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    Laicidad en el Uruguay

    POR

    Sr. Director:

    Los científicos no pueden pasar por alto las poderosas influencias que la espiritualidad y la religión ejercen sobre la felicidad y el bienestar” (Lyubomirsky, Sonja, 2008, La ciencia de la felicidad, Ediciones Urano S.A., pág. 270)

    La impronta batllista del comienzo del siglo XX determinó que el Uruguay se convirtiera en el país menos católico y religioso de toda América. Con perfecta determinación, el batllismo se fue adueñando del mundo simbólico derivado de la Iglesia católica y de sus fechas más relevantes (Navidad, Día de la Virgen, Día de Reyes, Semana Santa, etc.), que pasaron a constituirse en íconos del “estatismo uruguayo”, en coherencia con la hegemonía cultural de la época.

    Esta cultura dominante tiene como pilar central una muy arraigada concepción de la laicidad. Esta, quizás por la forma en que se gestó y cómo se ejecutó, conlleva posturas antirreligiosas, o por lo menos anticlericales. Tiene un fuerte componente negativo, militantemente negativo, de contenido prohibicionista, cercano al ateísmo. Este no se puede confundir con el laicismo, pues el sentido de este no es la aniquilación, sino la preservación.

    El verdadero laicismo evita la imposición externa del poder político sobre la dimensión espiritual o trascendente del hombre. Laico no es aquel que no cree en Dios. Laico es aquel que cree en la libertad como la esencia del hombre.

    “La laicidad no es empujar por un solo camino y esconder los otros. La laicidad es mostrar todos los caminos y poner a disposición del individuo los elementos para que opte libre y responsablemente por el que prefiera” (Dr. Tabaré Vázquez, visita a la Gran Logia de la Masonería, julio de 2005).

    Pese a esta declaración, con el episodio del monumento a la Virgen en la rambla de Montevideo triunfó el ateísmo, el anticlericalismo, formas intolerantes contra la religión en general y lo católico en particular que determinan el devenir del país. En particular de su juventud, en temas tales como el sentido de la vida, la esperanza, la autotrascendencia y la santificación, que proporcionan motivación, sentido y satisfacción.

    “El espíritu no es forzado a creer en la existencia de nada (...). Es porque el único órgano de contacto con la existencia es la aceptación, el amor. Es porque la belleza y la realidad son idénticas. Es porque la alegría pura y el sentimiento de realidad son idénticos” (Simone Weil).

    Según el genetista Dean Hamer, del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos, la fe está determinada por la biología. Tema ya tratado en otras publicaciones (por ejemplo, La biología de la creencia, de Joseph Giovannoli).

    Hamer parte de la base de que la espiritualidad es una de las fuerzas más omnipresentes y poderosas del ser humano y se considera como un instinto. Cada vez asiste menos gente a los actos religiosos, mientras que existe un alto porcentaje de personas que creen en Dios. La espiritualidad no tiene nada que ver con los preceptos religiosos. No existe religión sin espiritualidad, pero sí espiritualidad sin religión. No se refiere a las diversas sectas modernas que buscan espiritualidad sin pertenecer a ninguna religión, sino sobre todo al budismo o al taoísmo, que no deben considerarse religiones stricto sensu, ya que la palabra religión proviene del latín religare, que significa “unirse a un ser divino”. El budismo o el taoísmo no tienen dioses, en China encontramos templos budistas o taoístas en los que se realizan ofrendas y plegarias como si de una religión en el sentido tradicional se tratase.

    Se tiene una predisposición genética para la creencia espiritual. Parece claro que somos capaces de provocar experiencias espirituales estimulando determinadas regiones del cerebro emocional, y este genera espiritualidad. Falta saber cuál es la ventaja evolutiva que esta capacidad ha tenido a lo largo de la evolución en el cerebro, que sea capaz de alcanzar lo que Hamer llama una “segunda realidad”, distinta de la primera, o realidad cotidiana.

    Estudios con gemelos indican que la espiritualidad es en parte heredada. En la historia ha habido personas con una gran espiritualidad que han destacado como visionarios, profetas, santos, fundadores de religiones, mientras que también se pueden observar otras carentes de ella o al menos con un desarrollo muy pobre. Es lo que suele ocurrir con todas las facultades mentales.

    Para Hamer, mientras la espiritualidad parece transmitirse fundamentalmente por los genes, la religión tendría un componente genético mucho más débil; mientras la primera se transmite por genes, la segunda lo haría por memes. Los memes son, según Richard Dawkins, unidades teóricas de información cultural que se transmiten de un individuo a otro, o de una mente a otra.

    Existe entonces una predisposición genética para la espiritualidad, facultad que es fundamental para la creación de religiones. La religión es una construcción social que depende de muchos factores. Las creencias, como los sentimientos espirituales, son producto del cerebro.

    El entomólogo y sociobiólogo estadounidense Edward Osborne Wilson, en su libro On Human Nature (Sobre la naturaleza humana), decía que la predisposición a creer tiene una base genética. Pero la disposición a creer es un concepto más amplio que el de religión. Podemos creer en muchas otras cosas aparte de dioses. De nuevo aquí habría que diferenciar entre espiritualidad y religión.

    Mientras que la espiritualidad es universal, cada cultura tiene su propia religión. Por tanto, “la espiritualidad es genética, mientras que la religión tiene que ver con la cultura, las tradiciones, las creencias y las ideas”.

    “Cuando los hombres dejan de creer en Dios, no quiere decir que creen en nada: creen en todo” (Umberto Eco).

    Desde el principio de los tiempos las sociedades se han ido conformando en torno a una serie de creencias y suposiciones que han trascendido al individuo.

    Toda sociedad conocida comparte un conjunto de creencias y de supuestos —una fe, una ideología, una religión— que van mucho más allá de la vida del individuo y forman parte esencial de su identidad común. Tales creencias poseen un poder único para definir —y dividir— a los pueblos y constituyen una de las fuerzas motrices de la política en muchas partes del mundo. En cuanto a la religión, Uruguay se ha expresado en términos jacobinos en los últimos años de su historia.

    ¿Qué pasó con la sociedad uruguaya que genéticamente estaba predispuesta a la espiritualidad cuando se atacó a Dios y a las religiones, cómo canalizó esa predisposición?

    “La tasa de suicidio del Uruguay duplica el promedio mundial y es la más alta de las Américas”.

    “El alma triste puede matar con más rapidez que un germen” (John Steinbeck).

    “Es un problema social que el país arrastra desde hace tiempo”. Afecta a todas las clases sociales y profesiones. En el año 2019 se ubicó en 20,55 casos cada 100.000 habitantes, el doble del promedio mundial, que se ubica en 10,5. Se estima que durante el primer semestre de 2021 hubo entre 18% y 23% más de suicidios que el promedio histórico de los primeros semestres del último lustro. El Ministerio de Salud Pública indicó que en 2023 se registraron 763 suicidios, 60 menos que en 2022.

    El reino de Bután. Bután fue el primer país del mundo en cambiar la tradicional medición del Producto Interno Bruto (PIB) por el de Felicidad Nacional Bruta (FNB), concepto innovador que actualmente tiene al país como el más feliz de Asia. La agenda de la ONU tomó como la nueva fórmula para medir el bienestar de los pueblos. Según los resultados de esa medición el gobierno ajusta sus políticas públicas. A modo de ejemplo, como la encuesta registró el deseo de una gran cantidad de habitantes de tener una vida mentalmente más relajada, tras realizar diversos estudios el Ejecutivo se convenció de que la meditación podría ser un gran factor protector de la salud mental de las personas. Por eso Bután la incorporó dentro de su malla curricular escolar como una forma de hacer frente al estrés y la depresión.

    Enseñar felicidad, ¿conoce a alguien que se suicidó por ser feliz? Están demostrados los beneficios de la espiritualidad y la religión en la felicidad de las personas (Lyubomirsky, Sonja, 2008. La ciencia de la felicidad, Ediciones Urano S.A., pág. 262).

    La meditación suele asociarse a religión y a misticismo, pero la meditación es cualquier método de observación directa de nuestra propia mente (Harari, Yuval Noah, 2018, 21 lecciones para el siglo XXI, Editorial Sudamericana Uruguaya S.A., pág. 342).

    La Psic. Sonja Lyubomirsky, profesora de la Universidad de California, presentó un método científico probado para conseguir la felicidad (Lyubomirsky, Sonja, 2008, op. cit).

    La felicidad no es una meta a la que llegar, sino un estado emocional que cultivar: “Conlleva trabajo y esfuerzo como cualquier cosa que queramos conseguir en la vida”. Un 50% del nivel de felicidad en una persona está determinado genéticamente, un 10% depende de la situación y circunstancias de la vida y el 40% restante está sujeto a nuestro control. ¿Por qué no aprovecharlo a nuestro favor en los tiempos que corren? (Sonja Lyubomirsky, doctora en Psicología Social y de la Personalidad por la Universidad de Stanford, profesora del Departamento de Psicología de la Universidad de California).

    La felicidad conlleva trabajo, como todo lo que importa en la vida, si quieres criar hijos exitosos, si quieres tener éxito en tu carrera, si quieres perder peso… Conseguir todo esto conlleva un trabajo, y la felicidad no es distinta. Mis estudios y los de otras personas muestran que todos podemos ser más felices si practicamos ciertas estrategias o actividades deliberadamente y con esfuerzo. Menciono ya algunas de ellas: cuando somos agradecidos, cuando somos amables, cuando disfrutamos de las cosas buenas, cuando hacemos ejercicio, cuando perseguimos nuestras metas, todo esto nos puede hacer más felices, pero son cosas deliberadas en las que hay que esforzarse. Lo bueno es que al principio puede que sea un esfuerzo y, quizás, incluso poco natural hacer todo esto, pero tras un tiempo se convierten en lo habitual, en hábitos, y cada vez es más fácil hacerlas”. Tras más de 30 años de investigación, Lyubomirsky demuestra que aquello que anhelamos casi nunca nos hace felices cuando lo conseguimos y que, en cambio, las adversidades a menudo contribuyen a nuestra felicidad, haciéndonos evolucionar, apreciar las cosas buenas y desarrollar nuestra creatividad.

    Coincidentemente con lo ocurrido en el reino de Bután, Sonja Lyubomirsky propone tener una espiritualidad contemplativa conocida como meditación (mindfulness), que produce verdadera felicidad, porque provoca un estado de conciencia y distanciamiento (Lyubomirsky, Sonja, 2008, La ciencia de la felicidad, Ediciones Urano S.A., pág. 271).

    En Uruguay, donde “la tasa de suicidio duplica el promedio mundial y es la más alta de las Américas”, ¡se debe crear un GACH que enseñe felicidad!

    Rafael Rubio

    CI 1.267.677–8