No solo resulta acertada por el éxito previo de la película, nominada a tres Premios Oscar (Mejor película, Mejor película internacional y Mejor actriz) y reciente ganadora del Goya a Mejor película iberoamericana, sino también porque la película de Salles, que retrata los horrores de la dictadura brasileña a través de la historia de la familia Paiva, logra un resultado excepcional: una narrativa desgarradora que culmina en una sensación imborrable cargada de dolor pero también de esperanza. Esto se tradujo, en Punta del Este, en una ovación.
La nominación de Torres es, sin duda, una de las más merecidas de su categoría, donde también compiten Demi Moore (La sustancia), Karla Sofía Gascón (Emilia Pérez), Cynthia Erivo (Wicked) y Mikey Madison (Anora). En su papel de ama de casa ejemplar que, tras una tragedia, se reinventa y emprende una cruzada por los derechos humanos, Torres logra transmitir una plétora de emociones con un mecanismo de restricción apoyándose especialmente en la fuerza de su mirada. Esta interpretación, llena de matices y profundidad, confirma por qué Salles la considera una coautora de la película por derecho propio.
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El director, junto con la actriz, tomó la dirección de buscar, en palabras del propio Salles, “la esencia de las cosas” y logró que Torres transmitiera todo lo necesario con la menor cantidad de recursos, como si algo estuviera siempre gestándose en ella. La contención a la que Eunice, su personaje, se ve obligada para no desmoronarse frente a su familia hace que la emoción sea aún más palpable.
Ese rasgo se inspiró en la Eunice real, a quien Salles, reconocido por dirigir filmes como Estación Central y Diarios de motocicleta, conoció y de quien afirmó que nunca se permitió ser victimizada ni fotografiada llorando y siempre pidió a su familia que sonriera. Fue esta actitud la que guio a ambos en la construcción del personaje.
A los 13 años, tras regresar de un exilio en Francia, Salles conoció a la familia Paiva. Quedó fascinado por la alegría y el afecto que emanaban, un contraste con la dictadura militar en la que vivían. Describió su hogar como un punto de encuentro entre generaciones, donde reinaban la libertad, el debate político y la música brasileña, junto con la visión de un país que anhelaba ser transformado a toda costa.
No es llamativo, entonces, que el libro Ainda estou aqui, escrito por Marcelo Rubens Paiva, hijo de Eunice y Rubens, publicado en 2015, lo conmoviera. Sin embargo, el impacto emocional no fue el único motivo, ya que el director tardó años en decidirse a llevarlo al cine, especialmente tras su última incursión en el mundo cinematográfico con otra adaptación literaria: En el camino, de Jack Kerouac.
Después de estrenar En el camino en 2012, Salles comprendió que admirar una obra no era suficiente para llevarla al cine y, hasta hoy, confiesa tener “sentimientos encontrados” sobre la película protagonizada por Kirsten Stewart.
Los años siguientes marcaron un período de aprendizaje y reencuentro con sus raíces. La realización del documental Jia Zhangke, A Guy from Fenyang (2016), sobre el prolífico director chino, le devolvió la fe en el cine. Al regresar a Brasil en busca de un nuevo proyecto, se dio cuenta de que ninguno de sus planes parecía tan relevante como los acontecimientos que vivía el país. Los turbulentos eventos políticos, como el juicio a Dilma Rousseff y la elección de Jair Bolsonaro, le hicieron sentir que la realidad avanzaba más rápido que su imaginación.
Ante la incertidumbre del presente, Salles volvió su mirada hacia el pasado, empleando el cine como herramienta para combatir el olvido, al igual que Eunice lucha por mantener viva la memoria de su marido. El director conecta la reconstrucción de la memoria individual de Eunice Paiva con la de un país, y lo hace apoyándose en algo que hoy también parece amenazado: la preservación a través de objetos físicos.
En Aún estoy aquí, los objetos analógicos, como filmaciones, vinilos y documentos, desempeñan un papel crucial en la narrativa. Actúan como vehículos de memoria y representaciones tangibles de la cultura de los personajes. El uso de Super-8, integrado en la película, por ejemplo, aporta una textura y unas imperfecciones propias de las películas familiares que evocan recuerdos de manera auténtica. Captura la esencia de los momentos íntimos: fragmentados, sin un narrador único y profundamente ligados a una experiencia sensorial.
En la casa de los Paiva de la película, llena de música brasileña e internacional, así como de debates políticos, los vinilos y otros objetos culturales simbolizan la libertad de expresión y los ideales de una época. En tiempos de opresión, preservarlos se convierte en un acto de resistencia, sirviendo como legado tangible que conecta a hijos y nietos con su historia familiar. Uno de los momentos más emotivos de la película ocurre con la aparición de un documento crucial vinculado al fatídico destino de Rubens.
Al experimentar la violencia y la opresión a través de los ojos de Eunice, los horrores sobrevuelan la película como una amenaza constante, que se materializan con el secuestro de Rubens Paiva en su propio hogar. Este acto brutal, ocurrido en un espacio que debería ser un refugio, marca el inicio de un descenso hacia el abismo de la dictadura brasileña. La cámara no necesita mostrar explícitamente la violencia física para transmitir su impacto; en cambio, se enfoca en rostros, silencios y sonidos distantes que llegan, por ejemplo, desde las profundidades del DOI-CODI, el órgano represivo del régimen. Es allí donde Eunice escucha los gritos de otros prisioneros, posiblemente también los de su esposo, mientras la tortura se insinúa en los ecos.
La película, sin embargo, no se limita a la oscuridad. Con una paleta de colores luminosa y vibrante, retrata el Brasil de los años 70 en toda su complejidad. No solo subraya la dualidad de la época, sino que también refleja la resistencia de aquellos que, como Eunice, se negaron a ser consumidos por el miedo. La sombra del régimen está siempre presente, pero no logra apagar por completo la luz. Para el espectador uruguayo, esta narrativa resuena profundamente evocando las propias experiencias vividas en el país durante la dictadura. La película de Salles no solo cuenta una historia brasileña, sino que se convierte en un espejo de las luchas compartidas por toda la región.
Aún estoy aquí no solo destaca por su calidad cinematográfica y su impacto emocional, sino también por su capacidad para vincular historias individuales con memorias colectivas. Al explorar los horrores de la dictadura brasileña a través de la mirada de Eunice Paiva, la película aboga por la memoria histórica en un momento en que el olvido parece acechar en cada vez más rincones del continente.
Próximamente
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El recorrido por el Festival de Cine de Punta del Este también permitió encontrarse con varias películas recomendadas que llegarán a las salas uruguayas a lo largo del año. Entre ellas se encuentran Hasta el fin del mundo, un sensible y hermoso western dirigido por Viggo Mortensen, y The Seed of the Sacred Fig (La semilla de la higuera sagrada), un impactante relato sobre la violencia contra la mujer en Irán y las protestas de 2022 dirigido por Mohammad Rasoulof. Ambas producciones serán estrenadas por la distribuidora Enec Cine en los próximos meses.
El duro drama irlandés Cosas pequeñas como esas, basado en la novela de Claire Keegan y protagonizado por Cillian Murphy, llegará de la mano de la distribuidora Buen Cine. Por otro lado, para quienes prefieran un cine más surrealista, llegará Daaaaaali!, del francés Quentin Dupieux, una comedia que funciona como un laberinto absurdo en torno a la figura de Salvador Dalí. Antes de este filme, se estrenará El segundo acto, otra comedia de Dupieux, cuya fecha de llegada a los cines uruguayos está confirmada para el 20 de febrero.