El mundo arde y la Iglesia católica se derrumba. Nada nuevo bajo el sol hasta que el papa se muere. A todos les llega el turno de la gran siesta.
El suspenso del alemán Edward Berger tiene ocho nominaciones para los galardones más reconocidos del cine
El mundo arde y la Iglesia católica se derrumba. Nada nuevo bajo el sol hasta que el papa se muere. A todos les llega el turno de la gran siesta.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl drama de suspenso Cónclave inicia con la muerte del sumo pontífice y un dilema que debe resolverse lo antes posible: ¿quién será su sucesor? Del otro lado de la pantalla, al encontrarse frente a este filme nominado a ocho premios Oscar, incluyendo Mejor película, surge otra duda: ¿cómo es que a nadie se le había ocurrido esto antes?
La respuesta es que sí se le ocurrió a alguien: al escritor Robert Harris. Fue él quien, en 2016, publicó la novela en la que se basa la película, inspirado por los entresijos de la elección papal y los rincones oscuros y repletos de secretos del Vaticano. Esa fascinación también llamó la atención del cine.
La premisa, y el hecho de que no había sido explorada, resultó lo suficientemente atractiva para que el director alemán Edward Berger, cuya incursión en el cine bélico Sin novedad en el frente lo dio a conocer a una audiencia internacional, se sintiera atraído a convertirlo en su siguiente proyecto tras ganar el Oscar a Mejor película internacional en 2023, habiendo derrotado a Argentina 1985.
Después de la muerte del papa, cardenales de todo el mundo se reúnen en el Vaticano para participar en el cónclave, el proceso mediante el cual el Colegio de Cardenales de la Iglesia católica elige a un nuevo vicario de Cristo tras la muerte o renuncia del anterior. Para Berger, este ritual era una lucha de poder ideal para crear un thriller repleto de intriga, escándalos y un cuestionamiento de la fe.
Es el cardenal Lawrence, interpretado por el nominado al Oscar como Mejor actor Ralph Fiennes, nuestro guía en este embrollo: un proceso en el que un ritual religioso se convierte en conflicto político y, a su vez, en una de las películas más entretenidas de esta temporada de premios.
La muerte de su superior llega en un pésimo momento para el decano del Colegio Cardenalicio, encargado de supervisar el proceso de elección. Lawrence anhela otro tipo de vínculo con Dios: más contemplación y menos responsabilidad institucional. Pero su deber llama, y su deseo personal queda a un lado cuando el secretismo del proceso alimenta la desconfianza entre sus pares, y el cónclave abre las compuertas a uno de sus principales atributos: el mar de conspiraciones que presenta.
Como en cualquier otra esfera de poder, los cardenales compiten, negocian, conspiran y se traicionan. El resultado determinará el rumbo de la Iglesia en los años venideros. Se enfrentan las facciones de cardenales progresistas, representadas por el cardenal Bellini (Stanley Tucci), y la conservadora, liderada por el cardenal Tedesco (Sergio Castellitto), quien busca restaurar la Iglesia a un estado más anclado en sus raíces, con una liturgia más solemne y una doctrina más estricta.
En esta lucha, los secretos y la información se convierten en armas. Para garantizar la integridad del proceso, Lawrence debe identificar con precisión quién manipula los hilos durante la ceremonia. Esta implica un aislamiento total del mundo exterior y una sucesión constante de votaciones hasta alcanzar la mayoría necesaria para elegir al candidato más indicado. O, al menos, el menos malo.
Como un thriller político de los años 70 atravesado por la intriga eclesiástica, Berger confiesa que se inspiró en la apertura de El padrino (1972), por su presentación del secretismo empapado de solemnidad, y en la atmósfera paranoica de Asesinos S.A. (1974) para desplegar a estos cardenales en una riña de gallos a muerte.
El plano recurrente de la nuca en Cónclave es un recurso cinematográfico clave que refuerza el motivo central de la película: ocultar las verdaderas intenciones. Al no mostrar los rostros de los personajes, el espectador debe interpretar sus motivaciones por cuenta propia. La sensación de incomodidad y paranoia crece progresivamente, acentuada además por el formato panorámico de su fotografía y lo claustrofóbico de su ambientación.
La delicadeza maquiavélica de la película de Berger reside en las interpretaciones de los actores: los personajes operan en un área gris entre la virtud y el pecado, especialmente Fiennes. Aunque su crisis de fe se menciona, la película se centra más en su rol como observador y gestor del cónclave, dejando su conflicto interno como una tensión subyacente. Isabella Rossellini, como la hermana Agnes, irradia autoridad y una presencia imponente, a pesar de su escaso diálogo.
A medida que avanza la trama, la intriga inicial se va disipando. Las revelaciones y los giros argumentales, aunque sorprendentes, se vuelven cada vez más explícitos. Las motivaciones de los personajes se aclaran, y la película pasa de sugerir a mostrar sus ideas centrales, como la corrupción del poder o la lucha entre la tradición y la modernidad.
Hace unos años, habría sido la candidata ideal para arrasar en los Premios Oscar, con su mezcla de inteligencia narrativa, interpretaciones sólidas y una puesta en escena estupenda. Si no lo hace, no importa. Es una película que demuestra ambición en su realización y que todavía se puede seguir creyendo en el cine.