Renata es muy popular. Ella quiere estar en la misma clase que Antonella y Juana, pero Santiago, Jazmín, Thiago, Carolina, Sebastián y varios más también piden estar con Renata. Ese pequeño drama escolar se repite todos los años en todas las clases puertas adentro de los colegios. ¿Cómo armar los grupos sin herir susceptibilidades? ¿Qué pasa si, al satisfacer algunos deseos, se alimentan egos, se profundizan casos de discriminación o se disparan dinámicas de bullying? El desafío de equilibrar afinidades y desempeño grupal, hasta ahora un trabajo humano para el que se toman semanas, parece estarse volviendo demasiado complejo para una persona.
De eso se ocupa Eduvaluer, una startup uruguaya que desarrolló un software de gestión educativa especializado en diagnóstico socioemocional. Se trata de una EdTech orientada a la salud mental que nació en el seno de un hogar: Juan Pablo Zufriategui, ingeniero telemático especializado en Software, CEO de Eduvaluer, pensó en la idea cuando vio a su madre, psicóloga en un colegio privado de Montevideo, pasar meses intentando organizar las clases con mil restricciones a cuestas. “Lo primero que se me ocurrió era crear algo que la ayudara en esa tarea, porque cada año había que mezclar a los estudiantes, separar a los que tenían conflictos, evitar poner juntos a los hermanos, o a los hijos de padres con problemas entre ellos, a la vez que había que cuidar a los más aislados…”, explica a Galería. Así fue como, en el marco de su tesis universitaria, diseñó un pequeño algoritmo que luego fue mutando hacia una aplicación más profesional. La bola empezó a correr entre los colegios, y el prototipo pronto se transformó en empresa.
El proyecto se consolidó con la llegada de dos socios: Pablo Fleurquin, ingeniero industrial, y Alejandro Hughes, contador público. Ellos ya habían trabajado en Trium, un software de gestión académica, y ahora apostaban junto a Zufriategui en lo que podía convertirse en un spin-off de su programa: Eduvaluer, enfocado en el bienestar socioemocional de los estudiantes.
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Alejandro Hughes y Pablo Fleurquin.
Mauricio Rodríguez
Los números acompañan el proyecto. Según la Unesco, entre un 20% y 30% de los estudiantes en América Latina atraviesan dificultades socioemocionales que impactan directamente en su aprendizaje. Eduvaluer busca traducir esas realidades con datos concretos que permiten a los colegios tomar mejores decisiones.
A poco de cumplir un año, la plataforma ya funciona en seis colegios de Uruguay, tres en Argentina y uno en Costa Rica. El emprendimiento fue seleccionado entre los 50 proyectos finalistas —sobre más de mil— de una competición global de Unicef en innovación educativa, y recibió un financiamiento de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación. “Soñamos con que Eduvaluer se convierta en una empresa que emplee uruguayos y que esté presente en colegios de todo el mundo”, resume Zufriategui.
¿Cómo funciona?
La mayoría de los colegios acumula mucha información sobre sus estudiantes, pero no siempre disponen de las herramientas necesarias para procesarla y sacarle provecho. En ese cruce entre exceso de datos y falta de recursos nació Eduvaluer, una plataforma que combina encuestas socioemocionales, sociogramas interactivos –representación gráfica de las relaciones sociales dentro de un grupo– y algoritmos de agrupamiento escolar. El resultado es un mapa dinámico del bienestar de los estudiantes, que permite anticipar problemas y tomar decisiones basadas en evidencia.
Lo primero es hacer un cuestionario donde los estudiantes responden con quién les gustaría compartir clase, con quién no, o cómo perciben sus vínculos. Esa información se cruza con datos objetivos —como equilibrio de género, adecuaciones curriculares, nivel académico— y con la mirada de docentes y psicólogos. El sistema procesa las variables en 20 minutos y devuelve en forma de gráficos amigables una propuesta de armado de grupos que, manualmente, llevaría meses de reuniones y reajustes.
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En este gráfico de relaciones, que permiten identificar dinámicas sociales dentro del grupo, el tamaño de los puntos representa la relevancia de cada estudiante en la red social escolar.
Esta es la funcionalidad más valorada por los colegios: el armado automatizado de clases, que ayuda a prevenir combinaciones problemáticas, a reforzar vínculos de apoyo y a reducir quejas de las familias. En la práctica, significa menos niños jugando solos, menos choques de liderazgo y más tiempo para que los equipos educativos se concentren en acompañar a los estudiantes. Porque Eduvaluer no reemplaza su mirada, ni “el vivo“, pero complementa ese trabajo con herramientas digitales más precisas que escribir tres nombres en un papel. “La plataforma te pone las cosas a la vista, pero el trabajo final sigue siendo del equipo”, aclaran sus creadores. El software no pretende reemplazar la mirada humana, sino proporcionar los datos como un insumo. La interpretación y las decisiones dependen de cada institución, de su psicólogo y de su enfoque pedagógico, sea religioso o laico.
La tecnología y el mundo de lo abstracto
Coordinar grupos en un colegio siempre fue una tarea apoyada en la intuición docente. Pero ¿qué pasa cuando esa práctica, hasta ahora cualitativa, se vuelve matemática, con un algoritmo capaz de armar conjuntos de estudiantes de manera determinística, con inteligencia artificial, en minutos? ¿Es posible determinar, con el mismo algoritmo, los aspectos socioemocionales de un alumnado?
En los colegios, los departamentos psicopedagógicos ya generaban datos, pero estaban dispersos, sin una herramienta que los concentrara ni los transformara en información accionable. La propuesta de Eduvaluer es sistematizar esos registros y permitir que los psicólogos y psicopedagogos puedan adelantarse a los problemas de bienestar socioemocional antes de que escalen a situaciones más graves.
Eduvaluer es capaz de convertir encuestas y sociogramas en mapas que muestran cómo se relaciona un estudiante con sus pares. La aplicación detecta aislamientos silenciosos sin necesidad de que el niño diga “me siento solo”; basta con observar en las elecciones de sus compañeros cuántas veces aparece su nombre.
Lo mismo ocurre con los liderazgos que conviene o no potenciar. Y especial atención debe prestarse a los cambios bruscos de un trimestre a otro, tiempo recomendado para actualizar los datos cargados a la aplicación. Un alumno que pasó de diez vínculos a cuatro en tres meses, por ejemplo, enciende la alarma de que algo sucedió.
Lo más preocupante, que es para lo que la aplicación mejor sirve, no son los casos más evidentes: “En una generación de 130 alumnos, los grises quedan invisibles. Pero ahora emergen esos matices, y los colegios pueden intervenir a tiempo”. En lugar de seguir operando por intuición, señalan, las instituciones realizan visualizaciones claras de la red afectiva de cada chico y pueden tomar decisiones basadas en evidencias concretas.
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Las matrices de liderazgo (positivos y negativos) permiten traducir información compleja en datos comprensibles, lo que potencia la toma de decisiones por parte de las instituciones educativas.
El cuidado de la privacidad es central en todo el proceso. Los estudiantes contestan preguntas simples, pero nunca acceden a los resultados. La confidencialidad está en manos de la institución, que define quién puede ver la información, si solamente los psicólogos, psicopedagogos o docentes, pero en ningún caso los estudiantes.
Para ellos se están desarrollando nuevas funciones que les permitirá expresarse de manera opcional y si lo desean anónima, incluso fuera de las encuestas programadas. Ese canal abre la posibilidad de que un estudiante reporte lo que siente en tiempo real, sin exponerse. Pero a la misma vez plantea algunos dilemas éticos por los que todavía se encuentra en desarrollo: ¿qué hay que hacer si un comentario anónimo se refiere, por ejemplo, a autolesiones? ¿Prima la confidencialidad o la urgencia de intervenir? Pero la aplicación no se trata solo de identificar riesgos, sino de acompañar procesos de mejora y crecimiento y ver los cambios notorios.
Funciona como un software as a service, con suscripciones anuales, y la tecnología es exportable a cualquier país, ya que según sus creadores, los problemas de vínculos escolares son iguales en todo el mundo.
La única barrera es económica. Las escuelas y liceos muchas veces tienen recursos limitados y se ven desbordados por la vorágine del día a día, lo que demora la adopción de cualquier tipo de innovaciones. El desafío también es llegar a la educación pública. “El socioemocional atraviesa al 100% de los niños —subrayan— y no queremos que quede restringido a la educación privada”, que es la que puede comprar el programa.
El mercado para una tecnología como esta, dicen, todavía es muy incipiente. Hace veinte años la educación socioemocional casi no se discutía; hoy, empieza a instalarse como parte de la currícula, y el software acompaña ese cambio de paradigma. “Adoptarlo no es sólo incorporar una herramienta digital, implica también aceptar una nueva mirada sobre la educación, que entiende al niño como una persona integral que debe prepararse para un mundo complejo“, concluyen. La incorporación de Eduvaluer no se trata solamente de la incorporación de un nuevo software, sino, de una nueva visión sobre la educación, “que es una decisión mucho más grande todavía“.