Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSr. Director:
Por estos días hemos presenciado un interesante debate sobre el cuplé de La Gran Muñeca (Raíces coloradas), la respuesta de algunos partidarios de Fructuoso Rivera y el comunicado firmado por organizaciones indígenas respaldando a la murga.
Entiendo que vale la pena recordar, a los efectos de enriquecer el debate histórico, el secuestro de María Isabel Franco en el verano de 1800, cerca del río Queguay muy próximo —paradójicamente— a Salsipuedes. Allí, dando muerte a su esposo, Santiago Basualdo (Ferro), al ser estaqueado en el suelo repleto de heridas mortales, el malón indígena compuesto por los “infieles” (charrúas y minuanes nómades acobijando a algún que otro “cristiano” desertor de la sociedad colonial) dejaba viuda a la mujer.
Sin mediar palabra, la subieron a un caballo en pelo para alejarla de la estancia. Atrás quedaba, entre llanto y desconcierto, el rancho incendiado. Isabel Franco pasaba a ser una cautiva de los charrúas.
No sería esta la única historia que la documentación de la época atestigüe. En la misma toldería, tiempo después, sería retenida por la fuerza Francisca Elena Correa con su pequeña hija de siete años. De hecho, los “infieles” no dudaron en herir a la niña de un flechazo en pleno rapto. Allí conocería y entablaría relación con Isabel Franco. Juntas vivirían una experiencia de profunda amargura. No resulta temerario imaginar las atrocidades y vejámenes que ambas mujeres tuvieron que soportar. Asimismo, varias guaraníes misioneras y esclavas provenientes de África sufrieron el mismo infortunio.
Francisca Elena Correa logró escapar siete meses después. María Isabel Franco fue rescatada por el capitán Jorge Pacheco, junto con otras dos muchachas, tras haber permanecido un año en cautiverio.
En definitiva, es hora de cuestionar los estereotipos con los que recreamos el pasado, esa historia que divide a los protagonistas en “buenos” y “malos”. No cometeremos anacronismo histórico al mezclar conceptos de un siglo en otro. ¿Cómo sostener con seriedad que Rivera era fascista y los charrúas antifascistas? Podríamos estar tentados a decir que las tolderías charrúas fueron la Automotores Orletti del siglo XIX. No lo haremos. Sí fueron, en cambio, uno de los primeros centros clandestinos de detención en el Río de la Plata.
A todo esto, ¿acaso La Gran Muñeca y las organizaciones charrúas se harán cargo de esto?
Javier Suárez
Profesor de Historia
CI 3.940.019-2