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    El Mercado del Puerto

    Sr. Director:

    El ocaso del Mercado del Puerto en su sesquicentenario. El 10 de octubre de 1868 el Gral. Lorenzo Batlle, presidente de la República, acompañado de varios de sus ministros, inauguró el mercado de abasto de carnes, frutas y verduras más grande de América del Sur.

    El colosal establecimiento, ubicado en la rambla portuaria entre las calles Pérez Castellano y Maciel, se alzaba sobre un predio de más de tres mil quinientos metros cuadrados conocido otrora como el Baño de los Padres.

    El flamante edificio, con enormes ventanales y anchos portones con vanos de medio punto en todas sus fachadas, era básicamente una vasta plaza, libre de columnas, bajo una enorme cubierta de chapas metálicas, con grandes tragaluces, soportada por unas bellísimas cerchas fundidas expresamente en Liverpool (Inglaterra), según planos y supervisión del Ing. R. H. Mesures, al servicio del empresario español, radicado en Montevideo, Pedro Sáenz de Zumarán.

    Fue de los primeros edificios del continente construidos sobre una estructura metálica, según la tecnología que se empezaba a usar en Europa y que se haría célebre, pocos años después, con la Tour Eiffel.

    Bajo la espléndida bóveda del Mercado del Puerto que, no obstante su gran superficie, trasunta una increíble levedad, hubo en el centro de la plaza, los primeros años, una bella fuente circular con un chorro de agua surgente, rodeada de bancos, como una estación de descanso y reunión del ajetreado público del mercado. A principios del siglo pasado, seguramente ya urgido el mercado por la demanda de más espacios comerciales, la fuente y los bancos, fueron sustituidos por un precioso reloj de cuatro esferas que concitaba la atención de la muchedumbre.

    Durante años el mercado cumplió con su cometido de abasto de carnes, frutas y verduras a los buques del puerto, así como a los montevideanos que llegaban al establecimiento. A partir de la segunda mitad del siglo XX el mercado empezó a cambiar su personalidad, por una más colorida, moderna y divertida de plaza de comidas —en especial, las célebres parrilladas uruguayas—, bebidas espirituosas, música y buenos momentos, en un entorno alegre, bullicioso y descontracturado para celebrar a diario la fiesta de vivir.

    Se transformó entonces, el Mercado del Puerto, en un punto de referencia que convocó al turismo de todo el mundo y, por supuesto, también a los uruguayos amantes de la buena mesa, el vino, los nobles licores y el sano jolgorio.

    Fue visita obligada de todo turista que quisiera sentir la hospitalidad uruguaya, su tradición culinaria heredera de España —sobre todo, Galicia— e Italia, pero con perfiles propios y un sincretismo original sublimado en el aroma muy apetitoso de sus carnes asadas a las brasas de leña de monte, el genuino sabor del Uruguay.

    Tanto fue así que, durante años, quienes trabajamos en la Ciudad Vieja y en la zona portuaria, solíamos brindar la información al turista aun antes de que formulase la consabida pregunta: “Excuse me sir, Mecadou de Puetou?”.

    Este nuevo siglo empezó a pautar una lenta pero triste y persistente declinación del Mercado y su zona de influencia.

    La socorrida frase de “no hay que desvestir a un santo para vestir a otro” se adecua perfectamente al enfoque con que las autoridades municipales decidieron favorecer a otra zona y a otro mercado más reciente, en detrimento del viejo y noble Mercado del Puerto.

    Los últimos años, el venerable Mercado fue, de algún modo, abandonado a su suerte.

    Se permitió (cuando no se propició) el establecimiento de vendedores ambulantes en sus adyacencias, con una proliferación tal que, por momentos, es casi imposible el acceso al mercado si no es saltando las mesas de estos mercachifles advenedizos; se descuidó la iluminación del entorno, lo cual complica y pone en riesgo la seguridad en horas nocturnas; no hay la suficiente vigilancia policial en una zona como la portuaria que, en todo el mundo, configura enclaves de conflictividad social y de inseguridad; no se toma medida ante numerosos edificios vacíos y ruinosos, a veces vandalizados, como la famosa “proa” que, en algún momento, iba a ser sede de la Dirección de Turismo de la Intendencia de Montevideo, pero hace años que permanece abandonada, merodeada por habitantes precarios, indigentes o adictos a distintas sustancias en situación de calle; la insuficiencia de estacionamientos para automóviles y, peor aún, se aplica tarifas caras a los estacionamientos disponibles; etc., etc., etc.

    El viejo Mercado del Puerto, en su aniversario 150°, pese a sufrir la desidia de las autoridades, mantiene sus rasgos más típicos, su hospitalidad, su alegría, sus venerables adoquines por los que caminaron Gardel, Caruso, Pedro Figari, José Enrique Rodó, Martha Gularte, Rosa Luna, Juan Carlos de Borbón y tantísimos otros personajes, uruguayos y extranjeros, famosos o anónimos, todos celebrando codo a codo esa fiesta diaria, colorida y miscelánea que es la vida.

    Es imprescindible tomar medidas ya para que el Mercado del Puerto, ese patrimonio uruguayo, ese templo de las cosas buenas y nobles de la vida, ese imán de captación de turismo, la industria más próspera y fermental del país, detenga la declinación de los últimos años y recobre el vigor de sus mejores tiempos.

    ¡Salud!

    Álvaro Secondo Escandell

    CI 1.174.509-9