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    Pensar en Montevideo

    Sr. Director:

    Montevideo es la figura emblemática de la enfermedad crónica que sufre nuestro país: una visión de futuro miope. Es un padecimiento que se manifiesta en baches que se multiplican con la puntualidad de un calendario electoral, en contenedores repletos de basura que parecen entender mejor el concepto de permanencia que muchas políticas públicas y en una movilidad urbana que lejos de proporcionar alternativas nos ata a las mismas opciones ineficientes.

    Sin embargo, el verdadero problema de Montevideo radica en su falta de grandeza, no en su decadencia visible. Se ha gobernado la ciudad con un enfoque de mantenimiento, sin una mirada que apunte a la transformación profunda que necesita, sin audacia y, sobre todo, sin un auténtico proyecto de futuro.

    No quiero caer en un relato nostálgico —al final de cuentas, no todo tiempo pasado siempre fue mejor—, pero hubo una época en que la ciudad se pensaba en grande. Se soñaban avenidas que serían bulevares del desarrollo, parques para ser escenarios de construcción de ciudadanía, una rambla para transformase en un símbolo de identidad. Un tiempo en el que el modelo de sociedad se asentaba sobre la base de que la ciudad era la extensión natural de los derechos de sus ciudadanos. Un Montevideo pensado desde la libertad individual, el progreso y la justicia social.

    Hoy, en cambio, Montevideo se ha convertido en el reflejo de una gestión agotada, rehén de las ambiciones políticas personales de sus gobernantes de turno, y, lo más preocupante, se encuentra a la deriva, carente totalmente de rumbo —parafraseando a la anterior intendenta a la que le preocupaba más la gestión nacional que la suya—. La ciudad ha sido gobernada por una fuerza política que en casi cuatro décadas ha dejado muy poca cosa que destacar. Mientras los problemas estructurales se acumulan como la basura en sus esquinas, la capital ha sido más bien reducida a un botín electoral, en el que los cargos se reparten en medio de las negociaciones por la conformación del gobierno nacional. Se habla de justicia social, pero los barrios más postergados siguen sin saneamiento, con calles de tierra y con conectividad escasa de transporte público. Se habla de participación ciudadana, pero el vecino es un espectador impotente de una ciudad que se degrada ante sus ojos.

    Es necesario recuperar la audacia de los grandes proyectos, de las obras que transforman la vida cotidiana, de la infraestructura que proyecta la ciudad hacia el futuro. Se habla mucho de movilidad, pero la discusión se ha reducido a un debate sobre el precio del boleto de ómnibus y dónde se pueden construir ciclovías, cuando el verdadero desafío es rediseñar la conectividad de Montevideo con el área metropolitana y con el resto del país. Se habla mucho de sustentabilidad, pero seguimos con un sistema de residuos obsoleto y sin un modelo urbano que realmente incentive el desarrollo verde. Se habla mucho de cultura, pero la ciudad sigue sin un plan ambicioso que la lleve a cada rincón del departamento.

    Hoy, Montevideo necesita algo más que una gestión administrativa eficiente, necesita un proyecto político con visión de largo plazo. No es casualidad que los grandes hitos de modernización en Uruguay hayan tenido siempre detrás una mirada reformista que alentaba el progreso de la sociedad. Estoy convencido de que el Partido Colorado debe iniciar prontamente el camino para recuperar ese lugar, porque no caben dudas de que entre sus filas puede encontrarse la fiel representación de esa tradición.

    Es hora de dejar atrás la lógica del conformismo y de recuperar la ambición de hacer de Montevideo una ciudad de vanguardia. La capital no puede seguir siendo administrada con la lógica de los últimos tiempos, por el contrario, necesita un liderazgo con el carácter suficiente para asumir los desafíos del siglo XXI, con la capacidad de pensar más allá de la coyuntura y con la voluntad de romper con la inercia de la mediocridad.

    En este escenario, es inevitable pensar que quien asuma este desafío debe ser alguien que comprenda que gobernar es proyectar, que la ciudad es el espejo de la sociedad que queremos construir y que es hora de remangarse y trabajar en serio por lograrlo. Alguien que nos invite a soñar en la Montevideo que queremos.

    Personalmente, deposito mi confianza en que podemos representar esa visión con la candidatura de Virginia Cáceres y con esa convicción saldré a las calles; porque, en resumidas cuentas, Montevideo tiene dos caminos: seguir en la inercia en la que está inmersa o recuperar su vocación de vanguardia. La historia nos ha enseñado que las grandes transformaciones comienzan con quienes se atreven a pensar más allá de lo inmediato.

    Es hora de pensar en Montevideo. En serio.

    Brahian Furtado