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La crisis del drama venezolano absorbe buena parte de las coberturas periodísticas de las últimas semanas, porque el nudo que ha armado el anormal del “presidente electo” no es fácil de desatar ni como el gordiano, que el bueno de Gordias dejó atado y bien anudado y que Alejandro Magno “desató” cortándolo con su poderosa espada. Aquí, ni cortando grueso, como don Alejandro, el nudo bolivariano se desata o desaparece.
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No hay día que expertos, politólogos, chamanes, siquiatras, narcotraficantes, sicólogos criminalistas y demás interesados opinen cuál podría ser la complicada maniobra para salirse de este embrollo, que cada día se complica más.
Por un lado, porque el bueno de Nicolás está atornillado con tacos Fischer tamaño 16 × 80 (con tornillo adicional). En una palabra, no hay quien lo destornille.
Y por el otro, el resto del mundo, dividido en sectores de interés y jerarquía diversa, con posibilidades tan variadas como las de la ofensiva diplomática de 11 países latinoamericanos (incluido el nuestro), los ecos del discurso de Washington Abdala en la OEA, los reclamos tibios de la Unión Europea, los ambiguos rezos de los Estados Unidos, los erráticos gestos de Brasil, Colombia y el impresentable México, que siguen clamando por la presentación de las actas electorales, que a esta altura deben estar tan incineradas y esparcidas al viento del Caribe como las cenizas de Hugo Chávez.
Fortunato había sido otro protagonista de estos sesudos análisis y sus inciertas posibilidades, en el modesto pero elocuente ámbito de la cena familiar. Todos opinaban distinto: los hijos, la esposa y él mismo, que estaba tan confundido como todo el mundo.
Con su copita de malbec a medio consumir, se fue a sentar frente al televisor para ver qué decían las últimas noticias en el informativo de cierre. Admitamos que la media copa que le quedaba era el resto de la segunda que se había tomado esta noche, porque la cena había sido larga y los ravioles de ricota estuvieron como para repetir, lo cual había aumentado la ingesta vitivinícola, generándole ya los primeros bostezos.
—Las noticias desde Venezuela siguen siendo tan confusas como ayer —arrancó el periodista, aumentando aún más la fatiga del pobre Fortunato, que se aprestaba a oír y ver más de lo mismo.
Cuando sus ojos ya se entrecerraban, Fortunato creyó oír que desde Uruguay podría surgir una fórmula transaccional que ayudara a poner fin al conflicto o que, al menos, lo encaminara a una solución.
—Esto debe ser tremendo bolazo —barruntó Fortu para sus adentros, consciente de que el Uruguay está en un año electoral, en el cual la vida política está orientada de la frontera para adentro. Pero no era tan así, al menos según Fortunato creyó estar viendo, mientras sus párpados se iban bajando lentamente.
—El Frente Amplio, consciente de sus responsabilidades políticas con los procesos democráticos de la región, como el venezolano —decía el informativista (o al menos eso es lo que Fortunato creía estar oyendo)—, ha hecho un alto en el camino proselitista tendiente a ganar las próximas elecciones nacionales y ha dispuesto la creación de un grupo negociador para cooperar con la difícil situación creada en el país hermano, para consolidar su fuerte e indestructible democracia.
El informativo prosiguió aclarando que el presidente del Frente Amplio, Fernando Pereira, había convocado a un grupo de trabajo que partiría en estos días hacia Caracas a efectos de procurar una solución negociada entre el gobierno y la oposición, que sigue insistiendo en que ganó las elecciones. Al grupo lo coordinaría un triunvirato formado por Marcelo Abdala, Blanca Rodríguez y Yamandú Orsi y estaría integrado además por Rafael Michelini, el Boca Andrade, Carolina Cosse y el Negro Rada.
Fortunato trataba de abrir los ojos para ver si todo aquello era cierto o si estaba soñando. Pero el noticiero seguía dando información sensible.
El Comité Paz para Venezuela, que así se denominaría el grupo, propondría a Maduro la celebración de un plebiscito tendiente a reformar la Constitución venezolana, bajando la edad de jubilación presidencial a los 60 años, asegurándoles a los presidentes jubilados un ingreso equivalente al 10% de las utilidades de PDVSA, y la eliminación de las AFAP (acumulación de fondos de actividades prohibidas), un monto equivalente a 250.000 millones de dólares fruto de las comisiones que el narcotráfico deposita en las arcas del Banco Central venezolano cada vez que Venezuela exporta cocaína y otras drogas a los EE.UU. y a Europa.
De aprobarse el plebiscito (el cual se llevaría a cabo con las mismas reglas de las recientes elecciones, lo que aseguraría su aprobación), Maduro podría pensar en su retiro, ofreciéndole a la oposición el 50% de los fondos de las AFAP, quedándose él y su grupo más cercano con el restante 50%, que se distribuiría en forma proporcional entre los integrantes de su círculo íntimo.
María Corina Machado asumiría la regencia temporal del país (hasta el retiro definitivo de Maduro) compartiendo los 125.000 millones de dólares en su grupo político, dinero que se invertiría en la compra de alimentos para los más necesitados y la construcción de viviendas para asegurar el retorno de los 7 millones de venezolanos emigrados, que volverían al país sin restricciones.
Marcelo Abdala, Blanca Rodríguez y Yamandú Orsi permanecerían en Caracas como garantes de la operación hasta tanto la transmisión del mando culminara pacíficamente, incluyendo la liberación de todos los presos políticos y la designación de González Urrutia como embajador en Macedonia del Norte, país con el que se firmaría un acuerdo de prohibición de hackeos informáticos para evitar episodios como los vividos en la elección del 28 de julio.
“No hay duda de que el Uruguay es un país predestinado a propiciar la felicidad pública, dentro y fuera de fronteras”, pensó Fortunato, quien se había despertado para irse a dormir a su cama, seguro de que nuestro país y en particular el Frente Amplio siempre tienen recursos humanos y políticos para asegurar la felicidad pública.
Eso sí: nunca se enteró de si lo que creía haber visto y oído era cierto o si se trataba de otro cuento del tío más, de los que abundan en este bendito país, en especial en algunas distinguidas tiendas políticas.