N° 1978 - 19 al 25 de Julio de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa vida está en los detalles. Ese fragmento de realidad que se materializa en un gesto, un acto o un toque estético acaba por convertirse en el rasgo distintivo que define la circunstancia mayor en la que se inscribe. Una persona es una persona, por ejemplo, y como tal es sujeto de una serie de derechos. Solo cuando afinamos la mirada y vamos descubriendo los detalles que la caracterizan, esa persona pasa del plano general al particular y se transforma en alguien con nombre y apellido. El nombre es un detalle que nos identifica. El rostro, la voz, las acciones de cada día. Esos detalles somos y de esos detalles estamos hechos. Lo mismo sucede con los grandes acontecimientos.
Escribo esta columna unos días antes de que acabe el campeonato mundial en Rusia. Es martes y se enfrentan Francia y Bélgica. Necesito silencio para escribir, así que me privo del relato. Pero cada tanto, suspendo la escritura y espío el partido. Curiosidad pura, tan distante, supongo, de la atención apasionada que en estos momentos estarán dispensando millones de franceses y belgas.
Nos importe o no el fútbol hay que rendirse ante su poderosa influencia. No creo que haya otra manifestación humana ?salvo, quizá, la guerra? capaz de generar tanto interés, levantar pasiones, excitar nacionalismos, detener un país, cerrar oficinas privadas y públicas, suspender clases, mover tanto dinero. Para muchos, el campeonato mundial es una instancia trascendente. Para algunos, un hecho deportivo cualquiera. Para otros, una distracción colectiva durante la que pueden hacer a la sordina lo que en circunstancias normales provocaría revuelo. Sea cual sea la postura ante el Mundial, ni devotos ni indiferentes ni pícaros se salvarán de los recuerdos. Cuando todo haya terminado, cuando la nube del tiempo se extienda, aplacadas euforias y penas, no quedará de la fiesta más que el fulgor de los detalles cosidos a la memoria afectiva de la gente.
El gran acontecimiento que llevó años de preparación y sueños, que desplegó un lujo digno de zares e insumió cantidades astronómicas de dinero, el gran acontecimiento que esperamos con ansiedad casi infantil coreando cuentas regresivas, haciendo apuestas y poniéndonos nerviosos por algo que sucedía tan cerca y tan lejos, pronto será un hecho en el pasado y cada uno recordará lo que pueda. Desgranado en sus detalles no habrá más que un caleidoscopio de historias, una miríada de anécdotas que irán modificándose en cada relato y se transformarán en anécdotas nuevas, trocitos de una realidad dividida en un puzle de incontables piezas.
Sé que por décadas alguien hablará de la imparable carrera de Mbappé ante la selección argentina, o del gol de Kroos que en el último minuto congeló la esperanza de los suecos, o de la obra de arte de Chéryshev que abrió el marcador a favor del equipo local ante Croacia. Por no mencionar el desempeño de nuestra selección, que dejó el sabor agridulce de las ilusiones frustradas, aunque el legítimo orgullo por su magnífico comportamiento mitigó la tristeza.
Ninguno recordará desde la objetividad a la que jamás se llega, ni siquiera desde la imparcialidad en la que tanto algunos ponen empeño. Será siempre desde su percepción de los detalles, aquello que lo ha impactado, aquello que de manera más o menos consciente asocia con otros hechos de su vida o con otros recuerdos.
A mí se me irán confundiendo las jugadas y pronto olvidaré quién convirtió qué gol en cuál partido. Pero sé que no olvidaré algunos detalles y que, cuando recuerde este campeonato, lo primero que vendrá a mi mente no será una copa levantada en triunfo, sino algunos gestos. Sí, estoy segura: para mí será el Mundial de los tres gestos.
El primero: Cristiano Ronaldo lleva a Edinson Cavani hasta el límite del campo. Digo que hay caballerosidad y camaradería. En casa me llaman ingenua y es posible que eso mismo piense quien esto lea. Pero no es ingenuidad porque el ingenuo no considera la posibilidad del mal y yo sí la considero. Y creo que quizá haya en Cristiano una dosis de conveniencia, pero que hay otros indicios que sugieren empatía y decido adherir a ellos. La forma en que el portugués pasa su brazo por la cintura del uruguayo, la forma en la que el uruguayo apoya su mano sobre el hombro del portugués, la forma en la que ambos caminan con una mueca de dolor compartida, la cabeza gacha y a paso lento. El gesto se transforma en una virtud: la solidaridad.
El segundo: después de una conferencia de prensa, un periodista pide autorización al Maestro Tabárez para tomarse juntos una fotografía. Lucas Torreira no vacila y hace lo que cualquiera de nosotros hubiera hecho. Con sencillez, sin pensar que en esos momentos su nombre resuena en nuestro país con esas reverberaciones heroicas que el fútbol genera, sin marearse con futuros pases de cifras psicodélicas, siendo lo que es ?un muchacho de veintidós años que juega muy bien al fútbol?, pide el celular y toma no una, sino dos fotografías. El gesto se transforma en una virtud: la modestia.
El tercero: Antoine Griezmann convierte un gol ante Uruguay y no lo festeja. Se queda quietito y espera el abrazo de sus compañeros con una alegría contenida que tiene en el fondo un leve matiz de disculpa. Consultado por la prensa, responde en un español más que correcto: “Respeto a los uruguayos, que, como he dicho antes, me dieron mucho, me enseñaron los primeros pasos, lo bueno y lo malo de este deporte. Y por eso les debo mucho y porque tengo amigos uruguayos (…) no quería gritar el gol…”. El gesto se transforma en una virtud: la grandeza.
Todo gesto es un detalle, aunque no un detalle cualquiera. Hace al estilo de la persona y de los acontecimientos. Define más que las declaraciones grandilocuentes y las actitudes ampulosas, mucho más que cualquier lujo, fortuna, título o apellido. Lo grande, lo macro es la materia prima para la Historia épica. Pero la vida se construye con los humildes ladrillos de los hechos pequeños y la manera única que cada quien tiene de reaccionar ante ellos.