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El gran apagón de España impresionó a todo el mundo, empezando por los españoles, claro. Aquí en nuestra apacible penillanura ondulada, el tema pegó fuerte en el entorno del gobierno. Tanto Presidencia como los distintos ministerios fueron convocados por el director de Seguridad Especial para las Tinieblas, teniente Braulio Della Vela, a un Consejo de Ministros para debatir el tema y evaluar las acciones a seguir en la prevención de un episodio similar.
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El presidente Orsi estaba encantado, porque por fin se discutiría en el Consejo de Ministros un tema divertido, con el que podría dar otra conferencia de prensa como la de Ancap, sin que después le cayeran encima todos los tecnócratas esos que dicen que si bien Ancap dio déficit en el 2024, en el quinquenio del gobierno pasado tuvo un superávit de 200 millones de dólares. Y el déficit se debió al parate de la refinería y a los conflictos sindicales de los compañeros de Fancap, siempre tan buenos amigos.
—No hay manera de entrarles a los tecnicoides militantes de la oposición —murmuró por lo bajo el presidente, mientras se dirigía de su escritorio a la sala de ministros, un piso más abajo, por escalera mecánica.
Allí estaban muchos de los jerarcas convocados por el técnico convocante (faltaban varios que habían tenido que ir a la intendencia, a la DGI y al BPS para regularizar adeudos pendientes, que incluían Impuesto de Primaria, multas por subarriendos de casas en construcción, aportes de trabajadores de la construcción que habían participado en la edificación de las casas que figuraban como terrenos baldíos y que por eso pagaban menos Contribución Inmobiliaria), pero una de las secretarias aseguró que ni bien terminaran las gestiones asistirían a este encuentro.
—Vamos empezando igual, porque capaz que demoran más de lo esperado —dijo el presidente, dando el puntapié inicial al encuentro.
—¿Qué es lo que usted propone, teniente? —preguntó el secretario de Presidencia, don Pacha Sánchez, quien por las dudas andaba hacía días con una linterna en la mano.
—Miren —dijo el Tte. Della Vela—, la idea es ubicarnos todos en nuestras respectivas oficinas, digo esto para los que trabajamos en la Torre Ejecutiva, y los ministros, o bien se quedan en esta sala, o bien ocupan los escritorios que dejó libres Astesiano en el cuarto piso, que a esos nadie los ha querido ocupar desde que él se fue, porque dicen que trae mala suerte. Cuando ya estén ubicados en los lugares de trabajo, o en los que hayan elegido, aprovechando que es de noche ya, apagaremos todas las luces del edificio y veremos las reacciones de cada uno de ustedes, los que se asustan por la oscuridad, los valientes que salen a ver si alguien necesita ayuda; y vos, Pacha, dejá la linterna, porque la gracia está en que no haya nada de luz en el edificio. Se va a cortar la corriente y se va a desactivar el generador automático.
Se hizo entonces de noche, todos los que tenían escritorios se desplazaron a sus lugares habituales de trabajo, otros de los jerarcas se quedaron juntos en la sala, otros un poco más interesados en la intimidad invitaron a algunas de las secretarias a ir al subsuelo, con la excusa de que allí estarían más tranquilos, otros simplemente se echaron una siestita, para compensar el madrugón de todos estos días de trabajo intenso que empezaron a partir de 1 de marzo.
No se escuchaba nada, ni un susurro, no obstante lo cual, dado que también el teniente les había hecho apagar sus celulares, muchos se dedicaron a contar chistes, a contar fracasos, frustraciones y glorias, expectativas y proyectos. De pronto sintieron unas sirenas. Eran los bomberos, a los que sin duda había llamado algún transeúnte de la plaza Independencia, viendo que la Torre Ejecutiva se había quedado a oscuras, y capaz que había sido por un principio de incendio.
El teniente Della Vela les explicó que no pasaba nada, pero ya se había juntado mucha gente atraída por los “soldados del fuego”, y todos comentaban en voz alta lo que estaba pasando, y se escuchaban las más diversas interpretaciones.
Unos decían que el Ejecutivo también debía la cuenta de UTE, como Cairo, que debía el BPS, y que le habían cortado la luz a la Presidencia por ser deudores contumaces. Otra señora discutía y decía que Cairo había hecho bien en no pagar porque a los pobres hay que perdonarles que no estén al día, mientras que otra señora de edad avanzada vociferaba pidiendo que volviera a la plaza el Pacha a discutir con ellos, que todavía la comida del INDA no había llegado a las ollas populares, y pidiendo que volviera a dar la cara como días atrás, cuando no pudo explicar por qué ahora los pobres pasan hambre por culpa de la burocracia.
Otros más especulaban con que la Torre Ejecutiva había cerrado sus puertas y clausurado el edificio, porque el Poder Ejecutivo se había trasladado a Casavalle para seguir de cerca el progreso del barrio y la disminución de la delincuencia y la inseguridad. Hubo hasta quienes tiraron unas piedras contra los cristales de la torre, diciendo que venían del Cerro y que ellos creían que ese edificio era la sede de Peñarol.
El teniente Della Vela fue recorriendo piso por piso, por temor a que por inadvertencia alguno hubiera quedado encerrado en un ascensor. Su gran sorpresa se la llevó al llegar al piso 10, donde habían estado reunidos los ministros con el presidente. En el medio de la escalera mecánica que lleva al piso 11, donde está su despacho, estaba el primer mandatario, paradito en un escalón.
—¿Todo bien, presidente? —preguntó el teniente.
—Sí, teniente, todo bien, estoy acá porque esta maldita escalera se detuvo con el apagón y no sube, y yo quiero llegar a mi escritorio… ¿cuándo vuelve la luz?