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    La coherencia ante todo

    Uno de los fenómenos más destacables de las recientes elecciones, fue la obtención de más de 60.000 votos por el partido Identidad Soberana, que lidera el Dr. Gustavo Salle.

    Si bien podía preverse que mucha gente lo siguiera, habida cuenta de las aglomeraciones que se producen cuando Salle, megáfono en mano, sonoriza actos públicos o privados de los más diversos perfiles y orígenes, la obtención de dos bancas parlamentarias no deja de ser una sorpresa para mucha gente, y no solo para los politólogos, que ni soñaban con verlo aparecer en sus análisis.

    El director, muy preocupado por conocer los perfiles de los votantes de Identidad Soberana, me pidió que entrevistara a algunos para procurar entender mejor las causas de este inesperado éxito electoral.

    No fue fácil.

    El domingo me fui a caminar por la feria de Tristán Narvaja y, libretita en mano, le iba preguntando al azar a la gente que me pasaba cerca: “Perdón, disculpe, ¿usted votó a Salle?”.

    No puedo transcribir aquí la mayoría de las respuestas obtenidas, entre otras razones por falta de espacio. Pero fui juntando a los cuatro que me habían dicho que sí y los invité a todos a tomar un café y a conversar sobre su candidato y su partido.

    Braulio Tedés Concerté, oriental, viudo, de 78 años, me dijo que su decisión de votar a Salle la tomó cuando se enteró de que Orsi y Delgado eran socios y accionistas de UPM y que lavaban los dividendos comprando jugadores de fútbol en equipos africanos y revendiéndoselos a cuadros de las divisiones inferiores en Brasil.

    —Esto es colonialismo y neoextractivismo de la peor calaña, y solo un héroe como Salle nos puede sacar de esta inmundicia —me dijo Braulio, quien fue sorpresivamente interrumpido por otro de los tertulianos, llamado Sergio Elcomba Tiente, oriental, casado, de 55 años.

    —No te permito que hables de neoextractivismo sin antes referirte a los postulados supremos del partido, que requieren luchar contra el extractivismo, pero de las riquezas nacionales, como los diamantes que hay en Artigas, y cuya explotación está tapada para que no se entere el gobierno, que los vendería en el exterior para coimear y quedarse con la mitad del resultado de la venta —dijo con energía—. Los diamantes —agregó— están en una estancia que pertenece a una asociación de gerentes de los principales bancos privados de plaza, y ellos extraen clandestinamente las piedras y las depositan en las cajas fuertes de sus bancos para irlas vendiendo de a poco y repartirse el dinero a espaldas de los ahorristas.

    —Este país está lleno de chorros, contrabandistas especuladores y delincuentes —afirmó por su parte don Heraclio Aquienvo Taré, oriental, soltero, de 80 años—. ¡He votado a blancos, colorados, frentistas, independientes, y hasta al Partido de la Gente de Novick, y todos me defraudaron! —dijo, sorbiendo su expreso—. Y por fin encontré a alguien que merece que lo apoye en su lucha —enfatizó—. Estoy contra la cleptocorporatocracia —me respondió cuando le pregunté cuál era esa lucha de Salle—, y si bien me llevó unos meses aprender a pronunciar esta palabra sin equivocarme, entendí que la lucha de Salle valía la pena. Yo me he enterado de que él va a lanzar un cohete satelital desde el Palacio Legislativo, que es una cueva de ladrones, y el cohete va a dar unas vueltas sobre el edificio y va a caer haciendo explotar todo, y ahí van a morir todos los cleptocorporatócratas, creo que lo dije bien, y él va a estar enfrente con el megáfono transmitiendo la explosión y mostrando cómo su lucha llega a concretarse con esa destrucción masiva del nido de víboras que habita ese antro del crimen y la delincuencia —concluyó.

    No me animé a contradecirlo por respeto a la libertad de expresión, pero la que sí intervino entonces fue la quinta integrante de la mesa (éramos los cuatro votantes y yo), la señora Inés Perá Dovoto, oriental, divorciada, de 46 años.

    Doña Inés me dijo que los tres anteriores parroquianos eran unos ignorantes y que nunca habían entendido bien lo que Salle quería hacer si llegaba al Parlamento. Nos explicó a continuación que el plan de Salle consistía en envenenar lentamente a todos los integrantes del Poder Legislativo, introduciendo mínimas pero letales cantidades de una sustancia tóxica en el agua que le sirven a los parlamentarios. El discurrir del tiempo iría haciendo mella en la salud física y mental de los legisladores, haciéndoles pronunciar discursos ininteligibles, incoherentes y llenos de contradicciones, consecuencia del envenenamiento progresivo, pero como esto es lo habitual en las sesiones parlamentarias nadie se daría cuenta. Solo Salle lo sabría y, megáfono en mano, haría un discurso apocalíptico el día en el que la dosis final de veneno terminara con la vida de todos los integrantes de esa masa informe de tránsfugas descerebrados, haciéndole ver al mundo las causas y el éxito de la desinfección parlamentaria lograda gracias a su ingenio.

    Cuando mis cuatro asistentes al cafecito confesional discutían airadamente sobre cada una de las —tan divergentes— posiciones que los habían llevado a votar al Dr. Salle y su partido, Identidad Soberana, una persona se asomó a la puerta del café y se arrimó a nuestra mesa.

    —Disculpen —dijo—, pero estaba acá del lado de afuera de la ventana del boliche y escuché la conversación —continuó.

    Lo invitamos a sentarse con nosotros, pidió su café y nos dijo que él también había votado por Salle, pero que las causas descriptas por todos en la mesa eran un divague incomprensible y que él había dado su voto al partido y a Salle por una única, exclusiva y bien sencilla razón.

    Por supuesto que le pedimos que nos dijera cuál era esa única razón.

    —Muy fácil de entender —nos dijo—, yo vendo megáfonos.