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El sastre de los Rolling Stones y los Beatles veranea en Uruguay y seduce a las nuevas generaciones

John Pearse, que ha tenido entre su clientela a leyendas como Mick Jagger, John Lennon, Jimi Hendrix y Jack Nicholson, veranea hace 16 años en Pueblo Garzón y continúa conquistando al público joven desde su tienda en el Soho londinense

Editora de Galería

No todos los días se escucha a alguien contar anécdotas que le sucedieron junto a Mick Jagger, Jimi Hendrix y Federico­ Fellini, o hablar sobre lo buen cliente que ha sido Jack Nicholson con la misma naturalidad con la que también relata sus paseos en bicicleta por Pueblo Garzón, o comenta que sus amigos del bar vecino salieron días atrás en la portada de Galería.

Posiblemente John Pearse sea el único que puede hacerlo. Hace 16 años que el hombre detrás de la icónica chaqueta floreada de George Harrison veranea en el pueblo uruguayo junto con su esposa, la actriz francesa Florence Nicaise.

A pocos días de regresar a Londres, donde vive el resto del año y trabaja a diario en su tienda (que lleva su nombre), ubicada en el Soho de la ciudad desde 1986, la persona que creó las prendas con las que los Rolling Stones salieron a los escenarios a revolucionar la historia del rock levanta un brazo a lo lejos desde el deck de su casa, como si no fuera lo suficientemente fácil reconocerlo con su clásico gorro acampanado, una aparente extensión natural de su cuerpo, y sus infaltables lentes de sol redondos. En la tranquilidad de su “pequeña estancia” transcurren sus días de diciembre a marzo. Es una casa de cemento y madera, y estética campestre, bien a la uruguaya. “Encaja bien con el paisaje, ¿no? Nos encanta el acabado. Además, fue construida por gauchos, que creyeron que estaban construyendo un galpón para las vacas”, bromea Pearse.

En los años 60, cuando con sus socios —Nigel Waymouth y Sheila Cohen— abrió la emblemática tienda Granny Takes a Trip en la calle Kings Road de Londres, Pearse reemplazó los tradicionales trajes grises por el terciopelo, los brillos, el satén y los estampados. Y así, casi sin proponérselo, marcó el estilo de las mayores estrellas de rock de la historia y, por ósmosis, de todos los que pretendían parecerse a ellas. En ese entonces no era consciente de su impacto. “Vivíamos el momento”, recuerda quien dejó la marca en pleno apogeo para explorar en el cine, dirigir una película —en la que conoció a su esposa, quien era la protagonista— y regresar al poco tiempo a la sastrería. Hoy, a sus 79 años, tampoco parece dimensionar su descomunal influencia. Cuando le preguntan cuál es su traje favorito, Pearse siempre responde lo mismo: el siguiente.

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En un mundo dominado por la moda rápida y el ready-to-wear, el oficio de Pearse parece estar más vigente que nunca. El sastre que vistió a Jimi Hendrix hoy seduce a las nuevas generaciones, para quienes en una era de jeans y joggins­ no hay extravagancia más cool que un traje de John Pearse. “Lo lindo es que ahora vienen los hijos de los Beatles, de los Stones… ¿Quién sabe? Quizás hasta algún día le pasen mi ropa a sus propios hijos”, reflexiona.

Durante las últimas décadas nunca faltaron los clientes que pidieran una chaqueta como la de Harrison, o como alguna que vieron puesta en Keith Richards o John Lennon. Si bien Pearse­ dejó Granny Takes a Trip a los pocos años y la tienda cerró definitivamente en 1979, la marca no dejó de perseguirlo como una sombra. El giro más insólito llegó en 2024, cuando Granny volvió al ruedo de la mano de los Rolling Stones, que invirtieron para su regreso. Ironías del destino, unos cincuenta años después Pearse volvió a hacer trajes que esta marca alquila para eventos de alfombra roja. “Yo me moriré, y ella va a seguir”, sentencia.

¿Cómo llegaron a Pueblo Garzón?

Mi esposa, Florence, y yo siempre viajábamos en esta época del año. Hemos estado en todas partes, desde Machu Picchu hasta Borobudur y México. Hace 16 años estábamos en la Patagonia, y cuando volvíamos por Buenos Aires pensamos que sería bueno pasar una semana en la playa para descansar. Nos dijeron: “Deberían ir a Uruguay”. Así que vinimos y nos hospedamos en José Ignacio, en una casa modernista de una señora muy agradable. Ella nos vio descansando al lado de la piscina sin movernos y nos dijo: “Les reservé una mesa en un restaurante. Es el mejor chef de Argentina y está en Pueblo Garzón. Se llama Francis Mallmann”. Así que vinimos hasta acá, el sol se estaba poniendo sobre la plaza. Todo era hermoso, parecía el set de un spaghetti western. Entramos al restaurante y estaba vacío, pero el lugar era realmente muy lindo. De repente, entra Francis y se acerca a nuestra mesa. Mi esposa, Florence­, recordaba vagamente a un inglés que vivía en Uruguay, pero no sabía exactamente dónde. Siguiendo su instinto, le pregunta: “¿Conoces a Martin Summers?”. Y Francis responde: “Martin justo venía entrando detrás de mí”. Martin entra con toda la energía y enseguida nos reconoce. Y nos dice emocionado: “Vengan a ver lo que estoy haciendo”. Estaba construyendo Casa Anna, justo al lado del restaurante.

Curiosamente, la vecina de al lado de mi tienda en el Soho (Londres) es gaucha. Es escocesa y está loca por los caballos. Su novio es brasileño. Y nos cuenta: “Me estoy comprando un terreno en Pueblo Garzón”.

Volvimos a Londres y no nos podíamos sacar este pueblo de la cabeza. En ese momento, José Ignacio también nos encantaba. Ahora ya no vamos tanto. Así que dos semanas después volvimos y compramos un terreno acá.

¿Dos semanas después?

Sí, hay que moverse rápido. Compramos este terreno y después compramos otro más chico con una pequeña casa, que reformamos en tiempo récord para tener siempre donde quedarnos. Lucía (Soria) tenía el restaurante Lucifer justo ahí, así que todo era perfecto cada vez que veníamos. Siempre lo ha sido. Después compramos otro terreno hacia el frente, y ahí se armó esta pequeña estancia.

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En Londres y también en Garzón, John Pearse suele trasladarse en bicicleta

En Londres y también en Garzón, John Pearse suele trasladarse en bicicleta

La casa la diseñamos a partir de una fotografía de una vivienda en la pampa argentina que Florence siempre había guardado en su extenso archivo. El arquitecto Diego Montero, quien conocía y admiraba ese edificio, hizo los planos y creó los volúmenes basándose en esta casa para las etapas iniciales de la construcción. La primera fase estuvo a cargo de un equipo que trabajaba para Francis Mallmann, que le dieron el acabado en cemento y madera que queríamos, adecuado para el campo. Después se hicieron ajustes con artesanos locales. Todo el mobiliario y los accesorios los elegimos nosotros en Uruguay.

Vayamos al comienzo. ¿Cómo y por qué decidió ser sastre?

Mi madre era modista de sombreros, así que desde que nací ya tenía cierta actitud acerca de lo que me iba a poner. Dejé la escuela a los 15 años porque quería estar en Soho, donde estoy hoy con mi tienda. Había cafeterías, música y era un barrio muy agradable para venir desde donde vivía yo en Londres. El primer trabajo que conseguí fue en una imprenta, pero no soportaba el ruido. Duré dos semanas y pensé: “Quiero tener un traje”. La única forma de tener uno era si aprendía a hacerlo yo mismo. No lo podía comprar. Entonces fui a Savile Row, que es la famosa calle de los sastres de Londres, y entré en algunas de sus tiendas. Había un sastre muy famoso llamado Henry Poole que estaba en esa calle. Entré y el hombre me dijo: “Sentate ahí, joven, en ese sofá”. Me senté y entró un actor muy famoso llamado David Niven, muy conocido en los años 60 y 50. Vi ese maravilloso intercambio entre él y el dueño de la tienda y pensé: “Bueno, este va a ser un trabajo maravilloso para mí, porque voy a conocer a las estrellas. Entonces el señor me dijo que fuera a la vuelta de la esquina a otro local para encontrarme con el director de Hawes & Curtis (tienda de trajes), Mr. Watson. Fui, y había un caballero muy distinguido con un traje a rayas; todo el mundo fumaba en aquellos días, él estaba fumando y se estaba sacando la ceniza de las solapas y me dijo: “Muchacho, arriba te vas a encontrar con el señor David, vas a ser su aprendiz. Con él aprenderás a hacer chaquetas y abrigos”. Así que fui aprendiz y durante un par de años aprendí mucho sobre sastrería, lo que fue una muy buena base para lo que vino después. Hasta que decidí que ya había tenido suficiente.

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La chaqueta floreada de George Harrison es una de las creaciones más emblemáticas de John Pearse

La chaqueta floreada de George Harrison es una de las creaciones más emblemáticas de John Pearse

¿Qué pasó después?

Me fui de viaje por Europa con algunos amigos, estuvimos en Saint-Tropez, Ibiza y Taormina. Todo estaba muy subdesarrollado en esos días, y cuando volví a Londres conocí a dos personas que iban a abrir una tienda llamada Granny­ Takes a Trip. Yo los ayudaba porque trabajaban con ropa vintage. Estaban tratando de coser algo, de ajustar prendas, y les dije: “Hacelo así, mirá, te muestro”. Me miraron y me dijeron: “Ah, ¿vos sabés de esto?”. Les respondí que sí y me dijeron: “Vamos a abrir esta tienda en King’s Road, ¿querés ser nuestro socio?”. Tenía 18 años y ya estaba en el negocio.

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Jimi Hendrix vestido por Pearse bajo la marca Granny Takes a Trip

Jimi Hendrix vestido por Pearse bajo la marca Granny Takes a Trip

El impacto que tuvieron fue inmenso e inmediato. ¿Cómo lo lograron?

Estábamos rompiendo con la idea del traje tradicional de dos piezas. Y también con las camisas. Apostábamos más por colores extravagantes. La verdad, para mí, era algo muy fácil de hacer y lo disfrutaba. Éramos jóvenes y enseguida empezamos a tener seguidores. Capturamos un momento. Era la explosión de la cultura juvenil, venía de todos lados: la música, el arte… Un momento único. Había un programa de televisión muy famoso que se llamaba Ready Steady Go! y nuestra ropa siempre aparecía ahí, ganando concursos al mejor look y cosas así. Además, King’s Road en esa época era una calle super de moda. Así que fue todo cuestión de timing, timing y mi buen gusto (risas). Y claro, como yo había crecido con los Rolling Stones y los Beatles, ellos se convirtieron en clientes. También Jimi Hendrix y muchísimos más.

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El sastre empezó a vestir a los Rolling Stones en los años 60, cuando abrió la icónica tienda Granny Takes a Trip

El sastre empezó a vestir a los Rolling Stones en los años 60, cuando abrió la icónica tienda Granny Takes a Trip

¿Cómo llegaron a clientes como los Rolling Stones, Jimi Hendrix y los Beatles?

Les encantaba venir. La tienda era un punto de encuentro. A Mick (Jagger) lo conocí antes de que Grannyabriera. Solía visitar nuestro apartamento para encontrarse con una atractiva chica de Filadelfia que compartía con nosotros en Casa Party Central en aquellos días. Él y Marianne Faithfull pasaban horas en el probador de Granny, probándose de todo y coqueteando. Jimi apareció al día siguiente de su llegada al Reino Unido y, de hecho, tocó esa misma noche con una banda local. Se llevaba la ropa que le gustaba directamente del perchero sin preocuparse por el talle. Nos hicimos buenos amigos, pasando el tiempo en los clubes de Soho, que frecuentaba casi todas las noches, tocando con quien estuviera en el escenario. Era un talento natural. John (Lennon) y Paul (McCartney) fueron los primeros Beatles en llegar a la tienda, de mañana temprano después de una sesión de grabación. Se impresionaron mucho al ver que habíamos creado la tienda por nuestra cuenta y solían mandar a su road manager a comprar en su nombre, incluso vestidos para sus esposas y novias.

Frecuentaba los mismos clubes que todos ellos. ¿Cómo influenciaron esas interacciones en sus diseños?

Era un poco al revés. No eran ellos los que me influenciaban a mí, sino que yo les decía qué debían usar (risas). Pero sí me influenciaron otras cosas. Veía películas, por ejemplo, miraba Al este del Edén con James Dean y me fascinaban esos sacos con un aire country & western. O la literatura. Oscar Wilde, por ejemplo, el gran escritor irlandés que vivió en Londres y causó escándalos. Los victorianos tenían un estilo increíble. También el art nouveau, el movimiento artístico. Mi socio era un gran artista, así que teníamos acceso a un montón de literatura sobre arte y diseño. Todo eso te influye, siempre.

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¿En ese momento era consciente del éxito que estaban teniendo?

Vivíamos el momento, por así decirlo. Nos convertimos en algo parecido a la Factory de Warhol, porque incluso teníamos nuestra propia banda. Tocábamos en Ámsterdam, en clubes y en distintos lugares. Pero con tanta gente involucrada, los egos empezaron a chocar entre mis socios y yo. Un día estábamos montando una instalación en la tienda. Tenía un auto increíble de Estados Unidos, lo cortamos a la mitad y lo pusimos en la fachada del local, hay fotos de eso. Mi socio quería decorarlo con estrellas y una escena cósmica, algo místico, y yo quería pintarlo con rascacielos de Nueva York saliendo de la parte trasera. Terminamos casi a las trompadas, peleándonos en el capó del auto. Ahí dije: “Listo, ya tuve suficiente de esta tienda. Estoy harto de la ropa, no significa nada para mí”. Terminé en Italia y me empecé a interesar por el cine.

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Fue amigo de Federico Fellini. ¿Cómo terminó siendo director de cine?

Porque él (Fellini) me dijo que podía ser un buen director. Es una historia larga, pero divertida. Los sábados solíamos cenar en la casa de Fellini. Yo era muy amigo de una modelo llamada Donyale Luna, que fue la primera modelo negra en aparecer en la portada de Vogue. En ese momento ella estaba actuando en la película Satyricon, interpretando a una bruja de dos mil años. Una noche, en plena cena, Federico dice: “Nos vamos a Ostia, a la playa”. Era casi medianoche. Así que fuimos todos a la playa, y de repente todo el mundo empezó a desnudarse y a meterse en el mar. Donyale se metió y nadó mar adentro. Para ese momento, Fellini ya quería irse a su casa. Entonces empezó a llamarla: “¡Donyale! ¡Donyale!”. Pero nada, no respondía. En un momento me dice: “John, hermano, ¿podés hacer algo?”. Y le grité: “¡Donyale! Si no volvés ya, nos vamos todos a la mierda y te dejamos acá sola”. Y volvió. Ahí Fellini me dijo: “Hermano, John, vos podrías ser un gran director de cine”. Cuando llegué a Roma ya había visto muchísimas películas. Incluso en Londres me fascinaba la nouvelle vague francesa, Godard, Truffaut… También me gustaban las películas de Warhol, porque me parecían fáciles de hacer. Solo tenía que juntar a mis amigos, poner una cámara enfrente y filmar. Y, de hecho, eso fue más o menos lo que terminé haciendo.

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Pero luego de dirigir su película, Moviemakers­, volvió al oficio de sastre. ¿Qué pasó?

Sí, porque me resultaba muy difícil conseguir financiamiento para hacer cine. Y un día, en una fiesta, un hombre me dijo: “¿Te acordás que me hiciste un traje en 1968? ¿Podrías hacerme otro?”. Le dije que sí, y así volví a la sastrería. Arranqué de nuevo, así de simple. Trabajaba desde mi casa y viajaba a Los Ángeles, tenía clientes y me manejaba así.

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Luego abrió su propia tienda y creó la marca bajo su nombre, John Pearse. ¿Mantuvo el mismo estilo que en Granny?

A veces la gente todavía viene buscando algo en particular, por ejemplo, la chaqueta con estampado floral William Morris que usó George Harrison. Esa prenda se convirtió en un ícono, incluso apareció en una serie de estampillas sobre moda junto con Vivienne Westwood. A veces también llegan chicos jóvenes con un saco de su padre de Granny Takes a Trip y me dicen: “¿Podrías hacerme uno igual?” o “¿podrías arreglarlo?”. Así que esas cosas siguen pasando. Y recientemente Mick Jagger compró la marca.

¿Usted está involucrado en este regreso de la mano de los Rolling Stones?

Son jóvenes que están haciendo cosas con ropa vintage desde una especie de depósito en Hackney. No tienen una tienda física, venden online. Les hice algunos trajes que alquilan para eventos de alfombra roja, para algunos de sus clientes jóvenes. Así que, de alguna manera, esa marca nunca murió. Yo me moriré, pero ella va a seguir (risas).

¿Cuál es la historia detrás de la icónica chaqueta de George Harrison?

El diseño me surgió naturalmente, dado mi interés en el movimiento artístico prerrafaelita y la moda dandi de la era victoriana.

¿Cómo ha evolucionado su clientela a lo largo del tiempo?

Todavía tengo algunos clientes de cuando empecé, pero lo lindo es que ahora también vienen los hijos de esos clientes. Los hijos de los Beatles, de los Stones… están cerca, así que es muy lindo para mí estar ahí y ver cómo va llegando la siguiente generación, y la siguiente. La generación más joven es el futuro, y siento que para ellos es un desafío mayor de lo que fue para mí en mis propios años dorados. Disfruto de hacer ropa para ellos. Siento que les da un respiro de los problemas que enfrentan en estos tiempos aparentemente turbulentos. ¿Quién sabe? Quizás algún día hasta les pasen mi ropa a sus propios hijos. Tengo también muchos otros hijos de clientes de aquella época que quizás no eran estrellas, pero que hoy están en la banca, en el arte, como Damien Hirst, por ejemplo. Él es un gran cliente, y también su hijo y sus hijas. Hago muchas cosas para mujeres también.

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Junto a Mick Jagger, su hijo, Gabriel, vestido con una camisa de John Pearse

Junto a Mick Jagger, su hijo, Gabriel, vestido con una camisa de John Pearse

¿Y cuál es la diferencia entre hacer sastrería para mujeres y para hombres?

Dicen que la sastrería masculina es un oficio, pero la femenina es un arte. Y creo que eso tiene algo de cierto.

¿Para ellas también hace trajes?

Sí, es lo que quieren. Vienen y me dicen: “Quiero un traje de hombre”. Creen que quieren un traje de hombre, pero en realidad quieren un traje para ellas. Cada persona es única, no querés un traje de cualquier tipo que ande por ahí, querés algo que vayas a usar por los próximos 10 años. Ese es otro punto: mi ropa dura mucho tiempo. Si te hago un traje, seguramente lo sigas usando 10 años después. No pasa de moda. No hago moda, no me interesa. Solo hago lo que hago.

¿Diría que no hacer moda es una de las claves para mantenerse relevante como sastre hoy en día, entre el auge de grandes marcas y el ready-to-wear?

Si vas a comprar un traje, no vas a hablar con Marc Jacobs, ni con Versace ni ninguno de ellos. En cambio, si venís a verme a mí, toma un poco más de tiempo, pero vas a recibir un mejor servicio.

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John Pearse en la entrada de su tienda ubicada en Meard Street, en el Soho de Londres

John Pearse en la entrada de su tienda ubicada en Meard Street, en el Soho de Londres

¿Cómo es el proceso de trabajo?

Entrás, te presentás, yo te miro y te pregunto: “Bueno, ¿a qué te dedicás? ¿Para qué necesitás el traje?”. Muchas veces es para un casamiento o alguien que dice: “Quiero una armadura porque voy a ver a mi gerente del banco y necesito conseguir dinero” (risas). Hay de todo. Soy muy rápido para captar con quién estoy hablando y qué le podría gustar. Entonces elegimos una tela, un estilo, tomamos las medidas y después, en un mes, hacemos la primera prueba. Es una estructura básica del traje, en la que empezamos a marcar con tiza, acortar el saco, ajustar las mangas, definir los bolsillos… Ahí es cuando empieza a tomar forma. Después se elige el forro interior, que puede ser algo muy llamativo. Soy conocido por usar forros bastante locos, incluso en trajes muy conservadores.

Todo el proceso puede llevar un mes o dos, depende. Y eso es lo lindo de mi negocio, siempre hay algo en marcha. No es como una tienda que abre la puerta y tiene que vender 20 prendas de stock todos los días. Tenemos ropa única que hacemos para la tienda, pero puede estar ahí, como en un comercio del siglo XIX, uno o dos años hasta que alguien la compre, y no pasa nada.

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Brad Pitt en La gran estafa con un traje de John Pearse (2001)

Brad Pitt en La gran estafa con un traje de John Pearse (2001)

¿Por qué nunca se involucró en la industria de la moda rápida?

Debe ser por una cuestión de actitud. Podría decirse que trabajé en una industria distinta en Japón, pero nunca en Italia o Estados Unidos. En Japón tengo algunos negocios. Una sastrería obtuvo la licencia de mi nombre, y con eso pagué esta casa. Yo no trabajo como sastre para ellos, simplemente les di mi nombre. Son muy buenos, pueden hacer un traje con el que te podés meter a la ducha y seguirá impecable (risas). Supongo que producen principalmente para salary men (empleados de oficina), pero la verdad es que fue un acuerdo muy bueno. De todas formas, nunca vino alguien a decirme: “Queremos abrir 50 tiendas John Pearse y vamos a invertir 50 millones de libras para lanzar la marca”. Supongo que porque mi visión es demasiado iconoclasta.

¿Sigue trabajando para estrellas como Mick Jagger?

Sí, con Mick Jagger hacemos algunas cosas ocasionalmente. También trabajamos con músicos nuevos como Fontaines D.C., una banda irlandesa muy buena. Con Celeste, que es una cantante increíble, y con poetas como Sonny Hall. Siempre tenemos energía joven en la tienda. Además, ahora tengo dos sastres jóvenes trabajando conmigo.

¿Qué es lo que buscan los jóvenes de hoy? Antes casi todo el mundo usaba trajes para ir a trabajar, pero eso cambió.

Eso depende de cada persona. Un joven puede querer un traje muy conservador porque tiene un trabajo conservador, pero lo interesante es que los trajes bien hechos, sofisticados y con buena sastrería quedan espectaculares en los jóvenes, porque hoy los combinan de otra manera. Quizás lo usen con championes, con una remera en vez de camisa y sin corbata, y eso les da una elegancia completamente diferente. Pero al final del día, algo bien hecho siempre se va a ver bien, incluso si no es entallado o si es oversized. Hay chicos que saben llevar estas prendas y quedan increíbles. Y eso es lo que me gusta. Yo soy un poco así también, no soy una persona demasiado formal. Ahora también hago jogging suits, pero los confecciono con telas clásicas, como aquellas de raya diplomática que usan los banqueros. También hago boiler­ suits, ¿sabés lo que es? Como un mameluco de una sola pieza, tipo overol. Winston Churchill solía usar uno. Hago muchos en pana, tanto para hombres como para mujeres.

Creo que la gente se cansó un poco del jogging­ y, si tienen dinero —porque hay que decirlo, mis trajes no son baratos—, empiezan a apreciar la buena sastrería y el oficio de tener algo hecho a mano. Y hay quienes todavía siempre usan traje. Nick Cave, por ejemplo, el cantante. Él usa traje, nunca viste otra cosa. Hay otros como él. Siempre va a haber gente que quiera trajes.

¿Cuántos empleados tiene?

Tengo un equipo base de unas siete personas. Abajo tengo un joven que trabaja como sastre y dos chicas que me asisten, toman medidas y cortan. Son muy buenas con los clientes, así que entre todos nos arreglamos bien. Después tengo sastres en mi taller, que está a la vuelta.

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De tuxedo, Jack Nicholson, uno de sus grandes clientes

De tuxedo, Jack Nicholson, uno de sus grandes clientes

¿Usted sugiere el tipo de traje que el cliente debería usar o el cliente suele ir con una idea clara?

Muchas veces ya tengo una idea. A veces el cliente me dice: “¿Qué creés que me quedaría bien?”. Entonces le sugiero algo: “Probemos esto. Vos no sos de traje formal, hagamos algo más relajado. ¿Qué te parece un traje de pana?”. La pana es un material que tuvo un gran revival y nosotros contribuimos bastante a eso.

¿Qué otros materiales usa?

Uso mucho el tweed irlandés.

A lo lejos, unas gallinas parecen inquietarse con los truenos y el diluvio que empezó hace algunos minutos. En lugar de perderse en una detallada descripción verbal que podría no ser tan efectiva, John Pearse comienza a silbar y a deslizar en la pantalla de su celular. Entonces empieza: “Mirá, esta es una de nuestras creaciones en un joven. Él es nuestro sastre, y eso es tweed. Fijate en el interior, tiene un chaleco, y el tweed es hermoso”. Sin mayor énfasis, pasa de la foto de su joven empleado a Jack Nicholson: “Él ha sido un gran cliente, le hicimos mucha ropa, de todo”. Desliza y muestra a una chica cualquiera con un traje que cualquier persona de buen gusto desearía tener. Vuelve a deslizar. Una foto de la cantante y actriz Marianne Faithfull luciendo un diseño suyo en los años 60. “Mirá el puño. Todavía hacemos eso”. Después, Brad Pitt en una imagen muy vista de la película La gran estafa (2001) con un traje marrón de John Pearse. Una foto de Bill Nighy, uno de sus clientes más fieles. “Es un hombre de traje. Solo usa traje”. Una chica con un pijama a cuadros (sí, también hay clientes de esos). Desliza otra vez. Jack Nicholson, ahora en tuxedo. “Ya ves, soy versátil”, dice.

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¿Puede reconocer sus propios trajes por la calle?

Es interesante, porque a veces veo a alguien entrar a la tienda o me cruzo con alguien en una fiesta y pienso: “Ese traje se ve realmente increíble”. Y entonces pregunto: “¿Quién te hizo eso?”. Y me dicen: “¿No lo reconocés? Lo hiciste vos”. Pero es así. Esa es la magia. Cuando terminás un traje, la persona se mira en el espejo y pensás: “¿Le gustará? ¿No le gustará?”. A veces no les gusta del todo. Muchas veces dicen: “Sí, está genial, gracias”, y se van. Y después de eso, yo hago otros 50 trajes para otras personas y los olvido completamente. Se van, se van. Pasan a ser parte de la persona que lo usa. Se lo ponen tres, cuatro, cinco veces, y cada vez lucen mejor. Esa es otra cosa: la ropa hecha a mano mejora con los años. Es así como funciona.

¿Cómo diría que ha evolucionado su trabajo? ¿Qué ha cambiado y qué se ha mantenido con el tiempo?

De cierta forma, sigue siendo lo mismo. Porque mi trabajo soy yo. Y no he cambiado tanto desde que tenía 18 años. Tal vez nunca maduré (risas). Podría definirme como arquitecto, constructor de casas, diseñador de interiores. O actor, o escritor. Podría ser muchas cosas. Así que creo que todo eso se refleja en mi sastrería, que sigue siendo mi negocio principal. Todo está ahí, y es algo muy lindo para mí, porque también es una forma de vida social. A través de mi trabajo he conocido a muchos amigos.

Y cumplió aquel deseo de ser sastre para conocer estrellas.

Sin duda.

¿Hoy es consciente del impacto que ha tenido?

No. Me tomo cada día como viene, como un día nuevo. ¿Quién entrará hoy en la tienda? Siempre me preguntan cuál es mi traje favorito. Y siempre respondo: “El próximo que entre por la puerta”. Es así.

Sobre una mesa hay un manual del visitante de Uruguay, otro libro de Sudamérica y uno sobre pájaros de Uruguay y Argentina. “Nos encantan los pájaros de acá. Mirá, este es de nuestra casa”, dice y muestra un libro rojo con fotografías de la casa en el esplendor de un día soleado.

Desde adentro pero con todos los ventanales abiertos, parece como si alguien hubiera dado play a la lluvia torrencial para sumergirse en un estado de relajación. “En realidad vivimos afuera”, subraya Pearse. Con esto se refiere a la galería exterior de madera con vistas a una piscina de borde infinito que se funde con el horizonte del campo que flechó a John­ Pearse y a Florence Nicaise. Pero también alude a su estilo de vida en Pueblo Garzón, tranquilo pero nada solitario. El equilibrio justo. “Tenemos muchos amigos en el pueblo. Y todos nos cuidamos entre nosotros, hacemos cenas juntos. Somos una comunidad. Mi esposa y yo vivimos en la ciudad, y no podríamos estar tan lejos de un pueblo. Esto es perfecto. Estamos en el campo, pero en un minuto podemos ir a comprar una cerveza. Mirá, ahí pasa un auto”.