Los primeros casos de pasta base aparecieron en 2002, y no tardaron en registrarse las madres que consumían durante el embarazo. En los niños luego aparecían los problemas. Pobreza, consumo, se hablaba del tema con poca base científica.
Los primeros casos de pasta base aparecieron en 2002, y no tardaron en registrarse las madres que consumían durante el embarazo. En los niños luego aparecían los problemas. Pobreza, consumo, se hablaba del tema con poca base científica.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáMédicos y químicos comenzaron entonces a investigar el problema. “Se pensaba que los niños nacían con malformaciones por la pasta base y empezamos a estudiarlo”, recordó el neuropediatra Gabriel González Rabelino, director de la Cátedra de Neuropediatría del Centro Hospitalario Pereira Rossell y del Instituto de Neurología de la Facultad de Medicina.
Tras años de trabajos nacionales e internacionales, hoy saben que la cocaína y la pasta base no generan malformaciones, sino que provocan mayor riesgo de aborto, parto prematuro, bajo peso del niño al nacer y en algunos casos síndrome de abstinencia en el bebé, que se mantiene irritable, llora y le cuesta dormirse. Varias de estas consecuencias pueden revertirse y con un correcto cuidado del recién nacido mejoran. Los efectos más graves son por consumo de alcohol durante el embarazo, malformaciones, microcefalia (trastorno neurológico) y retardo mental.
El libro titulado “Consumo de pasta base de cocaína y cocaína en mujeres durante el embarazo” que se presentará este jueves 18 en el Pereira Rossell recoge la información más actualizada y el detalle de las investigaciones uruguayas hasta 2015. La publicación fue realizada con el apoyo del Espacio Interdisciplinario de la Universidad de la República y la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII). Sus autores son investigadores de Facultad de Medicina (Mario Moraes, Claudio Sosa y González Rabelino), de Facultad de Humanidades (Luisina Castelli) y de Facultad de Química (Eleuterio Umpiérrez), integrantes del grupo “Proyecto Infancia 2020”.
Los estudios de los últimos cinco años del equipo de médicos del Pereira Rossell revelan un 10% de madres consumidoras de pasta base en la mayor maternidad del país. El número “se mantiene”, destacó González. Mayor es el consumo de alcohol en el embarazo. Una de cada cuatro mujeres confiesa haber consumido durante el embarazo, pero los tests realizados a sus niños recién nacidos demuestran que fueron una de cada dos.
“En Uruguay el mayor problema sigue siendo el alcohol, que no respeta clases sociales”, dijo a Búsqueda González. Estudios previos en instituciones privadas han arrojado números altos también. “Más importante que la pasta base es el contexto (el entorno del niño y su madre), y sobre todo el policonsumo”, agregó.
Cuando una persona toma alcohol y pasta base a la vez, se genera un tóxico más potente llamado cocaetileno. Si se suma la pobreza, que tiene desnutrición, anemia y no le brinda al niño contención materna, apego, todo eso incide en el bebé, explicó González.
Entre las embarazadas que consumen pasta base los investigadores identificaron dos grupos. Uno, el “estigmatizado por la sociedad, el que hace más ruido” y que los médicos identifican. Esas son las que van a tener a su hijo sin ningún control previo del embarazo, vinculadas a la delincuencia y que luego los abandonan.
Los médicos registraron un segundo grupo. Lo observaban tras realizar análisis del meconio (primer material fecal del recién nacido). A diferencia del primero, ellas sí cuidaban de sus hijos y los niños se encontraban en mejor estado. Estos datos son el resultado de cuatro años de estudios del Pereira Rossell cuyos detalles aborda la publicación.
Johana tiene 25 años, vive en La Teja, consume pasta base desde los 15 y se prostituye por necesidad. Mantiene una relación con un hombre mayor por conveniencia. Mientras ella está sola internada con su bebé recién nacido, su madre cuida de sus otros tres hijos. Esa situación y otras escapaban a lo médico-químico. Entonces llegó el momento en que los antropólogos se unieron al grupo de investigadores. Este es uno de los casos que recoge la antropóloga Luisina Castelli, ayudante del Centro de Estudios Interdisciplinarios Latinoamericanos de Facultad de Humanidades, en el trabajo 2013-2015 con madres usuarias de pasta base que se atienden en el Pereira Rossell.
Hay más casos. Rosana vive en Nuevo París, tuvo su tercer hijo sola, el padre no supo de su embarazo. Su hermana cuida de los otros dos y su madre está presa. Víctima de violencia por anteriores parejas, consume pasta base a escondidas de sus hijos. Katia tiene siete hijos, tres viven con ella y cuatro con su madre. Su hermana está presa. Su marido intenta ayudarla pero las recaídas son parte de su vida.
Para estas mujeres el pasaje por un hospital “no es identificado como una instancia en la que puedan solicitar ayuda”, detectó Castelli. “Quieren irse rápidamente porque sienten que es un lugar de subordinación y desigualdad”, comentó a Búsqueda. Tratan de mostrarse fuertes para poder partir con sus hijos.
Cuando se las identifica como usuarias de pasta base, deben dar prueba de abstinencia. Se abren largos procesos burocráticos, se pone en duda la tenencia de sus hijos, a veces se los dan a familiares o son derivados al Instituto del Niño y el Adolescente de Uruguay (Inau). “Estos procesos implican recorridos múltiples entre hospital, juzgado, Inau y suelen extenderse en el tiempo, tornándose en algún punto cíclicos” si tienen varios hijos, certificados médicos, horarios de visita, “todo esto sin disponer muchas veces de dinero suficiente para costear el transporte urbano”, destacó Castelli y habló de “peregrinajes institucionales”.
Las mujeres sufren violencia en las redes del mercado ilícito. Son denigradas, violadas o acceden a mantener relaciones sexuales a cambio de droga. No se lo cuentan a los médicos. Por otra parte, aquello de que la maternidad “las sacará del consumo” es más bien un mandato social. “La realidad es mucho más compleja”, consignó Castelli en el libro. “La patologización del consumo y la estigmatización de la pobreza” refuerzan la distancia y “socavan las posibilidades de entablar un vínculo basado en la confianza entre el equipo de salud y las mujeres”, concluyó Castelli.
González reconoce que “muchas veces estas mujeres vulnerables no tienen confianza ni reciben apoyo del sistema de salud. Lo ven como un sistema policíaco que las va a reprimir más de lo que las va a ayudar”.
La publicación sugiere que es posible trabajar sobre las madres y los recién nacidos con una detección temprana para mejorar su situación y repercusiones. Programas como Serenar (Seguimiento a recién nacidos de alto riesgo) y Uruguay Crece Contigo son herramientas, pero no suficientes. El objetivo del grupo Infancia 2020 es influir sobre el problema del emabarazo, el consumo y su repercusión en los niños. Los desafíos están claros.