¿Qué música te conecta con tu infancia?
Edad: 48 Ocupación: Maestra, música y compositora Señas particulares: Nació y vivió buena parte de su infancia en Argentina, hace natación, le recomendaron un músico para grabar uno de sus discos y se convirtió en su pareja
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáTuve un abanico de todo tipo de música, mucho rock, folclore en la escuela en Argentina. De María Elena Walsh tengo una colección de cuentos y canciones. El otro día llevé a mis alumnos el libro con el índice del casete. Es una reliquia. Mi abuelo paterno me llevaba a los teatros, a ver ópera, bailaba tango, escuchaba jazz. De niña me gustaba todo. Cuando con mi familia nos vinimos a vivir a Uruguay me encantó la murga, porque incluye todo: cantás, bailás, tocás instrumentos, te disfrazás. Después me aburrí un poco e incursioné en el candombe. Ahora vivo en Palermo y me encanta.
¿Te ponés a bailar cuando pasan las comparsas?
Toqué el tambor muchos años, los primeros años en La Melaza, la comparsa de mujeres, y antes salía también en comparsas mixtas, cuando no había tantas mujeres tocando. Cuando me gusta un ritmo, me meto, estudio, voy a la raíz. Dos o tres veces nos fuimos de vacaciones a Brasil con mi familia y me re marcó, además de que la música brasileña a mis padres les gustaba mucho. A los 19 o 20 me fui a estudiar música brasileña, percusión, y en canto es en lo que más profundicé.
¿Cómo surgió tu vocación por el mundo infantil?
A veces, cuando tenés algo para sanar de la infancia, elegís trabajar con niños y niñas como una forma de ir sanando a tu niña interna. Cuando le diagnosticaron cáncer a mi madre yo tenía ocho años y fue un cambio muy fuerte. La operaron, le dijeron que podía vivir unos seis años más. Tenía 32 años. Nos fuimos a vivir a Mar del Plata, fue dejar la vida de sus trabajos de mil horas a vivir el presente, a darle más espacio a lo cotidiano. Vivimos esos años con mucha intensidad. En mi infancia y adolescencia nos mudamos cada dos años, pasé por seis escuelas y tres liceos, y la escuela era mi lugar seguro, sabía lo que iba a pasar, cómo serían las rutinas. Quizás por eso me gusta ser maestra. Te dicen que si trabajás con niños, es porque te gustan los niños, pero no sé si es porque te gustan o no. Los niños son como los adultos: hay personas con las que conectás más y otras no tanto, pero sí está esa energía infantil, esa ingenuidad. Son más vulnerables, sobre todo en las edades con las que yo más trabajo, de dos a cinco o seis años. A mí me apasiona ese mundo. A veces me aburro más con los adultos. Con los niños me divierto.
¿Alguna reacción de un niño que te haya sorprendido especialmente?
No me acuerdo si fue una nena o un varón que me dijo: “¡Tenés bigotes! ¿Sos nena o varón?”. Los niños son increíbles, no tienen miedo al qué dirán, realmente te dicen lo que piensan. A veces algunos adultos estamos en la pose, en el deber ser. A veces yo me siento así, pero de repente me encuentro con un niño, me desestructura su espontaneidad y pienso: “¡mirá qué acartonada que estaba!”. Los adultos nos vamos poniendo la capita y vamos perdiendo esa transparencia y honestidad. Cuando hacemos los espectáculos (ahora nos presentamos del 4 al 6 de julio en la Sala Zitarrosa), les doy la palabra a los niños y salen cosas muy graciosas. Está bueno habilitarlo, que haya libre expresión, que se escuche la voz del niño. A veces lo de los niños queda muy infantilizado y yo trato de darle otro valor, de hacer música que tenga contenido. Las de María Elena Walsh no eran ninguna pavada. No compongo como ella, pero trato de ir por ese lugar, que las canciones tengan que ver con las emociones, que no sea un mensaje lineal.
¿Cómo reaccionan tus fans cuando te ven?
Cuando estamos en el teatro vienen a abrazarme. Pero fuera de ese contexto, a veces voy a la plaza y veo niños que se me quedan mirando totalmente paralizados, y la mamá es la que me reconoce y se acerca. A los fans chiquitos les da vergüenza. Yo trabajo con dos varones músicos, somos una banda. Una vez estábamos en la placita caminando con uno de ellos, que además es mi pareja, y una nena le grita a la mamá: “¡Mirá, el señor Letu!”.
Tenés una hija de ocho años. ¿Qué actividades te gusta compartir con ella?
Me gusta elegir una o dos actividades para el día y pasarla bien. Cocinar, ir de paseo, callejear. Nosotras vivimos cerca de la rambla y para mí el contacto con la naturaleza es fundamental. Las pantallas te invaden y siento que los paseos al aire libre, dejando un poco el celular, a las dos nos hacen bien. Salimos a patinar, a andar en bici, al parque Rodó. Ella se copa con todo lo que es arte, le fascina bailar y cantamos juntas, leemos.
¿Qué superpoder te gustaría tener? Alargar algunos momentos del día. Principalmente para poder dormir la siesta, eso se ve que es de la edad. ¡Qué lindo poder dormirse una siesta! Y para tener más tiempo en la mañana para tomar mate, desayunar. Me pongo cinco alarmas y a veces igual me pasa que estoy dormida. Antes no me pasaba tanto. La otra vez le puse yerba al termo. Creo que estoy necesitando un rato más de la mañana para despertar.
¿Le tenés miedo a algo?
Fueron cambiando los miedos. Es medio contradictorio, pero en un momento tenía miedo a la muerte, por haberla tenido tan cerca de niña. Ahora que soy mamá me vinieron miedos distintos, que no tenía cuando no lo era. No sé si es a la muerte. Tiene que ver con ese superpoder del tiempo, de valorar el tiempo presente, de estar y disfrutar con mi hija, con mis amigos.