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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl 14 de mayo de 1805, en las puntas del río Guirapuitá (cerca de la ciudad de Santa Ana), 20 indígenas infieles fueron muertos por soldados blandengues a las órdenes de José Artigas. El enfrentamiento fue precedido de espionajes y avistamientos por baqueanos a sus órdenes. Durante la refriega, uno de los indígenas pretendió arremeter con su lanza, a la vez, contra varios soldados. Fue ejecutado en el instante.
De modo de sintetizar información documentada y disponible en el Archivo Artigas, agregamos a continuación un Extracto de Partes de José Gervasio Artigas a sus superiores, con relación a sus actuaciones en campaña respecto a los “Ynfieles”.
Setiembre de 1797. Da cuenta de haber hecho prisioneros a “ocho yndios entre chicos y grandes ynfieles” (Archivo Artigas, Tomo II, pág. 29) para poco después enviar a Maldonado para ser repartidos a tres chinas, dos muchachos y dos niños (AA, T II, pág. 31).
1798/1799. “… seguidamente castigué a los Yndios apresando barios, Matando otros y quitándoles muchos Caballos” (AA, T II, pág. 260).
Agosto 1804. En las puntas del Tacuarembó, choca con los indios “dándole muerte a dos de los infieles, hiriendo a muchos” (AA, T II, pág. 333).
Mayo 1805. Acompañando a Francisco Xavier de Viana ataca una toldería en las Puntas del Guirapuitá, “matando a veinte de aquellos Barbaros”, capturando 23 personas entre mujeres y niños.
Al hacer una Relación de Servicios, aclara que “ha hecho cinco considerables Campañas, en las que ha deshecho y destrozado diferentes quadrillas de Yndios infieles”.
Me pregunto y pregunto, ¿cómo se vería la figura de Artigas, su biografía, su historia personal, si se empezara contando desde estos episodios, en que el resultado es muerte de gente y particularmente de indígenas?
Me pregunto y pregunto, ¿por qué las murgas no cantan ante estas ejecuciones de indios a cargo del señor José Artigas?
Me pregunto y pregunto, ¿nada tienen para opinar las organizaciones autodenominadas como “descendientes de charrúas”, salvo precisar que —como vienen de hacerlo el pasado 6 de febrero de 2025 al comentar los insultos de la murga La Gran Muñeca al general Rivera— “no podemos pasar por alto que la murga menciona que en Salsipuedes los mataron a todos, esta afirmación no es cierta”?
Me pregunto y pregunto, ¿se hacen cargo dichas organizaciones de los asesinatos y secuestros de sus antepasados o solo reivindican ancestría por intereses económicos a reclamar en el presente?
El tema queda pendiente y, desde ya, quien suscribe queda a disposición para abordar y debatir estos hechos históricos. Algo existe en el presente que a ciertas organizaciones les hace valorar, aprovechar, relatar, ¿militar?, según se trate de una u otra de nuestras personalidades históricas.
Miremos ahora otros hechos, en que el protagonista ya no es José Artigas en su rol de victimario, sino decenas y decenas de orientales del llano —mujeres, niños, trabajadores rurales, peones, troperos— en un tiempo histórico similar (1799-1830), aunque como víctimas de la violencia toldera. ¿Qué era una toldería? Un asentamiento precario, habitualmente nómade, de personas procedentes de diferentes ámbitos, indígenas, delincuentes, prófugos, desertores. En que los indígenas formaban la fachada que encubría un fondo humano siniestro y que los exponía a las represalias por acciones y delitos que, en ocasiones, no cometían, pero los involucraba y hasta beneficiaba por receptación de los botines.
En el curso del año 1800, el capitán Jorge Pacheco rescata de tolderías indígenas a una mujer de nombre Isabel Franco. Preguntada por su presencia allí, ella responde que cerca de un año atrás fue secuestrada por un grupo de indios charrúas, quienes luego de asesinar a lanzazos a su compañero Basualdo —previamente desnudado para no manchar de sangre la ropa que les sería de utilidad— la arrastraron durante larga distancia hasta su asentamiento en el que fue obligada a trabajar para ellos. El precedentemente expuesto es un caso documentado, uno entre centenares, tema que ha sido investigado por el experto Diego Bracco y sobre el cual también se ha pronunciado el investigador histórico Javier Suárez.
El primero de noviembre de 1825, tres semanas después de la batalla de Sarandí, don Frutos Rivera recorre la campaña. Relata José Brito del Pino en su Diario de la guerra del Brasil: “Encontramos cerca ya del Arroyo Grande, los cadáveres de un chino y una china, muertos el primero a lanzadas y la segunda a balazos, por los charrúas”, quien agrega que Rivera “mandó recogerlos y darles sepultura”. ¿Indios matando indios?
El 24 de febrero de 1830, Juan Antonio Lavalleja, ministro de Guerra del gobierno provisorio, escribe a Fructuoso Rivera, comandante de armas, y se refiere a “los excesos cometidos por los charrúas”. Dice a Rivera que “para contenerlos en adelante y reducirlos a un estado de orden y al mismo tiempo escarmentarlos, se hace necesario que el Sor. Gral. tome las provisiones más activas y eficaces…”. Agrega que “el infrascripto ha recibido orden del Gobierno de recomendar altamente al Sor. Gral. la más pronta diligencia en la conclusión de este asunto” (Acosta y Lara, 1969).
Más adelante, el 4 de octubre de 1830, el Tte. Cnel. Felipe Caballero, por orden del ahora ministro de la Guerra Fructuoso Rivera, los encontrará en los potreros del Arerunguá, donde se habían retirado “mui asustados…”, según escribe Óscar Padrón Favre en su trabajo Los Charrúas-Minuanes en su etapa final. Habló con “los caciques Perú, Juan Pedro y Brun; todo quanto V. E. le había ordenado y a conseguido con ellos hacerles olvidar todo lo pasado con Lorenzo y me han prometido no incomodar al Vecindario ni hacerles daño alguno: Yo creo que ellos cumplirán con lo prometido en razón de q.e estaban muy asustados cuando supieron yo hiva sobre ellos con una fuerza armada…” (Acosta y Lara, 1969).
Escribe Padrón Favre, en el libro precitado que “Bernabé Magariños, que estaba destacado en Bella Unión, registró en su Diario personal, entre los meses de julio a octubre de ese año 1830, diversas denuncias sobre crímenes donde aparecían acusados los charrúas, incluso algunos realizados en territorio del Imperio del Brasil”. Surge de dicho diario una serie de constancias como “18 de Julio, Se recibieron oficios del Com.te de Alegrete sobre desórdenes y robos por los Charrúas…”. “29 de setiembre. Supe que los Charrúas cometían robos y asesinatos en el departamento de Paisandú…”. “19 de octubre. … los Charrúas le habían robado la estancia por segunda vez”.
En los primeros días de diciembre de 1830, el vecino José Canto denunciaba que “por tercera vez los Charrúas, o no sé quien, han vuelto a rovarme la estancia de las Cañas el martes 7 del corriente, llevándose como 400 cabezas de ganado según se calcula por la rastrillada, todos los caballos, dejando degollado un muchacho de 9 años, y no se sabe si se llevaron o dejaron también asesinado otro peón joven como de 14 a 16 años…”.
A partir de abril del año siguiente, era inexorable que el nuevo Estado que surgía, su flamante Parlamento, cometieran por unanimidad al gobierno de turno, que abordara esa estremecedora realidad de nuestra campaña. De ahí se dará el curso de acciones policiales contra las tolderías, encabezadas por Fructuoso Rivera primero y a partir de 1835 por Manuel Oribe.
Vayamos ahora a Don Frutos Rivera.
En varios de los abordajes que a su respecto se realizan, en ocasiones para descalificarlo o directamente insultarlo, parece inexorable que el tema central de su trayectoria es el del capítulo indigenista. Y estaría bastante cercano a lo real si se supieran algunas cosas. Entre ellas que miles de guaraníes misioneros le reconocieron como su jefe superior. Es más, llegaron a firmar un documento el 6 de abril de 1828 —Acuerdo de Guaviyú—, en que dejaron expresado —los caciques— su reconocimiento a Don Frutos como jefe. Y le acompañaron a conquistar las Misiones a partir del 21 de abril de 1828. Y las conquistaron.
No se escucha jamás, desde ciertas voces indigenistas, este dato histórico. ¿Por qué?
No se escucha. Nunca se dice que los charrúas no quisieron nada en 1825 contra los brasileros. Decidieron no combatir contra ellos, pues el jefe brasileño invasor Lecor los tenía comprados desde 1820, cuando José Artigas se fue y a los charrúas se les ordenó vigilar la frontera con el río Uruguay para que no volviera.
¿Seguimos?
En setiembre de 1825, el 24, los lanceros de Don Frutos se apoderaron de miles de caballos de los brasileños en el Rincón de las Gallinas. Dieciocho días después, la revolución obtuvo el triunfo en Sarandí, entre otros aspectos porque sus fuerzas contaron con caballadas frescas. Los componentes de sus tropas eran mayoritariamente indígenas guaraní misioneros y mestizos.
¿Seguimos?
¿Qué proponía Rivera en 1829 al gobierno de Montevideo?
Desde su campamento en el norte, con 7.000 indios guaraníes venidos con él desde las Misiones, que vivían a mate y zapallos, escribía y les pedía comida y curas. Y les explicaba que era el momento de crear el Ejército del Norte, custodio de las fronteras con el imperio, con indios, con mestizos, desde la campaña, sentando bases para la conformación de un país criollo. El ideólogo de lo contrario desde Montevideo era Francisco Solano Antuña. Él operaba para que las respuestas no llegaran, él quería un país blanco, portuario, europeo.
El historiador blanco Lincoln Maiztegui ha dicho que “en realidad, nadie sabe con certeza lo que aconteció en Salsipuedes. Lo único indiscutible es que el país entero —indios asimilados incluidos— pedía a gritos una acción drástica, ya que la amenaza que constituían (las tolderías) era pavorosa”.
Diego Martínez García
CI 1.480.399-7