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    El futuro del Batllismo

    POR

    Sr. Director:

    Los movimientos de los últimos días son la señal más evidente de una verdad que a los colorados nos cuesta mucho reconocer, pero que es tan palmaria que ya es imposible desconocer: el Batllismo tiene sus días contados.

    La reaparición de Pedro —el último líder que creció a pesar de las sombras de sus predecesores— aceleró el declive. Allí, bajo la égida de Pedro, se alineó el Partido. No se salvó ninguno, ni siquiera aquellos que hasta hace unas semanas se proclamaban abanderados de la socialdemocracia. Llegó Pedro con la gracia de Dios y la tropa no tuvo más remedio que seguirlo. Fue un giro inevitable, una rendición silenciosa ante el faro que evita que choquemos con las ideas que alguna vez nos definieron.

    Pero no, Pedro no es el verdugo del Batllismo. No le carguemos la culpa a él. Tampoco lo es nuestro candidato, que le resulta más cómodo decirse coalicionista que colorado. El Batllismo agoniza porque integramos un partido de batllistas no practicantes. Un partido que se llena la boca de batllismo cuando se acercan las elecciones, que hace gala de ser el “escudo de los más débiles” por un par de meses para luego seguir siendo funcional a intereses y principios ajenos. En el partido, el Batllismo es un recurso electoral, una herramienta que se utiliza mientras rinda, pero que tan pronto como choca con los intereses personales se abandona sin miramientos.

    Así es, hace tiempo que viramos hacia la derecha y parece que estamos cómodos ahí. De hecho, el movimiento que parecía devolvernos a nuestra senda histórica perdió a su líder apenas unos meses después de las elecciones; y esa esperanza, que por un momento brilló en el horizonte, se desvaneció rápidamente.

    No quiero ser injusto, es cierto que aún existen en el partido batllistas de ley, personas que honran el legado de nuestras mejores tradiciones no con palabras, sino que con acciones. Estas personas, día tras día, salen a defender las ideas que son la esencia misma de nuestro partido. Pero no nos engañemos: ellos son la excepción, no la regla. Y lejos de cobijarlos, los expulsamos, los aislamos, los dejamos a la intemperie.

    En este crepúsculo ideológico, lo que antes fue una brújula hoy se ha convertido en un espejismo. El Batllismo se desdibuja en medio de promesas vacías y alianzas oportunistas. Nos aferramos a su recuerdo como si fuera una reliquia, pero su espíritu se desvanece diluido por la tibieza de nuestras acciones y la comodidad de nuestra inercia. Y así, mientras continuamos marchando hacia un futuro incierto ­—o no tanto—, dejamos atrás lo que alguna vez fue nuestra esencia.

    El Batllismo tiene sus días contados y lo más doloroso es que hacemos muy poco por evitarlo. Nos aferramos a una identidad que ya no practicamos, a unos valores con los que no vivimos. El Batllismo languidece no por falta de fe, sino por falta de convicción. Tristemente morirá por la traición silenciosa de quienes decimos protegerlo. Ya resuena el réquiem de un partido que alguna vez fue grande, pero que ahora parece contentarse con su propio eco. El Batllismo se desvanece con un inaudible susurro.

    Brahian Furtado