Además de lo estrictamente religioso, el pesebre guarda un importante peso cultural y simbólico que lo hace mantenerse vigente como un ritual navideño más allá de la fe.
Nacimiento: miradas en el tiempo en el MAPI reinterpreta el pesebre a través de más de mil piezas del mexicano Felipe Nieva que no se enmarca en la Navidad
Además de lo estrictamente religioso, el pesebre guarda un importante peso cultural y simbólico que lo hace mantenerse vigente como un ritual navideño más allá de la fe.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl nacimiento de Jesús es una escena repetida, pero su representación más clásica se remonta a 1223, cuando san Francisco de Asís recreó por primera vez el evento en una cueva de Greccio, Italia, usando animales y personas de verdad. La intención era acercar el relato bíblico a la gente común y convertirlo en una experiencia cotidiana.
A partir de ese gesto teatral, la tradición se extendió por Europa y luego por América, donde cada cultura la reescribió con sus propios materiales locales, colores y personajes. En Latinoamérica conviven en él figuras afrodescendientes, indígenas y campesinas.
Para muchas familias, es un objeto cultural tan instalado como los villancicos, un ritual tan emocional como poner el árbol o repetir una receta de diciembre, que marca el inicio de las fiestas y ordena el calendario emocional.
El pesebre, además, tiene su fuerte en que reúne valores universales, como la idea de comunidad, la humildad y la fuerza de que una vida llegue al mundo. Representa una mezcla de devoción con cultura popular, y reencarna la tensión entre lo que es arte y artesanía, porque en sus piezas —muchas veces de arcilla o madera— conviven técnicas indígenas, influencias coloniales y oficios transmitidos por generaciones. Es tradicional y contemporáneo, doméstico y museístico, espiritual y cultural a la vez.
A través de él, el arte sacro y la sensibilidad actual dialogan. Con esa intención, el Museo de Arte Precolombino e Indígena (MAPI) inauguró Nacimiento: miradas en el tiempo. La muestra toma todo lo que hace del pesebre un objeto vivo, desde la carga simbólica, su capacidad de adaptación, hasta el diálogo que propone entre lo sagrado y lo cotidiano, y lo expande en clave museográfica.
Traída por la Fundación Amparo y Manuel, de México, que al no contar con un espacio propio para exhibir sus colecciones trabaja constantemente en alianza con museos y centros culturales del mundo, son más de 1.100 figuras de arcilla policromada creadas por el artesano mexicano Felipe Nieva, que reconstruyen casi cincuenta pasajes bíblicos. Detalle, gestos, color y narrativa conviven con una devoción tanto religiosa como estética, que propone una lectura contemporánea de un símbolo de larga data.
Presentar esta exposición en el MAPI es una oportunidad de descubrimiento, ya que sobre Nieva se sabe muy poco: nació a finales del siglo XIX; era muy devoto; una familia adinerada para la que trabajó más de 50 años le encargó un nacimiento (pesebre) monumental —que Amparo Rubercia conoció de niña y muchos años después logró adquirir y custodiar a través de la Fundación—, y a los 90 años perdió gran parte de la vista, deterioro que se fue notando en la pérdida de los detalles en su obra.
No se trata solo de reunir las piezas, sino de recuperar aquel gesto doméstico y familiar del nacimiento, y ese ritual colectivo que durante décadas la familia montó y desmontó cada diciembre como parte de su tradición.
Facundo de Almeida, director del museo, señala a Galería que la propuesta encaja de manera natural en el MAPI porque el trabajo en barro dialoga directamente con la tradición indígena americana de cerámica y con la sensibilidad del museo, que desde hace años revisa cómo se entiende la categoría “arte”, en la que históricamente privilegió la mirada europea por encima de las creaciones de América.
Esta exposición planteó un desafío técnico inusual: trasladar 1.100 piezas extremadamente frágiles y el armado de todo el sistema de vitrinas y montaje. Almeida destaca el trabajo conjunto entre la fundación, los equipos del MAPI y la coordinadora de exposiciones Liliana Viana, quien se jubila tras esta producción, una de las más complejas y delicadas del museo hasta ahora, según su director.
Miguel Ángel Aguilar Arreola, el curador elegido para esta exposición, explica que, tras 10 años exhibiéndose bajo una misma mirada en museos de México y España, esta muestra necesitaba abrirse a nuevas posibilidades de lectura. Su propuesta curatorial fue la de retirar los “elementos de maqueta” para que el foco se pusiera en las piezas y así recuperar el trasfondo social que las acompaña, para mostrar el preciosismo de cada figura desde una perspectiva más minimalista con valor estético y contextual.
La muestra busca rescatar la complejidad narrativa del nacimiento. Aunque parte de episodios bíblicos —desde Adán y Eva hasta la última cena—, muchas escenas representadas por Nieva provienen de evangelios apócrifos, textos antiguos sobre Jesús y sus apóstoles que no fueron incluidos en la Biblia y muestran otro lado que también alimentó la iconografía cristiana y la imaginación popular. Aguilar Arreola insiste en que esta colección nace de un impulso “profundamente sentimental”: “Como ocurre con los pesebres familiares, fue creada y luego preservada desde el corazón. No es tanto una cuestión artística, es del corazón”, y esa carga emocional se percibe en los detalles.
Las miradas, la expresión de los labios, la finura de cada gesto invitan a la contemplación. Ninguna figura se repite, y todas parecen “pequeños humanos en miniatura”, lo que contribuye a humanizar lo sagrado. Que el pesebre pueda transformar un relato abstracto en una escena doméstica explica por qué sigue conmoviendo y generando comunidad.
Ante la pregunta de si revisitar estas iconografías es especialmente relevante en una sociedad cada vez más secularizada, Aguilar Arreola prefiere desplazar la discusión del plano religioso al terreno íntimo. Asegura que todos recuerdan la emoción de montar el Belén en su infancia, una tradición que sobrevivió más por afecto que por religión. Para él, la nueva mirada sobre el pesebre tiene que volver a eso: a lo sentimental, a lo familiar, a la experiencia compartida que dio origen a esta colección.
Armar un pesebre reúne generaciones, mezcla devoción, tradición y juego en una representación que es universal. Cada nacimiento simboliza esperanza, fragilidad, inicio y reinicio. Pero además del significado general, cada pesebre expresa identidad en la medida en que incorpora la ropa, el paisaje, la arquitectura y los materiales del lugar donde fue hecho.
La música de Francisco Eme, un artista sonoro mexicano especializado en el estudio de “dimensiones sublimes y planos paralelos”, aporta una capa inesperada a una narrativa hasta ahora históricamente visual. Convierte el recorrido en una experiencia inmersiva en la que la mirada, el oído y hasta una forma metafórica de tacto se activan a la vez. Aguilar Arreola explica que, aunque las piezas no puedan tocarse, el visitante “toca con los ojos”. Percibe texturas, imagina temperaturas, siente la materialidad del barro, huele hasta la lana, y la música contemporánea que acompaña la instalación está pensada para amplificar esa percepción: despierta recuerdos, sugiere atmósferas y convoca otros sentidos.
No es universal por su contenido religioso, sino por los valores humanos que condensa y la capacidad de resignificarse en cada cultura. En la Rusia soviética, por ejemplo, el pesebre se conservó no como ícono cristiano, sino como la representación de una familia obrera.
Los nacimientos de Felipe Nieva inevitablemente reflejan rasgos profundos de la cultura mexicana, como en la expresividad del color. “Es como si hubieran sacado una fotografía”, dice Aguilar Arreola. La Fundación Amparo y Manuel proyecta esta obra a escala internacional, integrándola a la línea de arte popular latinoamericano que la institución impulsa, y permitiendo que esta lectura sensible, histórica y profundamente mexicana se abra paso en museos de distintos contextos, como ahora sucede en Montevideo.
En Uruguay, los pesebres son domésticos, sencillos y artesanales. Pero a lo largo de toda Europa y América este objeto creó una constelación de estilos. Por mencionar algunos, en Nápoles, cuna del presepe barroco del siglo XVIII, la Via San Gregorio Armeno sigue siendo el corazón del oficio belenista —el arte de construir y montar representaciones del nacimiento del hijo de Dios—: sus artesanos modelan figuras teatrales, hiperdetalladas, de pescadores, panaderos, alrededor del niño Jesús.
En Perú, los pesebres ayacuchanos y cusqueños incluyen una representación en miniatura de la sierra andina con sus cerros, mantos florales y llamas, y personajes vestidos con ropa típica y bordados que conviven con una iconografía mezcla de lo cristiano con lo prehispánico.
En Polonia, las szopki de Cracovia (teatros navideños de marionetas) son un capítulo aparte con sus castillos, torres góticas y cúpulas bizantinas, con colores metálicos y luces que los vuelven fantasía barroca; y desde 1937 existe una competencia anual, por la que se los declaró Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco en 2018.
Y en España, la tradición —sobre todo en Cataluña y Valencia— son los pesebres vivientes, escenarios urbanos que ocupan plazas enteras y recrean oficios, mercados y paisajes rurales. En Sevilla y Murcia, los belenes artesanales alcanzan niveles escultóricos impresionantes; y en Palma de Mallorca o Canarias conservan un estilo insular con fuerte identidad local.
En cambio, el pesebre rioplatense, aunque nunca adoptó la escala monumental de Europa ni el colorido de otros países latinoamericanos, tiene su propio sello: el clásico papel piedra sobre el que se acomodan las figuras de plástico o yeso, un río de papel celofán azul, una lucecita de arroz sobrante del matojo de luces del árbol de Navidad para simular una hoguera, hojas y pasto. Es un pesebre bien íntimo pero bien conocido, creado a mano, ligado al ritual familiar uruguayo, de escala pequeña, sobrio, y equilibrado entre herencia europea con gestos populares.
La colección se inauguró la primera semana de Adviento y estará disponible hasta finales de Semana de Turismo, que para algunos es Semana Santa. Aunque no fue concebida para Navidad, esta época del año vuelve a las personas más permeables a lo sensible y, en ese clima, la exposición adquiere otra temperatura emocional.
Nacimiento es entonces el pesebre presentado como archivo afectivo, que evoca la infancia, la familia, el ritual repetido y cómo una sociedad entiende lo sagrado, lo festivo y lo cotidiano. “Lo importante es volver a mirar”. Porque en la escena mínima de un nacimiento caben siglos de imágenes, mitos y emociones que siguen en vigencia, incluso en un país laico y en cualquier mes del año. n