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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn su discurso de asunción como nuevo presidente del Uruguay, Yamandú Orsi expresó que “sobrevuela un concepto de libertad ultraindividualista que predica el predominio del más fuerte. Nunca será esta nuestra noción de libertad. ¿Cuánta libertad puede ejercer o gozar un compatriota que tiene que peregrinar semanas en un centro de salud para conseguir sus medicamentos, quien padece serios problemas de vivienda o de trabajo, las mujeres que se sienten violentadas en las calles o puertas adentro de su hogar?”.
Espero que, en breve, algún buen periodista le consulte a Orsi acerca de cuál es concretamente su noción de libertad porque, claramente, en su discurso no lo dice. Apenas sugiere algunas pautas. Mientras tanto, acudiendo a los mencionados estudios, uno podría tejer hipótesis de qué quiso decir.
Para esto, podemos apoyarnos en los escritos sobre libertad de Isaiah Berlin (1909-1997), uno de los principales referentes teóricos en este asunto. En su famoso ensayo Dos conceptos de libertad, este filósofo distingue entre la libertad que llama “negativa” y la que llama “positiva”. Y advierte sobre un tercer concepto, como veremos.
Muy brevemente, la libertad negativa es la que se define por ausencia de interferencias a la acción de los individuos. Soy más libre en tanto menos restricciones sufro para llevar adelante mis propósitos. La calificación de negativa por parte de Berlin no alude a que sea indeseable o menos valiosa, sino a que se define “negativamente” por ausencia de predicación. La libertad positiva, según Berlin, tiene relación con la capacidad de autodeterminación que tengo. Soy más libre, en este sentido, cuanto más dueño de mí mismo soy. Si yo fuera el esclavo de un amo bondadoso que me deja hacer lo que quiero, tendría plena libertad negativa pero carecería de libertad positiva. Soy más libre, positivamente, en tanto más autonomía tengo en decidir cómo vivir mi vida.
Aclara expresamente Berlin que “solo se carece de libertad política si uno es impedido de conseguir una meta por otros seres humanos. La mera incapacidad de conseguir una meta no es falta de libertad política”. Sin embargo, este punto ha sido ignorado por una serie de autores básicamente antiliberales que han extendido el concepto de libertad positiva, como Berlin advirtió, hasta hacerlo incompatible con el original. Nuestro autor de referencia escribió varios textos al respecto, uno de los más famosos, el que fue titulado La libertad y su traición, seis enemigos de la libertad humana, fundamenta su crítica a las posturas de Helvetius, Rousseau, Fiche, Hegel, Saint-Simon y Maistre, que entiende tergiversan el concepto de libertad individual.
Esta lista se ha continuado engrosando desde entonces con el denominador común de pretender por libertad no la “posibilidad”, sino la “capacidad” del individuo de vivir como desea. De este modo, los pobres nunca serían libres, aunque eventualmente no tuvieran interferencias para llevar adelante sus planes. Sin embargo, en la acepción inicial, los pobres pueden ser libres aunque tengan carencias materiales. Aprovechemos para decir que este concepto “original” de libertad es el contemplado en nuestro ordenamiento jurídico.
Así entonces, diversos autores de cuño o inspiración marxista vienen impulsando la tergiversada tesis de que libertad positiva es la que permite al individuo “ser capaz de” realizar sus proyectos, con independencia de que tenga o no restricciones por otros humanos. Pareciera que las palabras de Orsi apuntan a esto.
En suma, la concepción inicial de Berlin, con sus dos acepciones de libertad, se vincula con la posibilidad de todo ciudadano de decidir con autonomía su forma de vida y valores. John Stuart Mill, en su notable ensayo Sobre la libertad, lo expuso con claridad: “La libertad humana exige libertad en nuestros gustos y en la determinación de nuestros propios fines; libertad para trazar el plan de nuestra vida según nuestro propio carácter para obrar como queramos, sujetos a las consecuencias de nuestros actos, sin que nos lo impidan nuestros semejantes en tanto no les perjudiquemos, aun cuando ellos puedan pensar que nuestra conducta es loca, preversa o equivocada”.
Que logremos o no los resultados que deseamos es otra cuestión muy diferente. Es cierto que no para los marxistas y ni para quienes se inspiran en el marxismo, que pretenden la igualdad “material” o efectiva de todas las personas, aunque esto menoscabe o impida la libertad de muchas de ellas. Pero para que todos los humanos tengamos una capacidad de vida similar, dadas las diferencias naturales de los individuos, sería preciso que los más capaces y esforzados sean obligados a llevar sobre sus hombros a los menos capaces y esforzados, restringiendo severamente así, se diga o no, las posibilidades y libertad de los primeros.
En suma, en relación con cada ciudadano, libertad y capacidad son dos cosas diferentes. En Uruguay, salvo que hayan cometido delito, todos son libres, algunos muy capaces y otros menos. En otros países, con modelos que no queremos para nuestro país, como Cuba o Venezuela, la mayoría de sus ciudadanos no son libres, aunque algunos de ellos puedan ser relativamente capaces.
Es preciso defender la libertad de los ciudadanos como se ha venido haciendo históricamente en el Uruguay. Y por cierto también ocuparnos del otro tema, esto es, de que el Estado vele porque haya oportunidades suficientes que aseguren capacidades mínimas para que todo ciudadano responsable y esforzado viva razonablemente bien.
Pero, eso sí, escribir esto último sin borrar con el codo lo anterior.
Leonardo Decarlini