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    Paisajes sonoros de una era

    En “Nos íbamos a comer el mundo”, Kristel Latecki recorre, a través de las voces de más de 50 entrevistados, la escena del rock nacional desde 1990 hasta 2009

    Hay libros que hablan. Lo hacen desde las vísceras, con honestidad casi salvaje; con tanta emoción que a veces las lágrimas traspasan las páginas; con pasión, furia, rebeldía, incorrección. Eso es lo que sucede en “Nos íbamos a comer el mundo” (Ediciones B, 2016), de la periodista Kristel Latecki. En más de 400 páginas hay casi 60 voces. Son las voces de los hombres y las poquísimas mujeres que fueron parte de la escena del rock nacional entre 1990 y 2009. Están las palabras de músicos, dueños de los boliches, periodistas especializados, productores, managers, directores de sellos discográficos, gestores de prensa, directores de radios. Durante meses,

    Latecki —29 años, periodista del diario “El Observador” especializada en temas de música— se sentó frente a los señores del rock nacional y les dijo, uno por uno, ‘quiero que me cuentes’. Y ellos le contaron todo lo que salió de su memoria. Con todas esas palabras la autora armó un puzzle imposible y retrató la historia reciente del rock que nació y se crió en Uruguay.

    “Nos íbamos a comer el mundo” es un viaje —por momentos muy emocional— directo a esos años en los que las generaciones más jóvenes se sentían parte de algo grande, que iba a trascender. Es un libro que recorre, casi que de manera fílmica, la vida de un grupo de jóvenes (y no tanto) que vibraron a través de los sonidos de las bandas de esas dos décadas. Es, también, una especie de manual de Historia que permite recordar que determinados acontecimientos pasaron, por más de que haya momentos en que creamos que fueron espejismos. Porque, sí, hubo un tiempo en que el rock era oscuro y peligroso. También hubo un momento en que los jóvenes terminaban en la cárcel por no llevar la cédula. Hubo años con escaso contacto con lo que pasaba afuera. Hubo vinilos, cassettes, CD, videoclips que llegaban a MTV, productores internacionales que querían descubrir lo que acá se hacía y después se abrió el abanico del sinfín de posibilidades con Internet. Hubo festivales que parecían irreales. Hubo color, fiesta, alegría, furor, dinero, publicidad y fuegos artificiales que, con el tiempo, se apagaron. Y, finalmente, hubo un tiempo para reflexionar sobre todo lo que pasó.

    —El libro parte de la tesis final de su carrera de Comunicación en la Universidad ORT. ¿Cuál era el tema y cómo se transformó en un libro?

    —Mi tesis fue una investigación sobre qué pasó en los boliches Perdidos en la noche (Aquiles Lanza y Durazno), Amarillo (Rondeau y Agraciada) y Pachamama (frente a la Plaza Independencia). Mi tutor fue Álvaro Buela y cuando la terminé los dos teníamos esa sensación de que había que hacer un libro. Pero para mí era un proyecto muy a futuro. Lo que pasó fue que entregué la tesis, puse una foto en Facebook, como haría cualquier persona, y entre mis amigos de Facebook tengo a Joaquín Otero, que es el editor de Ediciones B. Él me llamó y me dijo que le interesaba el tema. Fue increíble. Nos juntamos a charlar y así nació el libro. Me recibí en setiembre de 2015 y un año después se publicó.

    —Hay una decisión muy clara de querer narrar la historia a través de las voces de los que fueron parte de esos años; algo así como el rock hablando del rock.

    Tenía muy claro que quería que fuera con un formato de narración oral. Para mí era “el” formato, era la manera de contar una historia así. No soy nada en esa historia, no participé, solo estuve como público y recién en la última etapa. Además me parecía que era superlindo dejar que la gente hablara. Para mí fue importante mantener la forma de hablar de cada uno. Y eso incluye las puteadas. Si lo limpiás, le sacás mucho al personaje.

    —Lo que pasó con el rock de los 90, por lo general, es algo que ciertas generaciones conocen, pero hay poquísimo escrito. Siempre se le prestó más atención al rock posdictadura. ¿Por qué eligió ese punto de partida?

    —Me interesaba esa época, me intrigaba, había mucho de ese momento que desconocía y porque no había mucha cosa escrita. Si vos querías saber qué pasó con la llegada del Cargo 92 (un barco carguero adoptado por la compañía de teatro callejero francés Royal de Luxe que recorrió 35 ciudades latinoamericanas en el marco de las celebraciones por el aniversario número 500 del Descubrimiento de América) encontrás poco. Lo mismo si querés saber quiénes eran los Chicos Eléctricos. En Internet hay una entrada a Wikipedia, pero poco más. A mí me habían dicho que el Cargo 92 fue esencial en el rock nacional. Que marcó a todos los que vinieron después, pero no encontraba nada. Solo sabía lo que me habían contado. Había muchísimas cosas en la memoria de las personas. Pero no estaban escritas en ningún lado. A mí la década de los 2000 me encanta porque es lo que viví, pero hay mucho más. Vos encontrás lo que quieras del Pilsen Rock. A eso sumale que están más cerca en el tiempo y por eso la gente lo tiene más fresco.

    Los 90 estaban en el recuerdo de ciertas personas y por eso me pareció que estaba bueno irlo a buscar y traerlo. Lo que pasó en los 90 fue lo que generó, lo que vino después. El auge del rock nacional no llega solo por la crisis y el Pilsen Rock eso fue el manifiesto de lo que pasó en los 90. Está sumamente ligado. Entonces son dos décadas que van juntas. Para mí era importante mostrar el proceso.

    —Hay dos bandas que son las que salen más enaltecidas por los propios músicos y son Chicos Eléctricos y El Peyote Asesino.

    —Sí. Para mí las dos bandas que definen las décadas son Chicos Eléctricos, de los 90, y El Peyote Asesino, de los 2000. Y un poco también Abuela Coca con la incorporación de los instrumentos de viento, y después siguió No Te Va Gustar y La Vela. Hay dos ramas del rock. El más under, el que estaba compuesto por el cuarteto que tocaba en Juntacadáveres (Chicos Eléctricos, La Hermana Menor, Buenos Muchachos y The Supersónicos), y la otra rama es la de las bandas de los vientos. En algún lugar surge los que aparecieron en Perdidos, el rock más globalizado, la generación MTV. Grupos que quedaron en esa época, formaron parte de esa burbuja: Sordromo, Loop Lascano. La crisis de 2002 fue la levadura que hizo que todo creciera. Finalmente todo eso se va depurando hasta que llegamos al 2009.

    —Pareciera que se hace cierta justicia con Níquel. ¿No?

    —Me encanta que se haya rescatado el valor que tuvo Níquel. En este momento hay una cierta reivindicación de la banda después de que fueran rechazados durante mucho tiempo. Y tiene mucho que ver con que Nasser está festejando los 30 años de carrera y eso se presta mucho para la revisión. Que un tipo como Guillermo Peluffo te diga que él no los escuchaba, pero que no se puede negar que tienen terribles temas tiene mucho valor.

    —Evidentemente, lo más lejano, lo que pasó en los 90 y lo que ya no existe más es lo que se mira con mucho más romanticismo.

    —También es lo que a ellos más les interesa reivindicar. Y los 90 terminan siendo más ricos por lo que dijimos antes: hay poco donde mirar y buscar. Lo que pasa después es que hay una separación de lo que es y no rock en el término purista de la palabra. El rock por definición no es popular. Al género le interesa estar por fuera de eso. Hay alguien que dice que lo que se hizo popular no es el rock, es otra cosa. También aparece eso que antes era imposible y es visualizar a la banda como un trabajo. Ahí se crearon dos vertientes. Los que vivían de la música y los que no. Y ellos se veían enfrentados.

    —Los que siguen el rock nacional saben que hay una ausencia de mujeres en el género. Era para unas pocas valientes: Laura Gutman, las chicas de Vendetta, Stella Maris de Elefante, un poco después las chicas de Guachass. Fernanda Cortina detrás de Pachamama y poquísimas más. Y eso se refleja en el libro.

    —La ausencia de mujeres en el rock nacional es un asunto. Me gustaba el rock de adolescente y no tenía a quién mirar. La primera referente que encontré fue Laura Romero, de Vendetta. Para mí ella fue importante. Pero no tener mujeres hace que el rock sea un círculo vicioso en el que las chicas nunca van a entrar. ¿Por qué? Porque si no ves a una mujer en un escenario vas a creer siempre que, entonces, no lo podés hacer. Me duele en el alma que no haya más mujeres. Es un problema de la escena del rock nacional. Está bueno reflexionar sobre eso.

    —El libro termina con una frase de Marcos de Motosierra bastante esperanzadora. Él dice: “Creo en el poder del rock and roll para cambiar vidas. Creo que es lo más importante que podés hacer con tu vida para poder soportar esta sociedad, este mundo pesado que tenés a tu alrededor. Es el último refugio de individualidad, el último grito y el último lugar donde podés encontrar a tu gente, con los cuales podés hacer una fuerza codo a codo para estar menos solo”. ¿Eso refleja su visión del asunto?

    —Elegí mantener una visión esperanzadora porque es lo que creo, por eso me hice eco de las palabras de Marcos y elegí darle ese fin. Ahora siguen pasando cosas buenísimas, sí, son minoritarias, pero eso es el rock. Hay una generación que se tiró a Internet y no le importó lo que estaba pasando acá. Esos son los que se están empezando a lucir y son tipos que tienen diez años de carrera. Creo que estamos de vuelta en las cuevitas. A las bandas las tenés que ir a buscar, no te las ofrece la radio. Si te interesa, las tenés que ir a buscar, ya nadie te las va a servir en bandeja.

    VEINTE TEMAS FUNDAMENTALES

    Por Kristel Latecki

    “Ojos rojos”, Buitres.

    • “El día que Artigas se emborrachó”, Cuarteto de Nos.

    • “El poeta dice la verdad”, La Trampa.

    • “Alcohol alcohol”, Chicos Eléctricos.

    • “La hermosa langosta aplastada en la vereda”, Buenos Muchachos.

    • “Historias sin terminar”, Trotsky Vengarán.

    • “El ritmo del barrio”, Abuela Coca.

    • “Cable pelado”, El Peyote Asesino.

    • “Gris”, Loop Lascano.

    • “Escorpiana”, Elefante.

    • “Las cosas del querer”, Sordromo.

    • “No era cierto”, NTVG.

    • “El Viejo”, La Vela Puerca.

    • “Lo más simple de las cosas”, Hereford.

    • “Burbuja”, Astroboy.

    • “Macumba”, HPLE.

    • “Life in hell”, Motosierra.

    • “Mastergirl”, Vendetta.

    • “Soy el padrino”, Max Capote.

    • “Soy el mejor”, Vieja Historia.

    EL ROCK SOBRE EL ROCK

    “Ese rock de principios de los 90 se dio el lujo de ser más raro o extraño de lo que había sido en el 88, que ya para ese momento a mí me había parecido que llegaron los marcianos. Me cambió la vida”. Leo Lagos, The Supersónicos

    “No parecer una banda de acá era un valor grande para todos nosotros”. Marcos Motosierra, Motosierra

    “Al uruguayo le costó mucho entender que cada uno hacía lo que quería. Y creo que eso es lo que sucede en la escena nacional: cada uno hace lo que quiere”. Guillermo Peluffo, Trotsky Vengarán

    “Éramos como una banda análoga, no estábamos hechos para el mundo digital. Estábamos hechos para los 90. Ya con el 2000 y aquella crisis, el rock se puso de moda. No había lugar para que siguiera esa. Y ahora que lo veo a la distancia me parece la muerte perfecta”. Nico Barcia, Chicos Eléctricos

    “No fue que los 80 fueran idílicos y geniales y los 90 fueran apagados y apáticos para el rock. Todo lo contrario (...) Sin esos 1990 no hubiéramos tenido ese presente”. Jorge Nasser, Níquel

    “Cuando las papas queman uno empieza a valorar lo que es suyo, lo que lo representa, y así fue que el uruguayo empezó a sentirse orgulloso de las bandas de su país y eso hizo que las bandas tuvieran que ponerse a la altura de la situación”. Sebastián Teysera, La Vela Puerca

    “Yo daba clases de guitarra en esa época y les comentaba a mis amigos, a Garo (Arakelian), por ejemplo: 'Mirá que se viene porque la gente no pide temas de rock argentino, pide temas de bandas uruguayas'. Y fue tal cual”. Pepe Rambao, Buitres

    “Creo que las canciones importantes, las que fueron populares, nunca tuvieron el cometido de ser populares ”. Garo Arakelian, La Trampa

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    2016-09-08T00:00:00