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    Los tupamaros, un secuestro y múltiples negociaciones en el último libro de Diego Fischer

    En La gran farsa. Retrato de un país en llamas, Fischer regresa al secuestro del embajador británico Geoffrey Jackson por el MLN-T en 1971, un hecho abordado por varios autores, entre otros, por el propio secuestrado

    “Casi te maté, viejo”, le dijo uno de los secuestradores mientras se le sentaba encima y lo golpeaba. El embajador británico en Montevideo, Geoffrey Jackson, sabía desde tiempo atrás que corría riesgo de ser raptado por los tupamaros. En informes enviados y durante una visita a Londres, había advertido una y otra vez a sus superiores. Y estaba preparado, al menos psicológicamente.

    Podría decirse que reaccionó con flema inglesa cuando finalmente en la mañana del 8 de enero de 1971, mientras iba de su casa a la oficina, el gran Daimler negro fue emboscado por sorpresa, el chofer y sus custodias fueron brutalmente golpeados, él mismo quedó herido en un ojo con la culata de una pesada pistola 45 y salvó la vida de milagro cuando dos disparos realizados por un tupamaro descontrolado se metieron en el techo y el asiento, a pocos centímetros de su cuerpo.

    Después de haber pasado por la dura y materialmente miserable vivencia de ocho meses en manos del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN-T), Jackson fue liberado por sus captores en una iglesia de La Teja y enseguida regresó a Londres. Aunque aspiraba a seguir en el cuerpo diplomático, por razones que nunca quedaron claras dejó el servicio exterior, pasó a trabajar en la BBC y escribió tres libros que no siempre encontraron editor.

    El que tuvo mucho éxito internacional, que en castellano se llamó Secuestrado por el pueblo (Pomaire, 1974), relata su experiencia extrema con ecuanimidad y un fino sentido del humor muy british. El hornero y otras historias (Dunken 2020), un libro de cuentos para niños concebido en las difíciles condiciones del secuestro, y la novela Clandy (inédita en inglés), que trata de unos tupamaros arrepentidos, fueron traducidas al castellano por iniciativa de la investigadora de la Universidad de Montevideo Luisa Peirano.

    La académica es hija del entonces canciller uruguayo Jorge Peirano Facio y conoció a Jackson cuando era una adolescente. Años después en un viaje a Londres, ya fallecido sir Geoffrey Jackson (que a su regreso había sido nombrado caballero), ella contactó a su hijo y, junto con otros documentos, descubrió la novela inédita guardada en los archivos de la Universidad de Cambridge.

    Acerca del secuestro del embajador han escrito también otros autores: uno de ellos fue el exdirigente tupamaro Eleuterio Fernández Huidobro en el libro La fuga de Punta Carretas (TAE, 1990), que se produjo pocos días antes de la liberación de Jackson. A su vez, el periodista Ernesto González Bermejo dedicó un capítulo de su libro 4 pasos por el mundo. Venturas, aventuras y desventuras de un periodista uruguayo (Fin de Siglo, 1992). Un año antes de morir, González contó por primera vez que entrevistó a Jackson durante su secuestro. La nota —un encargo de la agencia cubana Prensa Latina— había salido en Marcha y en una cincuentena de medios bajo la firma de Leopoldo Madruga. Que Madruga era un seudónimo de González Bermejo también fue confirmado años después por el periodista cubano Norberto Fuentes en su libro Plaza sitiada.

    A fines de 2024, el periodista y escritor Diego Fischer publicó La gran farsa. Retrato de un país en llamas (Planeta), un nuevo aporte al conocimiento de este episodio que permanece aún bajo cierta nebulosa.

    El trabajo de Fischer, aunque no logra explicar cuál fue “la gran farsa” ni mucho menos retratar ese “país en llamas” de 1971 —año en el que se fundó el Frente Amplio—, tiene sin embargo la innegable virtud de poner en manos del lector documentos de la Cancillería uruguaya y otros producidos por el Foreign Office y en poder del Churchill College de la Universidad de Cambridge, algunos de los cuales se mantenían clasificados hasta hace poco tiempo.

    Además de la figura de González Bermejo, Fischer incorpora otro personaje que fue presentado a Jackson: la uruguaya María Manuela Echegoyen Halbide, conocida como Maruja, quien trabajaba para la BBC y para la inteligencia cubana.

    Negociaciones a varias puntas

    En su libro de relatos Imágenes en la maleta (Trilce, 2012) el cineasta uruguayo Ferruccio Musitelli contó cómo fue contactado en Buenos Aires por colegas que trabajaban para la BBC primero para filmar entrevistas sospechosamente poco relevantes y luego para buscar, a través suyo, canales de comunicación con los tupamaros, que mantenían secuestrado a Jackson.

    Fischer suma ahora, además de los valiosos documentos, otros elementos sobre algo que ya habían admitido de forma opaca Fernández Huidobro y otros tupamaros: la existencia de negociaciones reservadas, tanto en Montevideo como en Santiago de Chile, para obtener la liberación del representante de Su Majestad.

    El libro cuenta, basándose en un documento desclasificado, la entrevista mantenida pocas horas después del secuestro por el enviado especial del gobierno británico Oliver Wright con el presidente Jorge Pacheco Areco, que lo recibió “en zapatillas de tenis” y “con una camisa naranja brillante”, mientras descansaba en Santa Teresa. Sin embargo, estaba “completamente al mando de la situación e informado de los acontecimientos”.

    Convencidos de que Pacheco no negociaría con los secuestradores, los ingleses tomaron caminos propios a través de William Whitelaw, un tupamaro refugiado en Chile y cercano al presidente Salvador Allende, y al mismo tiempo por medio de abogados en Montevideo, a los que llegaron por diferentes vías. En Santiago, además de las motivaciones humanitarias y su rechazo a la metodología de los secuestros, el presidente socialista chileno tenía otra motivación para mediar: ganar la simpatía inglesa para solucionar el delicado conflicto con Argentina por el canal Beagle.

    Plan Satán

    Aunque la inteligencia inglesa no hubiera tenido información de la existencia del Plan Satán lanzado por los tupamaros a mediados de 1970, con solo leer los diarios sabría que la situación era grave: uno de los primeros “detenidos” en la “Cárcel del Pueblo”, el asesor policial estadounidense Dan Mitrione, había sido asesinado. Y la ola de secuestros, tanto de extranjeros como de nacionales, había ido en aumento.

    Fischer no lo incluye en su libro, pero antes de la muerte de Mitrione y de la caída de Raúl Bebe Sendic junto con el resto de la dirección del MLN-T en un local de la calle Almería el gobierno de Pacheco había comenzado negociaciones secretas para liberar a los detenidos en la cárcel de Punta Carretas.

    El representante del gobierno habría sido el quincista Carlos Fleitas, entonces a cargo de Institutos Penales, pero las negociaciones se habrían frustrado a último momento, luego de la caída del Bebe en el apartamento de Malvín. En esos días del invierno de 1970, a los más de 100 presos en Punta Carretas les fue informado que un avión chárter estaba listo en Carrasco para trasladarlos a Argelia. Tenían un bolsito pronto, pero la aeronave había tenido que regresar vacía.

    Montevideo, Londres y Estocolmo

    Los tupamaros nunca admitieron que liberaron a sus secuestrados a cambio de dinero. Sostuvieron que se financiaban mediante robos de bancos, así como empleaban armas capturadas al enemigo y no recibidas del extranjero.

    Sin embargo, hace años que la BBC informó que para obtener la liberación de Jackson se había pagado una suma “no menor a las 10.000 libras”, pero la misma emisora estatal recogió la versión de que la fuga fue parte del acuerdo para liberar al diplomático.

    Lo que sí está fuera de debate es que el objetivo principal del Plan Satán era la liberación de los presos y que la fuga motivó la entrada oficial de las Fuerzas Armadas en el combate. Aunque mantuvieron a otras personas secuestradas, algunas hasta 1972, cuando cayó la Cárcel del Pueblo a manos del Ejército, Jackson fue liberado producto de las trabajosas negociaciones unos días después de la fuga de Punta Carretas.

    A pesar de que el embajador los menciona como “terroristas marxistas-leninistas”, Fischer considera que Jackson padeció el llamado síndrome de Estocolmo, porque observó rasgos sanos de humanidad en sus captores.

    Una lectura más profunda de las memorias del exembajador ayuda a comprender un poco mejor el dramático tiempo y las concepciones del mundo tan opuestas que tenían cada uno. Jackson no creía que su país tuviera motivos para estar arrepentido de nada de lo hecho como potencial colonial, al menos en América. Pero, quizás ayudado por su fe católica, admitía ciertas coincidencias con sus enemigos.