• Cotizaciones
    sábado 15 de marzo de 2025

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
    $ Al año*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
    $ por 3 meses*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
    stopper description + stopper description

    Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

    Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

    Suscribite a Búsqueda
    DESDE

    UYU

    299

    /mes*

    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

    Algo de ritmo

    Vivimos en un mundo de algoritmos sin saber lo que eso quiere decir, y transparentamos nuestra vida privada con los riesgos que eso significa para insistirnos en comprar lo que no necesitamos

    Hay muchas maneras de distinguir las diferencias entre los seres humanos si se pretende separarlos en dos grupos: están los bajos y los altos, los buenos y los malos, los inteligentes y los burros, y así podríamos seguir este régimen binario.

    Pero hay uno que es el que motiva mi nota de hoy: los nativos digitales y los inmigrantes digitales.

    Los nativos digitales son, según las edades más o menos comparadas con sus estados civiles y vitales, los hijos, los nietos, en todo caso, los que nacieron cuando ya existían Internet y toda la parafernalia del procesamiento de datos.

    Y los inmigrantes digitales somos todos aquellos seres que nacimos antes de todos esos inventos y que hemos tenido que —a duras penas algunos, con alegría otros— aprender e interiorizarnos en los sistemas informáticos a riesgo de perecer en la demanda. Somos seres indefensos que con frecuencia recurrimos al WhatsApp (otro invento maravilloso) para preguntarle a un nieto cuál es la tecla que hay que apretar para que se reenganche la conexión, porque se nos desprogramó la computadora, ese artefacto de pantalla plana vertical, con una extensión horizontal, que posee un teclado que nos hace recordar con nostalgia las Remington y las Olivetti con las que dimos nuestros primeros pasos en la técnica de comunicarnos mientras arrumbábamos la lapicera y la hoja en blanco. Sí, la hoja en blanco, aquella en la que escribíamos cartitas de amor a las noviecitas y las abuelas les mandaban noticias a los parientes lejanos en un sobre que a veces incluía unas fotos de alguna fiestita familiar reveladas en unos laboratorios que se tomaban semanas para entregarlas después de llevarles el rollo.

    Ahora, en un paseo digital por Internet, usando el celular, ese otro artefacto que se transformó de teléfono a enciclopedia, a uno se le ocurre preguntarle al tío Google (ese pariente muy próximo, del que dependemos más que de los medicamentos para la hipertensión o los dolores articulares) cómo estará el tiempo en estos momentos en Andalucía (porque tenemos un sobrino que anda de viaje de luna de miel por esas tierras y uno quiere curiosear para ver si les hace frío o si les llueve), y el tío Google nos informa que hay 17 grados centígrados y cielos parcialmente despejados, con lloviznas aisladas.

    Para uno eso ya es suficiente, y de inmediato se dedica a otras circulaciones por el smartphone, ya sea para revisar mensajes de relaciones personales por WhatsApp o por mail o meramente informativas. Pero al rato le aparece a uno en la pantalla el aviso de restaurantes en Sevilla, las rebajas en El Corte Inglés, sucursal Granada, o los precios de los alojamientos en Setenil de las Bodegas, Cazorla, Frigiliana o Montefrío, todos pueblecitos de Andalucía que están muy próximos unos de otros y que vale la pena conocer, ya que estamos en la zona (en la que no estamos ni pensamos estar, porque lo único que queríamos era averiguar el estado del tiempo en Sevilla). Todos los avisos vienen llenos de fotos de cada uno de esos lugares, que son preciosos, y uno se pone a mirarlos, y al rato se da cuenta de que le quedan 20 minutos para terminar el informe que estaba escribiendo.

    Uno empieza entonces a borrar cada uno de esos avisos sin abrirlos, pero no puede evitar que lleguen también los precios de los autobuses para recorrer Andalucía, las distancias entre unos y otros, el tiempo que lleva llegar a cada uno en tren y los días y horarios en los que el tren podría llevarnos a donde no queremos ni pensamos ir.

    Uno le comenta el hecho a un nieto, de esos nativos digitales que todo lo saben, y el joven, muy suelto de cuerpo, le comenta a uno: Tata, esos son los algoritmos.

    Para los que nacimos hace muchas décadas, la palabra le despierta en su disco duro (como se le llama ahora a la memoria) las palabras algo y ritmo.

    “Algo de ritmo tenían los Lecuona Cuban Boys o la Sonora Matancera”, piensa uno para sus adentros. Pero rápidamente recurre otra vez al tío Google a ver qué demonios es un “algoritmo”, y el tío le contesta lo siguiente: “Un algoritmo es un conjunto de instrucciones o reglas definidas y no ambiguas, ordenadas y finitas que permite, típicamente, solucionar un problema, realizar un cómputo, procesar datos y llevar a cabo otras tareas o actividades. También sirve para resolver el cubo de Rubik”.

    Uno sabe que el nieto consultado es inteligente y estudioso, pero duda de que el gurí pueda repetir, ni aunque sea parcialmente, la definición que nos da Google.

    Entonces concluye que “algoritmo” es la excusa por la cual la economía de mercado se sirve para promover, al precio de la saturación, toda clase de lugares, comidas, distancias, costos, temperatura (eso en caso de que uno haya preguntado por el clima en un lugar del planeta) o si no también —si a uno le pareció una buena idea averiguar lo que costarían unos zapatos o una tricota por Internet— todas las clases de zapatos, sandalias, chancletas, ojotas, de origen chino, por supuesto, o los buzos, remeras, camisas, chalecos de abrigo, de los colores, texturas, tamaños, orígenes (chinos en un 85%, pero de algunos otros orígenes también), informándonos los comercios en los que los puede comprar con su tarjeta de crédito, y ya de paso le pone un formulario para que llene el “carrito” con los objetos de su elección, en el que le preguntan su dirección, los números de su tarjeta de crédito, la fecha del vencimiento y hasta los tres numeritos que figuran del lado de atrás de la tarjeta, los que usted ni sabía que existían de chiquitos que están escritos y disimulados.

    En fin…

    Vivimos en un mundo de algoritmos sin saber lo que eso quiere decir, y transparentamos nuestra vida privada con los riesgos que eso significa para insistirnos en comprar lo que no necesitamos, brindando así una información que, en los viejos tiempos, no le dábamos ni al más amigo de los amigos, porque hay cosas de la vida privada que son eso: privadas y nada más.

    Pero los algoritmos nos han desnudado frente a la ventana abierta del mundo y estamos expuestos a mostrar nuestras intimidades, aunque no lo queramos, o, mejor dicho, aunque no lo hubiéramos querido.

    Porque al final terminamos comprándonos los zapatos y la tricota.