Néstor Guzzini, María Elena Pérez, Marcelo Subiotto y Noelia Campo protagonizan el choque de dos familias en una ópera prima
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl barrio como territorio de conquista y la casa ajena como botín. En su ópera prima Perros, el director uruguayo Gerardo Minutti crea una disección meticulosa de la codicia por lo que el otro posee y la violencia contenida bajo una masculinidad performática. Es un conflicto vecinal que se convierte en una guerra fría de gestos, rincones y, quizás, algo de violencia. Rivales que se ladran, pero no se muerden, atrapados en mandatos que los superan.
La película, en cartel, dialoga con un antecesor literario: Vecinos, cuento de Raymond Carver que hoy puede encontrarse en ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, publicado por Anagrama. En el relato, el matrimonio Stone pide a sus vecinos Miller que cuiden su apartamento durante su ausencia, lo que desata la envidia de Bill, quien sentía que los Stone llevaban una vida más llena y excitante. Lo que empieza como curiosidad se transforma en una pulsión por apropiarse de una vida que percibe como superior. Esta semilla del deseo por lo ajeno es plantada en suelo uruguayo en el guion de Minutti.
Dos familias, los Saldaña (Néstor Guzzini y María Elena Pérez) y los Pernas (Marcelo Subiotto y Noelia Campo), están separadas por un murito y una leve, aunque notoria, diferencia en su bienestar económico. Cuando estos últimos se van de vacaciones, confían su hogar y su perro mestizo, Ficha, a los vecinos. La intrusión en la casa, primero accidental por una alarma, luego metódica y compulsiva, convierte la vida ajena en un reflejo para la propia insatisfacción, que revela deseos que el matrimonio protagonista no reconoce ni se anima a admitir en un inicio.
Minutti no se limita a la transgresión de lo íntimo. Perros introduce un incidente con el animal que fuerza el regreso de los Pernas y transforma la sospecha en un conflicto abierto. Filmada con notable precisión en el encuadre y un uso dramático de la oscuridad por el director de fotografía, Matías Lazarte, la película irá adentrándose finalmente en esos cacareos entre hombres de una virilidad que ya no convence ni a ellos mismos.
Eludir la catarsis final, de la que la película huye, puede resultar frustrante. Pero esta ambivalencia da lugar a algo más: a una inquietud sutil sobre la naturalización de ciertos comportamientos y la idea de que quizás el conflicto no se resuelve, sino que se domestica. Perros expone con inteligencia y hasta gracia las reglas no escritas donde, al igual que en Vecinos de Carver, a veces la llave ajena es la que mejor abre la propia insatisfacción, y nos recuerda que los límites entre lo propio y lo ajeno son más permeables de lo que creemos.