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    Desde Masoller al Uruguay

    Por Lector

    Sr. Director:

    “En la larga historia de la humanidad (y del reino animal), aquellos que aprenden a colaborar y a improvisar de la manera más eficaz son los que han prevalecido” (Charles Darwin). “No se puede amar u odiar una cosa sino después de haberla comprendido” (Leonardo da Vinci).

    Un individuo solo hace caso a lo que cree, a las creencias que posee, que no son otra cosa que “hábitos del pensamiento” (Bachrach, Estanislao, 2021, En el limbo, Penguin Random House Grupo Editorial, pág. 62). Si crees que un amigo es bueno, tu cerebro buscará todo tipo de argumentos para demostrar que tienes razón. El cerebro ama tener razón, incluso más que ser feliz. Por tanto, las creencias determinan lo que es verdad o fantasía para una persona, que a partir de sus creencias “crea su realidad”.

    Lo relevante es que tus creencias están representadas en tu cerebro físicamente por muy fuertes conexiones sinápticas, que al formarse tempranamente se constituyen en verdaderos “cables de acero”, que constituyen tu “forma de pensar”. Ellas son las que te hacen sentir mal o incómodo frente a determinadas situaciones, y no las situaciones en sí mismas. Tus creencias, tu forma de pensar, son parte de tus experiencias pasadas, todo aquello que te sucedió en la vida, influyen en tu forma de interpretar y de dar sentido y significado a las circunstancias y hechos que te ocurren. Son siempre tus creencias las que le dicen a tu cerebro qué es verdad y qué es fantasía, o sea qué es verdad para ti (Bachrach, Estanislao, 2021, op. cit., pág. 27).

    ¿Porque la evidencia no puede cambiar la manera en que pensamos? “Las personas pueden mantener una fe inquebrantable en una afirmación por absurda que sea cuando se sienten respaldadas por una comunidad de creyentes con su misma mentalidad” (Daniel Kahneman). Cuando la gente todavía pensaba que la Tierra era plana, pasó por alto o justificó signos tales como la presencia del horizonte, que podía haber ayudado a aclarar lo contrario.

    Aquello que no esperamos suele pasarnos desapercibido. Sucede que lo que vemos del mundo no es una copia exacta de la realidad, sino lo que se filtra a través de nuestras creencias. Múltiples investigaciones científicas demuestran que lo que vemos no es el resultado lógico de la evidencia, sino que está basado en nuestra propia historia, prejuicios y suposiciones. Tanto que, aunque enfrentemos datos objetivos que contradigan esta información previa, resulta muy difícil cambiarla. Se trata de un recurso cognitivo que se experimenta al ver amenazada la forma de concebir las situaciones.

    Lo que se pone en juego no es la verdad sino la propia identidad. La mente hace malabarismos para mantener coherencia entre los pensamientos (Manes, Facundo y Niro, Mateo, 2018, El cerebro del futuro, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C., pág. 401).

    ¿Por qué las creencias tienen tanto poder por encima de los datos y las evidencias? Uno de los fenómenos que lo explican es la “disonancia cognitiva”, que se refiere a la tensión incómoda que resulta de sostener en forma simultánea dos opiniones conflictivas o contradictorias entre sí (Manes, Facundo y Niro, Mateo, 2021, Ser humanos, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C., pág. 241).

    En estos casos, se siente amenazado nuestro autoconcepto y se llega a cambiar los hechos para adaptar las creencias preconcebidas con el objetivo de disminuir la incomodidad de la disonancia cognitiva. Este comportamiento es conocido como “razonamiento motivado: seleccionamos los datos coincidentes con lo que queremos creer y reforzamos de esta manera nuestros preconceptos en un movimiento de retroalimentación mientras que evitamos, ignoramos, le quitamos valor o simplemente olvidamos aquello que lo contradice” (Manes, Facundo y Niro, Mateo, 2021, op. cit., pág. 242). Los sesgos cognitivos llevan a interpretar la información en forma ilógica, que conduce a juicios irracionales y por tanto a decisiones equivocadas. Es la “actual” “posverdad”, en la cual los hechos objetivos son secundarios en relación con las emociones y las creencias previas (ibidem).

    “Para comprender me destruí” (Fernando Pessoa). “El cerebro humano ha desarrollado circuitos neuronales que permiten prosperar en un contexto social” (Michael Gazzaniga).

    Sea amable primero, tenga razón después. El escritor japonés Haruki Murakami escribió una vez: “Recuerda siempre que discutir y ganar es romper la realidad de la persona contra la que estás discutiendo. Es doloroso perder tu realidad, así que sé amable, incluso si tienes razón”.

    Los hechos no cambian nuestras mentes. La amistad lo hace. Convencer a alguien de que cambie de opinión es realmente el proceso de convencerlo de que cambie de tribu. Si abandonan sus creencias, corren el riesgo de perder los lazos sociales. No puedes esperar que alguien cambie de opinión si también le quitas su comunidad. Tienes que darles un lugar adonde ir. Nadie quiere que su cosmovisión sea destrozada si la soledad es el resultado.

    “La muerte de la empatía humana es uno de los primeros y más reveladores signos de una cultura a punto de caer en la barbarie” (Hannah Arendt). “Nuestra capacidad para cooperar y conectar nuestras mentes es lo que nos separa del resto de los animales”. Cuanto más construyamos situaciones en las cuales la gente colabore y hagan cosas juntos de forma interdependiente, se facilita un tratamiento más justo entre todos, incluso entre gente que no se conoce. En lo que a felicidad se refiere, nuestros cerebros atribuyen un valor considerable a las interacciones positivas y a la aprobación de los congéneres humanos (Burnett, Dean, 2018, El cerebro feliz, Paidós, Argentina).

    En nuestras interacciones sociales hay un claro elemento subconsciente, es decir involuntario. También hay pruebas que señalan que cuanto más social es un animal, más inteligente tiende a ser. De ahí que, en el caso específico de los primates, el tamaño del grupo social típico esté fuertemente conectado con el tamaño del cerebro y la inteligencia (Burnett, Dean, 2018, op. cit., pág. 139).

    Si nuestra supervivencia depende de nuestra comunidad, cuanto más sociales seamos, mayores serán nuestras probabilidades de aceptación y supervivencia. El caso contrario equivale a la pena de muerte. Por tal razón, nuestros cerebros disponen de abundantes sistemas, circuitos, procesos y mecanismos, conscientes e inconscientes, dedicados a facilitar y potenciar conexiones e intercambios con nuestros congéneres humanos. Esto significa que las “otras personas” no son un elemento más del entorno (casas, árboles, autos, etc.), son un factor de suma importancia en el modo de funcionamiento de nuestro cerebro (Burnett, Dean, 2018, op. cit., pág. 142).

    Los vínculos sociales son básicos para nuestra supervivencia, se necesita tiempo y esfuerzo para forjarlos y mantenerlos, por tanto, nuestros cerebros evolucionaron potenciando en forma directa la amistad activa. La sola acción de interactuar con otra persona puede resultar placentera. La razón es que el mecanismo que guía nuestro deseo de interacción social está incrustado en la parte del cerebro responsable de experimentar placer (Burnett, Dean, 2018, op. cit., pág. 143).

    La idea general es que gran parte de nuestro cerebro está dedicado a potenciar y facilitar las interacciones sociales, lo que hace que estas sean una necesidad básica para un cerebro sano. Por tanto, la interacción social no solo nos hace felices, sino que su ausencia puede dificultar hasta nuestra capacidad misma para experimentar la felicidad (Burnett, Dean, 2018, op. cit., pág. 150).

    El capital social implica la “sociabilidad” de un grupo humano, con los aspectos que permiten la colaboración y su uso. Los sociólogos destacan que el capital social está formado por las redes sociales, la confianza mutua y las normas efectivas y es aquello que posibilita la cooperación entre las partes. A este respecto, es interesante observar los conceptos que se vierten sobre este término: “Desde que en los años 50 algunos economistas, como Robert Solow, iniciaron los intentos sistemáticos para medir el crecimiento económico, se hizo claro que este dependía, más allá del aporte de los factores de capital y de trabajo, de otras variables, atribuibles originalmente al progreso tecnológico” (Kliksberg, Bernardo, 2001, Capital social, Editorial Panapo, Caracas).

    Con el paso de las décadas, se afinaron las técnicas de medición y algunas de esas variables “intangibles” han sido cuantificadas en su aporte particular, como el capital humano, y la inversión en investigación y desarrollo. El concepto de capital social surge como otro activo intangible que impacta en el desarrollo económico.

    Investigaciones realizadas revelan de manera clara que la cooperación y la colaboración son los procesos de relación que resultan fundamentales para que los grupos sociales se constituyan en efectivos en sus logros (Goleman, Daniel; Cherniss, Cary, 2005, Inteligencia emocional en el trabajo, Barcelona, Editorial Kairós S.A.).

    En los grupos que cooperan y colaboran, se han identificado tres creencias que las predicen y las facilitan: confianza, identidad grupal y eficacia de grupo.

    La definición de confianza considera que emana del afecto y la amistad (aprecio y consideración) y de cogniciones basadas en cálculos (confío en que harás lo que has dicho). Un entorno social digno de confianza facilita la suposición que se cumplirá con la obligación y que se colmará una expectativa, creando así un sistema de confianza mutua. No es ningún secreto que las obligaciones, las expectativas y la reciprocidad son constructos relacionados que pueden convertir la confianza en un potente recurso grupal que favorezca la cooperación y el compañerismo o la cooperación.

    La identidad de grupo es la segunda creencia colectiva necesaria para crear procesos de relación efectivos. Se la define como la creencia grupal colectiva, que es una entidad única, importante y atractiva. La identidad de grupo facilita los sentimientos de inclusión y apego. Es la creencia colectiva que favorece la sensación entre sus integrantes que sus objetivos y su futuro están positivamente vinculados. Eso aumenta el compromiso de los integrantes entre sí y facilita la cooperación y la colaboración tan necesarias para el éxito.

    La última creencia colectiva necesaria para crear procesos interactivos competentes es la eficacia del grupo. Se la define como la creencia colectiva que el grupo puede ser más efectivo como unidad que individualmente. Como resultado, dicha creencia se convierte en una profecía para su cumplimiento (profecía de autocumplimiento). ¿Qué se puede hacer para que la sociedad uruguaya actúe de esta forma?

    “Si quieres algo nuevo, tienes que dejar de hacer algo viejo” (Peter Drucker). “El menosprecio de sus adversarios aumenta las posibilidades de éxito de los demagogos” (Hannah Arendt). Se considera que un líder es quien ejerce influencia en otras personas y las conduce hacia la meta. Un líder aceptable opera dentro de las condiciones de un sistema para beneficiar a un grupo determinado, ejecutando una misión tal como le fue encomendada, enfrentando los problemas del presente. En cambio un gran líder, define una misión, actúa en diferentes niveles y afronta problemas complejos.

    Los grandes líderes no se adaptan a los sistemas existentes, sino que imaginan en qué podrían convertirse y trabajar para mejorarlos en bien del círculo más amplio posible.

    La decisión por la cual el Dr. Álvaro Delgado eligió a la Sra. Valeria Ripoll como su candidata a vicepresidenta por el Partido Nacional en las próximas elecciones nacionales va contra la “grieta cultural”, el “ustedes y nosotros”. Demuestra que todos los uruguayos somos seres humanos semejantes, que solo se diferencian por virtudes y defectos, sin importar de dónde vienen ni lo que hacen. Esto fortalece la necesidad de cooperar que tiene el país para resolver el conjunto de problemas que tiene por delante.

    Para llegar a ser una start-up nation, se requiere que primero se destierren ideologías perimidas del siglo XIX, que etiquetan compatriotas en clases sociales y que los que no son como ellos son “enemigos”.

    “La lucha de clases” segmenta la población, conlleva “el pensamiento de grupo”, una sociedad partida en segmentos de límites ora difusos, ora marcados que apuntan a objetivos diferentes, que no permite que el país avance.

    “Aquel que no puede perdonar a otros destruye el puente sobre el cual debe pasar él mismo” (George Herbert).

    Rafael Rubio

    CI 1.267.677-8