“Yo me siento más colorado que nunca en 1820”, dijo Sanguinetti durante su disertación en la charla “Raíces del Partido Colorado”, el jueves 28 de agosto en la sede partidaria. Ese año marcó el final de la revolución de José Artigas: el 22 de enero sus tropas sufrieron una muy contundente derrota a manos de los portugueses en la batalla de Tacuarembó, por lo que huyó a Entre Ríos, previo paso a su exilio en Paraguay. En la entonces Provincia Oriental solo quedaba resistiendo Rivera al frente de unos 300 dragones —soldados a caballo— a orillas del Queguay. Juan Antonio Lavalleja estaba preso en la Isla das Cobras, frente a Río de Janeiro; Manuel Oribe había abandonado a Artigas en 1817 y se había ido a Buenos Aires. Rivera podría haber seguido peleando contra un enemigo mucho mejor armado o podría haber seguido a Artigas al norte, tal como este le ordenó. Pero, en lugar de ello, luego de consultar con sus oficiales, pactó con los mismos a quienes enfrentaría, y fue decisivo para el triunfo de la causa, cinco años después.
“El artiguismo estaba derrotado, absolutamente derrotado. Quedaba Rivera con 300 dragones, ¿qué podía hacer? ¿Llevar 300 hombres a la muerte? Hubiera sido un sacrificio inútil. En lugar de eso, pactó un armisticio”. El acuerdo de Tres Árboles, en marzo de 1820, hizo que Rivera se rindiera y se pasara al bando lusobrasileño, pero con dos condiciones que Sanguinetti calificó de “extraordinarias”: conservar su ejército “oriental” y que se respetara a quienes Artigas había beneficiado con tierras en el reparto de 1815.
“Nuestra actitud en 1820 fue la de 1942 (el ‘golpe bueno’ de Alfredo Baldomir) y la de 2002 con la crisis: la de asumir la responsabilidad en el momento más difícil. La de Rivera fue la de un líder serio, que salva a su país y a su patria”, concluyó Sanguinetti en la charla. Sumado a los revolucionarios de la Cruzada Libertadora en el llamado “abrazo del Monzón” a fines de abril de 1825, Rivera terminó siendo en 1830 el primer presidente del Estado Oriental del Uruguay y el fundador del Partido Colorado en 1836.
A diferencia de otros nombres en mármol del proceso independentista de Uruguay, como el de Lavalleja (que en agosto de 1830 solo logró cinco votos en las nacientes cámaras para ser electo presidente, mientras Rivera obtuvo 27, tal su carisma de caudillo y prestigio en campaña) o Artigas (que desde su exilio no volvió al territorio), el de don Frutos no tiene tanto lustre.
Desde el Partido Nacional primero, y desde la izquierda después, se le ha achacado un excesivo “pragmatismo” (eufemismo de “traidor”) y acusaciones de genocida, en referencia a la matanza de charrúas de 1831, por no hablar de su cuestionable manejo de los dineros públicos. Pero en este año del Bicentenario los colorados están dispuestos a reivindicar su figura. La rápida reacción de algunos dirigentes a un error del historiador Gerardo Caetano en el documental que emitió Presidencia por los 200 años de la Declaratoria de la Independencia —error asumido y retirado— es una muestra.
“Los colorados nos enojamos un ratito”, dijo Sanguinetti sobre ese error de su “amigo” Caetano, quien en ese audiovisual dijo que el 25 de agosto de 1825 Rivera todavía estaba bajo las órdenes del gobernador imperial Carlos Federico Lecor. “Pero luego las cosas se aclararon”, concluyó.
Defensores
Uno de los organizadores de esa charla fue el grupo Encuentro con Rivera. Uno de sus fundadores, el ingeniero agrónomo jubilado Jorge Marroig, dice a Búsqueda que este nació en 2021 al percibir “que la figura de Rivera era constantemente agredida”, pese a haber tenido “una importancia superlativa” para la historia de Uruguay. “Entre gente que realmente sabe de historia, tiene admiradores en todos los partidos”, asegura.
Una de las biblias de este grupo es Rivera, el artiguismo posible, sugestivo título del historiador Oscar Padrón Favre, publicado en 2024. Una de las acciones de este grupo fue la reacción al espectáculo Volver a las raíces de la murga La Gran Muñeca del último carnaval, en la que Rivera fue tratado como “genocida”. En su momento, hablaron tanto de entablar acciones legales como de organizar una caballada en el Teatro de Verano.
Pero la “leyenda negra” de Rivera no es nueva. Esta nació en el Partido Nacional, en años en que ambas colectividades dirimían sus problemas a lanza y sable. El mentado abrazo del Monzón entre Lavalleja y Rivera, luego de que el primero tomara prisionero al segundo, siempre fue mirado con ironía: ¿cómo se puede pasar, en cuatro meses, de ser un militar imperialista a un héroe independentista? Marroig apela a un historiador blanco, Lincoln Maiztegui, quien en el primer tomo de Orientales escribe: “La polémica entre historiadores blancos y colorados sobre si este pasaje fue forzado o voluntario es absurda, dada la actitud posterior del caudillo, que obtuvo la victoria del Rincón (el 24 de setiembre de 1825 en el actual departamento de Río Negro, vital para torcer la historia en favor de los revolucionarios) y en 1828 decidió las cosas en su brillante campaña de conquista de las Misiones Orientales”.
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Marroig también apunta, pero en sentido contrario, al escritor nacionalista Eduardo Acevedo Díaz, padre de la novela uruguaya, y a su relato de 1890 La cueva del tigre, escrito a partir de apuntes inéditos de su abuelo, Antonio Díaz, quien fuera un militar leal a Oribe, fundador del Partido Nacional y gran adversario de Rivera. En ese texto se inmortalizó la frase del cacique Vaimaca Perú: “Mirá Frutos, tus soldados matando amigos”. Aquí nació la Masacre de Salsipuedes, el 11 de abril de 1831, en la que tropas del comando de Rivera emboscaron y arrasaron a los charrúas.
“Eso es una fábula”, dice Marroig, exinspector de UTU. “En Salsipuedes murieron 40 indios y 11 soldados, uno de ellos hijo de un ministro, Lucas Obes. Esos no son números de una emboscada, sino de una negociación que se desmadró. Fue un episodio malo, sin duda, en una época en que el valor de la vida humana era diferente al de ahora”, añadió.
El contexto de la época es el argumento al que los riveristas más apelan a la hora de justificar los episodios cuestionables: no fue Rivera el único que se calzó el uniforme de una fuerza extranjera, tampoco fue el único de los grandes nombres de la independencia que abjuró de Artigas, mucho menos fue el único de sus contemporáneos que veía a los indígenas como obstáculos para el progreso. El concepto de pueblos originarios no apareció hasta siglo y medio después. “Eran años en que continuamente la gente de la campaña pedía seguridad, acusaba a los indios de robar ganado, atacar familias, matar hombres y secuestrar mujeres y niños. En 1806, Artigas, siendo blandengue, reclamaba 500 pesos por haber matado 20 ynfieles, ¿por qué no decimos nada de Artigas?”, se pregunta Marroig.
Incluso en el Partido Colorado, el riverismo fue una corriente surgida en la década de 1910 como oposición al imperante batllismo, más liberal en lo económico, más conservadora en lo social, menos estatista y directamente anticolegialista. Con el tiempo, el batllismo salió de los límites colorados y otras tiendas políticas, como el Frente Amplio, se identificaron con él. Rivera nunca cruzó esas fronteras.
Lo “auténtico”
La historiadora Ana Ribeiro también nota la “reivindicación reciente” de la que es objeto Rivera. Para ella, se trata de un personaje contradictorio y fascinante. En esa misma charla en la sede colorada, aseguró que, si Artigas era el “deber ser” de Uruguay, Rivera era “lo auténtico”: lo posible, lo necesario y lo práctico.
“Rivera no es una figura sencilla, es una personalidad histórica especialmente compleja, diversa, plástica. Y en momentos en que la izquierda se ha apropiado de las mejores tradiciones coloradas, este partido, para reafirmar sus raíces, precisa repensarse mucho más allá de lo electoral”, dice a Búsqueda la exsubsecretaria de Educación y Cultura.
Este año de festejos del Bicentenario ayuda especialmente a ese intento de reivindicación. “Es imposible hablar de la historia del país y de su independencia sin que Rivera esté en el centro de atención”, sintetiza Ribeiro. Marroig sostiene que el 24 de setiembre, la fecha de la batalla del Rincón, un grupo hará un acto conmemorativo frente a la estatua ecuestre que lo inmortaliza, delante del shopping y terminal Tres Cruces (la misma que fue cuestionada por La Gran Muñeca). El 4 de octubre comenzará en Fray Bentos una caballada, la Marcha del Bicentenario del Rincón a Sarandí, con destino a Florida, reviviendo el trayecto de los caballos del ejército brasileño capturados por Rivera en esa histórica batalla.
“Si bien Lavalleja es el personaje central del 25, todas las cosas se revisan. Pero esta revisión se hace con un nivel de discusión que no es el mejor, hay menos tolerancia, estamos irritados y electoraleros. Y todo eso también contribuye a que Rivera esté en el foco de atención”, dice Ribeiro, sobre alguien que sigue dividiendo las aguas 200 años después.