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Lo que pasa en Reino Unido: los secretos domésticos de la familia real británica

Un reciente libro revela detalles insólitos de las costumbres de la monarquía inglesa y su relación con la servidumbre

“También sirven quienes solo se quedan de pie y esperan” (“They also serve who only stand and wait”) es la famosa frase de John Milton­ del soneto “When I consider how my light is spent” (“Cuando pienso en cómo se gasta mi luz”) y expresa la idea de que incluso quienes no pueden prestar un servicio activo o visible pueden ser valiosos y contribuir a un propósito mayor. Encaja a la perfección con el tema del libro recién editado Yes, Ma’am: The Secret Life of Royal Servants (Sí, señora: la vida secreta de los sirvientes reales), porque, según muchos antiguos y actuales sirvientes de la realeza del Reino Unido, entrevistados por su autor, Tom Quinn, hay que estar mucho tiempo deambulando y haciendo nada cuando se trabaja para la familia real. Pero mientras están de pie, trayendo o llevando, aconsejando o consolando a sus amos reales, los sirvientes (o el personal, como ahora se los llama) son más testigos que nadie de lo que realmente ocurre en los palacios reales: ven de primera mano las disputas y los celos mezquinos, las discusiones y las rabietas que inevitablemente tienen lugar en esos entornos.

Para entender la vida de los sirvientes reales conviene comprender la historia de la monarquía y de las jerarquías sociales que la sustentan, ya que estas se mantuvieron notablemente inalteradas desde la época medieval hasta la actualidad. En la Edad Media, todos, desde el conde hasta la criada, eran en realidad sirvientes del monarca. Los reyes controlaban la vida y la fortuna de la aristocracia terrateniente; la aristocracia controlaba a todos los demás. La gran mayoría de la población podría describirse como siervos sin tierras y analfabetos.

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Carlos tiene pequeños arranques de irritación: quizá no le han dado la taza de té perfecta, los zapatos impecablemente lustrados y la pasta de dientes correctamente aplicada en su cepillo de dientes, tal como a él le gusta

Carlos tiene pequeños arranques de irritación: quizá no le han dado la taza de té perfecta, los zapatos impecablemente lustrados y la pasta de dientes correctamente aplicada en su cepillo de dientes, tal como a él le gusta

Así que, en cierto sentido, en este período temprano todos eran sirvientes y cada clase, excepto la más baja, tenía a su vez sus propios sirvientes. Los sirvientes eran efectivamente propiedad en la Edad Media y luego, poco a poco, con el paso de los siglos, se convirtieron en sirvientes pagos y, finalmente, como se los conoce hoy, en personal. Tener sirvientes, pagar al personal doméstico fue y sigue siendo un elemento clave de lo que diferencia a la familia real, a la aristocracia y a la clase alta del resto de los mortales.

El deseo de las clases medias, incluso las de las clases medias-bajas, de tener al menos una sirvienta —una criada para todo, como se la conocía en el siglo XIX y principios del XX— estaba vinculado al deseo de ascender en la escala social. Solo los más pobres no podían permitirse al menos una sirvienta. Los aristócratas podían tener cientos. El monarca podía tener hasta mil. Los sirvientes conferían estatus; la obsesión británica por la clase sostenía y sigue sosteniendo que las clases sociales más altas son las más estimadas porque pueden permitirse pagar a otros para que hagan todo por ellas.

Sueldos no acordes a la tarea

Los empleados de servicio real no son especialmente bien remunerados si se tiene en cuenta la riqueza de la corona británica. Según el libro, en 2012 el salario anual promedio del personal del príncipe Carlos (ahora del rey Carlos) era de 33.000 libras esterlinas (unos 3.700 dólares mensuales). En el mundo actual todavía se espera que el personal de servicio sea sumamente discreto, muy reservado, y que sienta su trabajo como un privilegio especial. Muchos empleados reales tienen largas jornadas por relativamente poco dinero, a veces, durante toda su vida laboral, simplemente porque les fascina la idea de trabajar para la familia real, aunque solo sea en la cocina.

Otro trato

La mayoría de los cambios importantes en el trato a los sirvientes reales ocurrieron durante el reinado de Isabel II (1926-2022). Las generaciones anteriores no habían sentido los “vientos” de respeto por todo ser humano e igualitarismo como Isabel. A la reina María, su abuela, por ejemplo, no le gustaba ver a los sirvientes de menor rango ajetreándose por sus diversos palacios, y un régimen estricto garantizaba que la limpieza y la cocina se realizaran fuera de su vista.

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También trascendió que Meghan era por un minuto muy amigable, quizas excesivamente amigable, con el personal, abrazando a todos, y al siguiente se sentía molesta por el hecho de que no respondieran de inmediato

También trascendió que Meghan era por un minuto muy amigable, quizas excesivamente amigable, con el personal, abrazando a todos, y al siguiente se sentía molesta por el hecho de que no respondieran de inmediato

Cambio de nombre

En ese mismo sentido el protocolo a menudo exigía que los lacayos se volvieran casi anónimos. Victoria, como todos los monarcas hasta tiempos recientes, insistía en que el primer lacayo de una dama siempre debía ser conocido como James, independientemente de su nombre real. Cambiar los nombres de esta manera era común en la Casa Real. En sus memorias, El cuento del cocinero, Nancy Jackman recordaba cómo los lacayos y otros sirvientes masculinos siempre eran renombrados por los funcionarios del palacio. Este cambio de nombre para reducir la sensación de individualidad también era una característica de la vida aristocrática y, hasta hace poco, incluso se extendía a los sirvientes de los mejores clubes londinenses. En el Beefsteak Club (originalmente la Sublime Society of Beefsteaks), fundado en 1735, todos los camareros se llamaban Charles, independientemente de sus nombres reales. En parte, sin duda, esto se debía a que los miembros ebrios podían tener dificultades para recordar los nombres de cada mozo, pero la práctica también revela mucho sobre cómo los sirvientes no eran vistos como seres humanos individuales.

Caprichos y berrinches

Carlos y Camila tratan bien a su personal, “pero uno siempre tiene la sensación de que no volarían sin avión, como tampoco te invitarían a tomar el té con ellos”, según concluyó el autor del libro. Y Carlos tiene pequeños arranques de irritación: quizá no le han dado la taza de té perfecta, los zapatos impecablemente lustrados y la pasta de dientes correctamente aplicada en su cepillo de dientes­, tal como a él le gusta. “Pierde los estribos en un instante, pero normalmente se arrepiente enseguida”, dicen. Andrés solía comportarse como si su personal fuera estúpido, y esto era especialmente cierto con sus pequeñas peculiaridades: es famoso por tener su colección de osos de peluche alineados sobre su cama todos los días y, si algo se desorganizaba, se enfadaba. Tanto es así que a cada uno se le asignaba una criada específica.

Fantasía versus realidad

Antes de casarse con Harry, Meghan tenía una fantasía de la familia real que se parecía a Disney World: palacios, fiestas, carruajes, vestidos, galas. Pero no contó con que la vida en la familia real viene dada por jerarquías, reglas, obligaciones, mandatos y viejísimas tradiciones, algunas muy obsoletas y absurdas. Además, como dijo un miembro del personal: “Meghan esperaba un multimillonario y se encontró con un millonario”. Cuando Meghan descubrió que Harry solo tenía un patrimonio de unos 20 millones de libras, se dio cuenta de que lo que había imaginado y creído era muy distinto de la realidad. Y al parecer, Harry no había dedicado mucho tiempo a explicarle lo extraña y exigente que realmente era su familia.

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Rey Carlos

Rey Carlos

La incomodidad de Meghan se hizo patente cuando luego de su boda, la pareja continuó viviendo en Nottingham Cottage, la casa donde Harry había vivido de soltero. Se trata de una construcción del siglo XVII de 123 m2 situada en el terreno de Kensington Palace, Londres, con dos dormitorios, dos salas de recepción y un baño. Y un techo muy bajo, tan bajo que Harry solía darse cabezasos cuando entraba y salía. Meghan estaba muy insatisfecha con su hogar y en el programa de Oprah Winfrey dijo que “nadie hubiera creído que vivíamos allí”.

“Varios miembros del antiguo personal del matrimonio coinciden en que, mientras fue miembro activo de la familia real, Meghan estaba concentrada en cómo podía convertirse en el miembro más conocido y amado de la familia real. ‘Tenía un complejo de Mesías’, dijo uno de ellos”.

También trascendió que Meghan no era siempre excelente con su personal, simplemente porque no estaba acostumbrada a ello como lo estaba Harry. Así que, un minuto era muy amigable, quizás excesivamente amigable, con el personal, abrazando a todos y tratando de hacer amigos con ellos, y al siguiente se sentía molesta por el hecho de que no respondieran de inmediato en todo momento del día y la noche.

Un pasado cómico

En la historia suele aparecer el bufón. Su función era brindar compañía; ser una presencia amigable y divertida entre tantos conspiradores. El trabajo del bufón real se tomó en serio hasta bien entrado el siglo XVIII en toda Europa. Un bufón, generalmente, aunque no siempre, era hombre y era tan sirviente como cualquier miembro del personal de cocina o cortesano aristocrático. Y si el monarca tenía un bufón, con demasiada frecuencia también lo hacían sus consejeros aristocráticos, pues además de todas sus complejas funciones, también eran un símbolo de estatus. Thomas­ Cromwell tenía su bufón, al igual que Sir Thomas­ More; incluso el abad de Crowland en Lincolnshire, y el bufón del papa, Berto, era conocido en toda Europa.

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Fue famoso el enamoramiento de la princesa Margarita, hermana menor de la Reina Isabel, con el encargado de los caballos Peter Townsend. Ella se quería casar, pero la diferencia de rango era tan grande que recibió puras criticas.

Fue famoso el enamoramiento de la princesa Margarita, hermana menor de la Reina Isabel, con el encargado de los caballos Peter Townsend. Ella se quería casar, pero la diferencia de rango era tan grande que recibió puras criticas.

Amoríos domésticos

Los encargados de caballerizas fueron blanco de amoríos entre las mujeres de la Casa Real británica. Fue famoso el enamoramiento de la princesa Margarita, hermana menor de la reina Isabel, con el encargado de los caballos Peter Townsend. Ella se quería casar, pero la diferencia de rango era tan grande que la posibilidad de un enlace recibió puras críticas. Se dice que luego de ello Margarita quedó resentida y amargada. Se rumoreaba que tenía un carácter difícil y que nunca estaba feliz. Eran famosas sus invitaciones a cantantes y músicos a sus fiestas (fiestas en las que insistía en cantar). En una entrevista con Tom Quinn, un antiguo miembro del personal de Margarita recordó que le gustaba invitar a gente del mundo del arte. La madre de Margarita había sido muy amiga del dramaturgo y cantante Noël Coward, entre otros, por lo que Margarita creció con la sensación de formar parte de este mundo, y que, de no haber nacido princesa, también podría haber sido una artista profesional. “Lo triste es que siempre bebía demasiado y parecía bastante desesperada por demostrar a los profesionales su talento, y todo esto era alimentado por el alcohol”, dice el autor.

Más portentosa y larga fue la relación de la reina Victoria con el asistente personal y ghillie­ (guía de caza) escocés John Brown. Fue un secreto a voces que la pareja disfrutó durante más de 30 años de una amistad muy íntima y muchos creen que incluso se casaron en secreto. Hijo de una familia humilde, trabajó como encargado de los caballos en el castillo de Balmoral, la residencia escocesa de la familia real, donde además se ganó la confianza del príncipe Alberto.