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La frase del título es una síntesis de una frase célebre atribuida a Pierre Frédy, barón de Coubertin, y su versión textual es: “Lo más importante del deporte no es ganar, sino participar, porque lo esencial en la vida no es el éxito, sino esforzarse por conseguirlo”.
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No está claro si fue él mismo quien la pronunció, pero nadie le discute a don Pedro su calidad de fundador de los modernos Juegos Olímpicos.
El bueno de Coubertin también tenía clara la frase, porque la única vez que pisó una cancha fue el 20 de marzo de 1892, cuando actuó como árbitro de la primera final del campeonato francés de rugby, entre el Racing Club de France y el Stade Français. Pero nadie le discute su impulso fundador de las competencias deportivas olímpicas, que arrancaron en su versión actual en Atenas en 1896 y que tienen el nombre de Juegos Olímpicos, que se llevan a cabo cada cuatro años, durante los cuales lo que transcurre es la Olimpíada.
Por la década de los 80 o los 90 del siglo pasado, en unos Juegos Olímpicos que se celebraron en los Estados Unidos (creo que fue en Los Ángeles en 1984 o en Atlanta en 1996) escribí una columna sobre la performance del equipo uruguayo de judo que había ido a participar. Marcharon todos en el primer encuentro, yo me lo tomé para la farra y escribí que los uruguayos se habían llenado de hamburguesas (un producto poco conocido todavía por aquí, recordemos que McDonald’s entró en el Uruguay en 1991) y que por eso los rivales se los habían llevado puestos.
¡Para qué!
El entonces presidente de la Federación de Judo del Uruguay (un querido amigo, ya fallecido, que ni idea tenía de quién era Kid Gragea) escribió una furibunda carta al director preguntando quién era ese mequetrefe que osaba dudar del sacrificio y de la competitividad de nuestros judokas.
Yo le contesté con otra carta al director firmada por Kid Gragea y se armó desde entonces un divertidísimo intercambio epistolar en la sección de las cartas de los lectores que terminó cuando los judokas amenazaron con venir a esperarme a la puerta de Búsqueda (probablemente para hacerme trizas). Muchos otros lectores se sumaron a aquel intercambio entre el presidente de los judokas, cada vez más enojado, y mis respuestas, en las que seguía tomándoles el pelo. Una de las cartas fue firmada por Pipe Stein, quien fundó el Club de Fans de Kid Gragea, se autoproclamó presidente y agregó que estarían él y sus seguidores en la puerta de Búsqueda para defenderme.
Eran otros tiempos, pero también siguen siendo los mismos tiempos. Al menos para el deporte uruguayo.
Desde que salimos campeones de fútbol en 1924 (y ni siquiera pudimos estar con el fútbol para hacer acto de presencia en este año del centenario), la medalla de plata de Milton Wynants en Sídney 2000 (hace casi un cuarto de siglo) fue la única que nos permitió ver de cerca lo que era un podio olímpico.
Sin despreciar algunas distinciones en pruebas de remo, de boxeo con el Cuerito Rodríguez y en Básquetbol, lo del medallero nos viene quedando cada vez más lejos.
Ahora en fija se la van a agarrar conmigo de nuevo nuestros esforzados y valerosos deportistas olímpicos, pero, muchachos, acepten que no llegamos ni cerca en ninguna prueba.
En remo nuestro crack llegó en el lugar 12 de 33, en natación la pareja de nadadores uruguayos llegó el varón al lugar 47 de 79 y la chica terminó 30 en 34 competidoras. En judo marchamos de entrada, porque ligamos mal con el rival del debut, que venía con un oro en Tokio en el 2020 y ganó la de oro en estas competencias. En atletismo, nuestro campeón perdió la clasificación por tres centímetros, y en los 5.000 metros nuestro competidor entró 27 en 40. Los veleros terminaron décimos en 20 embarcaciones participantes, y nuestra gran velera entró en el puesto 22 de 43 competidores.
Uno piensa que los de remo entrenan en el arroyo Tarariras, los veleros en el Puertito del Buceo, los atletas en los canteros del parque Batlle, y los nadadores en la piscina del Club Banco República.
Pero no es así. Por la combinación (cuyos porcentajes ignoro) del apoyo estatal y la esponsorización privada, nuestros atletas entrenan en España, en Francia, en los Estados Unidos, en ámbitos deportivos de élite especializados, en los que se cuenta con toda la infraestructura requerida, la misma que utilizan casi todos los demás deportistas olímpicos.
Y digo casi porque hay casos en estos Juegos Olímpicos de deportistas muy humildes que provienen de países muy poco conocidos, que entrenan con gran sacrificio y en condiciones que distan de ser las que aprovechan —entre otros— los deportistas celestes y que se han alzado, con sacrificio y orgullo, con alguna medalla de oro.
Es verdad que, al final de la ceremonia de clausura, a la delegación uruguaya le dieron una medalla, que también les tocó a algunos otros que anduvieron con la sequía y la falta de resultados de los nuestros: la medalla de los que no sacaron ninguna medalla.
¡Ni un modesto certificado, che!
Que el espíritu de los grandes que trajeron las únicas dos medallas de oro que tenemos, en 1924 y 1928, ¡hace un siglo!, los inspire para dejar en los próximos Juegos Olímpicos algo más que el agradecimiento de haber estado presentes y la promesa de seguir intentándolo en la que viene.