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    Uruguay tiene mala liga

    Sr. Director:

    El primer revés al que voy a hacer referencia se remonta al día en que José Batlle y Ordóñez decidió inspirarse en el modelo francés en lugar del estadounidense. Batlle, un estadista cuyas ideas han influido, de una u otra forma, en todos los partidos políticos actuales, es una figura incuestionable en nuestro imaginario colectivo. No era un populista, era un auténtico líder, pero su promoción de un Estado omnipresente sentó las bases de un estadocentrismo cuyas consecuencias sociales, económicas y culturales aún padecemos. En aquel entonces, el mundo no había sido testigo de los efectos de este camino, pero hoy, dos siglos después, los resultados son evidentes.

    Doscientos años más tarde, bajo el liderazgo de su sobrino nieto, Jorge Batlle, Uruguay tuvo la oportunidad de convertirse en un pionero de la libertad en América Latina. J. Batlle era un auténtico liberal. Sin embargo, la historia fue ingrata. A principios del siglo XXI, el país se enfrentó a una de las peores crisis económicas de su historia. Paradójicamente, fue la “suerte” de que la izquierda no estuviera al mando en aquel momento lo que nos permitió sortearla. Aunque, visto con perspectiva, cabe preguntarse si el daño a largo plazo provocado por las políticas posteriores de Mujica y su banda no fue aún más severo, especialmente en el ámbito cultural.

    En 2005, la izquierda tomó el timón, aprovechando un contexto regional favorable con huracanes de cola. Durante ese período, el PBI per cápita creció en toda la región, pero en Uruguay se atribuyó este fenómeno exclusivamente al Frente Amplio (FA). Según esta narrativa, el crecimiento económico no fue un resultado del boom de los commodities, impulsado por la demanda china de alimentos, sino un mérito exclusivo del gobierno. Era de esperar que el impacto iba a ser mayor en los países donde la producción y exportación de alimentos tengan mayor peso en su economía, 80% en el caso de Uruguay. Si miramos exclusivamente el caso de la soja, entre 1999 y 2014, la superficie sembrada pasó de menos de 10.000 hectáreas a 1,4 millones, según el DIEA-MGAP. Es importante considerar que por cada dólar generado por el sector agropecuario, se inyectan 6,2 dólares en la economía nacional (BCU). Ahí está el aumento del PBI. Más bien, fue el resultado de un contexto global favorable y del esfuerzo de los productores, que difícilmente se hayan entusiasmado a sembrar por los ajustes que estaba haciendo Astori en ese momento. Hay un concepto que a Uruguay le va a costar muchísimo tiempo aprender: el Estado no produce. El problema radica en que, durante esos años de bonanza, el Estado creció de manera desmedida, aumentando la presión y déficit fiscal, generando una amenaza para la iniciativa privada.

    Cuando la burbuja finalmente amagó con estallar, llegó al poder una coalición que prometía un cambio de rumbo: auditorías, orden en las cuentas públicas y reducción del Estado. Sin embargo, la realidad fue muy distinta. El gobierno de Lacalle Pou se encontró con desafíos sin precedentes: una pandemia global y una sequía devastadora. Aunque es tentador especular sobre qué hubiera ocurrido si el FA hubiera estado al mando, lo cierto es que la “derecha” no supo aprovechar los tres años de relativa normalidad para implementar reformas profundas. En lugar de reducir el Estado, lo amplió, y el déficit fiscal alcanzó niveles comparables a los del FA. Indicador que supo ser su caballito de batalla en campañas pasadas. Pero el fracaso más estrepitoso del gobierno de Lacalle Pou fue haber entregado el gobierno a un FA sin ideas, ni programa, ni rumbo. La única idea que tenían era instalar una bomba en el sistema de previsión social del país. Les ganó caminando una ideología que en el resto del mundo está retrocediendo.

    Pero claro, Uruguay, fiel a su identidad, está desacoplado del mundo. No pudimos siquiera tomar el ejemplo de lo que estaba pasando en Argentina, donde ocurrió algo que solo se puede definir como un milagro, cuando parecía que las cosas iban aún peor que acá. Pero un año de muestra de resultados económicos brillantes no fue suficiente para ocupar los medios o inspirar a algún valiente a embanderarse con las ideas de la libertad. Uruguay optó por seguir anclado en el statu quo y que sigamos siendo una excepción en un mundo que crece.

    Finalmente, el tema que me inspiró a escribir esta columna. El episodio reciente de los fondos de inversión ganaderos, como CG y otros, ha dejado al descubierto una realidad fulminante: una capacidad de inversión local desaprovechada, que tenía como núcleo el pequeño ahorrista. Si sumamos los activos, pasivos y rentabilidades de estas empresas, estamos hablando de casi el 1% del PIB. Imaginen el impacto que hubiera tenido este capital si se hubiera dirigido hacia las pymes, activos productivos o incluso como ahorro para inversiones futuras. Sin embargo, el dinero fluyó hacia esquemas de renta fija de 7-8% o más, hasta tres veces mayores a las de la ganadería tradicional. Las razones que se discuten son varias: mal asesoramiento, desconocimiento del sector, etc. Pero también hay que considerar que son los valores de rentas que precisás para progresar en Uruguay. Es una lógica similar a una “timba”, en este país precisás ganar mucho y en poco tiempo. Si el Estado te cobra el 25% de IRAE, el 22% de IVA, el combustible cuesta un 100% más debido a los impuestos, y ni te digo si se pretende emprender, ya que cada empleado te sale el doble y la mafia sindical va a exprimir tu margen y todavía te va a tildar de enemigo frente a la sociedad. Entonces, ¿sorprende que los que tengan un peso ahorrado opten por estrategias más riesgosas de rentas altas? Lamentablemente el resultado es un profundo daño en términos de confianza y prestigio en el motor de nuestra economía nacional, la ganadería. Y todavía, por si fuera poco, aparece la izquierda con su retórica anticapitalista pegándole al libre mercado y promoviendo más regulaciones y burocracia.

    Todo indica que seguiremos aplicando el freno de mano a nuestro desarrollo y profundizando nuestra adicción al déficit fiscal. Lo más trágico es que nadie parece darse cuenta de que esto es un robo: estamos condenando a futuras generaciones, muchas de las cuales ni siquiera han votado aún, a pagar los caprichos de políticos populistas que solo buscan mantenerse en el poder. Los uruguayos no parecen entender que aplaudir a un político es como aplaudir a un cajero automático cuando te devuelve tu propio dinero. Pero, por lo visto, seguiremos encadenados en la caverna con la venda en los ojos por muchos años más. Yo, mientras tanto, esteré mirando TV, ya con poca esperanza, pero aún expectante a ver si aparece algún personaje extrovertido y despeinado hablando de Hayek.

    Claudio Fernández