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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáMuchos estamos escuchando y analizando los argumentos a favor y en contra sobre la próxima consulta plebiscitaria, en la que deberemos decidir si apoyamos los cambios propuestos a nuestro sistema de previsión social. Lo que se propone modificar e incluir en nuestra Constitución es básicamente preservar la potestad de poder jubilarse a los 60 años de edad, que las jubilaciones y pensiones mínimas sean iguales al salario mínimo y eliminar el sistema de ahorro individual previsional.
Hasta la semana pasada, uno de los referentes de los que recibía información era el señor Adolfo Bertoni. Sus argumentos y explicaciones las ponderaba como insumos para, llegado el momento, tomar una decisión. Por qué digo que hasta la semana pasada, pues bien, en su última carta publicada en la pasada edición de Búsqueda (12/09/2024) arremete contra los 111 economistas integrantes o simpatizantes del Frente Amplio que, en forma democrática y haciendo uso de su derecho a expresarse, se manifiestan contrarios a la reforma y argumentan su posición. En una acalorada discusión, la pasión nos puede jugar una mala pasada (me ha pasado muchas veces) y decir algo fuera de lugar, de lo que luego seguramente nos arrepentimos. Pero cuando escribimos una carta es distinto, la releemos, borramos, corregimos, retocamos, en fin, pulimos lo que estamos escribiendo. Entonces, los insultos y descalificaciones plasmados en una carta no son un arrebato, son la genuina expresión de nuestro pensamiento, comportamiento y forma de ser.
En su carta, el señor Bertoni comienza diciendo: “… hoy quiero hablar de economistas, de política y también de asco”. Nos dice que lo manifestado por los 111 economistas frenteamplistas son: “… elucubración nocturna de intelectuales posiblemente mal aspectados…”, que los que redactaron la postura de los 111 “… pueden haber estado bajo los efectos de alucinógenos al escribirlo…”. Sobre ciertos argumentos nos dice que lo hicieron “… al borde de la mala leche…”, luego clasifica a los que se oponen a la reforma, incluidos los 111 economistas, como “… adversarios y enemigos…”, y el moño es que escuchar a los que están en contra le da asco y ganas de vomitar. Tampoco faltó la descalificación personal, en este caso, al contador Fernando Calloia, desubicada y totalmente fuera lugar, momento y oportunidad. Bueno, ya está, en estos términos no se puede dialogar, no se puede insistir en razonar con alguien que no respeta el disenso y apela a la descalificación personal y el insulto, que le da asco y ganas de vomitar el derecho de otros a opinar distinto y expresarlo. Lamento decir que este comportamiento es propio de sistemas totalitarios, pensamiento único que en nuestro terruño se castiga con insultos y proscripción y en los paraísos totalitarios con cárcel, tortura y muerte.
Dicho esto, debo aclarar que, en estos momentos y con la información a la que he accedido, no apoyaré con mi voto la reforma. Ahora bien, entre los argumentos de quienes rechazan esta reforma constitucional está el del costo que insumirá elevar los mínimos jubilatorios y de generar derechos a partir de los 60 años. Hablan de un incremento anual del ya desfinanciado sistema de unos 1.000 millones de dólares. Este argumento va en concordancia con la aseveración de que el sistema jubilatorio es un lastre que condiciona la economía nacional. Mi duda, y pregunta para economistas y contadores de todos los partidos, es qué sucede si se distribuyen 1.000 millones de dólares entre los jubilados y pensionistas que menos ganan. ¿Este aporte por parte del Estado es todo a pérdida? ¿Cuánto de este dinero vuelve a las arcas públicas por impuestos al consumo? Este mayor dinero en manos de quienes viven en extractos de subconsumo, ¿no se vuelca inmediatamente al comercio de todo tipo? ¿Este mayor consumo no genera nuevos puestos de trabajo y, por ende, influye en la tasa de empleo aumentando los aportes al sistema jubilatorio y disminuyendo lo que se gasta por concepto de seguros por desempleo? Si se dan incrementos, por ejemplo, a quienes perciben prestaciones por encima de la canasta básica (tomemos este parámetro como referencia, pueden ser otros) seguramente estos lo destinen al ahorro y al consumo, digamos, suntuoso. Pero, si le damos dinero a quienes no llegan a fin de mes, seguramente este termine siendo una inyección a la economía, produciendo un círculo virtuoso. Seguramente no sea tan positivo como lo insinúo, pero pregunto, ¿no debería ser esto también una variable o consecuencia a tener en cuenta?
La creación de la CESS (Comisión de Expertos en Seguridad Social) fue una muy buena idea para analizar, diseñar y proyectar cambios al sistema, pero que, lamentablemente, como al parecer nos sucede con todos los temas sin importar cual sea, se politizó, y muchos, sabiendo lo que era impostergable y necesario, trancaron, procurando con esto conseguir votos para sus sectores. Convengamos que consultar a la ciudadanía si se quiere jubilar a los 60 o los 65 años y si prefiere cobrar más al momento de jubilarse es muy tramposo porque seguramente será nuestra conveniencia y no la de la sociedad la que prevalezca en muchos de nosotros. No hay mayor y mejor distribución de la riqueza si esta no se genera como consecuencia del crecimiento económico, no hay más y mejores puestos de trabajo si no hay inversión. Los países que no han respetado estos parámetros, con ideas que llaman progresistas, han empobrecido a sus habitantes; Cuba, Nicaragua, Venezuela y Argentina son ejemplos de como dinamitar con voluntarismo la economía y calidad de vida de la gente. Para terminar, diré que el sistema de seguridad social debería contar con un comité asesor de expertos que realizaran un informe y sugerencias en forma anual. Si convertimos al sistema en rígido, este se quebrará, y, en cambio, si es flexible y se adecua a los cambios, será una garantía para todos.
Daniel H. Báez