Después de recibir el premio a Mejor director en los Film Independent Awards por su película Anora, el cineasta Sean Baker se dirigió a sus colegas para reflexionar sobre el estado actual del cine independiente en Estados Unidos.
La película ganadora de la Palma de Oro en Cannes compite ahora por el premio a Mejor película, entre otros
Después de recibir el premio a Mejor director en los Film Independent Awards por su película Anora, el cineasta Sean Baker se dirigió a sus colegas para reflexionar sobre el estado actual del cine independiente en Estados Unidos.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEntre risas y nervios, dijo que este cine está luchando más que nunca, ya que las ganancias provenientes de las ventas de DVD, las cuales permitían asumir riesgos en proyectos cinematográficos más desafiantes, desaparecieron. La única forma de obtener beneficios significativos, señaló, es con un éxito de taquilla, algo difícil de lograr. Además, destacó que, durante los tres años que los cineastas independientes invierten en la realización de una película, muchos trabajan sin remuneración o por salarios mínimos.
Los tres premios Film Independent recibidos (Mejor película, Mejor director y Mejor actriz) son los últimos en una larga lista de reconocimientos que Baker y su película Anora han obtenido desde que se estrenó en el Festival de Cannes el año pasado. Allí, la película se llevó la Palma de Oro.
Las dificultades económicas que enfrentan cineastas laureados como Baker, cuya película Anora compite por seis Premios Oscar el próximo domingo, no han sido un tema recurrente en esta temporada de premios, pero sí han surgido en algunas ocasiones. Su colega Brady Corbet, director de El brutalista, nominada a 10 premios, encendió ciertas alarmas cuando declaró en una entrevista que “muchos cineastas con películas nominadas este año no pueden pagar el alquiler”.
En una entrevista para la revista Variety, Brady y Baker hablaron de las dificultades financieras asociadas a la producción cinematográfica. Estas incluyen no solo las limitaciones presupuestarias que enfrentan al impulsar sus proyectos, sino también la presión de incorporar actores famosos para garantizar el financiamiento. Además, reflexionaron sobre los desafíos que enfrentan los cineastas más jóvenes en un entorno cada vez más competitivo, donde lograr que sus películas sean vistas se convirtió en un auténtico “campo de batalla”.
El discurso de Baker en los Film Independent Awards fue, entonces, una llamada a la acción para construir un sistema más sustentable, uno que permita a artistas como él seguir contando historias. Este reclamo, de hecho, no se aleja de lo que el cine de Baker ha perseguido: ofrecer una mirada empática hacia las vidas de personajes que, con frecuencia, son ignorados o marginados por la industria cinematográfica convencional.
Anora es un claro ejemplo de ese camino. La historia sigue a una bailarina y trabajadora sexual que contraerá un problemático matrimonio con el hijo de un oligarca ruso. A través de esta premisa, Baker explora temas como la clase social, el poder y la búsqueda —¿aún vigente?— del sueño americano. Oscilando entre una comedia romántica hipersexual y un drama social cargado de furia, la película tiene drogas en cantidad, una mansión de lujo, sexo desenfrenado, bailes eróticos, matones ineptos y entrañables y, como si fuera poco, la mejor escena final entre las 10 películas nominadas este año. La estupenda y entregada protagonista, Mikey Madison, en tanto, la consolida como la verdadera estrella revelación de esta temporada.
El origen de Anora se remonta a una idea que Baker había cultivado durante años. Quería hacer una película ambientada en los barrios de Brighton Beach y Coney Island, en Brooklyn, Nueva York, que retratara a la comunidad ruso-americana de la zona. Su amistad con Karren Karagulian, actor que ha aparecido en todas sus películas desde su debut estudiantil en 2000, lo acercó poco a poco a esa población. Pero Baker sentía que las historias sobre la comunidad ruso-americana solían caer en estereotipos de mafiosos y por eso quería evitar esos clichés.
El cineasta conocía una historia sobre una mujer secuestrada como garantía porque su marido, un aspirante a gánster ruso-estadounidense, debía dinero a la mafia. Aunque la trama le pareció intrigante, el elemento de la mafia no le atraía lo suficiente como para que se convierta en su próxima película. Fue así que se preguntó: “¿Y si la esposa fuera una trabajadora sexual y su marido no un mafioso, sino el hijo de un oligarca ruso?”. Al compartir la idea con una consultora ruso-estadounidense durante una llamada de Zoom, sus risas le confirmaron que había dado en el clavo.
La primera escena de Anora enuncia la mentira detrás de todo lo que brilla. Un travelling de la cámara, de derecha a izquierda, pasa de unas luces rojas al interior de un oscuro club de striptease. Allí, una fila de cuerpos semidesnudos de mujeres bailan para sus clientes masculinos y desfilan ante la cámara hasta que aparece ella: Ani (el diminutivo de Anora), iluminada por las luces de neón y al ritmo pulsante de la banda sonora. En la siguiente escena, con la música alta y envolvente dominando el espacio, Ani se ve obligada a proyectar su voz impostada, que enfatiza su acento de Nueva Jersey, pero que no es del todo suya.
A sus 23 años, la protagonista es una experta en su oficio: sabe cómo vender una ilusión mientras se mueve con maestría en un mundo de luces y, sobre todo, de sombras. A sus clientes los seduce, los escucha y les miente, guiándolos hacia rincones privados del club para ofrecerles un baile que, en apariencia, no es más que eso, un simple baile. Pero detrás del acto hay algo más: una conexión, la ilusión de intimidad. Aunque sea transaccional, sigue siendo un momento motivado por el deseo y el afecto. Les vende una falsa realidad, y ellos la compran.
El destinatario de lo que Ani ofrece se convertirá, a su vez, en el escape de la realidad que ella tanto anhela. Se trata de Iván, interpretado por Mark Eydelshteyn, un joven ruso de 21 años proveniente de una familia adinerada y poderosa. A Iván le apasionan los videojuegos, las drogas, sus amigos, las fiestas y la mezcla constante de todo ello. Es un verdadero tiro al aire, pero también un joven profundamente encantador. Ani lo percibe como un individuo fascinante, alguien muy divertido y cuya vida desea para sí misma: una existencia colmada de lujos, libre de preocupaciones y una aparente libertad que ella nunca experimentó.
Inmersa en el mundo de excesos tras casarse con Iván, las diferencias culturales y de valores entre ambos no tardan en manifestarse. El entorno de Iván intentará anular el matrimonio, y el sueño de Ani no explotará como un globo, sino que se desinflará como una bombita de agua: primero con un chorro fuerte de decepción, que Baker convertirá en el núcleo central de la película, y después con unas meras gotitas, cuando la realidad termine imponiéndose.
Este derrumbe se desencadena con la llegada de Toros (Karagulian), el matón armenio de la familia de Iván, quien irrumpe junto con un asociado, y sin avisar, en el nido de amor de los jóvenes con la intención de llevarlos ante un abogado para iniciar los trámites de anulación. La escena, que dura 28 minutos, se transforma en un torbellino de caos y violencia: lámparas se rompen, mesas de cristal se hacen añicos y Ani, atada contra su voluntad, se defiende con patadas, puñetazos y mordiscos. Iván, por cierto, huye y la deja sola para enfrentarse a los invasores.
Más allá de la acción física, la escena también marca un punto de inflexión en la película: deja atrás el tono de comedia romántica y se adentra en un territorio más oscuro. Además, introduce a Igor (Yura Borisov), uno de los matones empleados por Toros, cuya sensibilidad, simpleza y empatía con Ani comenzarán a unir algunos de los pedazos rotos que Iván dejó tras de sí.
Baker, quien sabe combinar escenas guionizadas con la improvisación, permitiendo a los actores aportar su propia salida del libreto, transita con maestría entre momentos de humor de comedia física y escenas de tensión y violencia. La tormenta de frustración por la que Ani navega, filmada casi en tiempo real y bajo la estética de los dramas criminales neoyorquinos de los años 70, es la misma que enfrenta el espectador, y el vaivén es uno de risa y desasosiego por igual.
En este viaje, la protagonista deja de ser esa joven ingenua para convertirse en una mujer que se planta frente al mundo con una fuerza que no esperaba tener. La conquista de Ani no es la de un sueño americano impuesto, sino la de una vida que se construye a pesar de todo, con uñas y dientes, como si cada golpe fuera también una forma de resistencia. En ese gesto, Baker recuerda que el cine, cuando es honesto y valiente, puede ser un campo de batalla donde se libran las luchas como las de su personaje, quien se niega a ser definida por las circunstancias y elige, en cambio, reinventarse una y otra vez, incluso cuando el mundo parece decidido a negarle su lugar. Así, Anora no solo es una película sobre la búsqueda de un sueño, sino también sobre la dignidad de quienes luchan por él, incluso cuando el sistema parece diseñado para que fracasen.