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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLas recientes elecciones internas dejaron varias lecciones útiles para los actores partidarios, mientras una nueva fase se abre en la trayectoria histórica de los principales partidos.
Al seguir aumentando la distancia respecto de las grandes ideologías totalizadoras del pasado, los nuevos liderazgos parecen apostar más por la autenticidad de los candidatos que por las ritualidades partidarias heredadas. Se prefiere la renovación disruptiva sobre la adhesión a lo "políticamente correcto".
En las campañas electorales se están privilegiando los ejes emocionales bien estilizados como mecanismo mediatizado de seducción de las masas, tal vez asumiendo que la confianza en los gobernantes y sus capacidades para resolver los grandes problemas está siendo cuestionada por ciudadanos que reclaman soluciones inmediatas para sus asuntos cotidianos.
No se trata de una cuestión exclusiva de nuestra realidad política. En su reciente libro sobre la autenticidad, Gilles Lipovetsky reconoce el crecimiento mundial de las democracias por desconfianza hacia las élites políticas, cuando los electores creen más en los valores de rectitud, sinceridad y honestidad de los candidatos que en los respectivos acervos partidarios.
La comunicación mediática basada en la autenticidad emocional de los candidatos cuestiona las claves habituales de la competencia democrática tradicional. Aceptar estos elementos como punto de partida contribuye para entender mejor los resultados electorales.
En nuestro país, no existe una ruptura tajante con los patrimonios simbólicos de los partidos, que aún gozan de buena salud. Pero el debilitamiento de los grandes relatos históricos y la menor confianza política han facilitado la aparición de líderes menos comprometidos con la estrategia política tradicional, en una sociedad que cada vez es más crítica e impaciente.
Se trata de una alternativa que, ciertamente, tiene el mérito de ofrecer opciones frescas a los ciudadanos que sueñan con un futuro más feliz a través de la renovación partidaria.
El riesgo potencial de distanciarse o desprenderse del marco ideológico anterior radica en que, al profundizarse el pragmatismo liberador de compromisos con el pasado, se terminen alentando tentaciones populistas con el afán de complacer al ciudadano a través de promesas poco sostenibles pero con impactos electorales favorables en el corto plazo.
En algunos lugares del mundo, la tentación populista es además conducida por liderazgos que cuestionan públicamente a los presuntos privilegiados del sistema capitalista, o arremeten contra la prensa independiente o contra sectores de interés a los que se responsabiliza por la suerte de los más desfavorecidos.
Más allá de ese fenómeno, la renovación se ha convertido en el signo de autenticidad de quienes se plantan frente al conservadurismo que frena los cambios buscados en una sociedad determinada.
El desafío en los tiempos por venir pasa por el manejo eficaz del componente renovador dentro de un país donde existen problemas estructurales, y las respuestas se encuentran más allá de los cambios de gobierno, de la fugacidad mercantil de los tiempos posmodernos y de la temporalidad de los liderazgos.
Los programas de gobierno son compromisos de los candidatos que deben conocerse de antemano. Pero por sí mismos no son suficientes si, a la vez, no van de la mano de una transparente información sobre la forma de llevarlos adelante, las fuentes de recursos requeridos y la estimación del tiempo necesario para su implementación.
En los próximos meses, los electores tendremos la oportunidad de valorar si la renovación que se presenta como alternativa auténtica está asociada con propuestas sostenibles y fundamentadas. Esa es la base para poder votar con libertad y responsabilidad.
Carlos A. Bastón