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En el caso de los periodistas, los que sentimos con pasión este oficio, lo que nos genera la censura es querer saber más; tiene mucho poder, sí, pero también positivo en el sentido de que alimenta la sed de conocer y de ir lo más al fondo posible
Tiene más de 2.000 años la censura. El origen de la palabra es latino y se remonta a la antigua Roma, donde había algunos magistrados encargados de controlar el comportamiento de los ciudadanos y la moral pública, a los que se conocía como “censores”. Pero también la aplicaron y defendieron algunos griegos, especialmente el filósofo Platón, que se muestra a favor de controlar el contenido de las manifestaciones intelectuales y artísticas en su obra La República, o los chinos en el año 300 d.C., que promulgaron la primera “ley de censura” para regular la información que recibía la población.
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Ejemplos hay de todo tipo, según la región del mundo y la época histórica. Uno de los períodos más significativos en lo que respecta a la censura fue la Edad Media, cuando la Iglesia católica prohibió muchísimas publicaciones antiguas por motivos religiosos o censuró a distintas personas, muchas de las cuales terminaron incineradas luego de ser juzgadas por los tribunales de la llamada Santa Inquisición. De esa época viene aquello de “que arda en la hoguera”.
Pero muchas hogueras ardieron también los años más recientes. Las fogatas devoraron libros supuestamente “subversivos” o en “contra del régimen” en la Alemania nazi o en la Unión Soviética o en otros regímenes comunistas, como el de la República Popular de China. Más cerca en el tiempo, fueron las dictaduras militares de distintos países de América Latina las que se dedicaron a censurar publicaciones y medios de prensa, y perseguir, encarcelar, prohibir y hasta asesinar a artistas, políticos e intelectuales y suprimir de los programas de enseñanza algunos hechos históricos importantes.
Hasta el día de hoy ocurre. En algunas partes del mundo, gobernadas por regímenes totalitarios o directamente dictaduras, se realiza sin ningún tipo de disimulo. Hay también ministerios u oficinas de supuestos “gobiernos democráticos” que se dedican a censurar en distintos países. En otros, casi todos, también quedan algunos funcionarios con poder que siguen recurriendo a esos métodos como forma de intentar controlar la información.
Claro, ahora es un poco más difícil de lograrlo. Con todos los aspectos que se les puede criticar, algo a favor de las redes sociales es la posibilidad que ofrecen de hacer circular todo tipo de información, incluso la que algunos poderosos no quieren que se sepa. Hoy es mucho más fácil esquivar las barreras que imponen los censores.
De todas formas, algunos poderosos de distintas áreas siguen recurriendo a mecanismos como para tratar de tapar alguna información, dato u hecho que los perjudica. Ahora suelen no hacerlo de manera directa, porque eso está muy mal visto en un mundo dominado por el exceso de la información y de las redes masivas de comunicación, pero utilizan otros métodos, como asustar para fomentar la autocensura de los que informan o distraer la atención o recurrir a la tecnología que ofrece internet para evitar que algunos asuntos adquieran relevancia o queden en los buscadores, tapándolos con otros menos importantes.
Lo que sí ha permanecido de la censura a lo largo de los siglos es su fracaso a mediano y largo plazo. Todo lo que se quiso eliminar en algún momento ha vuelto de alguna forma u otra. La historia muestra que no han sido eficientes los regímenes que intentaron tapar el sol con sus dedos. Todos ellos terminaron siendo derrotados, más tarde o más temprano, y aquellos que eran sus objetivos a destruir volvieron a revivir de distintas formas.
El problema que tienen los censores es que subestiman demasiado a las personas. Podrá haber uno, dos, cientos o miles de tontos, pero no todos lo son. Si alguien con poder temporal intenta censurar es porque hay algo que necesita que no sea visto. En definitiva, es una señal de debilidad, por más que muestre fortaleza en lo inmediato.
En el caso de los periodistas, los que sentimos con pasión este oficio, lo que nos genera la censura es querer saber más. Tiene mucho poder, sí, pero también positivo en el sentido de que alimenta la sed de conocer y de ir lo más al fondo posible. A veces es muy peligroso avanzar, en especial en los regímenes totalitarios, donde lo que puede estar en juego es la vida, pero la voluntad de seguir para adelante y atravesar las barreras impuestas nunca cesa.
Eso en casos extremos. También están lo otros. Gobernantes o líderes empresariales, sindicales o académicos o personas con mucho poder que piensan que por tenerlo pueden decidir qué se informa y qué no sobre ellos. Por más sólido que esté el sistema político o la estructura social de un país, siempre hay algunas personas que creen que pueden administrar la información que se hace pública a su conveniencia. Todos los gobiernos cuentan con algunos de ellos, al igual que los opositores y los poderosos de turno del sector privado.
Pues lo que no ven es que cuanto más quieran ocultar algunas cuestiones en particular, más queda en evidencia que están obrando mal o que merecen ser investigados. Nadie que actúe correctamente o que se mantenga dentro de las normas más elementales tiene por qué preocuparse por lo que pueda saberse de él o no. Y no hay nada que nos desafíe más a los periodistas que poder develar las verdades más ocultas que, a su vez, también generan especial interés en la ciudadanía. De hecho, de eso se trata una parte esencial de muestro trabajo.
Quizá por eso, por más maquinarias de censura que se pongan en funcionamiento, suelen ser de corto vuelo y terminan siendo derribadas por la realidad y por los que se obsesionan con mostrarla sea como sea. Claro que hay excepciones, extremos en los que es tanto lo que destruye el dictador o los dictadores de turno que cuesta muchísimo más alcanzar la luz al final de túnel. Ejemplos al respecto hay en distintas partes del mundo. Pero muchos más hay de los otros. De gobiernos enteros o personas poderosas que se dedicaron a perseguir y censurar para lograr perpetuarse o quedar impunes y terminaron o presas o abandonadas o con una condena social generalizada.
Por eso se puede decir que también es relativo el poder de la censura. O que genera un efecto rebote, un contrapoder muy grande que suele imponerse con el tiempo. Y más ahora, con todos los mecanismos de difusión pública abiertos y entreverados. Deberían tomar nota quienes dejan de lado la autenticidad o construyen a partir de sus propias mentiras y ocultamientos. Deberían darse cuenta de que pueden ganar muchas batallas, pero que es muy difícil que ganen la guerra.