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    ’El brutalista‘, nominada a los Premios Oscar, es una oda monumental a la grandeza y al corazón podrido de Estados Unidos

    El drama protagonizado por Adrien Brody compite por 10 premios Oscar, incluyendo Mejor película

    Por El brutalista, nominada a 10 premios Oscar y comparada en ambición con El padrino y Petróleo sangriento, el director Brady Corbet dijo que ganó “cero dólares”. “He hablado con muchos cineastas que tienen películas nominadas este año y no pueden pagar el alquiler”, dijo el cineasta durante una entrevista en el podcast WTF with Marc Maron.

    Corbet explicó que la campaña promocional de su película, estrenada mundialmente en septiembre de 2024 en el Festival de Cine de Venecia y ya lanzada en cines uruguayos, le ha impedido trabajar durante meses. Además, el director mencionó que su último “sueldo real” lo obtuvo de un trabajo en Portugal, donde dirigió tres publicidades, y que tanto él como su esposa, la realizadora y coguionista de El brutalista, Mona Fastvold, han vivido de un sueldo desde hace tres años.

    Los problemas financieros de Corbet, sumados a las dificultades de la película por su limitado presupuesto y una lucha de siete años que provocó cambios de reparto y varios colapsos del proyecto, lo acercan a la demoledora historia de su protagonista, László Tóth, un arquitecto que lucha por materializar su visión, interpretado por Adrien Brody en el papel más destacado de su carrera reciente. Tras su victoria en los Premios Baftas, considerados los “Oscar ingleses”, Brody es ahora el favorito para llevarse el premio de la Academia a Mejor Actor, con Timothée Chalamet y su Bob Dylan pisándole los talones.

    La tensión entre la visión artística y las exigencias del comercio es una de las principales líneas temáticas que la imponente El brutalista explora en sus tres horas y media de duración, con un intervalo de 15 minutos incluido en cada proyección.

    Al narrar parte de la vida de László, un ficticio arquitecto judío-húngaro que emigra a Estados Unidos tras sobrevivir al Holocausto, y busca reconstruir su vida y carrera, Corbet se adentra en el corazón podrido de la manzana que Estados Unidos ofrece como sueño americano, aquí transformado en una desilusionante puerta a la corrupción del capitalismo más voraz.

    Embed - El Brutalista | Tráiler Oficial (Universal Pictures) HD

    La película muestra, hacia el final de la primera secuencia, una de sus imágenes más poderosas y recurrentes en su arte promocional: la Estatua de la Libertad invertida. Para László, al salir del barco, el monumento se convierte en el símbolo absoluto de esperanza, pero el plano lo muestra colgado desde su borde superior. En esa subversión, se advierte que la libertad, la igualdad y la oportunidad prometidas tras atravesar la Isla Ellis tienen otra cara, pintada con los colores del trauma, la discriminación y la corrupción.

    Los 215 minutos de El brutalista —que vale la pena experimentar en una sala de cine, para evitar las distracciones hogareñas que atentarían contra la inmersión que exige la película— se dividen en dos partes, además de incluir una obertura y un epílogo.

    La primera mitad se centra en el optimismo americano y en el ascenso de László, quien, tras llegar a Nueva York, buscará refugio en casa de un primo vendedor de muebles en Pensilvania, quien le ofrece hogar y trabajo. En su búsqueda de la felicidad, László conocerá a Harrison Van Buren, un ricachón interpretado con deliciosa malicia por Guy Pearce, que le encargará la construcción de una obra descomunal y se convertirá en su mecenas y dueño de su futuro.

    La segunda mitad, que explora las consecuencias de su alianza con Lee Van Buren y la crisis personal desencadenada por la llegada de un personaje crucial en su vida, se transforma en una completa tragedia griega.

    El brutalista se centra en la vida estadounidense de mediados del siglo XX, un período que fascinó a Corbet por la influencia de la psicología de posguerra en la arquitectura. El director buscó resignificar este estilo en una obra que genera, en la audiencia, un vínculo con esta arquitectura, a primera vista, fría y austera. Así, la construcción de un gran instituto que el protagonista realiza para Van Buren sobre una colina desierta se convierte en una manifestación física y simbólica de lo que vivió, y sufrió, durante la Segunda Guerra Mundial.

    Brady Corbet, director de El brutalista.
    Brady Corbet, director de El brutalista

    Brady Corbet, director de El brutalista

    Ver la película es una experiencia que demanda paciencia. Su intermedio, que marca una ruptura temática y emocional, permite al espectador prepararse para el cambio de tono que se avecina. Así como un edificio brutalista puede tener espacios de transición que preparan al visitante para la monumentalidad de su interior, el intermedio en El brutalista funciona como un espacio de transición para el espectador, que le permite descansar de la intensidad de la historia antes de entregarse al desmoronamiento de lo que los personajes han logrado hasta ese punto.

    Este drama también se siente consciente de su propia importancia, como si Corbet, al igual que László, no permitiera que sintamos algo más que fascinación hacia su obra. Su larga duración, su estructura inusual y un estilo visual que convierte incluso los diálogos entre dos personajes en momentos épicos, en los que cada palabra y gesto cargan con el peso de la historia, pueden resultar cansinos.

    Sin embargo, no hay duda de que la película se erige como una experiencia cinematográfica descomunal gracias a sus actuaciones, el diseño de producción, la fotografía y la música. Así como el hormigón crudo oculta grietas bajo su apariencia sólida, el filme revela las fisuras de un sistema que oprime la libertad creativa, transformando la expresión en mercancía y dejando a personajes como László —y a cineastas como Corbet— en una lucha constante por sobrevivir.