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La inversión en ciencia, la “fuga de cerebros” y la IA según Luis Barbeito, Gran Premio Nacional de Ciencias

El neurocientífico, fundador y exdirector del Instituto Pasteur, explica por qué la economía y la cultura mundiales nos empujarán a tener estándares científicos más elevados

En medio de un verde parejo y liso, en el barrio Malvín Norte, emerge un gigante de ladrillos. Luce como nuevo, y casi que lo es. El Institut Pasteur de Montevideo tiene menos de 20 años. “Eso, para una institución, es muy poco tiempo. Es todavía una institución bebé”, dice el científico Luis Barbeito, uno de los padres de ese “bebé” que “goza de buena salud”, celebra.

Además de haber formado parte de la fundación del instituto, inaugurado en 2006, Barbeito­ fue su director durante dos períodos. También dirigió el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE). Dedicó su carrera a la investigación científica, fue docente de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República (Udelar) y se especializó en neurociencias.

El 2024 fue un año de cierre de etapas y de reconocimientos para Barbeito. Dejó de estar al frente del Laboratorio de Neurodegeneración del Institut Pasteur, que lideró desde 2006. Sin embargo, se mantendrá vinculado a través de la startup Xeptiva, dedicada al desarrollo de productos para mascotas, que surgió del conocimiento desarrollado en ese laboratorio.

Este año, el neurocientífico recibió el Gran Premio Nacional de Ciencias, que otorga el Ministerio de Educación y Cultura en reconocimiento a los logros y la trayectoria de investigadores uruguayos. “Esto parece un gran mimo a lo que fueron muchos años de carrera”, dijo. Además, el premio sirvió de excusa para una extensa charla sobre diversos temas. Su trabajo en el Pasteur, la realidad de la ciencia en Uruguay, la “fuga de cerebros”, la poca (o nula) mención a la investigación científica en la reciente campaña electoral, y hasta la irrupción de la inteligencia artificial (IA) en su profesión.

¿Qué significó para usted ser distinguido con el Gran Premio Nacional de Ciencias este año?

Es un gran honor. Los que proponen a los candidatos para este premio son instituciones o academias científicas, y mi candidatura fue propuesta por la Academia Nacional de Medicina. Me siento honrado por la distinción que hizo el jurado al considerar mi nombre, entre muchos otros que seguramente eran excelentes y que perfectamente podrían haber merecido el premio.

Este premio coincide con su retiro de la vida académica, a sus 68 años, ¿qué se lleva de esta larga carrera?

Empecé en la investigación científica en 1978, con apenas 22 años. Comencé como estudiante de Medicina a acercarme a los laboratorios de investigación científica, primero en la Facultad de Medicina de la Udelar, luego en el IIBCE. Después me tocó hacer un posgrado de varios años en Francia, para lo que hice uso de la cooperación científica que había entre Uruguay y ese país. La Unión Europea (UE) me dio una beca y dinero para trabajar. También gracias a la UE pude regresar a Uruguay en 1990 e insertarme en el medio académico, con un cargo en la Facultad de Ciencias de la Udelar y con mi propio laboratorio de investigación en el IIBCE. Después me tocó tener cargos de dirección de laboratorio y del propio IIBCE. Luego me involucré en el proceso fundacional del Institut Pasteur de Montevideo, acompañé al primer director, Guillermo Dighiero, y después lo dirigí yo en dos períodos consecutivos hasta 2018. A partir de ahí fui consolidando mi laboratorio para dejar una sucesión.

A 18 años de la fundación del Institut Pasteur­ de Montevideo, ¿qué logros le reconoce y qué vislumbra para su futuro?

El instituto tiene menos de 20 años. Eso, para una institución, es muy poco tiempo. Es todavía una institución bebé que, por suerte, goza de buena salud. Las nuevas generaciones de investigadores están compuestas por profesionales de excelente calidad, comprometidos, y que lo van a llevar adelante muy bien. Es una institución que está muy insertada en el sistema científico nacional. Buena parte de los investigadores pertenecen a la Udelar y, por convenios y programas, trabajan acá gran parte del tiempo, entonces también hacen de docentes. El instituto está integrado al sistema de maestrías y doctorados de Uruguay, hay estudiantes del exterior, hay participación del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), del IIBCE, hay contacto con autoridades del Ministerio de Salud Pública, del Ministerio de Agronomía y del de Industria. Además, es una institución que participa de forma activa en las actividades de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII). Eso le da una salud y un futuro muy interesante. La institución precisa de aportes públicos que deberán ser renovados y actualizados para que tenga mayor solidez. El director actual, Carlos Batthyány, lleva adelante un programa de promoción de empresas innovadoras, tipo startups, muy interesante, que se llama Lab+, con participación de inversores. Eso también es una promesa interesante, porque el instituto está interviniendo en uno de los pilares que Uruguay tiene que desarrollar, que es la promoción de empresas innovadoras.

¿Cómo evalúa el nivel de solidez académica de Uruguay para formar científicos? ¿Se hace imprescindible complementar la carrera con un posgrado en el exterior, como lo hizo usted?

El primer cimiento que debe tener un sistema científico es la educación, la formación de investigadores. Eso comienza desde una cultura general, de impregnación familiar. Luego están la enseñanza primaria, secundaria, y la formación universitaria, en conjunto con una especialización que, en ciencias, se logra a través de maestrías y doctorados. Uruguay, desde la posdictadura, y en particular desde los años 90, empezó a consolidar todo ese sistema. Y lo hizo bien. Tres décadas después, tiene un sistema de formación de investigadores en ciencias que es sólido. No son muchos los investigadores, pero sí tienen un nivel internacional destacado. Uruguay, desde la posdictadura, y en particular desde los años 90, empezó a consolidar todo ese sistema. Y lo hizo bien. Tres décadas después, tiene un sistema de formación de investigadores en ciencias que es sólido. No son muchos los investigadores, pero sí tienen un nivel internacional destacado.

La productividad del sistema científico uruguayo no se destaca en número, sino en calidad, entre muchos otros países en desarrollo.

¿Y qué le falta al sistema científico uruguayo?

En un sistema científico también tiene que haber instituciones fuertes. En nuestro país, la principal institución que alberga la investigación científica, quizás el 80%, es la Udelar­, que a su vez hace toda la distribución en el interior del país. También están el IIBCE, el INIA, el Institut Pasteur de Montevideo y otros menos relevantes en número pero que también hacen investigación. A Uruguay le falta apoyo institucional y que haya mayor diversidad de instituciones­ que ocupen sectores de la ciencia, que en Uruguay están subrepresentados y que en el mundo moderno son muy importantes.

¿Cuáles, por ejemplo?

Las ciencias físicas, químicas, matemáticas, la ingeniería. Eso en el mundo moderno es muy cotizado y a Uruguay le hacen falta institutos tecnológicos en los que intervengan las diferentes instituciones que forman profesionales. Me refiero a institutos tecnológicos de alto nivel involucrados en la investigación, la producción de conocimiento y la generación de recursos humanos. Además, en Uruguay faltan otros cimientos que tienen que ver con la transferencia.

¿A qué se refiere con “transferencia”?

A cómo el potencial científico y la producción de conocimiento por parte de los especialistas nacionales se proyectan hacia la sociedad y se derraman para mejorar sus condiciones, la economía y el bienestar. Hoy se habla de una economía basada en el conocimiento, es justamente eso. Una economía que se nutra de las capacidades de la gente, de manejar el conocimiento, de tener ideas innovadoras, tecnología, y que aplique el conocimiento para producir. Eso se traduciría en la comercialización de lo innovador y, eventualmente, en exportación. Es a eso a lo que podríamos llamar transferencia tecnológica o apropiación de la sociedad. En el país tenemos un microejemplo, aunque muy significativo, que es el desarrollo que tuvieron las tecnologías informáticas, con una industria ya consolidada, con exportaciones. Pero hay otro problema…

¿Cuál?

Uruguay, por un lado, está tratando de atraer empresas, y eventualmente inversores, para convertirse en un hub tecnológico. Pero, por otro lado, experimenta una fuga de cerebros, que no es exagerada o aguda, pero sí crónica. En el 90% de los casos, el talento que se va lo hace con la intención, como fue mi caso y el de muchos otros investigadores de acá, de tomar una especialización y después regresar. Eso es común y aconsejable. El tema es cuando fallan los mecanismos de recaptación de esa gente, por no poder ofrecerles cosas medianamente interesantes en términos de salarios, de oportunidades de carrera. Eso hay que estudiarlo en detalle. A mí me pasa que la mayor parte de los estudiantes de doctorado a los que formé a lo largo de los años viven en el exterior, no pudieron regresar. Eso es un hecho, y no me pasa solo a mí, sino a muchos otros investigadores veteranos y que formaron decenas de doctores. Una gran proporción está afuera y eso es algo que nos preocupa.

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¿Qué se puede hacer al respecto?

Hay esfuerzos que ya se están haciendo, instituciones que dedican algunos recursos para apoyar estas repatriaciones. Eso siempre se ha hecho, desde hace años. El problema es que esto no solo se resuelve creando un cargo y generando un espacio de laboratorio. Se precisa algo más, un componente adicional y que, obviamente, implica recursos. Porque a casi todos los investigadores les va muy bien afuera y tienen ofertas para quedarse. Ahí hay que generar cosas más atractivas para que puedan volver, instalarse y dar todo lo que aprendieron a nuestra sociedad.

¿Cuál sería ese “componente adicional”?

Depende de cada área. En algunos casos, sucede que la tecnología que aprendieron a usar en el exterior no existe en Uruguay o no hay recursos para sostenerla, entonces vuelven y se frustran porque no pueden aplicar lo aprendido. En otros casos, a quienes vuelven de afuera les gustaría proyectarse en algo productivo y no encuentran un interlocutor que les permita hacerlo. Hay que negociar o atender las necesidades individuales. Cada investigador joven que se va del país es una fruta muy interesante y un potencial que se pierde. Y somos chiquitos, son poquitos, no es que tengamos una alta tasa de recambio.

¿En qué situación se encuentra la ciencia uruguaya en comparación con otros países de la región?

Cada país tiene su particularidad, y esto se puede evaluar de varias maneras. Una es el porcentaje del Producto Bruto Interno (PBI) que se destina a la ciencia, la tecnología y la innovación. En Uruguay, esa cifra está por debajo del 1%, que sería lo deseable para el nivel de desarrollo que tiene el país. La cifra es baja y está estancada desde las últimas décadas. En otros países la realidad no es tan diferente, pero quizás están un poco más cerca del 1%. Me puedo equivocar, pero el nivel de inversión en Brasil y en Chile, por lo menos, es un poco mayor. Argentina atraviesa un momento de crisis en el sector científico y tecnológico universitario que hay que ver cómo se destila en los próximos años. Pero los términos comparativos no siempre nos permiten ver más clara la realidad. En Uruguay ocurre que cuando hacemos una evaluación, muchas veces resulta difícil reportar la inversión del sector privado, que es una mínima parte del número de inversiones en tecnología e innovación de acuerdo con el PBI. Es muy probable que el porcentaje sea bajo y sería deseable que hubiera otro componente en el que el sector privado, estimulado con subsidios y con un aumento de la productividad, invierta en investigación y patentes. Si el sector privado invierte en ciencia y tecnología, va a querer proteger sus desarrollos, sus invenciones, a través de patentes, marcas, procesos industriales. Uruguay ingresó, meses atrás, al Tratado de Cooperación en materia de Patentes (PCT, por su sigla en inglés), un acuerdo internacional que adapta el sistema de patentamiento a la producción del conocimiento. Eso otorga facilidades para todos aquellos investigadores de instituciones de investigación para que puedan patentar sus inventos o descubrimientos en menor tiempo y con menores costos; y es fundamental atraer inversiones o empresas interesadas en hacer actividades de ciencia, tecnología e innovación. Esas empresas podrían terminar contratando a los uruguayos­ que se presentan a los concursos, y así se reactivaría el círculo vicioso del conocimiento, la tecnología y la producción.

La pandemia de Covid-19 ayudó a visibilizar y expandir el trabajo de los científicos. En Uruguay se crearon nuevos puestos de trabajo específicos para atender distintas necesidades particulares. ¿Qué quedó de todo eso?

Muchas de las cosas que quedaron son inmateriales. Por ejemplo, la pandemia puso a prueba la salud de toda la población y nos hizo tomar medidas extremas. De alguna manera, concientizó a la población sobre los beneficios de tener una cantidad de especialistas, desde el sector médico hasta el sector biológico, de virología, inmunología, e incluso a los ingenieros que tenían que hacer los respiradores. Hubo que ponerlos a trabajar a todos de forma coordinada, y eso en Uruguay funcionó de forma espectacular, fue una experiencia muy positiva. En el Institut Pasteur, los jóvenes se rompieron el alma viniendo a trabajar, muchos cambiaron sus líneas de investigación y se cubrieron una cantidad de áreas para enfrentar una realidad desconocida, en la que no se sabía qué iba a pasar el mes siguiente y el otro. En la pandemia se midió el potencial que tenía el país para responder a una emergencia sanitaria que tenía que ver con cosas muy finas de medicina de alta especialización, de biología, de ingeniería genética. Todo eso funcionó y Uruguay tuvo un destacado rol, muy interesante, muy racional y con decisiones autónomas, que no vinieron dictadas de ningún otro lado. Lo que queda, más allá de eso, es el estar preparados ante eventuales enfermedades emergentes. Y queda la experiencia, la confianza en que se puede trabajar en grupo. Pero no siempre hay que esperar a que estas cosas sucedan para estar preparados. La salud es un área estratégica porque todos nos enfermamos, y, dentro de la salud, las enfermedades emergentes son importantes. Ahí hubo una herramienta que Uruguay supo usar bastante bien: la internacionalización de la ciencia para trabajar en red. Eso nos permitió estar a tono con los descubrimientos más recientes en investigación. Las redes internacionales son una herramienta muy importante para un país como el nuestro, donde toda la masa crítica no puede estar porque es muy amplia la rama de especialización que tiene la ciencia moderna.

La IA es una tecnología que pisa cada vez con más fuerza en todas las áreas del conocimiento. ¿Cómo se relaciona con la ciencia?

En el área de neurociencias, en la que trabajo, existe la particularidad de que el sistema nervioso del ser humano es, quizás, lo más complejo que hay en la naturaleza como estructura funcional. Lo entendemos solo de forma parcial. La manera en la que la ciencia se aproxima para comprender la estructura y las funciones del sistema nervioso humano es a través de tecnologías que conocemos como “omics” (ómicas, en español). Esto incluye la genómica, la proteómica, la lipidómica, metabolómica. Son todas tecnologías nuevas en las que los equipos científicos y tecnológicos que hacen el análisis generan una cantidad de datos que ningún cerebro humano puede leer en primera instancia. Siempre hay una interfase de informáticos y para mejorar el procesamiento se usa en forma casi obligatoria la IA, sea con lenguaje emergente o no. Antes de la IA estaba el machine learning, que eran sistemas que aprendían a medida que los datos eran procesados. Cuando eso adquirió un lenguaje, pasó a ser la IA. Eso es casi inevitable, en algunas áreas más que en otras. Pero hoy vivimos una revolución total en la que todo, los procesos, los análisis, las formas de comprender cosas complejas y multidimensionales, están siendo revisadas para ver cómo la IA puede mejorar las conclusiones que se habían sacado antes. Ahí se precisa de especialistas muy particulares, que serían bioinformáticos. Por suerte, Uruguay tiene un buen desarrollo de esa área. La IA es un instrumento para el científico, no lo suplanta. El científico debe tener la madurez de hacer las preguntas y situar las respuestas dentro de una teoría. Primero hay que llenar las hipótesis, comprobarlas, y después hay que hacer teorías lo más amplias posible para explicar los fenómenos de la vida. Los bioinformáticos hacen eso.

¿Cómo vislumbra el futuro de la ciencia en Uruguay en los próximos 10 años?

Tuvimos una campaña electoral en la que se habló poco de este tema. La discusión terminaba siempre en el impacto de la educación, en el fortalecimiento de la educación universitaria superior, cosa que está muy bien y que forma la base. Pero en esta campaña no estuvieron muy presentes los cambios o desafíos importantes en el modelo productivo del país. La invocación a la ciencia y la tecnología no estuvieron en primer plano, no aparecieron como una prioridad. Pero en esta campaña no estuvieron muy presentes los cambios o desafíos importantes en el modelo productivo del país. La invocación a la ciencia y la tecnología no estuvieron en primer plano, no aparecieron como una prioridad.

Entonces, la investigación científica y las instituciones van a acompañar, y ojalá se beneficien entre todas las prioridades que hay, se mantengan y se desarrollen de forma sana. Tampoco veo que vaya a haber una revolución del conocimiento en Uruguay en los próximos años, al menos no está en los titulares. Pero hay mucho que se puede hacer con lo que ya hay y con buena disposición de algunos actores importantes, como las empresas públicas, la parte de internacionalización y atracción de inversiones a Uruguay, la descentralización de actividades universitarias, de centros de investigación en el interior del país vinculados a procesos productivos. Una década es un tiempo relativamente corto. El sistema científico tiene varios módulos. Hablamos de los módulos en los que Uruguay tiene ciertas fortalezas y debilidades. Va a haber que trabajar en las fortalezas para no perderlas y en las debilidades para que no sean tan débiles. No soy pesimista. Al contrario, creo que estamos en un proceso evolutivo y que también el mundo nos va a empujar; la economía y la cultura mundiales nos van a empujar a tener estándares científicos cada vez más elevados, que se van a reflejar en nuestro modelo productivo, en la calidad de los productos y en la sostenibilidad del medio ambiente. Va a haber una evolución internacional que nos va a llevar a que la ciencia sea incorporada y que los científicos sean actores que contribuyan al desarrollo de la sociedad. Uno no hace ciencia por capricho, uno hace ciencia por vocación y porque hubo un ecosistema alrededor que le permitió que pueda vivir de esto. La ciencia va a seguir evolucionando, va a seguir siendo importante en el futuro del país, y ojalá los tiempos sean rápidos.