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Adrián Echeverriaga
Los libros donados se reciben y se retiran en cualquiera de los siete destinos de Punta del Este: Casa Castilla, Café de la Mansa, La Bici, Mar de Amores, Cantegril Country Club, El Puestín y Martinika Deco.
El proyecto se originó en una charla informal entre las tres amigas. Isabel, Micaela y Cristina aman leer y, además, están convencidas de que los buenos títulos tienen que circular. Pero ¿por qué crear una biblioteca comunitaria? Para fomentar la lectura y el acceso a los libros aún sin disponer de recursos, generar sentido de pertenencia y practicar la confianza a través de este sistema basado en el honor de las personas.
“Los buenos somos más”, afirma Cristina. “Juro que no lo digo para que suene lindo en el artículo. Es así y ha sido un aprendizaje para todos. Cuando inició la idea podríamos tener alguna duda, pero creo que cuando apuestas a este tipo de cosas te das cuenta de que todos aprendemos que los buenos somos más. No siempre las cosas van a ir mal, porque pueden ir bien. Y, de hecho, esto es la demostración de que pueden salir bien. Aquí en Casa Castilla el gran enemigo es el riego del pasto, que puede manchar la caseta”, asegura.
De hecho, en 15 meses de instalada la primera solo han tenido un inconveniente con el viento, que voló el techo de una de ellas. Y en ese mismo tiempo han recorrido el camino del crecimiento del espíritu comunitario de los puntaesteños, que se plasma en el aumento de solicitudes de bibliotecas y en los mensajes de las personas avisando si en algún lugar se necesitan libros o si faltan stickers, por ejemplo. Hasta ahora “nadie les hizo un grafiti ni las rayó ni las rompió, están inmaculadas”, aclara Isabel. Al contrario, acota Micaela, los usuarios las llaman y “hasta los cuidacoches que están cerca hacen uso del espacio de la biblioteca y nos llaman”.
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Adrián Echeverriaga
A todo comercio que manifiesta su interés en tener una biblioteca y comparte sus valores con los nuestros, se le entrega un módulo financiado por las amigas con la única condición de que se ubique en un lugar visible y accesible, porque “el guardián de la biblioteca” es el comercio o institución, en el caso del Cantegril Country Club.
La florería Casa Castilla, detrás de Punta Shopping, es la casa madre a la que la gente toma como referencia. En el jardín se instaló la biblioteca con techo a dos aguas más grande de todas y es allí donde se reciben las grandes donaciones, que hasta ahora fue de casi 100 libros por parte de una misma persona. Las chicas se encargan de separarlos, clasificarlos, sellarlos y distribuirlos entre los demás puntos.
Amistad más allá de las fronteras
Isabel Castilla se mudó a Punta del Este desde Montevideo en 2004 y dos años más tarde abrió la florería. Empezó a cruzarse con Micaela Ferrero, una argentina creativa que llegó al balneario hace 10 años. De profesión abogada, ahora jubilada, su pasión por el scrapbooking la llevó a reunir a fanáticas en actividades multitudinarias. Esos emprendimientos la contactaron con Isabel, que también se dedica a la decoración y ambientación de fiestas. Luego conocieron a Cristina, una venezolana fotógrafa, docente y artista plástica que hace nueve años se instaló en el balneario.
En la actualidad, Cristina y Micaela son socias en La Webería, una agencia de diseño de páginas web. Por supuesto, crearon el sitio de Casa Castilla, y Cristina le hace las fotos que necesita. “Siempre estamos colaborando y armando cosas juntas, Además, las tres nos sentimos muy próximas a Punta del Este, a la comunidad, y quisimos brindarle algo. Este proyecto nos da el motivo para tomarnos un cafecito juntas, porque siempre hay algo para hacer”, explica Cristina.
Según analiza Isabel, al vivir en Punta del Este aman la ciudad desde otro punto de vista, no como el montevideano que la visita unos días. Micaela llegó a Punta del Este buscando ese sentido de comunidad, y lo encontró en ese sentimiento de estar cerca de los demás, de conocerse con todos y saludarse por el nombre.
La vida que transcurre durante el invierno también les permite entender las necesidades de la comunidad y descubrir qué actividades valora el puntaesteño, como se refieren a los nacidos en el balneario, pero también a todos aquellos que se instalaron.
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Cuando Micaela propuso la idea de replicar las bibliotecas comunitarias de Nueva York, concordaron en que este proyecto reafirmaría ese sentido de pertenencia. De hecho, la fiesta de la inauguración se hizo fuera de la temporada estival pensando especialmente en los locatarios.
Pero ese sentido de pertenencia a Punta del Este trasciende a quienes no viven ahí, pero sí la sienten y disfrutan como propia. Varias personas fueron a la fiesta, hicieron donaciones de libros y se llevaron otros para leer en Montevideo y devolver en su próxima visita. “Recuerdo la primera vez que una persona emocionada subió un video de una biblioteca, y poco a poco la gente se empezó a conectar y algunos se hicieron adictos al proyecto”, comenta Isabel.
Se dan a menudo “esos colaboradores silentes que nos escriben por la cuenta de Instagram para saber dónde podrían encontrar un determinado libro”, agrega Cristina.
Más allá de que los títulos de los libros que se encuentran en las bibliotecas comunitarias son sorpresa para quienes se acercan, se nutren principalmente de ejemplares de ficción y no ficción, de novelas y libros de cuentos, para que la lectura sea relajante.
Este proyecto no está pensado para aceptar libros de texto, educativos o enciclopedias, como a veces han dejado. En ese caso se envían a la biblioteca de Punta del Este. El objetivo de este emprendimiento no es recibir libros de descarte; lo que busca es compartir libros que otros hayan disfrutado al leerlos.
El carácter cosmopolita de la población en Maldonado también se refleja en los libros donados. Aunque la mayoría de los libros están en español, también hay en inglés, francés, italiano, alemán.
Ejecutivas que se potencian
Hay gente que sueña y proyecta mentalmente grandes ideas que quedan en eso, lindas ideas. Pero las tres amigas, además de ser mujeres creativas, son ejecutivas. Conformaron un equipo, cada una con sus fortalezas, que se fijan metas que consiguen. De una simple pregunta de Micaela: “¿Vieron qué lindas esas bibliotecas que hay en Nueva York en donde se puede elegir un libro y devolverlo después de leerlo?”, surgió este proyecto que las mantiene unidas, que fomenta la lectura y el espíritu comunitario, y que además cultiva la honradez de los lectores.
La primera la instalaron en su lugar de encuentro, Casa Castilla. Construyeron la segunda y la tercera en La Bici, sobre la calle 27 y la 20, y en la sede Roosevelt del Cantegril Country Club.
Después se multiplicaron en Café de La Mansa Zunino, en la parada 1; Mar de Amores, en Gorlero y la 31; El Puestín, en Islandia y Acuña de Figueroa, y Martinika Deco, en La Barra. Y de a poco, los locales “padrinos de las bibliotecas” comienzan a aumentar.
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Cuando diseñaron el logo, cuenta Cristina, naturalmente surgieron las reglas que más bien las consideran instrucciones de uso. Lo primero que aclaran es que se trata de un espacio común para compartir libros, que se puede tomar uno sin necesidad de donar otro. Tampoco se necesita registro, pero al dejar un nuevo libro se debe sellar el canto de las páginas y colocar el sticker de identificación en la tapa. ¿El propósito? Saber que pertenecen a la biblioteca comunitaria para devolverlos a alguno de los destinos.
Una selección variopinta sorprende al lector al abrir la puerta de la biblioteca. Entre los títulos que recuerdan que dejaron últimamente, destacan novelas de Nicholas Sparks y de Nora Roberts; Cincuenta sombras de Grey, de E. L. James; Dime quien soy, de Julia Navarro; La ladrona de libros, de Markus Zusak; Cuentos de la selva, de Horacio Quiroga, y Fahrenheit 451, de Ray Bradbury.
Pensando en los más chicos de la familia, los libros infantiles que van llegando se colocan en el estante inferior. “Es emocionante cuando veo a las madres acompañando a los niños, que se sientan a ver los libros o a dejar otros. Eso es lo bueno del proyecto. No conocés a las personas ni llevás un registro, pero sabés que generás algo bueno en el entorno. Un impacto social”, comenta Isabel.
Y como no hay registros ni tiempos de devolución, “si un libro se queda en la casa de alguien por seis años es porque tenía que estar ahí. De alguna manera, los tienen para leerlos”, agrega Micaela.
Cristina también piensa en la posibilidad de que a alguien le guste tanto el libro que se lo quiera quedar. Esa también es una opción posible: “Siempre están llegando libros y si alguno no vuelve, ese será su destino”.
La idea de los libros fluyendo sin reglas se expandió rápidamente. Micaela recuerda especialmente a una señora italiana que visita seguido la biblioteca. Seguramente, los libros son una compañía para mucha gente y, al pensar también en los lectores ávidos y el costo de los ejemplares, la biblioteca les brinda una solución.
El secreto del éxito de la Biblioteca Comunitaria Punta del Este, según Micaela, es que “la gente que visita la biblioteca la adopta como propia, entonces la cuidan, la nutren”. Al colocar el sticker de “Confiamos en ti”, para Cristina, se crea un compromiso para continuar haciendo bien las cosas.
En palabras de Isabel, este ha sido “un proyecto amplificante, sencillo y feliz”. “Tenemos una amiga que colabora en un taller literario en la Cárcel de las Rosas y los presos mandan a buscar libros de las bibliotecas comunitarias”, acota Micaela. “Todas las noticias que nos llegan de la biblioteca son gratificantes y lindas, y nos dan ganas de continuar”.
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Cómo donar un libro
- Dirigirse a uno de los puntos donde se ubican los libros.
- Pegar un sticker que identifica a la biblioteca en la portada.
- Colocar el sello en el lomo del libro.
- Tomar una fotografía de la portada del libro y etiquetar a @bibliotecacomunitariapde en Instagram para que se comparta en el feed de la biblioteca.
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¿Qué significa la Biblioteca Comunitaria PdE para sus creadoras?
Micaela Ferrero: Significa creer. Creer que vale la pena, que la comunidad existe y valora los pequeños esfuerzos.
Cristina Matos-Albers: Significa muchas cosas. Por un lado, la satisfacción de hacer algo por la comunidad. Retribuir con algo positivo a un lugar que me recibió con los brazos abiertos sin pedir nada a cambio. Es crear sentido de pertenencia y al mismo tiempo de soltar, porque el proyecto es tuyo pero al mismo tiempo no lo es. Es soltar una buena lectura al viento y creer que llegará de la mejor manera a alguien que la leerá y la disfrutará. Siento de forma muy cercana el “Confiamos en ti” que llevan todas las puertas (de las bibliotecas), y hasta ahora así ha sido, un pacto silente, anónimo, de hacer el bien sin saber a quién y de respetarnos entre todos: respetar el espacio, las reglas, el acuerdo, el disfrute por la lectura. También el proyecto ha significado una excusa para reunirnos las tres, tomarnos un café, tener algo que nos una y que nos haga pensar de forma creativa. Es absolutamente positivo.
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Isabel Castilla: Para mí, ser parte de este proyecto es motivo enorme de alegría porque siento que estamos generando comunidad, creando lazos invisibles basados en la confianza y la honestidad. La idea es compartir algún libro que te guste o te movilice, en lugar de un libro que te sobre, y pensar que otro lo va a leer y disfrutar es muy motivador.
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¿Dónde están las bibliotecas?
Casa Castilla Flores (Calle Viena Casi los Alpes)
Mar de Amores (Gorlero 1045 entre 31 y 32)
Cafetería La Bici (Calle 27 casi la 20)
Cantegril Country Club (Av. Mauricio Litman y Salt Lake)
Café de la Mansa (Parada 1, playa Mansa)
El Puestín (Islandia esq. Acuña de Figueroa)
Martinika Deco (Ruta 10 esquina Tacoma, La Barra)