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    Sobre “los” Atchugarry

    Por Lector

    Sr. Director:

    En la edición del 4 de julio, Andrés Danza escribió una columna que me gustó mucho y me incitó a contar una anécdota sobre “otro” Atchugarry. Se trata de Rodolfo Saldain, personaje suficientemente conocido, supongo, como para que gaste espacio aquí en presentarlo. Solo quería compartir un gesto de Rodolfo que lo pinta de cuerpo entero. Creo que es un Atchugarry en el sentido que entendí que le daba Danza al término.

    Hace unos días Rodolfo tuvo la amabilidad de invitarme a la presentación de un libro que acaba de publicar en FCU (Fundación de Cultura Universitaria) en coautoría con Gonzalo Martínez sobre el plebiscito de reforma de la seguridad social. La presentación tuvo lugar el jueves 4 de julio. Nada especialmente destacable hasta aquí.

    No resultaba fácil para mí asistir a la presentación por razones de salud. Rodolfo sabía que me encantaría participar y que no era fácil que pudiera hacerlo. Y aquí empieza la anécdota que creo que merece ser compartida.

    El miércoles 3, el día previo a la presentación, Rodolfo se tomó el trabajo de ir en persona al local de la presentación, sacar varias fotos y consultar con la editorial sobre el número potencial de asistentes y otras características del lugar (aireación, etc.). Me envió por WhatsApp toda la información que logró recoger.

    Ese mismo día (miércoles 3) la Corte Electoral comunicó que estaban las firmas suficientes para la realización del plebiscito de reforma constitucional sobre seguridad social (no recuerdo o no sé si hubo una comunicación oficial o trascendió en la prensa, pero no es el punto que importa en relación con mi anécdota). Esa decisión de la corte terminó de decidirme a no asistir a la presentación del libro de Rodolfo porque pensé que la habilitación del plebiscito aumentaba la probabilidad de que la sala estuviera desbordante (imagino que, entre otros, habrán asistido muchos periodistas). Una sala llena de gente, en una noche fría que impide airear es lo último que necesito ahora.

    Con mucha pena le comuniqué a Rodolfo que, a pesar de todo el trabajo que se había tomado para que yo (mis médicos más bien) pudiera evaluar riesgos, había resuelto no ir. Un rato más tarde (sigo en el miércoles 3, día previo a la presentación del libro) me envió un audio (¡no se va a filtrar! ) invitándome a enviar algún comentario o alguna pregunta.

    También me comentó que me regalaría uno de los (pocos) ejemplares que la editorial entrega a los autores como regalo. Agradecí el presente y le ofrecí enviar a alguno de mis hijos a su estudio para recoger el libro o, alternativamente, si tenía delivery que pudiera traerlo a casa (quienes somos modelo 57, como suele decir Rodolfo, creo que le llamábamos mandadero a los delivery, pero ya no sé si esta expresión se entiende y, lo más “grave”, si es políticamente correcta).

    Como sea, el miércoles termina con que de alguna forma de las mencionadas me haría de un ejemplar de obsequio del libro de Rodolfo y Gonzalo. El jueves 4, el día de la presentación, a las 14.08 me llega el siguiente mensaje de Rodolfo (este sí lo “filtro”): “¿Habrá gente en tu casa en una media hora? Para alcanzarte el libro”. Le respondí que sí, a lo que me dice Rodolfo: “Espero poder mandarte algo en un rato”.

    No puedo ahora decir con precisión a qué hora, pero era el jueves 4 después de las 14.08, día de la presentación prevista para las 18.00. Suena el timbre de casa, mi señora atiende la puerta y me dice “Álvaro, llegó el delivery de Rodolfo” o quizás me dijo “Álvaro, mirá quién es el delivery de Rodolfo” (no puedo precisar exactamente la frase, pero sí que creó un poco de misterio, cosa que le gusta hacer y suele hacerlo muy bien).

    A pesar de que sé que a mi señora le gusta “fantasmear” con estas cosas, me intrigó el comentario y me acerqué a ver de qué se trataba. ¡Resultó que el delivery/mandadero era Rodolfo! A menos de dos horas de presentar su libro en la Ciudad Vieja, estaba en el parque Batlle (donde vivo) entregándome personalmente una copia autografiada y dedicada del libro.

    Creo que la calidad humana que destaco de Rodolfo también contribuirá a lograr una buena calidad en el debate sobre la propuesta de reforma constitucional y, lo que es más importante, en la calidad de la convivencia democrática en general. Hace pocos días vi por televisión un claro ejemplo de un debate difícil en lo humano y en el que, como suele decir Luis Lacalle, Rodolfo supo ser “firme con las ideas y suave con las personas”. También admiro esa habilidad de Rodolfo. Es bueno proponérselo y nada fácil lograrlo.

    Me consta que varios de los usuales polemistas con los que Rodolfo ha tenido que trancar fuerte en los medios comparten mi opinión sobre la calidad técnica (a la que no me referí en esta anécdota, pero aprovecho de paso a destacar) y sobre todo humana de Rodolfo.

    Estoy seguro de que esto —la calidad humana de Rodolfo y la opinión que, atrevidamente, atribuyo a algunos de quienes usualmente polemizan con él de que es un gran tipo— contribuirá a que el debate que necesariamente se dará en los próximos meses sobre la iniciativa de reforma constitucional tenga el nivel que el tema merece.

    Más aún, trascendiendo el tema específico, ya de por sí enorme, confío en que los debates que habrá sobre seguridad social con la activa participación de Rodolfo y varios de los usuales polemistas que sostienen posiciones muy distintas a la suya contribuirán a mantener y, quizás aún más, a mejorar la calidad del debate democrático y la convivencia en el país.

    Estas pequeñas grandes anécdotas dicen mucho, a mi entender, de la calidad humana de Rodolfo. Y, ligándolo a la columna de Danza, también dice de los varios Atchugarrys que, por suerte, el país tiene. Espero que Rodolfo, que es blanco como hueso de bagual, no se enoje porque yo lo “acuse” de ser un Atchugarry, que era coloradísimo.

    Álvaro Forteza