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En este sentido, subrayó que “educar es frustrar amorosamente, porque si el chico no se frustra, no aprende a autorregularse y eso es lo que nos hace humanos, de otra manera somos como animalitos”. Este proceso se debe dar desde la infancia. “Decir que no no es atentar contra la libertad o felicidad del chiquilín, al contrario, es ayudarlo a que mañana pueda decirse que no a sí mismo. Pero hoy los padres tienen miedo a decirles que no a los hijos porque tienen miedo de que los dejen de querer. Entonces, los chicos no tienen esa frustración por parte de los padres, por lo tanto, no tienen autocontrol, hacen lo que quieren y después nos escandalizamos de las cosas que pasan, como en la serie Adolescencia”, manifestó. Al respecto, recordó el concepto del escritor Sergio Sinay, que sostiene que hoy tenemos hijos huérfanos de padres vivos.
Estefanell coincidió con esta postura, pero fue más allá. A su entender, educar a los hijos en el autocontrol es una manera de prevenirlos de problemas futuros. En el mundo actual, con internet y las redes sociales, los padres ya no pueden controlarlo todo, entonces “un adolescente seguro es el que toma buenas decisiones”. “Aunque tengas la app Life360 y puedas seguirlo para saber dónde está, eso no lo hace estar más seguro, lo que lo hace estar seguro es tomar buenas decisiones cuando salga solo. Eso tiene mucho que ver con el proceso de autorregulación, que se debe trabajar desde que el niño es pequeño”.
Otro factor importante es el lugar que se le da a la motivación como motor para hacer las cosas en la vida. “Hoy la motivación está sobrevalorada. Los padres me dicen ‘mi hijo no está motivado para hacer tal cosa’. Pero el funcionamiento sano no es funcionar por motivación, sino por compromiso. Y eso también se aprende desde pequeños. Entonces aunque no tenga ganas de ir a la escuela, va igual y le explicás que eso le hace bien”. Para la psicóloga, “la claridad de valores y la capacidad de funcionar a partir de ellos y no a partir de los estados de ánimo es una macrohabilidad, que tiene que ver con la flexibilidad psicológica, la cual nos va a permitir resolver bien las tensiones. Si no, vamos por la vida andando en función de los estados emocionales, que son muy erráticos y no tienen dirección hacia ningún lado”.
Expansión con límites
A Estefanell le gusta definir la adolescencia como una etapa de expansión y suele invitar a los padres a “conectarse con esa esperanza de que se vienen cosas distintas y más grandes”. “Tu hijo adolescente te va a traer un mundo, te va a traer una vocación, te va a traer nuevos intereses y diversidad, te va a traer su propia forma de vivir los valores que tú le enseñaste. En la adolescencia todo se empieza a expandir de una forma alucinante. No perdés a tu niño, se transforma tu vínculo, tu comunicación y tus conversaciones con él, se transforma tu forma de control”.
No obstante, advirtió que para que ese vínculo crezca y se transforme sanamente, los padres deben ejercer la autoridad, pero sin asfixiar a los hijos, conscientes de que la adolescencia es una etapa de expansión, que les exige una actualización de su rol.
“Tu hijo adolescente te va a traer un mundo, te va a traer una vocación, te va a traer nuevos intereses y diversidad, te va a traer su propia forma de vivir los valores que tu le enseñaste.” “Tu hijo adolescente te va a traer un mundo, te va a traer una vocación, te va a traer nuevos intereses y diversidad, te va a traer su propia forma de vivir los valores que tu le enseñaste.”
En este sentido, diferenció el estilo parental autoritario del estricto y firme. En el autoritario hay una jerarquía, alguien más poderoso, que es la autoridad y a quien se le debe obediencia. “No es un estilo que funcione muy bien en este siglo”. En cambio, el estilo estricto y firme es aquel en el que se establecen condiciones que regulan la vida de las personas. “Las crianzas que tienen condiciones son muy favorables, porque de alguna manera le pone condiciones a esa expansión y, además, es muy útil para la convivencia”. Es decir, permite que vayan creciendo y aflorando cosas buenas, porque el límite estricto o la condición establecida les va dando forma. “En los adolescentes, la expansión tiene que tener cierta dirección porque ellos todavía no son adultos. Son como un barco que sale a alta mar, pero todavía no tiene un capitán experto que haya cruzado el océano. Entonces, necesita un faro, una torre de control, que haga de guía, eso tiene que ser el adulto”. De esta forma se educan adolescentes con criterio, que es lo que se necesita para que luego tomen buenas decisiones y estén seguros.
Asimismo, De Barbieri señaló que si los padres deciden darle a su hijo adolescente un celular, tienen la responsabilidad de marcar los horarios, tiempos de uso y redes sociales a las que puede acceder. “Si nosotros, que somos grandes, somos adictos al celular, cómo no lo va a ser un chiquilín que tiene la corteza prefrontal inmadura. El celular le da sonido, luz, movimiento, le da dopamina instantánea. Eso repercute en que después no puedan leer un libro. Y si no hay educación, hay violencia”.
Para Estefanell, el mayor problema de los padres de hoy no es que no sepan poner límites, sino que no quieren hacer frente al malestar o enojo que su imposición puede causar en los niños y los adolescentes. “Al adulto le cuesta entender que el límite siempre viene con un monto de malestar y de frustración. Además, (su efecto) es en el largo plazo, nunca en el corto. Entonces, el padre y la madre tienen que ser capaces de sostener ese malestar y, a la vez, mantener la firmeza. A veces, cuando el adulto te dice que el niño no banca la frustración, en realidad el que no banca la frustración es el adulto”. Según De Barbieri, de esta manera se corre el riesgo de confundir silencio con bienestar. Como el padre quiere estar tranquilo, prefiere no frustrar a su hijo, para no tener que hacer frente a su enojo.
Padre y madre: ternura y firmeza
Pero en esta tarea de educar poniendo límites, lo importante no solo es mantener la firmeza, sino también la ternura, tratando de comprender el malestar del adolescente. La firmeza está con la dirección (límite) y la ternura es con la experiencia del chico. “A veces les digo a mis hijos: voy a hacer algo que te va a enojar muchísimo y te entiendo, pero lo voy a hacer igual porque es para tu bien”, manifestó Estefanell.
La ternura y la firmeza están asociadas a dos funciones de la educación. La primera, a la función nutritiva y la segunda, a la formativa. Si bien desde siempre se asoció a la madre con la función nutritiva y al padre con la función formativa, Estefanell y De Barbieri coincidieron en que esas atribuciones no siempre se dan de manera tan clara, ya que depende de cada familia, de las personalidades de los padres, de las circunstancias y etapas de la vida. De hecho, actualmente lo más común es que se compartan indistintamente entre ambos padres.
Incluso, según manifestó Estefanell, hoy existen muchas investigaciones que muestran que aunque madre y padre hagan lo mismo, el efecto que tienen en sus hijos es diferente. Es decir, el vínculo con la madre y la forma en cómo esta logra regular algunas emociones de los hijos es diferente a la manera en que lo hace el padre. No porque el hombre no lo haga bien, sino porque este logra regular mejor otras emociones en los hijos. Por ejemplo, alguno de estos estudios demuestran que cuando los niños están angustiados, la madre tiende a regularlos mejor que el padre. Pero cuando estos están estresados por los deberes, el padre logra mejores resultados que la mamá. En definitiva, lo que demuestran es que “el papá no es otra mamá, ni la mamá es otro papá”.
Por esta razón, la psicóloga expresó que estas funciones no se le pueden atribuir solamente a uno de los progenitores. Lo importante es entender que la familia tiene que ser nutritiva y normativa. “Tiene que poder dar ternura y vínculo, y también educar y dar dirección. Entonces, padre y madre deben ser un equipo y preguntarse qué funciona mejor para que estas cosas se den”. De Barbieri coincidió y señaló que siempre aconseja a los padres conversar sobre esto y apoyarse en cada uno de los roles, ya que lo ideal es que ambos cumplan las dos funciones.
No obstante, advirtió que muchas veces las tensiones se crean cuando ninguno de los dos quiere asumir la función formativa, porque tienen miedo a ser vistos como el malo de la película, el que siempre está marcando los límites. “Esos son los adultos frágiles, que tienen miedo a poner autoridad porque la autoridad tiene mala prensa”. Sin embargo, para Estefanell, el padre o la madre que pone límites no siempre es visto por los hijos como el malo, ya que el que limita también es el que da seguridad. “El papá y la mamá que saben poner límites de forma asertiva, compasiva y firme, pero también empática, por lo general son figuras que el niño y el adolescente sienten como fuertes y seguras. Entonces, no es una mala función”.
La confianza es el antídoto
Muy por el contrario, la psicóloga señaló que ser una figura firme y compasiva puede tener grandes ventajas y beneficios, como lo es ganarse la confianza de los hijos. “Si hay un buen logro en la adolescencia, es que cuando el chico se mete en problemas quiera correr hacia vos y no correr de vos”, afirmó. “Si la adolescencia es el ensayo para la vida adulta, lo mejor que le puede pasar a un adolescente es sentir que si se mete en problemas, en tierra firme tiene un faro, una torre de control, un equipo de rescate, al que puede pedir ayuda cuando quiera”.
“Si nosotros, que somos grandes, somos adictos al celular, como nolovaaserun chiquilin que tiene la corteza prefrontal inmadura. El celular le da sonido, luz, movimiento, le da dopamina instantanea. Eso repercute en que despues no puedan leer un libro. Y si no hay educacion, hay violencia”. “Si nosotros, que somos grandes, somos adictos al celular, como nolovaaserun chiquilin que tiene la corteza prefrontal inmadura. El celular le da sonido, luz, movimiento, le da dopamina instantanea. Eso repercute en que despues no puedan leer un libro. Y si no hay educacion, hay violencia”.
La terapeuta mencionó que en las consultas suele decirles a los padres que lo importante no es estar al tanto de todo lo que pasa en las redes sociales de los hijos. “Lo importante es preguntarse: si se mete en problemas, ¿me llama?, ¿me pide ayuda?, ¿siente que puede confiar en mí?, ¿siente que soy una persona lo suficientemente segura como para pedirme ayuda? Porque él tiene que crecer y para crecer va a tener que equivocarse una cantidad de veces, va a tener un mundo en el que no participes y van a pasar cosas de las que no te vas a enterar, pero si recurre a ti ante los problemas, está seguro”.
En esta misma línea, De Barbieri aseguró que “la conexión con tu hijo es el antídoto” para tener una buena relación y para prevenir los problemas que pueden presentarse en la adolescencia.
En definitiva, como sostuvo Estefanell, la confianza en los padres, como base segura a la que recurrir, es la variable más predictora de la seguridad en la adolescencia y es adonde deben apuntar los padres que quieran construir una relación positiva con sus hijos.