El argentino Luciano Cáceres estuvo en la 22ª edición de Piriápolis de Película, en donde se exhibió en carácter de estreno su más reciente película, Adiós, Madrid (dirigida por Diego Corsini), y, además, recibió un homenaje por su trayectoria.
Presentó su nueva película, Adiós, Madrid, en la 22ª edición de Piriápolis de Película, y conversó con Galería sobre cine, teatro, televisión y la importancia del vínculo con sus padres en su vocación de actor.
El argentino Luciano Cáceres estuvo en la 22ª edición de Piriápolis de Película, en donde se exhibió en carácter de estreno su más reciente película, Adiós, Madrid (dirigida por Diego Corsini), y, además, recibió un homenaje por su trayectoria.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl actor de 48 años, defensor del teatro independiente y con casi un centenar de obras en su carrera, había estado de gira por Uruguay hacía algunas semanas presentando el unipersonal Muerde, de Francisco Lumerman. En estos momentos la obra cumple 200 funciones representadas en 82 ciudades del mundo con un texto que aborda el abandono, el sufrimiento por amor y el sentirse diferente.
Cáceres rompe el prejuicio sobre los actores de televisión: subraya la dificultad y la exigencia de memorizar 30 escenas diarias teniendo que manejar la continuidad de múltiples capítulos y admite que la popularidad de algunos personajes, como Pablo Bon Jovi Catáneo, en la serie Graduados, le permitieron acercarse a un público masivo y trascender fronteras. Sus trabajos en El sodero de mi vida, Los ricos no piden permiso o Cien días para enamorarse, por ejemplo, lo consagraron como un actor de amplio registro.
En cine, el actor ha dejado una huella significativa en películas, como Las Ineses, El nido, Gato negro o Cien años de perdón, con interpretaciones cargadas de matices emocionales dentro de personajes complejos. Su habilidad para transitar el drama, la comedia y el suspenso lo ha convertido en una figura destacada del medio.
Reconocido por su versatilidad, el intérprete y también director realizó un impasse de 24 horas en su gira y viajó en avión al Argentino Hotel de Piriápolis para presentar Adiós, Madrid, drama coproducido entre Argentina y España. En la película interpreta a Ramiro, un joven argentino que debe volar a Madrid para tomar la decisión de desconectar de un soporte vital a su padre, a quien no ve desde hace 35 años. En la película se explora la decisión crítica de la eutanasia y cómo Ramiro descubre una ciudad en la que su padre pudo ser libre.
En entrevista con Galería, Cáceres habló del oficio del actor, que encuentra “maravilloso” por permitirle experimentar vidas ajenas, de su infancia, de cómo enfrenta una situación límite, de su vínculo con Uruguay y del futuro.
¿Cómo enfrenta Ramiro esa situación límite de decidir si desconectar o no a su padre del coma, un papá que lo abandonó a sus 10 años y con quien no ha mantenido contacto en 35 años?
Es durísimo y sobre todo con la desconexión, teniendo casi una no relación, una relación de odio, de enojo, de rabia. En el tiempo en el que el papá de Ramiro salió del clóset, era una Argentina muy distinta y Madrid estaba en pleno destape, entonces él pudo ser quien quería ser allá.
Después, el tiempo a veces cura o profundiza el enojo, la grieta, pero sí es una decisión muy compleja; es una misión más que decisión, porque la decisión la tomó el padre: quiero que me desconecten. Y el único familiar directo vivo que tiene es su hijo, y Ramiro siente que va a Madrid por un trámite. Pero es muy lindo el arco del personaje y también cómo se muestra una Madrid distinta, esa Madrid que arrancás por una caña y no sabés cómo vas a terminar. Me acuerdo la primera vez que fui a Madrid, que fui a dirigir una compañía de teatro, cuando tenía 27 años. Me decían: “los argentinos se psicoanalizan mucho”. Y yo les preguntaba: “¿ustedes cómo hacen?”. “Nos vamos de cañas”, respondían.
¿Y Luciano Cáceres cómo enfrenta una situación límite?
De alguna manera, habiendo acompañado muchas enfermedades de mi familia y sobre todo las de mis padres, es tan particular lo que sufre y padece el enfermo que uno no puede más que aceptar y acompañar la voluntad del otro. Yo me enojé mucho cuando mi madre abandonó todos los tratamientos convencionales y en su último año solo se quedó haciendo terapias alternativas. Pero debo decir que de los ocho años de enfermedad, ese último sin quimioterapia fue el mejor año de mi mamá. No vomitaba, tenía pelo, estaba en su peso… pero después, cuando cayó en coma, yo estaba enojado.
A veces la familia no puede entender lo desgastante que es para el enfermo un tratamiento…
A mí lo primero que me dijeron fue: tenés que aprender a soltar. Me costaba. Y hay momentos en los que hay que dejar ir y ser generoso porque, en el caso de mis padres, ellos me dieron todo, y lo que no tenían también. Me dieron una vida muy hermosa de laburo y de amor.
¿Así que los últimos momentos con tu mamá los pudieron disfrutar?
Entiendo que fue la mejor decisión y ella fue resabia. Porque mi hermana más chica fue mamá muy chiquita, quedó embarazada en el colegio, terminó el colegio y fue madre. Y eso le dio años de vida. Entonces era una abuela hiperactiva. Y ese es el recuerdo que tiene mi sobrino Nico, que tuvo la suerte de tener su abuela exclusiva, porque fue el único nieto que mi mamá tuvo en vida, después vinieron otros nietos más, pero fue hermoso.
¿Y a partir de esa situación empezaste a creer en los ángeles?
Sí, de alguna manera, pero no es literal. Creo en la experiencia que tuve, que me dio cierta certeza y alguna sensación de paz y calma en el torbellino del dolor, que hay algo ahí que me acompaña. Son energías que van a estar siempre, pero no es que veo fantasmas, es un abrazo que uno tiene del amor que tuvo, y creo que esa energía va a estar siempre. Las personas que te amaron, que amaste, por más que pasen a otro plano, van a estar siempre en el recuerdo y serán parte de uno.
¿Y ese rosario que tenés puesto?
Mi madre falleció, tiramos sus cenizas y en Nochebuena una ola me trajo hasta mis pies este rosario. Me llamó la atención y lo guardé. Pasaron 17 años y tuve un accidente filmando una serie, me rompí una pierna cuando se me cayó encima un portón de 800 kilos. Tuve que seguir filmando con un dolor terrible y decidí hacerme reiki para prepararme para la operación. Y había arrancado otra película en paralelo, una locura. Entonces fui a una sesión de reiki y la señora me dijo: tengo un mensaje para vos, ¿me permitís? Y me dijo: tu mamá hizo mucho esfuerzo para que ese rosario llegara a tus pies. Obviamente, salí de ahí y fui a buscarlo. Lo tenía guardado en una cajita con cosas del colegio.
O sea que tu madre viaja contigo…
Sí, muy loco, esta señora sin saber nada del rosario me dio ese mensaje.
Y con tu padre, ¿cómo era la relación?
Con mi papá también me pasó algo muy loco. Son señales, creer o reventar. Mi viejo fue cardíaco toda su vida, creo que a mis ocho años tuvo su primer infarto, a los 11 la primera operación del corazón, a los 14 la segunda, o sea, siempre tuvo problemas en el corazón. Y su médico de toda la vida era un señor grande, que cuando se jubiló a papá lo terminó atendiendo su hijo. Te cuento que mi papá siempre iba a mis estrenos o a alguna función al principio, y después siempre venía a la última función. Y una vez papá estuvo en un estreno, después murió y el día de la última función me saludó un viejito en la puerta del teatro y me dijo: soy el doctor de tu papá, me enteré de que hacías teatro y te vine a ver. Y de alguna manera esa era la primera vez que mi viejo no venía a la última función. Yo siento que no es solo casualidad que el tipo que lo cuidó toda su vida justo vaya por primera vez a verme al teatro. Ese fue un regalo que me mandaron.
Hay que estar alerta a las señales…
Después, cuando Amelia, mi hija, tenía siete meses, la tuvimos que operar de urgencia. Yo llegué tarde al rodaje, y cuando aparezco, el actor Rubén Stella, que estaba caracterizado para la película, me dio un abrazo y te juro que tenía el olor a mi viejo y me dio el abrazo que necesitaba, porque obviamente en el hospital yo estaba sosteniendo a la mamá de Amelia y a toda la familia.
¿Te gusta Uruguay? Hace unos meses filmaste dos películas acá, Carne y El susurro.
Estuve en febrero y en diciembre. Justo ayer fue el estreno internacional de El susurro en el Festival de Sitges, que es el festival más importante de cine fantástico, y en competencia oficial, así que una maravilla; fue una coproducción argentina-uruguaya de Gustavo Hernández y todo su equipo.
Uruguay me encanta, vine muchas veces a filmar, filmé también para Brasil y después vine muchas veces con gira de teatro, el público acá es reteatrero. Y he estado en el ámbito comercial, experimental y también en El Galpón, que es hermoso, una cooperativa de trabajo en la que son los mismos actores los que hacen todo.
Trabajaste con actores uruguayos, como Daniel Hendler, Osvaldo Laport y ahora en Carne con Susana Groisman, Annasofía Facello.
Todos muy talentosos. Sí, trabajé con Augusto Gordillo, Rafa Beltrán, Paula Silva; además, convivíamos en una casa gigante que alquilaron. El lugar era espectacular, con una laguna, caballos. Los 10 días de rodaje estuve con mi hija, Amelia. Y después con dos actrices argentinas, Maite Lanata y Minerva Casero. Divinas.
Con tu hija Amelia filmaron El desembarco, seguramente seguirá la carrera artística.
Obviamente. Hicimos esa película juntos y después tuvo una participación en la serie de Lali, El fin del amor. Se está formando y lo que a ella más le gusta es la comedia musical, la danza y el canto. Va a un secundario con danza, tiene las materias del secundario y seis horas de danza por día. Pero su propia identidad es su propio camino. Y después es una hermosa compañía de viaje, viene conmigo de gira, me ayuda con la escenografía y después recorremos los lugares. Cuando hice la película, ella salía con sus amigas en Punta del Este y después de filmar la pasaba a buscar.
A Uruguay vine mil veces, te voy a contar una particularidad. Yo me emancipé para venir a Uruguay a visitar a unos amigos que había conocido por teatro, porque antes, para salir del país siendo menor de 21 necesitabas el permiso de tus padres. Yo con 18 años ya trabajaba, estaba alquilando, entonces mi vieja habló con una amiga escribana y me adelantaron la mayoría de edad.
Y cómo no iba a venir al festival de Piriápolis, si todavía me hacen un homenaje, y a César Troncoso, y a Cecilia Rossetto. Con ella yo filmé La mosca en la ceniza, con la que gané un premio Cóndor, y Troncoso es un capo total.
¿Te dedicarías a otra profesión que no fuera la actuación?
Creo que mi creación me marcó a fuego. Vengo del teatro, me crie en el teatro. Mis padres hicieron que yo fuera concebido en un escenario, literalmente. Mi papá dormía arriba de un escenario, después sacaba el colchón para abajo de las tablas y trabajaba en la municipalidad, porque vivir del teatro independiente era muy difícil. Él estaba casado con la mamá de mi hermano más grande y mi vieja estaba casada con un ingeniero y laburaba en la municipalidad. Ella era 20 años más joven y pasó por esos colchones de manera clandestina, soy fruto de ese amor prohibido, y acá estoy. Pero me enteré mucho después, cuando ya hacía teatro. Ellos estuvieron juntos desde que nací, mi mamá quedó embarazada y se unieron hasta que mi mamá murió. Después vinieron dos hermanos más, fue una historia potente, se acompañaron siempre.
¿Cómo fue tu infancia?
Distinta. En mi generación era raro que un pibe hombre no quisiera jugar a la pelota y quisiera hacer teatro, a los 10, 11 años leía los clásicos, las obras de Shakespeare, obviamente que no las entendía como las entiendo ahora. Y el bullying que me hacían, que ahora tiene nombre… pero yo tenía tanta felicidad con lo que hacía y con mi grupo de pertenencia en el teatro que poco me importaba.
Y en la secundaria trabajaba en la cantina del colegio, no tenía recreos, trabajaba y me ganaba unas monedas; desde muy chiquito tuve la cultura del trabajo y en mi casa también mi papá laburó de todo.
¿La crianza fue en el teatro?
Yo me crie en un ámbito de actores independientes, todos vivían de otra cosa. Ahora tengo el privilegio de haber logrado popularidad, en el buen sentido, y ese público enorme que te da la televisión hace que vos puedas acercar público a otros lugares. Al mismo tiempo que yo grababa Graduados, en el San Martín hacía Macbeth. Entonces, el pibe que me veía por la tele fue por primera vez al San Martín y conoció Macbeth.
Desde hace un poco más de 20 años que no me dedico a otra cosa que no sea la actuación o la dirección, gracias a Dios, y también por mérito propio. Porque tengo esa capacidad de la autogestión, de generar mis propios proyectos, de armar equipos, de haber transitado las producciones comerciales y gigantes, y también lo más independiente es que puedo vivir de la actuación.
¿La actuación es recorrer un camino de libertad?
De libertad y de todo. Hay una película maravillosa rusa que se llama La esclava del amor, en la que la protagonista actúa de una actriz y en una escena de sufrimiento dice: llevo demasiadas vidas de mujer para sufrir por amor. De alguna manera, este oficio de la actuación te da la posibilidad de vivir cosas que nunca vas a vivir en tu vida, te da unos permisos y unas libertades que nunca vas a habitar. Y la actuación también te obliga a conocer tus límites, porque tiene muchas cosas técnicas, pero lo emocional hay que encarnarlo, son tus lágrimas, tus mocos, tu sudor, es tu cuerpo. Todo eso acá (se señala el pecho). Entonces, es un oficio maravilloso, que te da la posibilidad de ser muchos otros y desde el juego absoluto. Y después agradezco el lugar de privilegio en el que estoy. Me invitaron acá a Piriápolis y me hacen un homenaje, imaginate lo agradecido que estoy.
¿Qué se viene para el futuro?
Estoy ensayando un nuevo unipersonal, Paraíso, una coproducción hispoano-argentina, una obra de Inmaculada de Alvear. La trama sigue a un empresario egoísta que recibe un trasplante de corazón de una prostituta dominicana negra. Y no solo desarrolla una sensibilidad femenina, sino que empiezan a aparecer sensaciones, emociones y un deseo sexual muy potente que le va a cambiar la vida y lo va a meter en un montón de momentos buenos y malos. Es una obra muy exigente.
Otro unipersonal con un personaje fuerte, ¿cómo te preparás?
Estar solo en el escenario me da mucho cagazo y me sigue dando, pero al mismo tiempo sé que el público es mi compañero.
Desde hace dos años, Luciano Cáceres sube al escenario para interpretar a René en Muerde, un monólogo intenso escrito y dirigido por Francisco Lumerman. Trata sobre un hombre que se despierta cubierto de sangre sin recordar nada. Durante la obra intenta reconstruir su pasado, marcado por el abandono de su madre al nacer y de su padre a los 10 años.
Mientras se presentaba en Estados Unidos, Luciano viajaba con un técnico y ya tenían todo planificado su itinerario. “Para nosotros, la sangre es témpera, que llevamos en frascos y despachamos en la valija. Pero un día en Nueva York hice la segunda función, me di una ducha para sacarme la sangre, la témpera, y el vuelo salía a las tres de la madrugada, entonces mi vestuario lo guardé en el carry on. Cuando me abren la valija en el aeropuerto, me preguntan ‘¿y esto?’. Y le dije ‘sangre, sangre’. ‘¿Cómo sangre?’. Nooo, es témpera y no sabía cómo explicarles. Después fue muy gracioso, terminé sacándome fotos con los mexicanos de seguridad. Les pude mostrar la publicidad de la obra que hicimos en Los Ángeles y que era actor”.