Más allá de iniciativas estatales que involucran a estas comunidades, como la Comisión del Proceso de Creación de la República Oriental del Uruguay, presidida por el director nacional de Educación, Gabriel Quirici, bajo la órbita del Ministerio de Educación y Cultura, y de otras iniciativas en la Institución Nacional de Derechos Humanos (Inddhh) y en la Secretaría de Derechos Humanos de Presidencia, los descendientes de los charrúas, chanás, guenoas, bohanes, yaros y guaraníes no sienten que tengan nada que festejar en el bicentenario del proceso independentista que va desde la declaratoria de 1825 hasta la Jura de la Constitución de 1830. En eso coincidieron sus referentes consultados por Búsqueda. Es la misma sensación que corrió en buena parte de Latinoamérica en 1992, cuando a la pompa del quinto centenario del descubrimiento de América se la retrucó con la pregunta retórica ¿500 años de qué?, solo que a escala nacional. El primer presidente constitucional, Fructuoso Rivera, al que responsabilizan del “genocidio” de Salsipuedes del 11 de abril de 1831, es el principalísimo blanco de sus dardos, pero no el único.
“Hoy no hay nada que festejar. La bandera uruguaya está teñida de sangre, en este país la impunidad existe desde su raíz”, asegura Mónica Michelena, expresidenta de la Conacha y fundadora de la comunidad charrúa Basquadé Inchalá. “Acá no se festeja ni se conmemora, se reclama. En la conformación de un Estado que nace y surge de la sangre de nuestro pueblo, del desarraigo y la pérdida de nuestras tierras, no hay nada que celebrar”, afirma Óscar Núñez, referente del clan charrúa Gubaitase, cuya sede está en Tambores, en el límite entre Paysandú y Tacuarembó. “La primera política pública de este país como Estado fue un genocidio, una limpieza étnica. Más que festejar, nos interesa una reflexión sobre lo que significó la independencia y el rol de los pueblos originarios. ¿Festejar una independencia que nos borró? Eso sí que no nos interesa”, señala por su lado Delgado.
Genocidio
En el censo de 2023 un 6,4% de la población del país dijo que tiene ascendencia indígena. Sin embargo, en 2017 un estudio liderado por la antropóloga Mónica Sans, que analizó secuencias de ADN mitocondrial, arrojó que el 34% de la población del país (o sea, un tercio) tiene antepasados indios por vía materna. Hay más de 30 comunidades indígenas organizadas. En un país que hasta fines del siglo pasado aseguraba que la población originaria era prácticamente inexistente (mientras, paradójicamente, se vanagloriaba de la “garra charrúa” en el fútbol) son números sorprendentes. Para Delgado, este desfasaje entre quienes afirman sus raíces y quienes las desconocen (o niegan) es reflejo del “genocidio o etnocidio cultural” y “las políticas de asimilación forzada que reprodujeron todos los gobiernos; sí, de Rivera para acá”. Eso, añade, hace “que la mayor parte de la gente con herencia indígena no se reconozca como tal”.
En su caso particular, su abuela paterna, que era de Florida, siempre había reivindicado su ascendencia charrúa. “Vos veías los rasgos de su familia y... ¡era imposible que bajáramos de los barcos!”, dice y se ríe. Los rasgos y la memoria comunitaria han sido las principales herramientas identitarias, sobre todo para quienes no pueden costearse un test de ADN.
Reconocer solo el aporte europeo como constitutivo de la nación civilizada en detrimento de la barbarie representada por los indios, con el poema épico Tabaré (1888), de Juan Zorrilla de San Martín, y pinturas como Resurgimiento de la patria (1898), de Juan Manuel Blanes, como ejemplos culturales típicos, es parte del imaginario que alumbró al país. En uno el indio es corajudo, pero feroz y salvaje cual bestia; en otro está postrado, con una postura entre “servil y vencida, bajo una mujer blanca sentada sobre el cuero del jaguar, un animal totémico para los charrúas”, como lo describe Michelena. Así como la constitución de José Artigas como héroe nacional es fruto de una construcción, lo mismo pasó con los charrúas como los indios uruguayos por excelencia: “Luego de Salsipuedes se generó un imaginario charrúa como indio nacional, porque estaba muerto, porque no tenía voz, porque no se iba a oponer”.
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Más allá de que como blandengue haya matado a varios indios, no hay charrúa que no respete la figura de Artigas, asegura Michelena. El prócer es la figura más valorada de todo el proceso independentista por estos colectivos. “Él manda a uno de sus generales, Antonio Díaz, a convencer a los indios a que se sumen a su gesta, toldería por toldería. El suyo fue un tratamiento muy inclusivo. Los minuanes y los charrúas lo siguieron en el éxodo. En una carta al gobernador de Corrientes, en 1816, Artigas dice que los indios se gobiernen por sí mismos”. El acoplamiento de los indígenas al ejército revolucionario siguió luego del exilio de Artigas en Paraguay, al participar de la campaña de las Misiones Orientales de 1828 bajo el mando de Rivera, al que además de genocida califican de traidor.
En estos días, dirigentes del Partido Colorado han reivindicado la figura de Rivera: rechazan el concepto de “genocidio” para Salsipuedes —resaltan que hubo 40 indios muertos contra 11 del bando gubernista— y ponen ese “combate”, así prefieren llamarlo, en el contexto de la época, donde —nuevamente— la civilización debía ganarle terreno a la barbarie. “Eran años en que continuamente la gente de la campaña pedía seguridad, acusaba a los indios de robar ganado, atacar familias, matar hombres y secuestrar mujeres y niños”, había dicho a Búsqueda Jorge Marroig, del grupo Encuentro con Rivera. “Yo pregunto: acá había un pueblo libre que de pronto vio que empezó a venir gente de afuera y a decir que estas tierras eran de ellos, que no podían andar más ahí, ¿te parece que lo iban a aceptar pasivamente?”, se pregunta y retruca Delgado.
Michelena también cuestiona el argumento sobre el “contexto de la época” y cita una carta de vecinos montevideanos publicada en el diario El Universal —el mismo que fomentaba el combate o la “domesticación” de los “salvajes”— en mayo de 1831. A la capital habían llegado 166 de unos 300 indios sobrevivientes de Salsipuedes, al norte del país, luego de una caminata eterna, de más muertes y vejaciones, de repartos de mano de obra esclava en el camino y separaciones de niños de sus madres. “Varias personas, entre ellos nosotros, hemos tomado indias mayores, más por socorrerlas en su desamparo que por gozar de su posición (…). No hay corazón que pueda soportar el objeto de ver una de aquellas infortunadas llorar horas enteras, clamar por sus chiquillos y a veces hasta arrancarse los cabellos”, reza el texto. “Siempre nos dicen que no podemos juzgar la historia con los ojos de hoy, pero ahí se ve que ya por entonces había espíritus humanistas”, afirma la integrante de Basquadé Inchalá, cuyo bisabuelo era “un indio que vivía a monte”.
Reivindicaciones
Con motivo del bicentenario de la independencia, los colectivos indígenas han sido convocados a participar de diferentes ámbitos gubernamentales con la idea de tener su perspectiva histórica. Beatriz Ramírez, asesora de la Secretaría de Derechos Humanos de Presidencia, dice a Búsqueda que ya se realizaron dos “conversatorios” en julio y en agosto para que la población orginaria reivindique sus prioridades. Para noviembre está prevista la instalación de “un consejo consultivo con distintas poblaciones objetivo”, como la indígena, la afro, la migrante, la de diversidades y la de discapacidades.
“Será un consejo asesor y articulador con miras a diseñar un plan de trabajo para 2030”, agregó Ramírez. “Para noviembre ya deberían tener claras cuáles son sus reivindicaciones”. A este proyecto, aún embrionario, se le sumó el 19 de setiembre el lanzamiento de la Encuesta Continua de Identidad Indígena, con el apoyo de la Inddhh. Según la asesora, la parte estadística es un déficit de esta colectividad.
Núñez, quien asegura que las persecuciones a comunidades indígenas llegaron al año 1900, dice que los descendientes de indígenas reclaman “la preexistencia” de la comunidad en esta tierra “y que haya una reparación histórica”, sobre todo en lo referido a territorialidad. El referente sostiene que el reconocimiento de Uruguay a su colectivo originario es parcial. Por caso, no ha ratificado el convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, basado en “el derecho de los pueblos indígenas a mantener y fortalecer sus culturas, formas de vida e instituciones propias” y el “derecho a participar de manera efectiva en las decisiones que les afectan”. Tampoco ha avalado el Consentimiento Libre, Previo e Informado del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. “Esto último establece que nosotros tenemos que dar consentimiento a todos los proyectos y actividades que se den en nuestras tierras. Eso es fundamental, porque día a día vemos que avasallan nuestro territorio, nuestras aguas y nuestros montes”, subraya. Núñez cuenta que sus ancestros fueron “absorbidos” por estancieros de Mataojo, Salto. “Ahí comenzó el mestizaje; los estancieros daban el apellido, y encontrás Núñez blancos, negros, aindiados…”.
A la hora de hablar de reparaciones, Núñez se apura en asegurar que no se trata de dinero. “Lo que queremos es que el Estado reconozca que se llevó adelante un genocidio a partir del cual se rompió la lengua y se perdieron las costumbres. También reclamamos respeto para nuestros sitios sagrados, constantemente vulnerados por la industria agropecuaria. Ahí sí reclamamos la tutela”. Unos de ellos, quizá los más famosos, son los milenarios vestigios arqueológicos de los cerritos de indios de Rocha. Prefiere no divulgar dónde hay más “enterratorios”, para evitar profanaciones. “En estas instancias (institucionales) solo participamos para hacer visibles nuestros reclamos. No le hacemos caldo gordo a ningún gobierno ni a ninguna ideología. No somos de derecha ni de izquierda; somos charrúas”, concluye.
Juicio y malón contra Rivera
Fue el sábado 27, el mismo día en que el Partido Colorado realizaba en su sede el evento “Rivera, verdad y libertad, a 200 años de la batalla del Rincón”, en homenaje a su fundador. Un puñado de descendientes de charrúas realizó “un malón simbólico” y un juicio “por genocidio” contra Fructuoso Rivera frente a la estatua ecuestre que lo inmortaliza, frente al shopping y terminal de Tres Cruces. A través de un cuerno se convocó “a los ancestros”, según dijo a Búsqueda Delgado, de la Conacha.
“Fue un desafío simbólico y un juicio simbólico a Rivera. Simbólicamente, le hicimos un malón”, agregó. “Reivindicar el malón es defender nuestro territorio y nuestra cultura. No reivindicamos la violencia, pero sí esta forma de defendernos contra los saqueadores”. “Rivera genocida” y “Salspipuedes no olvida” rezaban dos pancaratas ubicadas a los costados del monumento.
En un comunicado, la Conacha deslindó responsabilidades sobre las pintadas realizadas ese mismo día en la sede del Partido Colorado, cuya fachada amaneció grafiteada con un “Rivera genocida”.