Entonces, ¿es necesario ponerse metas? Tal vez sí, pero siendo flexibles y benévolos con nosotros mismos, sin presiones, sin autohostigamiento.
Como ejemplo, podemos ensayar una meta que actúe en favor de nuestra tan vapuleada salud mental. Esta podría ser: para el 2025 me propongo ser yo, ser auténtico, mostrar mi verdad y dejar de vivir condicionado. No tener miedo. Encontrar la oportunidad en esas situaciones de mi vida que a priori parece que me están lastimando o perjudicando. Ya no intentaré adaptarme a los demás solo para pertenecer, comprometiendo mi libertad y mis valores.
No será la meta más popular y optimista, pero si la alcanzamos, seguro nos hará llegar al próximo diciembre un tanto más livianos.