Judaísmo
El protagonista, Miguel o Yahuda Menajem en hebreo o Mike para los amigos, nació en Cochabamba, Bolivia, el 5 de enero de 1953. Fue el segundo de tres hermanos. Su padre, Jaime, fue un judío polaco que llegó a ese país en 1939, huyendo del nazismo. Casi toda su familia paterna murió por esa causa. Su madre, Ruth, tuvo el mismo destino, Cochabamba, desde Alemania. Haber sido un sobreviviente de la Shoá, en esta colectividad, es a la vez una suerte y una condena, relacionada con el dolor y la culpa.
“La culpa del sobreviviente es enorme. Una de las grandes razones por las que la Shoá se transmite entre los judíos es porque en cierta manera todos nos sentimos culpables de ser los que sobrevivimos. ¿Por qué alguien sobrevivió?, ¿por qué yo y no otro? (...) Era una mochila, como dicen los yanquis, un elefante en la sala. A mí me costó entender que mis abuelos, mis tíos no estaban, ¿entendés? O sea, no era que siempre se hablara de los que no están. Mi padre no volvió a Polonia hasta el final de su vida. Y fue un desastre ese viaje porque quiso ir a su casa, no encontró nada. Llegás a una ciudad que es tu ciudad, pero es distinta. No tenés ningún conocido, ningún amigo, nada. No sé pa’ qué fue”, relata Brechner en el libro.
En el verano de 1960, la familia Brechner Frey se radica en Uruguay. Miguel, más allá de su “gratitud eterna” con Bolivia, no se siente nacional de ese país. No volvió a ir hasta el año 2000, cuando siguió a la selección uruguaya a un partido por las eliminatorias para el Mundial de Corea del Sur y Japón.
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Por la izquierda y a contramano, de Bernardo Wolloch y Fernanda Kosak. Fin de Siglo, 213 páginas, 790 pesos
El judaísmo ha sido transversal en su vida. En Uruguay fue parte del movimiento juvenil Jazit Hanoar (en el que también participaron, mucho después, en una coincidencia del destino, los autores del libro), de donde lo echaron en 1972 por defender la existencia de dos Estados (uno de ellos palestino). Se fue a trabajar y vivir en un kibutz de Israel durante un año cuando tenía 18 años. Ser judío y de izquierda —comenzó a ser parte de la orgánica del Frente Amplio (FA) a la salida de la dictadura— ha sido una tarea particularmente difícil luego de los ataques del 7 de octubre del año pasado.
“Muchas veces pienso cuál es mi rol como judío de izquierda. ¿Pelearme con todos y cortarles el saludo, o hablar e intentar explicarles que las cosas son más complejas? Prefiero hacer lo segundo. Y le dedico muchas horas a eso. Si vamos al orden de los acontecimientos, luego del 7 de octubre, al principio, el Frente Amplio salió mal, hizo una declaración terrible; pero la corrigió y luego salió con una segunda declaración que es menos mala que la primera pero que tiene cola de paja al criticar los actos terrorista de Hamás, ya que pone como contexto al Estado de Israel y la ocupación (...). Hay mucho antisemitismo en la izquierda, pero en la derecha y en los partidos tradicionales también. Ahora, ¿hay más en la izquierda? Sí, es cierto. Hay amistades que perdí luego de octubre. No tengo por qué ser amigo de quienes son abiertamente antisemitas”, dice en uno de los pasajes más duros y sinceros, donde califica como una “fantasía que tiene la izquierda” el plantear “a la resistencia palestina como progresista”.
Este segmento resultó también sensible para los autores, también judíos. “Lo que pasó (desde la incursión de Hamás) lo vivió horrible, como yo. No hay muchas palabras para describirlo, más cuando hay cosas que vienen de gente con la que en líneas generales estás de acuerdo. La gente ya no se ruboriza de ser antisemista, ahora la excusa es el antisionismo”, señala Kosak, periodista que pasó por El País y Santo y Seña y que hoy conduce los programas Campaña del miedo y Bufete sentimental, del canal de streaming Dopamina, del cual es fundadora y directora.
A la política
Su ingreso al FA, luego de haber sido militante estudiantil, se dio como ingeniero y empresario, otra mala palabra para la izquierda más dogmática. Fue en su computadora donde se cargó el padrón de afiliados al partido en 1984. Fue quien aportó el hardware para controlar la limpieza de la elección ese año, la de la salida democrática. Fue él quien, con su inteligencia elogiada por todos quienes lo conocieron, leyó los datos que emergían de las urnas antes que nadie y alertó a Seregni de que las versiones que daban al FA ganador en Montevideo, que ya estaban siendo divulgadas por la televisión, no tenían asidero.
Lo mismo pasó 10 años después, en una de las gaffes de estas noches más recordadas en la historia. “Lo volvimos a hacer en la elección del 94. Sabíamos por nuestros contactos que a Canal 10 le daba que ganaba el Frente y a nosotros nos daba que no. Seregni nos pide a Mauricio García (responsable de cómputos del FA) y a mí que vayamos a pedir al canal que no lo anuncien. No nos hacen caso y dan ganador al Frente, cosa que causa revuelo, y ellos luego se tienen que dar vuelta y explicar. Recuerdo que, pasada la medianoche, el equipo del Sordo Luis Eduardo González nos llama y ante la coincidencia anuncia el triunfo de Sanguinetti”, dice en el libro. Trastiendas chicas de historias grandes.
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El general Líber Seregni y Miguel (años 90)
Fin de Siglo
Recién en este ciclo electoral Brechner dejó de ser independiente dentro del FA para apoyar la precandidatura de Bergara, que luego bajó para sumarse a la de Yamandú Orsi. Su amistad con Bergara comenzó a partir de Seregni, vecino suyo en Parque del Plata.
El libro, que cuenta con un prólogo de Blanca Rodríguez escrito cuando ya había dejado el periodismo para dedicarse a la política (lo que ocurrió en agosto de este año), llevó un proceso de escritura de tres años. “El libro estuvo en proceso de escritura durante tres años. Tuve más de 20 entrevistas con él mano a mano en donde hubo charlas muy fecundas e interesantes”, dice Wolloch. El tiempo volvió muchos de esos temas tan coyunturales que luego fueron descartados. El ingreso de Fernanda fue considerado “fundamental” para “ordenar, ponderar y jerarquizar” cómo iba a ser el libro. “Al final, terminó como una biografía desordenada, con saltos temporales y sin un orden lineal. Pero eso no es algo negativo ni peyorativo: la cabeza de Miguel es así y no podía haberse hecho de otra manera”, añadió.
Fue en su computadora donde se cargó el padrón de afiliados al partido en 1984. Fue quien aportó el hardware para controlar la limpieza de la elección ese año, la de la salida democrática.
Esa “biografía desordenada” —muy completa, a la que, sin embargo, le faltaría un índice para una lectura más fácil— no elude temas como su afición a correr maratones, lo que inició hace 23 años, casi a los 50, ni la deuda que tenía con una subsidiaria del Banco República (BROU), que llevó a su renuncia del Latu (Laboratorio Tecnológico del Uruguay, del que fue nombrado presidente en 2005), o su vinculación con empresas offshores en Panamá. Esos dos temas fueron publicados en Búsqueda, lo que determinó su enojo con ese medio.
Brechner contra la corriente
El “a contramano” del título no es antojadizo ni coyuntural. “Es cómo ser judío sionista de izquierda y también ser empresario frenteamplista y hacer guita. Hacer el Ceibal también fue a contramano: no fue el curso natural de las cosas, hubo que pelear contra los sindicatos y los presupuestos, contra la propia inercia del país. Para reformar el Latu tuvo que pelear con todo el mundo. El primer paro a un gobierno del Frente Amplio se lo hacen a él. También pelea contra su propio cuerpo, se hizo maratonista de grande; ahí lo que más le cuesta es dejar su mente, que siempre está trabajando, en blanco”.
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Miguel junto al cartel de Cardal en ruta 5 (2007)
Fin de Siglo
La cocina que permitió el lanzamiento del Plan Ceibal es otro de los puntos destacados del libro. A fines de 2005, el informático estadounidense Michael Negroponte presenta la fundación One Laptop Per Child (OLPC, Una laptop por niño), que permite el acceso a computadoras portátiles por cien dólares. A Brechner, recién designado presidente del Latu, se le ocurrió replicarlo en Uruguay. A pura terquedad, consiguió que Negroponte lo recibiera en Boston. Y ahí se fue, sin tener la certeza de si en Uruguay habría plata para tamaña empresa ni el sí del presidente Tabaré Vázquez, que solo le había dado inicialmente 15 minutos para que le explicara su idea. Era un país en el que, describe el libro, un arduo debate en un grupo de tecnología de la Administración Nacional de Educación Primaria (ANEP) se discutía “si el mouse se tenía que llamar mouse o ratón”. Discusiones de tal calibre duraban sesiones y semanas.
Fue ahí donde se dio cuenta de que tenía que emprender por fuera de “esa piscina de dulce de leche que es el monstruo del Estado, y más en el sistema educativo”, como señala en el libro Miguel Mariatti, mano derecha de Brechner en esta quijotada. Lo llevó al Latu. Hay cosas que hoy parecen chiste. Cuando Vázquez lo anunció públicamente, en diciembre de 2006, lo que había apenas era una idea, no un diseño armado.
A fines de 2005, el informático estadounidense Michael Negroponte presenta la fundación One Laptop Per Child (OLPC, Una laptop por niño), que permite el acceso a computadoras portátiles por cien dólares. A Brechner, recién designado presidente del Latu, se le ocurrió replicarlo en Uruguay.
“Todo el mundo decía que me estaba bypasseando la educación. La pregunta que uno se tiene que hacer es: ¿tiene sentido que el Ministerio de Educación o la ANEP sean responsables de la entrega, conectividad, plataformas de 300.000 computadoras? ¿O tiene sentido tener una organización especializada? Esto es válido en Uruguay como en cualquier lugar del mundo”, recuerda Brechner en el libro. La Federación Uruguaya de Magisterio (FUM) al principio tuvo una actitud cuestionadora; pero su filial en Florida, departamento en el que se encuentra villa Cardal, dio vuelta esa postura inicial.
El diario del lunes, odiosa frase hecha si las hay, dio la razón a tamaña locura. El Ceibal, dice la exconsejera de Primaria Irupé Buzzetti en esta biografía, es un ejemplo de igualdad y equidad: “¿Qué hubiera pasado si llegaba la pandemia y solo tenían laptops los de los colegios privados?”.
“Brechner va a contramano, pero no por ser contra”, dice por su lado Wolloch. “Lo hace porque visualiza a dónde quiere llegar y no tiene ningún tipo de inconveniente en no seguir el camino trazado para la consecución de su objetivo. El ejemplo más conocido es el del Ceibal, que no fue un avance natural de una política pública, sino más bien todo lo contrario. Tuvo que luchar contra ‘las computadoras las van a afanar’ o ‘las maestras no las van a usar‘, nadar a contracorriente de la burocracia estatal. Brechner fue contra la inercia más aplastante del mundo, la uruguaya. Y en esta historia se cuenta su versión, más privada, con éxitos y fracasos, de una historia conocida y de otra no tanto”, concluye.